Por Jesús Peláez
Es humano el afán de ser, de situarse, de estar sobre los demás. Parece tan natural convivir con este deseo que lo con trario se etiqueta de 'idiotez'. Quien no aspira a más, quien no se sitúa por encima de los demás, quien no se sobrevalora, es tachado, a veces, de 'tonto'.
En nuestra sociedad hay un complejo sistema de normas de protocolo por las que cada uno se debe situar en ella según su valía. En los actos públicos, las autoridades civiles o reli giosas ocupan uno u otro lugar según escalafón, observando una rigurosa jerarquía en los puestos. Se está ya tan acostum brado a tales normas, que parece normal este comportamiento jerarquizado.
En este ambiente, el evangelio aparece trasnochado. «Cuando alguien te convide a una boda, no te sientes en el primer puesto, que a lo mejor han convidado a otro de más categoría que tú; se acercará el que os invitó a ti y a él y te dirá: 'Déjale el puesto a éste'. Entonces, avergonzado, tendrás que ir bajando hasta el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete derecho a sentarte en el último puesto, para que cuando venga el que te convidó te diga: 'Amigo, sube más arriba'. Así quedarás muy bien ante los demás comensales.» Lección magistral del evangelio, llena de sentido co mún, que no suele ponerse en práctica con frecuencia. No hay que darse postín; deben ser los demás quienes nos den la me teada importancia; lo contrario puede traer malas consecuen cias. El cristiano no debe situarse nunca por propia voluntad en lugar preferente.
No sólo no darse importancia, sino actuar siempre desin teresadamente. «Cuando des una comida o una cena no invi tes a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; no sea que te inviten ellos para correspon der y quedes pagado. Cuando des un banquete invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y dichoso tú entonces, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos» (Lc 14,12-14}. Este dicho de Jesús es una invitación a la generosidad que no busca ser compensada, al desinterés, a cele brar la fiesta con quienes nadie celebra y con aquellos de los que no se puede esperar nada. El cristiano debe sentar a su mesa a los marginados de la sociedad, que no tienen, por lo común, lugar en la mesa de la vida: pobres, lisiados, cojos y ciegos. Quien así actúa sentirá la dicha verdadera de quien da sin esperar recibir.
Estos dos dichos de Jesús muestran las reglas de oro del protocolo cristiano: renunciar a darse importancia, invitar a quienes no pueden corresponder; dar la preferencia a los demás, sentar a la mesa de la vida a quienes hemos arrojado lejos de la sociedad.
Quien esto hace, merece una bienaventuranza que viene a sumarse al catálogo de las ocho del sermón del monte: «Di choso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resu citen los justos.»
En nuestra sociedad hay un complejo sistema de normas de protocolo por las que cada uno se debe situar en ella según su valía. En los actos públicos, las autoridades civiles o reli giosas ocupan uno u otro lugar según escalafón, observando una rigurosa jerarquía en los puestos. Se está ya tan acostum brado a tales normas, que parece normal este comportamiento jerarquizado.
En este ambiente, el evangelio aparece trasnochado. «Cuando alguien te convide a una boda, no te sientes en el primer puesto, que a lo mejor han convidado a otro de más categoría que tú; se acercará el que os invitó a ti y a él y te dirá: 'Déjale el puesto a éste'. Entonces, avergonzado, tendrás que ir bajando hasta el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete derecho a sentarte en el último puesto, para que cuando venga el que te convidó te diga: 'Amigo, sube más arriba'. Así quedarás muy bien ante los demás comensales.» Lección magistral del evangelio, llena de sentido co mún, que no suele ponerse en práctica con frecuencia. No hay que darse postín; deben ser los demás quienes nos den la me teada importancia; lo contrario puede traer malas consecuen cias. El cristiano no debe situarse nunca por propia voluntad en lugar preferente.
No sólo no darse importancia, sino actuar siempre desin teresadamente. «Cuando des una comida o una cena no invi tes a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; no sea que te inviten ellos para correspon der y quedes pagado. Cuando des un banquete invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y dichoso tú entonces, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos» (Lc 14,12-14}. Este dicho de Jesús es una invitación a la generosidad que no busca ser compensada, al desinterés, a cele brar la fiesta con quienes nadie celebra y con aquellos de los que no se puede esperar nada. El cristiano debe sentar a su mesa a los marginados de la sociedad, que no tienen, por lo común, lugar en la mesa de la vida: pobres, lisiados, cojos y ciegos. Quien así actúa sentirá la dicha verdadera de quien da sin esperar recibir.
Estos dos dichos de Jesús muestran las reglas de oro del protocolo cristiano: renunciar a darse importancia, invitar a quienes no pueden corresponder; dar la preferencia a los demás, sentar a la mesa de la vida a quienes hemos arrojado lejos de la sociedad.
Quien esto hace, merece una bienaventuranza que viene a sumarse al catálogo de las ocho del sermón del monte: «Di choso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resu citen los justos.»
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