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miércoles, 28 de julio de 2010

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario (Lucas 12. 13-21) - Ciclo C: Vanidad de vanidades


Por Neptalí Díaz Villán CSsR.
Publicado por Misioneros Redentoristas

El estrés y la depresión se han vuelto el pan de cada día para un gran número de personas de nuestro tiempo. “¡Qué estrés!”, “¡estoy con la `depre´!”, escuchamos con mucha frecuencia. Claro que estar con la “depre” y sufrir de depresión son dos cosas muy distintas. La depresión es un síndrome caracterizado por una tristeza profunda y por la inhibición de las funciones psíquicas, a veces con trastornos neurovegetativos. Para estos casos es necesario el tratamiento con un psiquiatra. La “depre”, en el argot popular, es más una tristeza pasajera, una crisis existencial o un sentimiento de frustración por algo o por alguien…

Por el contenido general del libro Eclesiastés, pareciera que su autor hubiera estado con la “depre” cuando lo escribió. En la literatura bíblica normalmente encontramos palabras de aliento, de ánimo y de fuerza en medio de la lucha. Pero este es un libro profundamente escéptico y crítico de las luchas humanas. Cuestiona fuertemente la doctrina de la retribución, según la cual el hombre bueno recibe bienes y el malo recibe males. La sabiduría, tan elogiada e impulsada en otros libros sapienciales, aquí se interroga y es puesta en entredicho. Este libro no deja títere con cabeza. Todas las realidades humanas son vistas en este libro, con el lente del escepticismo, como cuando tenemos la “depre”. Lo único que le hace falta es cantar el popular canto infantil: “nadie me quiere, todos me odian, me voy a comer un gusano. Le quito la cabeza, le quito las patitas y uhm, ¡qué rico gusano!... ”

El libro de Cohelet o Eclesiatés, muestra la realidad de un hombre decepcionado y cansado de luchar. Un hombre que ha sido testigo de la explotación y la frustración. Él sabe lo que significa trabajar y fatigarse para que otros disfruten. Ha visto cómo muchas personas justas no encuentran descanso y alegría plena, y otras personas injustas terminan dominando, explotando y disfrutando aquello que no se merecen por sus actos. ¿Dónde queda la doctrina de la retribución? ¿Será verdad aquello de que, “el que la hace la paga”?

Esa realidad de frustración hace que el autor reflexione, generalice y descubra lo superfluo de las cosas, aún en aquellas cosas consideradas más sublimes, como la sabiduría. Ante todo el panorama el autor se pregunta: “¿Qué provecho saca el hombre de todos los afanes que persigue bajo el sol?” (1,3). De la misma realidad saca su respuesta: “vanidad de vanidades, todo es vanidad” (1,2). Con este lente recorre todas las esferas de la vida humana: trabajo, riqueza, dolor, alegría, decepciones, religión, justicia, sabiduría, ignorancia, el tiempo, la muerte… ¡todo! En todo busca una respuesta a su pregunta y siempre llega a la misma conclusión: “Todo es vanidad”. (1,17; 2,1.11.17.20.23. 6; 12,8).

¿Qué podemos aprender de este libro? Podríamos pensar que no debería estar en la Biblia por su voz disidente, escéptica y crítica, no sólo frente a toda la tradición sapiencial sino ante toda la vida. Podríamos pensar que no es recomendable, sobre todo para aquellos creyentes que sólo piensan en el éxito porque el Dios de la vida está con ellos. Podríamos pensar que es poco religioso porque invita no más a comer y a beber, porque eso es lo único que le queda al hombre. Como decimos popularmente: “comamos y bebamos que mañana moriremos”.

Pero vale la pena rescatar varias cosas. Es admirable que un libro totalmente diferente a los demás, se encuentre en la Biblia. No vamos a encontrar en este libro frases célebres para recordarlas y hacerlas vida todos los días. No vemos consejos sabios y prácticos. Éste es un libro que nos lleva sobre todo a pensar y a cuestionarnos sobre lo que estamos haciendo y el para qué de cada cosa, inclusive de la fe, de la religión, de Dios, de los hijos, de la bondad, de unos mismo, de todo.

