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domingo, 1 de agosto de 2010

La fiesta de San Ignacio y de los jesuitas


Siguen siendo la primera potencia religiosa de la Iglesia. Y en época de vacas flacas para todos. Tanto en cantidad (18.815 en todo el mundo y 1.434 en España y más de 18.000 empleados en plantilla). Y, por supuesto, en calidad. La Compañía sigue siendo la referencia intelectual y de máximo prestigio en la Iglesia católica. Prestigio social y eclesial. Hoy, decir que has estudiado en los jesuitas es un título de nobleza y crea curriculum. Han conseguido conservar su imagen de marca, en una sociedad en la que la credibilidad social y la influencia se juega fundamentalmente en este ámbito. Y, en el seno de la Iglesia, siguen representando la imagen de la moderación y del Vaticano II. Siguen donde los colocó Arrupe: en la frontera.

Se han dejado pelos en la gatera en esta época que uno de sus grandes teólogos, Karl Rahner, definió como "invierno eclesial". Muchos de los suyos fueron amonestados. Juan Pablo II les colocó un comisario (o dos). Eso sí, de su propia congregación. Y, durante su pontificado, perdieron influencia en Roma. Y fueron señalados poco menos que como herejes. Pero los jesuitas se mantuvieron en su sitio: fieles a su carisma y a Roma. Sin estridencias, pero con firmeza, en una época dominada por los movimientos neoconservadores, Legionarios de Cristo (mala copia de los jesuitas) incluidos.

Benedicto XVI los ha rehabilitado y les ha vuelto a encomendar puestos claves en la Curia romana. Por ejemplo, la comunicación eclesial, en manos de Federico Lombardi.

Su presencia en España sigue siendo una referencia. Es verdad que ha pasado para la Compañía española la época de las grandes iconos del pensamiento, pero vienen otros por detrás empujando. Se ha bajado quizás un peldaño en el altísimo nivel conseguido, pero sin llegar al erial de otras congregaciones. Siguen contando con los mejores expertos en casi todos los campos de la investigación, de la ciencia y de la teología.

Sus Universidades (Comillas y Deusto) son signo de excelencia y de prestigio social. Y todavía se sienten con fuerzas para poner en marcha la Universidad Loyola de Andalucía, la primera universidad privada de los jesuitas en el Sur, de la mano de Ildefonso Camacho.

En el ámbito eclesiástico, los jesuitas españoles han apostado por el polo moderado y, a pesar de las insistentes presiones recibidas, no se han movido de ahí. Ni Rouco ha conseguido moverlos. Críticos, pero serios y disciplinados, que para eso tienen el cuarto voto de obediencia al Papa. Dedicados a la formación de las élites, pero sin olvidar en absoluto la atención a los más pobres. En el Pozo del Tío Raimundo y en otros muchos lugares de España. Contemplativos en la acción.

Con editoriales punteras como Sal Terrae, con revistas que marcan la pauta y con Facultades de Teología, como la de Madrid o Granada, que forman a lo más granado del clero español y mundial. O con ONGs como Entreculturas o el Servicio Jesuita a Refugiados, entre las más comprometidas y punteras del mundo. Han pasado por el crisol de los siglos y llevan el marchamo de la Historia. Y de la Iglesia.

Lo tienen casi todo y no les sobra casi nada. Quizás les pediría un poco más de crítica profética en una Iglesia española que pierde fuelle, influencia y capacidad evangelizadora a marchas forzadas. Que fuesen capaces de romper el círculo del miedo y de la asfixia a la que se intenta someter a la mayoría eclesial moderada.

Enhorabuena a la Compañía en la fiesta de su santo fundador, San Ignacio, y a los jesuitas españoles, entre los cuales tengo la satisfacción de contar con excelentes amigos. A.M.D.G.

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