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jueves, 9 de septiembre de 2010

Dom 12-09-10: Un Padre tenía dos hijos… Dejarse sorprender por Dios


Publicado por El Blog de X. Pikaza

Domingo 24, tiempo ordinario. Lc 15, 1-32: un Padre con dos hijos, el Hijo Pródigo. Me sale así ¡ay qué padre! Ayer coincidimos con unos amigos y hablamos al fin de valor y de los posibles riesgos que tiene el decir que Dios es Padre. Disentimos en muchas cosas, pero en dos convinimos. (a) Buscándole nombres a Dios andamos desde miles y miles de años, nosotros, los humanos, en un ejercicio incesante de fantasia y realidad, de invención y revelación. (b) Nos pareció también que la polémica suscitada sobre unas afirmaciones de Hawking resultaba, en general, poco sería (y de ello hablaré de alguna forma en lo que sigue).

La existencia de Dios no es algo que se puede jugar y negar tirando unos dados, en una simple nota de pie de página. Si algo ha habiado serio y creador, intenso y despedido, en la vida de los hombres y mujeres ha sido la búsqueda (y descubrimiento) de Dios, con los nombres que le venimos dando:

Desde Baal hasta Jaungoikoa,
desde el secreto YHWH hasta el G**d de algunos postmodernos...

Nombres de emoción casi infinita,
como el Señor y el Siervo/Ministro de todos,
y el padre-madre de muchos,
y el Ente supremo de otros (¡Dios era ente para ellos, virtual y real!)
y el Sumo No-Ser de algunos místicos
y el id quo maius nihil cogitari potest del gran Anselmo
y aquel de quien la ciencia nada sabe de S. W. Hawking, ya citado

Buscándole nombres andamos, y el de Padre me parece quizá el menos malo (o más bueno), a pesar de que a veces tengamos la tentación de decir que es un Nick.

Ciertamente, Padre es un nombre de parábola, como indica con soberana claridad la parábola de la liturgia de este domingo: “Un Padre tenía dos hijos…”. Ahí estamos todos, entre los dos hijos y el padre, como personajes vivos de esta parábola gozosa e inquietante. Sin duda, en ella seguimos morando, desde un Padre que afloja la cuerda para que seamos (teniéndonos prendidos en amor, de otra manera) y unos hermanos que luchan y a veces incluso se matan, pero están llamados a reconocerse y vivir en la misma casa.

Tentación he tenido de comentar hoy otra vez esa parábola, una vez más (¡serian ya tantas!), pero me he contenido, pues recuerdo haberlo hecho en este mismo blog, dejando abierta la sima de la bondad del padre y planteando al fin la pregunta de si el “hijo golfo” de la película (de la parábola) venía al mar de los brazos del Padre expectante, emocionado, por arrepentimiento de verdad, o si lo hacía tan sólo por simple cálculo de vientre alto y bajo, para dejar las bellotas de cerdo(palestinas o ibéricas), y para comer con manteles, psn y vino, y "con música y con chicas agradables" (perdonen el machismo latente o claro)... en la casa del Padre. Hace tres años hubo dura discusión de entes virtuales en el blog. Este año quisiera que pudiéramos centrarnos en la luz del Dos que penetra hasta la Piedra, en el claro del bosque.

Introducción

No voy a comentar de nuevo el texto luminoso de Lucas, busque quien quiera mi comentario anterior , con el buscador del blog, que es cosa fácil (hace tres años, un domingo ordinario 24, hacia mediados de septiembre). Hoy prefiero decir algo de Dios como Padre, en línea bíblica, que alguno llamará “piadosa” y algún otro, como de costumbre, heterodoxa, teniendo de fondo la polémica, a mi juicio, poco intelitenge que ha suscitdo el gran físico Hawking, que parece no ser tan grande en cuestiones de filosofía y religiòn. .

Ciertamente, el Padre de la parábola de Jesús es heterodoxo, no cabe en la iglesia de los hermanos mayores, pero entra, porque es Dios y porque quiere (nos quiere), pero sin imponerse. Éstas que siguen son algunas reflexiones sobre el Padre Dios en los evangelio (queda siempre al fondo y sobresale la imagen de Dios Madre, sin olvidar nunca que Padre es también una imagen, y que entre imágenes no hay contradicción, como entre conceptos, sin complementariedad). Buen domingo a todos. Evidentemente, quien quiera entrar de verdad en el tema tome su Biblia y lea el texto, Lc 15, 1-32.

