Para ser cristiano, la Iglesia exige en realidad muy poco. Se bautiza a los niños recién nacidos, y apenas se exige nada a sus padres; todo lo más, la asistencia a unas charlas prepa ratorias del acto del bautismo y un vago compromiso de actuar en cristiano, educando al niño según la ley de Dios y de la Iglesia. Sin embargo, esto no era así al principio. Para ser cristiano o discípulo, Jesús ponía unas duras condiciones, que llevaban a quien quería ser su discípulo a pensarlo seriamente. Pocos seríamos cristianos si para ello tuviéramos que cumplir las tres condiciones exigidas por Jesús a sus discípulos:
- Primera condición: «Si uno quiere ser de los míos y no me prefiere a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a sí mismo, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,26-27). El discípulo debe subordinarlo todo a la adhesión al maestro. Si en el propósito de instaurar el reinado de Dios, evangelio y familia entran en conflicto de modo que ésta impida la implantación de aquél, la adhesión a Jesús tiene la preferencia. Jesús y su plan de crear una sociedad alternativa al sistema mundano están por encima de los lazos de familia.
- Segunda condición: «Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío.» No se trata de hacer sacrificios o mortificarse, que se decía antes. No. Se trata simplemente de aceptar que la adhesión a Jesús conlleva la persecución por parte de la sociedad, persecución que hay que aceptar y sobrellevar como consecuencia del seguimiento.
Por eso hay que pensárselo seriamente antes para no ha cer el ridículo: «Ahora bien, si uno de vosotros quiere cons truir una torre, ¿no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? Para evitar que, si echa los cimientos y no puede acabarla, los mirones se pongan a bur larse de él a coro, diciendo: 'Este empezó a construir y no ha sido capaz de acabar'. Y si un rey va a dar batalla a otro, ¿no se sienta primero a deliberar si le bastarán diez mil hombres para hacer frente al que viene contra él con veinte mil? Y si ve que no, cuando el otro está todavía lejos, le envía legados para pedir condiciones de paz.» No hay que precipitarse. Hay que sopesar las fuerzas.
- Tercera condición. Por si fuera poco dar la preferen cia más absoluta al plan de Jesús y estar dispuesto a sufrir persecución por ello, el evangelio continúa: « Esto supuesto, todo aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser discípulo mío.» Casi nada. Así, como suena. Re nunciar a todo lo que se tiene es condición para ser discípulo de Jesús, pues esta renuncia es el camino idóneo para poner fin a una sociedad injusta en la que unos acaparan en sus ma nos los bienes de la tierra que otros necesitan para sobrevivir. Sólo desde el desprendimiento se puede hablar de justicia, sólo desde la pobreza se puede luchar contra ella. Sólo desde ahí se puede construir la nueva sociedad, el reino de Dios, erradicando la injusticia de la tierra.
Para quienes quitamos con frecuencia el aguijón al evan gelio, para quienes nos gustaría que las palabras y actitudes de Jesús fuesen menos radicales, leer este texto resulta duro, pues el Maestro nazareno es tremendamente exigente. Para ser discípulo de Jesús, las condiciones son tales que antes hay que pensárselo seriamente.
- Primera condición: «Si uno quiere ser de los míos y no me prefiere a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a sí mismo, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,26-27). El discípulo debe subordinarlo todo a la adhesión al maestro. Si en el propósito de instaurar el reinado de Dios, evangelio y familia entran en conflicto de modo que ésta impida la implantación de aquél, la adhesión a Jesús tiene la preferencia. Jesús y su plan de crear una sociedad alternativa al sistema mundano están por encima de los lazos de familia.
- Segunda condición: «Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío.» No se trata de hacer sacrificios o mortificarse, que se decía antes. No. Se trata simplemente de aceptar que la adhesión a Jesús conlleva la persecución por parte de la sociedad, persecución que hay que aceptar y sobrellevar como consecuencia del seguimiento.
Por eso hay que pensárselo seriamente antes para no ha cer el ridículo: «Ahora bien, si uno de vosotros quiere cons truir una torre, ¿no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? Para evitar que, si echa los cimientos y no puede acabarla, los mirones se pongan a bur larse de él a coro, diciendo: 'Este empezó a construir y no ha sido capaz de acabar'. Y si un rey va a dar batalla a otro, ¿no se sienta primero a deliberar si le bastarán diez mil hombres para hacer frente al que viene contra él con veinte mil? Y si ve que no, cuando el otro está todavía lejos, le envía legados para pedir condiciones de paz.» No hay que precipitarse. Hay que sopesar las fuerzas.
- Tercera condición. Por si fuera poco dar la preferen cia más absoluta al plan de Jesús y estar dispuesto a sufrir persecución por ello, el evangelio continúa: « Esto supuesto, todo aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser discípulo mío.» Casi nada. Así, como suena. Re nunciar a todo lo que se tiene es condición para ser discípulo de Jesús, pues esta renuncia es el camino idóneo para poner fin a una sociedad injusta en la que unos acaparan en sus ma nos los bienes de la tierra que otros necesitan para sobrevivir. Sólo desde el desprendimiento se puede hablar de justicia, sólo desde la pobreza se puede luchar contra ella. Sólo desde ahí se puede construir la nueva sociedad, el reino de Dios, erradicando la injusticia de la tierra.
Para quienes quitamos con frecuencia el aguijón al evan gelio, para quienes nos gustaría que las palabras y actitudes de Jesús fuesen menos radicales, leer este texto resulta duro, pues el Maestro nazareno es tremendamente exigente. Para ser discípulo de Jesús, las condiciones son tales que antes hay que pensárselo seriamente.
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