Publicado por Entra y Verás
"Tener" junto a "desear" son dos de los verbos más presentes en el horizonte de muchos seres humanos. Pero de nada sirve satisfacerlos al máximo cuando se descubre que la felicidad no está en ellos.
Si de pronto nos encontrásemos aquí ante una lámpara mágica de la que saliese un genio y nos concediese la posibilidad de pedir tres deseos, ¿Cómo nos comportaríamos? Una vez concedidos los habituales tres deseos seguramente a muchos de nosotros nos surgiría un cuarto e incluso un quinto y hasta pudiera ser que más de uno pidiera un sexto y séptimo deseo. Todos ellos con el fin de hallar la paz, la tranquilidad de ánimo a fuerza de conseguir más cosas. Esa es una de las debilidades del ser humano. El afán de poseer más y más.
Sin embargo, nuestro entorno está tan lleno de objetos, de preocupaciones, de inquietudes, de deseos, que es imposible que por nuestra ventana entre la luz, esa luz que es Dios. Él cada amanecer viene a darnos los buenos días, en estos días espléndidos de verano con cielo azul y también en los grises y fríos días del invierno. Pero nosotros no nos damos cuenta y no le saludamos o si lo hacemos no con la cordialidad y entrega que deberíamos pues nuestra cabeza y nuestro corazón se encuentran también un poco nublados por nuestros quehaceres. Fácilmente después de nuestro trabajo diario podríamos muchos días asociarnos a las palabras de Qohelet: Vanidad de vanidades todo es vanidad. Supongo que aquellos que tenéis más edad, al mirar atrás lo que sido vuestra vida desde el altozano de la vida, de los años, encontraréis vanas y vacías algunos de vuestros esfuerzos y podréis ver cómo Dios trazaba sendas paralelas a las vuestras aunque a vosotros os parecía al revés. Conocéis las biografía de San Agustín como anduvo a lo largo de su vida buscando continuamente la felicidad hasta que logró descansar en Dios y afirmó no creer poder encontrar cosa alguna que tanto desease como a Dios. Debemos pues, aspirar a los bienes de arriba no a los del suelo, como nos dice San Pablo, sino de día dolores, penas y fatigas; de noche, no descansa el corazón.
En el evangelio de hoy nos topamos con un relato que por desgracia se encuentra a la orden del día. Cuantas familias se rompen a la hora de repartir las herencias. Jesús no media en el problema directamente pero advierte: la vida no depende de los bienes. En la parábola del rico necio encontramos el ejemplo perfecto para lo que venimos diciendo pues nuestro ataúd no va a tener bolsillos, ni armarios, ni cajas fuertes; nos iremos desnudos como vinimos. De nada sirve pues el atesorar sino que debemos compartir nuestros bienes, ser generosos, conformándonos con nuestra parte y siendo sensibles con las necesidades de aquellos que no tienen la misma suerte que nosotros.
Para terminar, si tuviera que resumir todo lo dicho en dos verbos, escogería, como san Pablo, buscar y despojarse. Pues si los ponemos en práctica iríamos sin obstáculos hacia la verdadera luz, encontraríamos nuestro último sentido, nuestra paz que tanto ansiamos y que nuestros múltiples deseos no permiten alcanzar. Revistámonos, pues, de esta novedad que es Cristo, dejémonos en el estante de los sueños las lámparas maravillosas y exclamemos con San Agustín: Señor tu nos hiciste para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
Si de pronto nos encontrásemos aquí ante una lámpara mágica de la que saliese un genio y nos concediese la posibilidad de pedir tres deseos, ¿Cómo nos comportaríamos? Una vez concedidos los habituales tres deseos seguramente a muchos de nosotros nos surgiría un cuarto e incluso un quinto y hasta pudiera ser que más de uno pidiera un sexto y séptimo deseo. Todos ellos con el fin de hallar la paz, la tranquilidad de ánimo a fuerza de conseguir más cosas. Esa es una de las debilidades del ser humano. El afán de poseer más y más.
Sin embargo, nuestro entorno está tan lleno de objetos, de preocupaciones, de inquietudes, de deseos, que es imposible que por nuestra ventana entre la luz, esa luz que es Dios. Él cada amanecer viene a darnos los buenos días, en estos días espléndidos de verano con cielo azul y también en los grises y fríos días del invierno. Pero nosotros no nos damos cuenta y no le saludamos o si lo hacemos no con la cordialidad y entrega que deberíamos pues nuestra cabeza y nuestro corazón se encuentran también un poco nublados por nuestros quehaceres. Fácilmente después de nuestro trabajo diario podríamos muchos días asociarnos a las palabras de Qohelet: Vanidad de vanidades todo es vanidad. Supongo que aquellos que tenéis más edad, al mirar atrás lo que sido vuestra vida desde el altozano de la vida, de los años, encontraréis vanas y vacías algunos de vuestros esfuerzos y podréis ver cómo Dios trazaba sendas paralelas a las vuestras aunque a vosotros os parecía al revés. Conocéis las biografía de San Agustín como anduvo a lo largo de su vida buscando continuamente la felicidad hasta que logró descansar en Dios y afirmó no creer poder encontrar cosa alguna que tanto desease como a Dios. Debemos pues, aspirar a los bienes de arriba no a los del suelo, como nos dice San Pablo, sino de día dolores, penas y fatigas; de noche, no descansa el corazón.
En el evangelio de hoy nos topamos con un relato que por desgracia se encuentra a la orden del día. Cuantas familias se rompen a la hora de repartir las herencias. Jesús no media en el problema directamente pero advierte: la vida no depende de los bienes. En la parábola del rico necio encontramos el ejemplo perfecto para lo que venimos diciendo pues nuestro ataúd no va a tener bolsillos, ni armarios, ni cajas fuertes; nos iremos desnudos como vinimos. De nada sirve pues el atesorar sino que debemos compartir nuestros bienes, ser generosos, conformándonos con nuestra parte y siendo sensibles con las necesidades de aquellos que no tienen la misma suerte que nosotros.
Para terminar, si tuviera que resumir todo lo dicho en dos verbos, escogería, como san Pablo, buscar y despojarse. Pues si los ponemos en práctica iríamos sin obstáculos hacia la verdadera luz, encontraríamos nuestro último sentido, nuestra paz que tanto ansiamos y que nuestros múltiples deseos no permiten alcanzar. Revistámonos, pues, de esta novedad que es Cristo, dejémonos en el estante de los sueños las lámparas maravillosas y exclamemos con San Agustín: Señor tu nos hiciste para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
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