Abba Dios, valor infinito de los pobres

En un libro clave sobre La esencia del cristianismo, Adolf von Harnack (1851-1930) afirmaba que Jesús había ofrecido dos aportaciones básicas en la historia de la humanidad.
(1) Había descubierto la paternidad de Dios, que actúa como amor cercano, más que como ley.
(2) Había destacado el valor infinito de cada una de las almas humanas, a las que debemos ofrecer respeto y amor fraterno . Acepto esa propuesta de Harnack, pero pienso que ella resulta demasiado pálida (idealista) y que debemos matizarla, partiendo del contexto y de la vida de Jesús, que veneró a Dios como Abba de los pobres y que no puso de relieve el valor infinito del alma, en general (en sentido idealista), sino que amó gozosa (poderosamente) a los hombres y mujeres concretos de su entorno, abriendo para ellos un fuerte camino de libertad.

¡Qué Padre, que gozo de vida!

La primera aportación de Jesús es su propia experiencia de Dios a quien ha descubierto como fuente de amor creador, desbordante, no de juicio racional, en medio de las duras condiciones de la vida en Galilea. Ha descubierto a Dios, de un modo paradójico, en su experiencia bautismal (cf. cap. 5), cuando venía en el fondo a decir en las aguas del río que todo había terminado. Pues bien, allí, en el río o en su entorno al Dios que le dice, rasgando los cielos: »Tú eres mi Hijo», ofreciéndole su Espíritu para realizar la tarea del Reino.

Descubre así al Dios paradójico, que le llama su Hijo y le ofrece la tarea de instaurar el Reino, pero no actuando como Rey (con poder externo), sino como Padre (fuente amorosa de vida, desde dentro de la misma vida de los hombres). Ciertamente, el Padre que se le muestra es el mismo Dios de Israel, pero Jesús lo ha descubierto y lo ha presentado con rasgos y notas que los israelitas de su tiempo, en general, no solían destacar de esa manera.

Al nombrar a Dios de esta manera y al actuar en su nombre Jesús no es simplemente un chamán más, un experto en poderes religiosos, sino un Hijo o, quizá mejor, el Hijo. Los judíos de aquel tiempo tendían a decir Abinu-Malkenu (Nuestro Padre, nuestro Rey). Jesús dirá básicamente Abba (papá, mi padrecito), como si ese Dios fuera totalmente suyo, sino totalmente para los demás, proclamando en su nombre la llegada del Reino de Dios y haciéndolo presente como Reino y Presencia de Padre.

Abba es una palabra aramea que significa «papá». Con ella se dirigen los niños a sus padres, pero también lo hacen las personas mayores, cuando quieren tratar a sus padres de un modo cariñoso. Jesús la ha utilizado en su oración, al referirse al Padre Dios. Es una expresión importante, chocante, y por eso Mc 14, 36 la cita en arameo y así la conserva la tradición, como nota distintiva de la plegaria cristiana (cf. Rom 8, 14; Gal 4, 6). De todas formas, en la mayoría de los casos, los evangelios la han traducido al griego y así dicen: Patêr. Entre los lugares donde Jesús llama a Dios «Padre» pueden citarse los siguientes: Mc 11, 25; 13, 32; Mt 6, 9.32; 7, 11.21; 10, 20; 11, 25; 12, 50; 18, 10; Lc 6, 39; 23, 46 etc. Algunos de ellos, especialmente en Mateo, son creaciones de la iglesia primitiva. Pero en su fondo late una profunda experiencia de Jesús, como destacaremos a continuación.

La singularidad de esa relación con Dios reside, precisamente, en su falta de singularidad. Ella expresa la absoluta inmediatez, la total cercanía del hombre respecto a su ser más querido, al que concibe como fuente amorosa y misteriosa de vida, en su forma masculina (en ese contexto, en otra perspectiva, donde dice «padre» podría decir «madre»). No es una palabra secreta, cuyo sentido deba precisarse con cuidado (como el Yahvé de Ex 3, 14).