¿Realmente es bueno ser “tan bueno” o “tan bondadoso”? ¿Cuándo pasamos de la bondad a la “pendejada”? ¿Es realmente buena aquella madre que se desvela toda la noche esperando a que su hijo irresponsable llegue borracho y drogado a las 3 o 4 de la mañana, para abrirle la puerta y darle de comer? ¿Qué logra con eso? ¿No es mejor ser sencillos como palomas y prudentes como serpientes? (Mt 10,16) ¿Realmente somos lo que creemos ser, o nos hemos dedicado a bailar todo el tiempo el baile de las máscaras? ¿Realmente es mejor ser creyente que ateo? ¿Para qué me ha servido creer? ¿Qué le aporta la fe en Jesús a mi humanización?

En medio de tanta vanidad, el autor rescata un detalle: el sabor de las cosas sencillas y el disfrute de la vida ordinaria: “… lo que uno puede esperar es comer y beber, y gozar del fruto de su trabajo, durante los contados días de su vida… todo esto es don de Dios” (5,17.19).

Cuidado con la codicia

Este evangelio no es una defensa de la irresponsabilidad, del descuido de las cosas, ni de la mediocridad con la que muchas personas administran los bienes materiales y la vida misma. Jesús reprochó la actitud del hombre holgazán que no hizo producir su talento sino que lo enterró, y además intentó justificar su desidia con la dureza de su patrón (Mt 25,14-30). Por supuesto que es necesario aprovechar al máximo los recursos para hacer realidad nuestras empresas. Pero la utilización de los talentos de manera egoísta, avara y codiciosa, es una de las cosas que más destruyen al ser humano. Y fue de lo que Jesús quiso prevenir a sus discípulos y a toda la humanidad, con ésta y otras parábolas.

Un hombre acudió a Jesús para que le dijera a su hermano que debía compartir la herencia con él. Un caso que infortunadamente se sigue repitiendo entre nosotros, porque muchas veces ponemos nuestra confianza en el dinero y hacemos de él nuestro más preciado bien. Peleas, discordias, injusticias y hasta muertos entre hermanos, ha ocasionado tal señorío del dinero.

Jesús no se detuvo en detalles, pero tampoco evitó intervenir en situaciones reales. No pretendió saberlo todo y solucionar todos los problemas de los demás con una varita mágica, pero tampoco invitó a la resignación ante las injusticias. No desencarnó ni espiritualizó la fe. No fue un doctor en la Ley que supiera todos sus vericuetos, ni un charlatán, demagogo, sabelotodo como aquellos que abundan en las esquinas, en los corrillos y hasta en las altas esferas del poder. Con seguridad ignoraba muchas cosas, pero aprovechó la situación de estos dos hermanos para descubrir el núcleo del problema: la codicia. Cuando ésta se apodera del corazón humano, lo hace desconocer a Dios y lo obliga a vender todo, hasta lo más valioso: la familia, los amigos, la naturaleza, la humanidad en general, la vida misma.

En el monólogo del granjero exitoso y necio, podemos ver claramente la autosuficiencia y el egoísmo que generó en él la prosperidad. Jesús hizo ver la incapacidad que tiene la riqueza para hacer realmente feliz al ser humano.

En el Evangelio está claro que Jesús no estuvo contra la riqueza. Con el dinero se puede ayudar a aquellos necesitados (Mt 6,3-4), compartir con los más pobres (Mt 19,20-21) y pagar para que sigan atendiendo a un convaleciente (10,33-36). Con abundancia de dinero se puede pagar lo correcto a los trabajadores y además ser generosos con ellos (Mt 20,1-16). Inclusive, algo aparentemente banal: con dinero María, la hermana de Lázaro, pudo comprar el costoso perfume para manifestar su amor por el Maestro (Mc 14,4-5).

¡El problema no es el dinero! El problema nace cuando se dedican todas las energías, todo el tiempo, todos los talentos y toda la vida a la acumulación de éste, y se descuidan la familia, la salud, el amor, la amistad, la vida misma. El problema surge cuando se desconocen las necesidades de los que más sufren; cuando se participa todos los días en suculentos banquetes y se ignoran totalmente a los pobres que se mueren de hambre, como en el caso del rico Epulón (Lc 16,19-31). Cuando se hacen grandes planes de crecimiento económico únicamente con un fin materialista, egoísta, y hedonista, que nos hace ciegos o indiferentes ante las necesidades de los demás, como ocurre con el necio granjero exitoso de la parábola de hoy (Lc 12,13-21). Hay problema cuando se roba y vende al amigo y al maestro, como lo hizo Judas (Mc 14,10-11; Jn 12,6). Cuando el dinero se usa para la ostentación y para ganar la fama de bondadosos (Mc 12,41-44). En últimas, el problema existe cuando se pone toda la confianza en él y se tiene como valor supremo, por encima de la vida. Cuando esto pasa, el dinero se convierte en un Señor que compite con Dios. Y nadie puede servir a dos señores (Lc 16,13).

