El texto ha sido abreviado para su lectura litúrgica. Jesús entra a comer en casa de un fariseo importante. Es sábado y le espían. Entonces cura a un hidrópico y desarrolla su característica enseñanza (el sábado para el hombre - hay que hacer el bien también en sábado). A continuación, el evangelista añade las enseñanzas que hoy leemos.
Éstas son evidentemente de dos clases: las primeras no son más que sabiduría tradicional. A Jesús le parece ridículo ese afán de ocupar los primeros puestos, de darse importancia.
Al final hay dos enseñanzas verdaderamente características de Jesús.
"El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido" conecta con esa repetida y querida enseñanza de Jesús sobre "los primeros y los últimos". Se evidencia el juicio de Jesús sobre aquellos fariseos que se creían importantes, mejores que otros, y hacían manifestación pública de esa convicción. Y se evidencia también el juicio habitual de Jesús sobre las personas.
Primeros y últimos, para nosotros, para la mayoría, se establece según el dinero, la influencia, el poder... Jesús sólo mira al corazón, sabe lo que hay dentro de cada persona y aprecia a cada uno según su apertura al Reino, según su disposición ante Dios.
Por eso son últimos muchos de los "importantes". Por eso son primeros muchos de los insignificantes.
Pero al final, y con escasa conexión con lo anterior, nos encontramos con un texto característico de Jesús. En él encontramos lo que podríamos llamar la lógica absurda de Jesús. ¿No hay que invitar a cenar a los amigos? ¿No es buena una comida familiar...?
Nos encontramos por supuesto ante el género paradójico, tan usado por Jesús. A Jesús le gustan las exageraciones, las paradojas, porque a la gente le gustan también, porque permiten que el mensaje penetre con claridad y agudeza. Hay en los evangelios muchas muestras de este género:
· el camello y el ojo de la aguja;
· si tu ojo te escandaliza, arráncatelo,
· la parábola de los viñadores de la hora undécima,
· el administrador infiel,
· la figura del padre del hijo pródigo...
No se trata de tomar al pie de la letra un mandato, sino de dejar claro un mensaje. Y el mensaje es aquí la radicalidad del Reino. Invitar, ser invitado, comer con los amigos... está muy bien, es incluso necesario y bueno: dar de comer al hambriento está en otra dimensión: es aún mucho mejor.
"Dichoso tú, porque no pueden pagarte" nos asoma al mundo paradójico de las Bienaventuranzas. Llamar "dichosos" a los pobres, a los que sufren... etc., etc. es absurdo. ¿Tenemos que pensar que es bueno estar enfermo, que es bueno no tener para comer...?
Evidentemente, no. Pero lo contrario no es, sin más, correcto. Tener dinero, estar sano etc. puede ser bueno o no serlo. Si conduce al reino, si vale para el reino, es bueno. Si aparta del reino, si impide el reino, es malo. Pero nosotros tendemos a afirmar "dichosos los ricos, dichosos los sanos", sin más, conduzcan al reino o no.
Y además, más al fondo, dinero, salud, amigos, influencias, poder etc. pueden y suele ser las más insidiosas trampas, porque nos llevan a considerar que eso es el reino, el único reino deseable y esperable: salud, dinero, amor, aquí y ahora... haciéndonos además la ilusión de que van a ser para siempre.
Así, la expresión ‘dichosos...’ de las bienaventuranzas es la forma paradójica, sorprendente, de hacernos caer en la cuenta de dónde está el verdadero valor de todas las cosas.
En el texto de hoy, invitar a los amigos, a los parientes... es un valor. Cenamos juntos para celebrar y confirmar nuestra amistad. Jesús mismo era bien conocido por el valor que daba a sus comidas, porque recibía invitaciones. La eucaristía nació en una cena de despedida con sus íntimos. No, Jesús no está negando el valor de nuestras invitaciones, de nuestras reuniones familiares...
Jesús aprovecha la oportunidad de una comida para volver a exponer la radicalidad del reino: todo eso tiene valor si vale para el reino, y sólo entonces. Dar de comer a los que necesitan comer es un valor claro: sin ninguna mezcla de interés, de instalación, de vanidad.