No es una expresión sabia, de eruditas discusiones de escribas, que sólo se comprende tras un largo proceso de aprendizaje escolar (como el de muchos rabinos posteriores, judíos y cristianos), sino la más simple, aquella que el niño aprende y sabe al principio de su vida, al referirse de manera cariñosa y agradecida al padre (un padre materno), que es dador de vida. No hace falta ser judío para entenderla, no hace falta haber pasado por la Ley de un largo estudio. Basta ser persona. De esa manera, este Jesús, que es chamán-hijo, empalma con el origen de la humanidad, más allá de las religiones establecidas y de las posibles aportaciones del tiempo-eje de las grandes religiones.

Estamos ante el Jesús-Hijo que puede ofrecer a todos los seres humanos, a todos los pueblos, una experiencia de vida universal (chamánica, profética, divina).
Quien haya tenido la dicha de nacer y pueda agradecer la vida que le han dado, no sólo unos padres concretos (especialmente una madre), sino alguien a quien puede llamar Padre en sentido superior, simbólicamente, como origen del que provienen y donde se sustentan todas las cosas y, de un modo especial, su propia vida, podrá descubrir que esa vida es don, gozando de ella, y podrá responder y llamar ¡Padre! Ésa es la primera palabra que la madre dice al niño, descubriéndole la fuente de la vida, de manera que ella (la madre) abre un camino que lleva al Padre/Madre original, que no está fuera, sino al fondo de la vida, en ese fondo y origen que llamamos Padre/Madre, con el gozo de ser y agradecer la vida.

Por eso, la palabra Padre/Madre, Abba, es la más cercana y poderosa, la palabra del gozo que hace ser, haciendo que seamos. Precisamente en su absoluta cercanía está su distinción y diferencia. Muchos hombres y mujeres del entorno buscaban las palabras más lejanas y sabias para referirse a Dios, dándole nombres elevados, poderosos, normativos, como si Abba, Papá/Mamá, palabra del niño que llama gozoso a sus padres queridos, fuera irreverente, demasiado osada (en aquellas condiciones de opresión, en las que parecía que no existe Padre alguno que se ocupe de los hombres). Pues bien, Jesús ha tenido la osadía gozosa de dirigirse a Dios con la primera y más cercana de todas las palabras, con aquella que los niños confiados y gozosos utilizan para referirse al padre/madre acogedor y bueno de este mundo.

Conocer a Dios resulta, para Jesús, lo más fácil y cercano, una revelación de gozo. No necesita argumentos para comprender su esencia. No tiene que emplear demostraciones, porque Abba/Padre (Madre/Padre) es para él lo más sabido, lo primero que aprenden y dicen los niños. Para hablar así de Dios, los adultos tienen que cambiar y aprender (¡si no os volvéis como niños!: cf. Mt 18, 3), pero, al mismo tiempo, deben olvidar o desaprender muchas cosas que se han ido acumulando en la historia religiosa. Jesús pide que volvamos a la infancia, en gesto de neotenia o recuperación madura (gozosa) de la niñez, en apertura a Dios. Los hombres no están hechos ya y terminados: los sabios judíos, los fuertes romanos, tienen que abandonar sus conquistas legales y/o sociales, para aprender a nacer y nacer nuevamente, haciéndose niños (como ha destacado, partiendo de la experiencia de Jesús, el evangelio de Juan: cf. Jn 3, 1-10).

Para muchos de aquel tiempo (y del nuestro), la religión consistía en ascender místicamente a la altura supra-humana o en cumplir unas normas sacrales y/o sociales, en línea de imposición sagrada. Pues bien, en contra de eso, como niño que empieza a nacer, como hombre que ha vuelto al principio de la creación (cf. Mc 10, 6), Jesús se atreve a situar su vida y la vida de aquellos que le escuchan en el mismo principio de la Vida/Dios, a quien descubre y llama ¡Madre/Padre!, para entender y asumir (recrear) así las relaciones y deberes de los hombres entre sí, en gozo originario de la vida (cf. Mt 11, 25-27). Sólo podemos decir Padre haciendo que los hombres y mujeres sean (se curen, amen).

