Muchos de los párrafos del evangelio aluden directamente a las circunstancias históricas que atravesaba el pueblo de Is rael, a quien Jesús dirigía su mensaje.
En cierta ocasión «uno le preguntó: -Señor, ¿ son mu chos los que se salvan? Jesús les dio esta respuesta: -For cejead para abriros paso por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Una vez que el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, por mucho que golpeéis la puerta desde fuera gritando: 'Señor, ábrenos', él os replicará: 'No sé quiénes sois'. Entonces os pondréis a decirle: 'Si hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras calles'; pero él os responderá: 'No sé quiénes sois; ¡lejos de mí, so malvados! Allí será el llanto y el apretar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. Y también de oriente y de occidente, del norte y del sur, habrá quienes vengan a sentarse en el banquete del reino de Dios. Mirad: Hay últimos que serán primeros y hay pri meros que serán últimos'» (Lc 13,22-30).
A la pregunta que le hacen a Jesús, éste no responde di ciendo el número de gente que se va a salvar, sino indicando cómo hay que actuar para formar parte de su comunidad, o lo que es igual, para entrar en el reino de Dios. Esto no es cosa fácil, en principio, pues hay que 'forcejear' para entrar por la puerta estrecha, o lo que es igual, hay que hacerse violencia para hacer propia la opción por Jesús y ponerla en práctica. No se trata ya de pertenecer a un pueblo o no; hay que adhe rirse al mensaje de Jesús y ponerlo en práctica. Mientras Jesús vive, el pueblo de Israel, en calidad de pueblo elegido, está a tiempo de optar por Jesús; después de su muerte, «cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta», habrá ter minado la etapa de privilegio del pueblo de Israel, y quienes perteneciendo a este pueblo lo hagan, lo harán a título indi vidual.
Tras la muerte y resurrección de Jesús, con la que se efec túa la reconciliación entre paganos y gentiles, cualquiera, de oriente y occidente, del norte y del sur, pertenezca o no al pueblo de Israel, podrá sentarse a la mesa en el banquete del reino de Dios, pues el reino, la comunidad cristiana, es una comunidad de puerta estrecha -a la que se entra forcejean do-, pero abierta para quien desee adherirse al mensaje de Jesús.
De ahí que haya primeros -los que desde siempre, per teneciendo al pueblo de Israel, gozaron de ser el 'pueblo ele gido'- que serán últimos -como los paganos- y últimos que serán primeros.
Con la muerte de Jesús se termina la etapa de los privi legios de unos pueblos sobre otros y Dios ofrece su salvación a todos por igual. Ya no bastará con pertenecer a un pueblo, a una raza, a un a cultura para salvarse, sino que la entrada en el reino, puerta de salvación, se realizará por la opción per sonal y por la adhesión individual al mensaje vivido en la práctica de cada día
En cierta ocasión «uno le preguntó: -Señor, ¿ son mu chos los que se salvan? Jesús les dio esta respuesta: -For cejead para abriros paso por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Una vez que el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, por mucho que golpeéis la puerta desde fuera gritando: 'Señor, ábrenos', él os replicará: 'No sé quiénes sois'. Entonces os pondréis a decirle: 'Si hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras calles'; pero él os responderá: 'No sé quiénes sois; ¡lejos de mí, so malvados! Allí será el llanto y el apretar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. Y también de oriente y de occidente, del norte y del sur, habrá quienes vengan a sentarse en el banquete del reino de Dios. Mirad: Hay últimos que serán primeros y hay pri meros que serán últimos'» (Lc 13,22-30).
A la pregunta que le hacen a Jesús, éste no responde di ciendo el número de gente que se va a salvar, sino indicando cómo hay que actuar para formar parte de su comunidad, o lo que es igual, para entrar en el reino de Dios. Esto no es cosa fácil, en principio, pues hay que 'forcejear' para entrar por la puerta estrecha, o lo que es igual, hay que hacerse violencia para hacer propia la opción por Jesús y ponerla en práctica. No se trata ya de pertenecer a un pueblo o no; hay que adhe rirse al mensaje de Jesús y ponerlo en práctica. Mientras Jesús vive, el pueblo de Israel, en calidad de pueblo elegido, está a tiempo de optar por Jesús; después de su muerte, «cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta», habrá ter minado la etapa de privilegio del pueblo de Israel, y quienes perteneciendo a este pueblo lo hagan, lo harán a título indi vidual.
Tras la muerte y resurrección de Jesús, con la que se efec túa la reconciliación entre paganos y gentiles, cualquiera, de oriente y occidente, del norte y del sur, pertenezca o no al pueblo de Israel, podrá sentarse a la mesa en el banquete del reino de Dios, pues el reino, la comunidad cristiana, es una comunidad de puerta estrecha -a la que se entra forcejean do-, pero abierta para quien desee adherirse al mensaje de Jesús.
De ahí que haya primeros -los que desde siempre, per teneciendo al pueblo de Israel, gozaron de ser el 'pueblo ele gido'- que serán últimos -como los paganos- y últimos que serán primeros.
Con la muerte de Jesús se termina la etapa de los privi legios de unos pueblos sobre otros y Dios ofrece su salvación a todos por igual. Ya no bastará con pertenecer a un pueblo, a una raza, a un a cultura para salvarse, sino que la entrada en el reino, puerta de salvación, se realizará por la opción per sonal y por la adhesión individual al mensaje vivido en la práctica de cada día
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