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lunes, 9 de agosto de 2010

La Iglesia frente a los abusos: ¿debo quedarme o irme?


Por Timothy Radcliffe
Publicado por Mirada Global

Desde el principio y a lo largo de la historia, con frecuencia Pedro ha sido una roca inestable, fuente de escándalo, corrupto; sin embargo, es aquel cuya tarea radica en mantenernos unidos para que demos testimonio del triunfo de Cristo el Domingo de Resurrección sobre el poder corruptor del pecado.

El escándalo por los abusos sexuales contra niños y su encubrimiento ha llevado a algunos católicos a replantearse su pertenencia a la institución. Aquí, quien fuera maestro de la orden de los dominicos explica por qué elige quedarse en la Iglesia y por qué ella debe seguir aceptándolo, pase lo que pase.
Nuevas revelaciones de abusos sexuales cometidos por sacerdotes en Alemania e Italia han provocado una ola de ira y disgusto. He recibido mensajes por correo electrónico de personas de toda Europa en los que me preguntan cómo permanecer en la Iglesia. Hasta recibí un formulario de renuncia: ¿qué razones tenía para seguir perteneciendo?

Algunas personas sienten que ya no pueden seguir asociadas a una institución tan corrupta y peligrosa para los niños. El sufrimiento de tantos chicos es, sin duda, espantoso. Deben ser nuestra principal preocupación. Nada de lo que voy a escribir tiene de ningún modo la intención de reducir nuestro horror ante el mal del abuso sexual. Sin embargo, las estadísticas que elaboró el colegio John Jay de justicia penal en 2004 a pedido de los Estados Unidos indican que el clero católico no comete más delitos que el clero casado de otras Iglesias. Algunos estudios registran que el número de delitos es menor en el caso de los sacerdotes católicos. Incluso menor que el de los maestros de escuela laicas, y tal vez la mitad respecto de la población general. El celibato no lleva a la gente a abusar de los niños. Es sencillamente falaz imaginar que dejar la Iglesia por otra confesión dará mayor seguridad a nuestros hijos. Debemos enfrentar el terrible hecho de que el abuso de niños es algo generalizado en cualquier sector de la sociedad. Hacer de la Iglesia el chivo expiatorio sería otra forma de encubrimiento.

¿Pero qué ocurre con el encubrimiento dentro de la Iglesia? ¿Acaso no han sido nuestros obispos terriblemente irresponsables al trasladar a los culpables de un lugar a otro, sin denunciarlos a la policía, perpetuando así los abusos? Sí, a veces. La gran mayoría de estos casos, sin embargo, se retrotrae a las décadas de los sesenta y setenta, cuando los obispos a menudo tendían a considerar el abuso sexual más bien un pecado que una patología, y cuando abogados y psicólogos con frecuencia los tranquilizaban diciéndoles que no había peligro en reasignar a los sacerdotes una vez que hubieran recibido tratamiento.

Es injusto proyectar hacia atrás una conciencia de la naturaleza y gravedad del abuso sexual que simplemente entonces no existía. A fines de los años setenta, con el feminismo en pleno desarrollo, exhibiendo la violencia de algunos varones contra las mujeres, se los alertaba del terrible daño que se infligía a niños vulnerables.

¿Pero qué ocurre con el Vaticano? Benedicto XVI, siendo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) adoptó al respecto una actitud firme, que mantiene siendo Papa. Hoy, un dedo acusador lo señala. Al parecer algunos casos informados a la CDF a su cargo no fueron investigados. ¿No socava esto la credibilidad del Papa? Frente a San Pedro hay manifestantes que exigen su renuncia. Tengo la certeza moral de que no es responsable de esto. Se suele imaginar que el Vaticano es una organización vasta y eficiente. En realidad es minúscula. La CDF sólo emplea a 45 personas que atienden cuestiones de doctrina y disciplinarias para una Iglesia de mil trescientos millones de miembros (el 17% de la población mundial) y unos 400.000 sacerdotes. En mi trato con la CDF como maestro de la orden de los dominicos, pude ver hasta qué punto se esforzaban por dar abasto con la tarea. Los documentos se colaban inadvertidamente por las rendijas. El cardenal Joseph Ratzinger se lamentó ante mí de que el personal era, sencillamente, demasiado escaso.