La realidad de ese Padre del Reino no es algo que se sabe y resuelve de antemano, sino el signo y principio de una tarea que se recorre y despliega en la medida en que los hombres se reconcilian, poniendo cada uno lo que tiene al servicio de los demás, pues ellos (¡todos!) son hijos del mismo Padre. Por eso, la experiencia de Dios se inserta en la experiencia de trasformación personal y social de los hermanos, en el duro contexto de marginación y pobreza de la Galilea de entonces, que tiende a separar a unos de otros.

Jesús ha dialogado con la realidad de su entorno social, descubriendo a Dios precisamente en medio del conflicto de su gente. Para ello ha necesitado la más honda inteligencia, la más clara y decidida voluntad, al servicio de los pobres. Pues bien esa inteligencia y voluntad se manifiesta en lo que podría presentarse como el amor de un niño, al que se ofrece el don de la vida, un niño al que se pide que crezca y madure, en comunión con los restantes hombres y mujeres. Jesús aparece así como niño gozoso, contento de ser, diciendo Abba, Padre, confiando en la vida, pues la Vida es de Dios, la misma Vida en su radicalidad es Reino.


El Dios de Jesús es un Padre materno, que sostiene la vida de unos hombres y mujeres que corrían el riesgo de enfrentarse y matarse sobre el mundo. Es el Abba de los enfermos y pobres, de los rechazados y hambrientos, que no tienen aquí un padre que pueda liberarles y acogerles. El Dios de Jesús no es el Señor de la ley social dominante, que se expresa en los grandes padres varones del mundo, sacerdotes y rabinos, presbíteros y sanedritas, muy patriarcalistas, sino el padre/madre de todos los seres humanos, especialmente de aquellos que no tienen quien les proteja; ese Dios es el gozo de todos los gozos.

Interpretado así, el proyecto de Jesús resulta revolucionario. No es un mensaje de pura intimidad (que nos encierra en Dios, separándonos del mundo), ni un intento de sacralidad social (que avala el orden establecido, ratificando lo que existe), sino una experiencia y exigencia de trasformación en amor. Decir Padre/Madre es decir que Dios se goza al «engendrarnos» (suscitarnos) en amor y que así podemos engendrarnos nosotros en amor unos a otros (no sólo en un plano genital, de nacimiento biológico, sino en nivel de humanidad completa) .

Amor universal y concreto. Valor infinito del prójimo.

Como hemos visto ya, Harnack decía que Jesús había descubierto el valor infinito del alma humana, desarrollando así una idea que habían puesto de relieve los idealistas alemanes del siglo XIX. Esa opinión es buena, pero resulta limitada. Para Jesús, los hombres y mujeres no son almas (en sentido idealista), sino personas concretas, carnales, que aman y sufren y que deben ser amadas para descubrir y cultivar su realidad como hijos/hijas de Dios.

En esa línea, más que el valor de las almas en general, a Jesús le ha importado el valor hombres/mujeres en cuanto necesitados. Además, el amor que él ha buscado y expandido no es un amor general, de idea, sino un amor siempre concreto, encarnado en los amores gozosos, creadores, que él ofrece y comparte con los hombres y mujeres de su entorno, en especial con aquellos que se encuentran más solos, más tristes, más dominados por lo diabólico.

1. Los hombres son personas, no simplemente almas. Para Jesús, lo que importa no es el valor infinito del alma separada, sino de la persona, en sentido pleno (carnal y social). Así podemos decir y decimos que en el centro de su mensaje se encuentra el descubrimiento y despliegue de la importancia infinita de cada persona, tal como se expresa en su opción a favor de los pobres. Según Jesús, el hombre no es sólo un cuerpo separado sin interioridad y autoconciencia (alma). Por eso, va en contra de aquellos que quieren salvar únicamente al hombre externo: «No tengáis miedo a los que pueden matar el cuerpo, pero no el alma (la vida…)» (Mt 10, 28 par).
Pero la persona no es tampoco pura interioridad (sólo alma, en sentido idealista), sino vida entera, en sentido individual y social. Por eso, Jesús ha destacado el valor de la comunión corporal, vinculada al amor concreto y al servicio a los demás, como aparece en el pan compartido y en la curación de los enfermos, desde los más pobres. Por eso, no ha hablado de un reino en el cielo espiritual de las almas, sino en el mundo complejo de los cuerpos y de las relaciones humanas.

