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sábado, 28 de agosto de 2010

XXII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 14, 1.7-14) - Ciclo C: ¿Y los no convidados?



“Invitados”, “cuando invites”. Hay invitados y no invitados. Los invitados pueden escoger los primeros puestos o los últimos. Pero ¿qué puesto pueden elegir los no invitados, aquellos a quienes nadie invita? ¿Qué lugar han de ocupar los no invitados?

Tal vez el Evangelio de hoy tendríamos que leerlo hoy al revés. No el Evangelio de los invitados, sino el Evangelio de los no invitados. Porque en realidad son más aquellos que nadie invita que aquellos a quienes invitamos cada día. Esos que no tienen la posibilidad ni de elegir los primeros puestos, ni tampoco los últimos.
Estoy pensando en dos tipos de no invitados:
Los no invitados por la sociedad.
Los no invitados por la Iglesia.

Los no invitados por la sociedad todos los conocemos:
Son todos los marginados.
Son todos los excluidos.
Son todos los pobres.
Son todos los que luego no pueden invitarnos.
Los que carecen de una mesa o de una silla para sentarse.
Les basta la silla del suelo y la mesa es un papel tendido sobre la tierra.

A la mesa de la riqueza y del bienestar sólo algunos tienen el privilegio de ser invitados. A la reunión de los 7 o de los 20 ahora, sólo pertenecen aquellos que lo tienen todo.
¿Quién invita a la reunión de los 7 o de los 20 a los pueblos marginados?
¿Quién les invita a los pobres del mundo?
¿Quién les invita a aquellos cuyas riquezas muchas veces explotamos los demás?
¿A caso no tienen nada que decir hoy a los países ricos?

Los no invitados por la Iglesia, tal vez pasan más desapercibidos.
La verdad que no sé cuántos pobres son invitados por la Iglesia a sentarse a la mesa de los grandes.
Tampoco en la mía veo demasiados invitados pobres.
Porque cuando alguien es invitado a mi comunidad, tiene que ser o una alta autoridad de la Jerarquía, a algún amigo al que le debemos favores.
En todos los años que llevo de vida consagrada todavía no he visto invitado a ningún pobre o mendigo.
Siempre he sentido cierto rechazo a esos titulares de los periódicos cuando hablan de que el Papa, los Obispos, los Sacerdotes en un acto de humildad han lavado los pies a doce pobres, doce ciegos o doce hombres del Asilo de Ancianos.
Porque siempre pensé que lavar los pies a un hermano, quienquiera que fuese, no era un acto de humildad sino de espíritu de servicialidad. Lavar los pies a un pobre no es un gesto de humildad sino de servicio.

¿Y quién invita a las mujeres en la Iglesia?
¿No son también ellas las excluidas en la Iglesia?
¿No las excluimos de casi todo en la Iglesia?
No las excluimos de la comunión eucarística, claro está.
Pero luego las queremos lejos del altar.
¿Contamos con ellos a la hora de tomar decisiones?
Tenemos el “Presbiterio de los sacerdotes”.
Aún no conozco “Presbiterio alguno de mujeres”.
No entro en la discusión de su exclusión del Sacerdocio.
Pero no todo es sacerdotal en la Iglesia.
Hay muchas cosas no sacerdotales en la Iglesia.
Se necesitan algo más que secretarias.
¿Pero dónde están ellas a la hora de tomar decisiones?

Si en la sociedad política mandan los ricos y son ellos que toman las decisiones para todo el mundo, en la Iglesia quienes mandan son los hombres y, son ellos, principalmente sacerdotes, los que toman las decisiones para toda la Iglesia. Incluso si se trata de tomar decisiones sobre las mujeres, o sobre el matrimonio.

Lo que pretende Jesús aquí es salir en defensa de la “comensalía” como espacio de encuentro de todos, de amistad y de fraternidad entre todos. Pero, no solo podemos hablar de “comensalía” para compartir el pan sino para compartir la vida integral.
Simón se escandalizó de que una mujer, y esta pecadora besara y lavase los pies de Jesús. ¿Aceptaríamos hoy que las mujeres lavasen los pies en la Iglesia o sólo las queremos para que nos laven los platos en la cocina?

Los discípulos pudieron discutir quién de ellos sería el mayor en el Reino de los cielos. Las mujeres aún no tienen la oportunidad cuál de ellas puede ocupar el primer lugar en la Iglesia.

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