El problema no fue la buena cosecha del granjero. El problema no fue ni siquiera haber derribado los graneros pequeños para construir otros más grandes y almacenar la cosecha. Al principio pareciera que este hombre actuara con sensatez y prudencia, pues pensaba en su futuro.

Pero luego la parábola da un giro extremo: “Luego podré decirme: `Amigo, tienes muchas provisiones en reserva para muchos años: descansa, come, bebe y date a la buena vida`” (v.19). Aquí desaparecen todos, hasta el mismo narrador de la parábola. El mismo rico se convierte en narrador. El problema fue el individualismo extremo con el que planeó su vida, sostenido únicamente por su riqueza y totalmente de espaldas a los demás seres humanos. Todo lo que no fuera él mismo, quedaba excluido de su futuro, de sus planes, de su vida. No pensaba en nadie más que en sí mismo. Para él la cosecha no era el fruto del trabajo de sus trabajadores, ni un don de Dios que es preciso compartir con los demás, sino un producto que le permitía llevar una vida tan placentera como vacía de sentido humano. Él sólo pensaba en satisfacer sus instintos primarios: “descansa, come, bebe y date a la buena vida”.

Ahí intervino Dios: “Pero Dios le dijo: `Insensato, esta misma noche te van a reclamar la vida. Lo que tienes preparado, ¿para quién va a ser?´” (v.20). Él mismo se felicita y se llama amigo. ¿Amigo de quién? ¡De nadie! Por eso Dios lo llama insensato. La cosecha en esa cultura, más cuando era abundante, era considerada un don de Dios. Él la veía sólo para sí mismo: “tienes muchas provisiones para muchos años”. Dios le advirtió: “Esta misma noche te van a reclamar la vida”. Y termina diciendo: “Así será el que amasa riqueza para sí y no es rico para Dios”.

La propuesta de Jesús no es una vida miserable en la que todos sufran, ni una vida espiritualista, ascética y antihedonista. Él mismo participó muchas veces de banquetes y fiestas, inclusive, hasta fue criticado por su supuesta vida licenciosa (Mt 11,18-19). Su gran utopía es que la abundancia de los bienes sea tomada como una gran bendición para beneficio de todos. Por supuesto que el trabajador merece su salario y el buen administrador de los dones de Dios debe ser premiado. Su gran utopía invita a que del individualismo rastrero y egoísta se pase a una vida comunitaria y abierta a los demás. A que el dinero deje de ser el centro hacía el cual gira toda la vida y en él se ponga al ser humano y a todos los seres humanos. Su gran utopía invita a que del hedonismo narcisista y egoísta, se pase la vivencia de un amor solidario y servicial, a un disfrute de la vida y de los placeres de la naturaleza, sin desconocer ni anular a los demás seres humanos.

Vale la pena que le echemos una mirada a nuestro mundo y a nuestros intereses personales, a la luz de este evangelio…

Vale la pena destacar también la experiencia de muchas personas, que utilizan su abundante cosecha no sólo como una manera de crecer como empresarios sino con un gran sentido social. Conozco por boca de otros y en persona, algunos empresarios y microempresarios, industriales y microindustriales que tienen un gran sentido humano, comunitario y social. Animados por una gran experiencia de fe, algunos de ellos, ven su buena cosecha como un don de Dios que debe ser bien administrado. Esos son, entre otros, los administradores buenos y fieles (Mt 25-14-30)

Para hacer realidad este evangelio, es necesario primero hacer realidad la invitación de Pablo a la comunidad de Colosas: morir al hombre viejo y nacer al hombre nuevo. (2da lect. Col 3,1-5.9-11). El hombre viejo es el que está cargado de egoísmo, desorden sexual, impureza de corazón, codicia y avaricia. El hombre nuevo nacido, en Cristo, configura su vida a imagen de Jesús, el hombre perfecto. Por eso es capaz de amar, de servir, de construir y de disfrutar la vida en plural.

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