El mensaje de Jesús obliga a un replanteamiento total de la vida. Quien escucha sinceramente el evangelio intuye que se le invita a comprender, de una manera radicalmente nueva, el sentido último de todo y la orientación decisiva de toda su conducta.
Es difícil permanecer indiferente ante la palabra de Jesús, al menos, si uno sigue creyendo en la posibilidad de ser más humano cada día. Difícil no sentir inquietud y hasta cierto malestar al escuchar palabras como las que hoy nos recuerda el texto evangélico: «No podéis servir a Dios y al dinero».
Y, sin embargo, se entiende bien el pensamiento de Jesús. Es imposible ser fiel a un Dios que es Padre de todos los hombres y vivir, al mismo tiempo, esclavo del dinero y del propio interés.
Sólo hay una manera de vivir como «hijo» de Dios, y es, vivir realmente como «hermano» de los demás. Por eso, el que vive al servicio de sus bienes, dineros e intereses, no puede preocuparse de sus hermanos y no puede, por tanto, ser hijo fiel de Dios.
Hay algo que los cristianos olvidamos con excesiva facilidad. Ser cristiano exige cambiar radicalmente nuestros criterios de actuación y encauzar nuestra vida por caminos completamente diferentes a los que nos ofrece la sociedad actual.
En concreto, el que toma en serio a Jesús, sabe que no puede organizar su vida desde el proyecto egoísta de poseer ilimitadamente siempre más y más, sino que debe aprender a compartir y solidarizarse con los más necesitados. Al hombre que vive dominado por el interés económico, aunque viva una vida piadosa y recta, le falta algo esencial para ser cristiano: romper la servidumbre del «poseer» que le quita libertad para escuchar y responder a las necesidades de los más pobres.
No tiene otra alternativa. Y no puede engañarse, creyéndose «pobre de espíritu» en lo íntimo de su corazón. Porque el que realmente tiene alma de pobre, no puede seguir disfrutando tranquilamente de sus bienes mientras junto a él hay hombres necesitados hasta de lo más elemental.
Y no podemos tampoco engañarnos nadie, creyendo que «los ricos» siempre son los otros. La situación de crisis económica que está dejando en paro a tantos hombres y mujeres nos puede obligar a revisar nuestros presupuestos de vida, para ver si no debemos reducirlos y solidarizarnos de manera concreta con ellos. Sería un buen «test» para descubrir si servimos a Dios o a nuestro dinero.
Es difícil permanecer indiferente ante la palabra de Jesús, al menos, si uno sigue creyendo en la posibilidad de ser más humano cada día. Difícil no sentir inquietud y hasta cierto malestar al escuchar palabras como las que hoy nos recuerda el texto evangélico: «No podéis servir a Dios y al dinero».
Y, sin embargo, se entiende bien el pensamiento de Jesús. Es imposible ser fiel a un Dios que es Padre de todos los hombres y vivir, al mismo tiempo, esclavo del dinero y del propio interés.
Sólo hay una manera de vivir como «hijo» de Dios, y es, vivir realmente como «hermano» de los demás. Por eso, el que vive al servicio de sus bienes, dineros e intereses, no puede preocuparse de sus hermanos y no puede, por tanto, ser hijo fiel de Dios.
Hay algo que los cristianos olvidamos con excesiva facilidad. Ser cristiano exige cambiar radicalmente nuestros criterios de actuación y encauzar nuestra vida por caminos completamente diferentes a los que nos ofrece la sociedad actual.
En concreto, el que toma en serio a Jesús, sabe que no puede organizar su vida desde el proyecto egoísta de poseer ilimitadamente siempre más y más, sino que debe aprender a compartir y solidarizarse con los más necesitados. Al hombre que vive dominado por el interés económico, aunque viva una vida piadosa y recta, le falta algo esencial para ser cristiano: romper la servidumbre del «poseer» que le quita libertad para escuchar y responder a las necesidades de los más pobres.
No tiene otra alternativa. Y no puede engañarse, creyéndose «pobre de espíritu» en lo íntimo de su corazón. Porque el que realmente tiene alma de pobre, no puede seguir disfrutando tranquilamente de sus bienes mientras junto a él hay hombres necesitados hasta de lo más elemental.
Y no podemos tampoco engañarnos nadie, creyendo que «los ricos» siempre son los otros. La situación de crisis económica que está dejando en paro a tantos hombres y mujeres nos puede obligar a revisar nuestros presupuestos de vida, para ver si no debemos reducirlos y solidarizarnos de manera concreta con ellos. Sería un buen «test» para descubrir si servimos a Dios o a nuestro dinero.
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