Por Enrique Martínez Lozano
La parábola evangélica habla de “velar” y de “estar preparados”: es una llamada a despertar.
Se trata probablemente de una parábola postpascual –o, al menos, elaborada después de la pascua-, ya que hace referencia a la Parusía o “venida del Hijo de hombre”, una creencia generalizada en la primera comunidad.
La “cintura ceñida” es una alusión directa a la comida del cordero pascual, previa a la liberación de la esclavitud, tal como la relata el libro del Éxodo (12,11):
“Lo comeréis así: la cintura ceñida, los pies calzados, bastón en mano y a toda prisa, porque es la Pascua del Señor”.
Las “lámparas encendidas” dan a entender que la gente de la casa está despierta; cuando se acostaban, todo quedaba a oscuras.
Las expresiones “entrada la noche” y “de madrugada” se refieren a distintas horas nocturnas. Sabemos que los romanos dividían la noche –de 6 de la tarde a las 6 de la mañana- en cuatro vigilias, de tres horas cada una.
Entre los judíos y los griegos, la división era tripartita: tres vigilias de cuatro horas cada una. Según la división que se empleara, el texto original puede indicar que los siervos estaban en vela desde las 9 de la noche a las 3 de la madrugada, o bien desde las 10 a las 6. Sea como fuere, la insistencia es clara: velar, estar despiertos.
La parábola contiene una bienaventuranza: “Dichosos quienes están en vela”. Desde nuestra perspectiva, es evidente que la dicha no se debe al premio “añadido” que el siervo va a recibir. Esa lectura sólo cabe en una religión mítica, entendida en clave de méritos y recompensas.
La dicha no es un “premio”, sino sencillamente expresión de que se ha adoptado la actitud adecuada. La dicha se manifiesta cuando no ponemos obstáculos a lo Real. Del mismo modo que “la alegría es la señal inequívoca de que la vida triunfa” (H. Bergson), la dicha expresa que el Ser fluye.
Para el yo, la dicha es un “objeto” que se imagina en el futuro. Por eso, tiende a hacer de su vida una carrera desbocada en pos de un futuro siempre inalcanzable. Por otro lado, la “dicha” del yo siempre es inestable, porque no puede existir sin su par opuesto: la desdicha.
Venimos a descubrir, entonces, un efecto paradójico: el yo, que busca la dicha desesperadamente, es el único obstáculo para que ella se manifieste. Por eso, en la medida en que nos desidentificamos del yo, el Gozo es. Eran sólo nuestras “etiquetas” e interpretaciones mentales las que lo velaban. Si permaneces en el presente, en la quietud que no juzga, emergerá la Dicha.
Ser es sinónimo de Dicha…, a condición de que no queramos ser “algo”. Porque quien estaría buscando ese “algo”, sería únicamente el yo. El presente –la Presencia- es siempre Dicha, pero la identificación con el yo fractura el presente, nos saca de la Presencia y nos enreda en el laberinto interminable de una mente vagabunda, fuente de inevitable sufrimiento. Pero empecemos desde el principio…
Todo arranca de la confianza: “No temas”, empieza diciendo Jesús. Desprendimiento, vigilancia, servicio… nacen de la certeza del Don; son consecuencia de percibirse y de percibir todo como expresión de la Gracia.
El comportamiento ajustado, armonioso y socialmente eficaz no nace del esfuerzo voluntarista ni del perfeccionismo, sino de la comprensión de lo que somos.
Si, en la práctica, estamos identificados con el yo, no podremos dejar de vivir para él, porque será desde él desde donde veremos la realidad y a nosotros mismos.
Aun sin ser conscientes de ello, la identificación con el yo se plasma en tres creencias:
· creencia de que mi identidad es el yo (la idea mental que tengo de mí);
· creencia de que somos un yo concreto y sólido;
· creencia de que este yo precisa de algo para completarse.
Al ser vacío e inconsistente, el yo es siempre carente y necesitado, por lo que decir “yo” equivale a decir “yo necesito”. Desde esa necesidad, que no es sino la sensación de que uno mismo es incompleto –como el yo con el que previamente se ha identificado-, surge un doble e inevitable movimiento: de atracción hacia todo aquello que sospecha que puede completarlo, y de aversión hacia lo que, sintiéndose vulnerable, experimenta como una potencial amenaza. La identificación con el yo nos impide salir de esa dinámica.
