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domingo, 1 de agosto de 2010

San Ignacio en la frontera


Fiesta de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús
"Las fronteras de la evangelización ya no está prioritariamente en 'países de misión'"
Norberto Alcover

Para que el lector se sitúe desde el comienzo en este artículo, resulta que hoy es la festividad de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, de los jesuitas. Unos hombres, entre los que me cuento, que hace un par de años recibieron del actual obispo de Roma, Benedicto XVI, el encargo de trabajar en las fronteras de la Iglesia, allí donde la proclamación del evangelio implica "permanecer en los límites" con los riesgos que tal situación conlleva.

En el caso de Mallorca, siempre han estado vinculados a la diócesis y a su correspondiente sociedad, sobre todo por el colegio Montesión y el servicio pastoral en su propia Iglesia y en sus variados ministerios. Hoy en día, vinculados también a una serie de parroquias en virtud de la corresponsabilidad diocesana.

Algunos ya ancianos son tratados con inmenso amor y fraternidad en el antiguo edificio del colegio, donde reposan los restos de San Alonso Rodríguez, el sencillo hermano no sacerdote pero iluminado e iluminante de todas las generaciones de jesuitas que encuentran en su personalidad humana y creyente un referente obligatorio.

Lo escribía hace unos días en estas mismas páginas, al referirme a la frase que preside su estatua en el claustro del colegio: "Ya voy, Señor", como slogan estricto del San Ignacio que hoy celebramos. Ir a donde Dios quiere que vayamos, ahora mismo a las comentadas fronteras de Benedicto XVI, como lugares en los que pronunciar la frase de San Alonso, sin dejarnos seducir por becerros de oro en cualquier recodo de la vida. Que siempre los hay. La obediencia convertida en poderoso instrumento de misión, de evangelización.

Sucede sin embargo que, por mor del devenir histórico y la materialización de la sociedad desarrollada occidental (la mallorquina entre tantas), las fronteras de la evangelización ya no está prioritariamente en "países de misión", como solíamos decir, porque están aquí, entre nosotros, que pertenecemos a sociedades que prefieren dejar a su Dios al margen porque ni produce oro, ni poder, ni prepotencia, antes bien, y tras el Vaticano II, que sigue en pie, inspira una vida solidaria, austera, con la mirada puesta en la trascendencia, al servicio de los más pobres y marginados sociales, en reconocimiento de que el dios de los hombres, hecho carne en María la nazarena, ha venido para restaurar la justicia de "aquí" como signo inequívoco de la salvación definitiva.

Mallorca, por ejemplo, es tierra de misión, como en 1952 afirmara de Francia el cardenal Suchard, entre el escepticismo de los compatriotas. En otras palabras, no se trata de que Dios se haya ausentado de la isla, es que nosotros estamos ausentándolo por razones antes aducidas. Y de momento, pasa nada. Más tarde, Occidente enterito comenzará a sentir las consecuencias de "habernos vaciado del único que justifica lo absoluto".

Por esta razón, en toda obra de la Compañía de Jesús, y repito que siguiendo el mandato papal, se hace necesario "estar en la frontera", esté donde esté, se trate de lo que se trate, parezca lo que parezca. Un colegio, por ejemplo y en Mallorca, tiene su propia frontera interior, puesto que forma parte educativa y axiológica del conjunto social, y tal conjunto social está impregnado de la cultura de la ausencia de Dios, puede que sin haberlo pretendido pero si habiéndolo conseguido.

Un colegio, así y en Mallorca, es un instrumento de evangelización como proclamador de los valores evangélicos, puede que comunicados de forma indirecta pero, por supuesto que también, de forma directa como parte de su currículum académico. Sin imposiciones pero sin abdicaciones tentadoras.

Y dígase lo mismo del trabajo parroquial, de una obra asistencial, de una casa de espiritualidad, en nuestro caso tan arraigada como la de son Bono, que debería de erigirse en lugar de encuentro entre creyentes e increyentes, es decir, de propiciar la "experiencia en/de la frontera" en nuestra sociedad, sin aspavientos, con la mayor naturalidad. Y esto lo procuran mis compañeros en Mallorca, en la medida que pueden, sumergidos en el complejísimo entramado social de una sociedad materializada porque le ha dado la gana. Nadie obliga a los cambios sociales e históricos. Nadie.

¿No existe responsabilidad propia en esta situación? Probablemente sí. Y yo mismo, como jesuita mallorquín, me incluyo desde mi presencia en Diario de Mallorca. Pero es el momento de reaccionar con decisión y valentía, pero sobre todo con creatividad. Siempre unidos a la diócesis, a nuestros hermanos en el sacerdocio, a religiosos/as, pero sobre todo al conjunto del laicado en el que fundamenta el futuro de la Iglesia en Mallorca.

Esto es "permanecer en los límites", sin alharacas y estridencias, pero con la urgente objetividad del lugar en que nos encontramos. San Ignacio desea esto y no otra cosa de los jesuitas, estén donde estén, porque es el encargo del sucesor de Pedro, al que la Compañía de Jesús debe no sólo respeto antes bien obediencia. Y tal compromiso, en ocasiones difícil, es una seguridad eclesial para todos los jesuitas del mundo. Así de claro.

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