Esto nos lleva a planteamientos más generales y profundamente inquietantes en nuestra sociedad occidental. Vivimos en una relativa prosperidad, no carecemos de lo necesario e incluso tenemos mucho más de lo que necesitamos, vestimos bien, tenemos dinero en el banco, estamos sanos, nuestro sistema sanitario previene o cura nuestras enfermedades, tenemos amigos, tenemos trabajo...
Y en todas esas cosas encontramos nuestra satisfacción, nuestra paga. "Dichoso tú, porque no pueden pagarte" se aplica muy bien a nuestra situación, en negativo. Jesús mismo lo dijo en otra ocasión: "Ya han recibido su paga" (Mateo 6,5).
Todas nuestras actividades, nuestro modo de vivir, nos retribuyen, llevan consigo su satisfacción... y nos quitan el hambre del reino. La salud, el dinero y todo lo demás son medios estupendos para trabajar por el reino; pero se nos convierten en fines, los usamos para disfrutar de ellos, son nuestros ídolos. Entonces se convierten en males.
Jesús es radical: si algo te perjudica, arráncatelo. Pero esta radicalidad es lógica... si lo primero es el reino.
Una vez más, la imagen del caminante es iluminadora:
cómodas botas de lona o elegantes zapatos de altos tacones,
mochila con lo indispensable o kilos y kilos de...
una cantimplora con agua o varias botellas de licor...
¿Bueno o malo? Según lo que se pretenda:
si pretendemos caminar bien y alcanzar nuestra meta,
o si renunciamos a caminar, a ir a alguna parte, y pretendemos sin más sentarnos a disfrutar.
Interpretando hasta el final la imagen, Jesús entiende que el ser humano es un proyecto: se puede realizar, se puede echar a perder.
Esto es tan importante, tan vital, que todo se debe ordenar a ese fin, la realización del proyecto de persona que cada uno somos. Ese fin polariza todas las demás cosas, que se convierten en medios: medios de realización, medios de fracaso. Es la importancia que Jesús da a la realización de cada persona lo que le hace ser tan radical.
Nuestra sociedad occidental vive en una ficción del paraíso. Por eso, nuestras peticiones a Dios suelen consistir en que esto dure. "Venga tu reino" es la expresión de la inconformidad, del deseo de una realidad, personal y comunitaria, más satisfactoria. Pero solemos conformarnos con menos.
Éstas son evidentemente de dos clases: las primeras no son más que sabiduría tradicional. A Jesús le parece ridículo ese afán de ocupar los primeros puestos, de darse importancia.
Al final hay dos enseñanzas verdaderamente características de Jesús.
"El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido" conecta con esa repetida y querida enseñanza de Jesús sobre "los primeros y los últimos". Se evidencia el juicio de Jesús sobre aquellos fariseos que se creían importantes, mejores que otros, y hacían manifestación pública de esa convicción. Y se evidencia también el juicio habitual de Jesús sobre las personas.
Primeros y últimos, para nosotros, para la mayoría, se establece según el dinero, la influencia, el poder... Jesús sólo mira al corazón, sabe lo que hay dentro de cada persona y aprecia a cada uno según su apertura al Reino, según su disposición ante Dios.
Por eso son últimos muchos de los "importantes". Por eso son primeros muchos de los insignificantes.
Pero al final, y con escasa conexión con lo anterior, nos encontramos con un texto característico de Jesús. En él encontramos lo que podríamos llamar la lógica absurda de Jesús. ¿No hay que invitar a cenar a los amigos? ¿No es buena una comida familiar...?
Nos encontramos por supuesto ante el género paradójico, tan usado por Jesús. A Jesús le gustan las exageraciones, las paradojas, porque a la gente le gustan también, porque permiten que el mensaje penetre con claridad y agudeza. Hay en los evangelios muchas muestras de este género:
· el camello y el ojo de la aguja;
· si tu ojo te escandaliza, arráncatelo,
· la parábola de los viñadores de la hora undécima,
· el administrador infiel,
· la figura del padre del hijo pródigo...
No se trata de tomar al pie de la letra un mandato, sino de dejar claro un mensaje. Y el mensaje es aquí la radicalidad del Reino. Invitar, ser invitado, comer con los amigos... está muy bien, es incluso necesario y bueno: dar de comer al hambriento está en otra dimensión: es aún mucho mejor.