En resumen, lo que se halla en el origen del apego y de la aversión no es sino la ignorancia básica sobre quiénes somos. Y sólo podremos liberarnos de ello cuando acabemos con la idea obsesiva de creernos un “yo” separado, incompleto o inacabado. De otro modo, seguiremos generando sufrimiento a nosotros mismos y a los demás.
¿Cómo salir de esa idea o creencia? Párate. Observa todo lo que se mueve en tu campo de conciencia, toma distancia de todo ello. Cae en la cuenta de que todo aquello que puedes observar está en ti, pero no eres tú. ¿Qué queda? Atención desnuda, Espacio vacío, la pura Conciencia de ser, un “Yo soy” autoevidente que no puede ser objetivado, la Presencia ilimitada que no carece de nada.
Permanecer en la Presencia modifica nuestro modo de ver y de actuar…, porque se ha modificado previamente la percepción de nuestra verdadera identidad. Salimos de la ignorancia que nos mantenía atrapados en la celda del yo (de la mente) y crecemos en consciencia: eso es despertar.
Quien está “despierto”; quien se ancla, no en la mente, sino en la conciencia; quien vive en la Presencia… es dichoso.
Estamos despiertos en la medida en que mantenemos una “atención plena” a lo que acontece en nuestro interior y a nuestro alrededor, sin identificarnos con ello.
Como ha escrito Jon Kabat Zinn –un psiquiatra pionero en la aplicación de la “atención plena” para la prevención del estrés-,
“la atención plena puede ser considerada como una conciencia continua que no enjuicia, que se cultiva prestando, en el momento presente, una atención no reactiva y lo más abierta posible”
(J. KABAT-ZINN, La práctica de la atención plena,
Kairós, Barcelona 2007, 610 pags.).
Un aliado de primer orden para crecer en la “atención plena” es la respiración consciente. La atención a la respiración es, probablemente, la herramienta más eficaz para crecer en consciencia y venir al presente. Y es, al venir al presente, donde apercibimos que nuestra identidad no es el pequeño y necesitado yo que nuestra mente pensaba, sino esa Presencia ilimitada que, en sí misma, es Gozo.
www.enriquemartinezlozano.com
Se trata probablemente de una parábola postpascual –o, al menos, elaborada después de la pascua-, ya que hace referencia a la Parusía o “venida del Hijo de hombre”, una creencia generalizada en la primera comunidad.
La “cintura ceñida” es una alusión directa a la comida del cordero pascual, previa a la liberación de la esclavitud, tal como la relata el libro del Éxodo (12,11):
“Lo comeréis así: la cintura ceñida, los pies calzados, bastón en mano y a toda prisa, porque es la Pascua del Señor”.
Las “lámparas encendidas” dan a entender que la gente de la casa está despierta; cuando se acostaban, todo quedaba a oscuras.
Las expresiones “entrada la noche” y “de madrugada” se refieren a distintas horas nocturnas. Sabemos que los romanos dividían la noche –de 6 de la tarde a las 6 de la mañana- en cuatro vigilias, de tres horas cada una.
Entre los judíos y los griegos, la división era tripartita: tres vigilias de cuatro horas cada una. Según la división que se empleara, el texto original puede indicar que los siervos estaban en vela desde las 9 de la noche a las 3 de la madrugada, o bien desde las 10 a las 6. Sea como fuere, la insistencia es clara: velar, estar despiertos.
La parábola contiene una bienaventuranza: “Dichosos quienes están en vela”. Desde nuestra perspectiva, es evidente que la dicha no se debe al premio “añadido” que el siervo va a recibir. Esa lectura sólo cabe en una religión mítica, entendida en clave de méritos y recompensas.
La dicha no es un “premio”, sino sencillamente expresión de que se ha adoptado la actitud adecuada. La dicha se manifiesta cuando no ponemos obstáculos a lo Real. Del mismo modo que “la alegría es la señal inequívoca de que la vida triunfa” (H. Bergson), la dicha expresa que el Ser fluye.
Para el yo, la dicha es un “objeto” que se imagina en el futuro. Por eso, tiende a hacer de su vida una carrera desbocada en pos de un futuro siempre inalcanzable. Por otro lado, la “dicha” del yo siempre es inestable, porque no puede existir sin su par opuesto: la desdicha.