La gente está indignada por el hecho de que el Vaticano no abra sus archivos y ofrezca una explicación clara de lo ocurrido. ¿Por qué se muestra tan hermético? Católicos enojados y heridos sienten que tienen derecho a un gobierno transparente. Estoy de acuerdo. Pero, para ser justos, tenemos que entender por qué el Vaticano se protege tanto a sí mismo. Hubo más mártires en el siglo XX que en la totalidad de los siglos anteriores: obispos y sacerdotes, religiosos y laicos fueron asesinados en Europa occidental, países soviéticos, África, América latina y Asia.

Muchos católicos todavía hoy son tomados prisioneros y mueren por su fe. Por supuesto, el Vaticano tiende a hacer hincapié en la confidencialidad; algo necesario para proteger a la Iglesia de las personas que quieren su destrucción. Es comprensible, entonces, que el Vaticano reaccione de manera agresiva ante las demandas de transparencia y que perciba que los legítimos pedidos de apertura son una forma de persecución. En efecto, hay en los medios de comunicación personas que quieren dañar la credibilidad de la Iglesia. Pero también tenemos una deuda de gratitud para con la prensa por su insistencia en que la Iglesia enfrente sus fallas. De no haber sido por los medios de comunicación, la vergonzosa situación de los abusos podría haber seguido sin ser afrontada. La confidencialidad también es consecuencia de la insistencia de la Iglesia en que todo acusado tiene derecho a preservar su buen nombre hasta que se pruebe su culpabilidad.

Es muy difícil que esto se entienda en nuestra sociedad, cuyos medios de comunicación destruyen la reputación de la gente sin ningún reparo. ¿Por qué irse? Si es para hallar un cielo más seguro, una Iglesia menos corrupta, creo que van a sentirse defraudados. Yo también anhelo un gobierno más transparente, un debate más abierto, pero el secreto de la Iglesia es entendible y, a veces, necesario. Entender no siempre es condonar, pero resulta necesario para actuar con justicia. ¿Por qué quedarse? Pondré mis cartas sobre la mesa: aun cuando la Iglesia fuera evidentemente peor que otras Iglesias, tampoco me iría. No soy católico porque nuestra Iglesia sea la mejor, ni porque me guste el catolicismo.

Amo muchas cosas de mi Iglesia, no obstante existan aspectos de ella que me disgustan. No soy católico por una “opción consumista” que prefiere una marca a otra, sino porque creo que encarna algo que es esencial al testimonio cristiano de la Resurrección: la unidad visible. Cuando Jesús murió, su comunidad se desmoronó. Había sido traicionado y negado, y la mayoría de sus discípulos huyeron. Fueron principalmente las mujeres quienes lo acompañaron hasta el final. El domingo de Resurrección, se apareció a sus discípulos. Fue más que la resurrección física de un cuerpo muerto. En él, Dios triunfó por sobre todo lo que destruye a la comunidad: el pecado, la cobardía, las mentiras, la incomprensión, el sufrimiento y la muerte.

La Resurrección se hizo evidente al mundo en la asombrosa visión de una comunidad renacida. Estos cobardes y negadores fueron otra vez reunidos. No era gente proba, y estaban avergonzados por lo que habían hecho, pero de nuevo eran uno. La unidad de la Iglesia es signo de la victoria de Cristo sobre las fuerzas que fragmentan y dispersan.

Todos los cristianos son uno en el Cuerpo de Cristo. Siento el más profundo respeto y afecto hacia los cristianos de otras Iglesias que me nutren e inspiran. Pero esta unidad en Cristo precisa una encarnación visible. El cristianismo no es una vaga espiritualidad sino una religión de encarnación en la que las más profundas verdades asumen forma física y, en ocasiones, institucional. Históricamente, esta unidad encontró su foco en Pedro: la Roca en Mateo, Marcos y Lucas; y el pastor del rebaño en el evangelio de Juan.

Desde el principio y a lo largo de la historia, con frecuencia Pedro ha sido una roca inestable, fuente de escándalo, corrupto; y sin embargo es aquel —y sus sucesores— cuya tarea radica en mantenernos unidos para que podamos dar testimonio del triunfo de Cristo el Domingo de Resurrección sobre el poder corruptor del pecado. Por eso, la Iglesia tendrá que cargar conmigo pase lo que pase. Quizás nos avergüence admitir que somos católicos, pero Jesús anduvo con gente que suscitaba vergüenza ya entonces.

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Timothy Radcliffe. Fue maestro de la Orden de Predicadores, único miembro de la provincia inglesa de los dominicos que ha ejercido ese cargo desde la fundación de la orden en 1216. Texto de The Tablet, 10 de abril, 2010, también publicado por revista Criterio, www.revistacriterio.com.ar Traducción: Silvina Floria

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