"Dichoso tú, porque no pueden pagarte" nos asoma al mundo paradójico de las Bienaventuranzas. Llamar "dichosos" a los pobres, a los que sufren... etc., etc. es absurdo. ¿Tenemos que pensar que es bueno estar enfermo, que es bueno no tener para comer...?
Evidentemente, no. Pero lo contrario no es, sin más, correcto. Tener dinero, estar sano etc. puede ser bueno o no serlo. Si conduce al reino, si vale para el reino, es bueno. Si aparta del reino, si impide el reino, es malo. Pero nosotros tendemos a afirmar "dichosos los ricos, dichosos los sanos", sin más, conduzcan al reino o no.
Y además, más al fondo, dinero, salud, amigos, influencias, poder etc. pueden y suele ser las más insidiosas trampas, porque nos llevan a considerar que eso es el reino, el único reino deseable y esperable: salud, dinero, amor, aquí y ahora... haciéndonos además la ilusión de que van a ser para siempre.
Así, la expresión ‘dichosos...’ de las bienaventuranzas es la forma paradójica, sorprendente, de hacernos caer en la cuenta de dónde está el verdadero valor de todas las cosas.
En el texto de hoy, invitar a los amigos, a los parientes... es un valor. Cenamos juntos para celebrar y confirmar nuestra amistad. Jesús mismo era bien conocido por el valor que daba a sus comidas, porque recibía invitaciones. La eucaristía nació en una cena de despedida con sus íntimos. No, Jesús no está negando el valor de nuestras invitaciones, de nuestras reuniones familiares...
Jesús aprovecha la oportunidad de una comida para volver a exponer la radicalidad del reino: todo eso tiene valor si vale para el reino, y sólo entonces. Dar de comer a los que necesitan comer es un valor claro: sin ninguna mezcla de interés, de instalación, de vanidad.
Esto nos lleva a planteamientos más generales y profundamente inquietantes en nuestra sociedad occidental. Vivimos en una relativa prosperidad, no carecemos de lo necesario e incluso tenemos mucho más de lo que necesitamos, vestimos bien, tenemos dinero en el banco, estamos sanos, nuestro sistema sanitario previene o cura nuestras enfermedades, tenemos amigos, tenemos trabajo...
Y en todas esas cosas encontramos nuestra satisfacción, nuestra paga. "Dichoso tú, porque no pueden pagarte" se aplica muy bien a nuestra situación, en negativo. Jesús mismo lo dijo en otra ocasión: "Ya han recibido su paga" (Mateo 6,5).
Todas nuestras actividades, nuestro modo de vivir, nos retribuyen, llevan consigo su satisfacción... y nos quitan el hambre del reino. La salud, el dinero y todo lo demás son medios estupendos para trabajar por el reino; pero se nos convierten en fines, los usamos para disfrutar de ellos, son nuestros ídolos. Entonces se convierten en males.
Jesús es radical: si algo te perjudica, arráncatelo. Pero esta radicalidad es lógica... si lo primero es el reino.
Una vez más, la imagen del caminante es iluminadora:
cómodas botas de lona o elegantes zapatos de altos tacones,
mochila con lo indispensable o kilos y kilos de...
una cantimplora con agua o varias botellas de licor...
¿Bueno o malo? Según lo que se pretenda:
si pretendemos caminar bien y alcanzar nuestra meta,
o si renunciamos a caminar, a ir a alguna parte, y pretendemos sin más sentarnos a disfrutar.
Interpretando hasta el final la imagen, Jesús entiende que el ser humano es un proyecto: se puede realizar, se puede echar a perder.
Esto es tan importante, tan vital, que todo se debe ordenar a ese fin, la realización del proyecto de persona que cada uno somos. Ese fin polariza todas las demás cosas, que se convierten en medios: medios de realización, medios de fracaso. Es la importancia que Jesús da a la realización de cada persona lo que le hace ser tan radical.
Nuestra sociedad occidental vive en una ficción del paraíso. Por eso, nuestras peticiones a Dios suelen consistir en que esto dure. "Venga tu reino" es la expresión de la inconformidad, del deseo de una realidad, personal y comunitaria, más satisfactoria. Pero solemos conformarnos con menos.
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