Venimos a descubrir, entonces, un efecto paradójico: el yo, que busca la dicha desesperadamente, es el único obstáculo para que ella se manifieste. Por eso, en la medida en que nos desidentificamos del yo, el Gozo es. Eran sólo nuestras “etiquetas” e interpretaciones mentales las que lo velaban. Si permaneces en el presente, en la quietud que no juzga, emergerá la Dicha.
Ser es sinónimo de Dicha…, a condición de que no queramos ser “algo”. Porque quien estaría buscando ese “algo”, sería únicamente el yo. El presente –la Presencia- es siempre Dicha, pero la identificación con el yo fractura el presente, nos saca de la Presencia y nos enreda en el laberinto interminable de una mente vagabunda, fuente de inevitable sufrimiento. Pero empecemos desde el principio…
Todo arranca de la confianza: “No temas”, empieza diciendo Jesús. Desprendimiento, vigilancia, servicio… nacen de la certeza del Don; son consecuencia de percibirse y de percibir todo como expresión de la Gracia.
El comportamiento ajustado, armonioso y socialmente eficaz no nace del esfuerzo voluntarista ni del perfeccionismo, sino de la comprensión de lo que somos.
Si, en la práctica, estamos identificados con el yo, no podremos dejar de vivir para él, porque será desde él desde donde veremos la realidad y a nosotros mismos.
Aun sin ser conscientes de ello, la identificación con el yo se plasma en tres creencias:
· creencia de que mi identidad es el yo (la idea mental que tengo de mí);
· creencia de que somos un yo concreto y sólido;
· creencia de que este yo precisa de algo para completarse.
Al ser vacío e inconsistente, el yo es siempre carente y necesitado, por lo que decir “yo” equivale a decir “yo necesito”. Desde esa necesidad, que no es sino la sensación de que uno mismo es incompleto –como el yo con el que previamente se ha identificado-, surge un doble e inevitable movimiento: de atracción hacia todo aquello que sospecha que puede completarlo, y de aversión hacia lo que, sintiéndose vulnerable, experimenta como una potencial amenaza. La identificación con el yo nos impide salir de esa dinámica.
En resumen, lo que se halla en el origen del apego y de la aversión no es sino la ignorancia básica sobre quiénes somos. Y sólo podremos liberarnos de ello cuando acabemos con la idea obsesiva de creernos un “yo” separado, incompleto o inacabado. De otro modo, seguiremos generando sufrimiento a nosotros mismos y a los demás.
¿Cómo salir de esa idea o creencia? Párate. Observa todo lo que se mueve en tu campo de conciencia, toma distancia de todo ello. Cae en la cuenta de que todo aquello que puedes observar está en ti, pero no eres tú. ¿Qué queda? Atención desnuda, Espacio vacío, la pura Conciencia de ser, un “Yo soy” autoevidente que no puede ser objetivado, la Presencia ilimitada que no carece de nada.
Permanecer en la Presencia modifica nuestro modo de ver y de actuar…, porque se ha modificado previamente la percepción de nuestra verdadera identidad. Salimos de la ignorancia que nos mantenía atrapados en la celda del yo (de la mente) y crecemos en consciencia: eso es despertar.
Quien está “despierto”; quien se ancla, no en la mente, sino en la conciencia; quien vive en la Presencia… es dichoso.
Estamos despiertos en la medida en que mantenemos una “atención plena” a lo que acontece en nuestro interior y a nuestro alrededor, sin identificarnos con ello.
Como ha escrito Jon Kabat Zinn –un psiquiatra pionero en la aplicación de la “atención plena” para la prevención del estrés-,
“la atención plena puede ser considerada como una conciencia continua que no enjuicia, que se cultiva prestando, en el momento presente, una atención no reactiva y lo más abierta posible”
(J. KABAT-ZINN, La práctica de la atención plena,
Kairós, Barcelona 2007, 610 pags.).
Un aliado de primer orden para crecer en la “atención plena” es la respiración consciente. La atención a la respiración es, probablemente, la herramienta más eficaz para crecer en consciencia y venir al presente. Y es, al venir al presente, donde apercibimos que nuestra identidad no es el pequeño y necesitado yo que nuestra mente pensaba, sino esa Presencia ilimitada que, en sí misma, es Gozo.
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