2. Sólo amando se conoce a las personas. Jesús no ha sido un pensador intimista, experto en experiencias de mística interior. Más que el valor infinito de cada individuo separado y más que el amor hacia sí mismo (a su alma separada), le ha importado el alma-cuerpo de los otros, especialmente de los pobres y expulsados de Galilea, donde ha iniciado su camino de Reino. Más que el bien del alma en general (en sentido gnóstico o existencialista, moralista o burgués), le ha interesado la justicia que se expresa en el servicio gozoso a los demás, para que ellos vivan, en paz interior, con paz externa (por gozo de ser, de dar y compartir, no por obligación de ley).
Jesús no ha sido un gnóstico (dedicado al encuentro y cultivo de la presencia de Dios en el fondo de su alma), ni un idealista neokantino (de tipo moralista), como Harnack, atento al ideal del alma (en línea de moralidad burguesa) y dedicado al cultivo de sí mismo, mientras la masa de los pobres e ignorantes quedaba abandonada. Él ha sido más bien “ un hombre para los demás”, alguien que ha sabido ha vivido y gozado dándose a los otros .

3. Los otros a quienes Jesús habla del Padre son ante todo los pobres y excluidos, es decir, aquellos que han perdido casa y propiedad, los marginados y hambrientos del entorno conflictivo de Galilea, aquellos a quienes sólo podemos hablar de Dios Padre/Madre haciéndonos padres/hermanos para ellos. Desde ese principio, Jesús ha superado la visión de un sistema religioso donde se supone que cada uno ocupa el lugar que le corresponde dentro del conjunto, de manera que los pobres deben mantenerse pasivos en su pobreza y los ricos indiferentes en su riqueza. A Jesús le han importado todos, empezando por los pobres, a los que ha querido amar por el gozo de hacerlo, no por caridad.

El Dios de Jesús no es el sistema sagrado, a cuyo servicio vendría a ponerse el Mesías, sino el Padre que goza al amar. Por eso, Jesús ama, de un modo concreto, desde Dios (con el mismo amor de Dios) a los pobres y excluidos de la sociedad, haciendo posible no sólo que ellos cambien, sino que puedan cambiar (enriquecer, curar) a los demás, en amor gozoso. De esa manera, Jesús viene a mostrarse como nazareo davídico, introduciendo en su entorno social la mutación-padre, el nuevo gen de la fraternidad creadora.

El mensaje de Jesús es por sí mismo activo. Él no enseña primero cosas, para después practicarlas, ni despliega una teoría para que otros puedan aceptarla, así como teoría, sino que enseña haciendo y despliega su practicando (es decir, haciendo que otros ver y amar, amándose unos a los otros). Su visión del valor infinito del alma, es decir, de la persona de los otros (de los pobres), no es una teoría, sino un movimiento práctico de solidaridad histórica, a favor de los expulsados del sistema, a lo largo de un camino en el que él mismo aprende, haciendo que otros aprendan y aprendiendo de ellos. Saber es hacer, hacer es vivir, vivir es gozar haciendo que otros sean y aprendiendo con ellos, desde ellos .

En esa línea podemos afirmar que el despliegue de Jesús (su evangelio) ha sido inter-activo, en un doble sentido: a lo largo de su vida y después de su muerte.

(a) A lo largo de su vida, Jesús ha ido aprendiendo de aquellos que le siguen y le escuchan, de manera que la respuesta discípulos, amigos y adversarios marca su camino; eso significa que él no sabe de antemano lo que pasará, sino que lo va descubriendo, a través de su compromiso de vida y oración.

(b) Sólo después de la muerte de Jesús se ha podido decir lo que él ha sido, a través de la respuesta de sus discípulos que aceptan su mensaje y continúan recorriendo su camino, de un modo pascual, como veremos en Los primeros cristianos.

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