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sábado, 4 de septiembre de 2010

Meditacion para el Domingo 23 del Tiempo Ordinario

Por Angel Moreno
Publicado por Ciudad Redonda

“Jesús, se volvió y les dijo: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos…, no puede ser discípulo mío».”
Sentirte ante el rostro de Jesús, que te mira, que te habla con sus ojos e introduce dentro de ti su Palabra, que como espada de doble filo, llega hasta tus entrañas es la actitud que más afianza tu personalidad.
El gesto que hace Jesús de volverse y de mostrar su rostro a los que le seguían es el secreto de toda vocación y la experiencia que produce la afectación más radical de la persona, hasta llegar a convertirla en discípulo. Así sucedió al comienzo: “Jesús se volvió, y al ver que lo seguían les dice: «¿Qué buscáis?» Ellos le respondieron: «Rabbí - que quiere decir, "Maestro" - ¿dónde vives?» Les respondió: «Venid y lo veréis». Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima.” (Jn 1, 38-39). Curiosamente, hasta que María Magdalena no hizo lo mismo, cuando ansiosamente buscaba a su Señor, no lo reconoció resucitado: “Se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré». Jesús le dice: «María». Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» - que quiere decir: «Maestro» -. Dícele Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios». (Jn 20, 14-17).
El secreto del discípulo es haberse encontrado con el rostro de Jesús, don de sabiduría.
La posibilidad de entrar en el conocimiento de la voluntad divina es escuchar la Palabra de Dios. En Jesús nos lo ha dicho todo. Sólo desde la mirada que nos dirige Jesús, al volver sus ojos hacia nosotros, se comprende la radicalidad del seguimiento.
Al vernos mirados por el Señor, nace el conocimiento, el reconocimiento y la experiencia de amor, por los que se llega a creer en Él como Salvador. “Jesús se volvió, y al verla (a la Cananea) le dijo: «¡Ánimo!, hija, tu fe te ha salvado». Y se salvó la mujer desde aquel momento” (Mt 9, 22).
Hoy la carta a Filemón nos narra cómo sólo desde la luz de la fe cabe tratar al siervo como a señor, y al esclavo, como hermano. Pero esta sabiduría es un don, que se recibe al saberse mirados por el Señor, que se vuelve hacia nosotros y nos revela su rostro. “¿Quién conocerá tu designio, si Tú no le das sabiduría, enviando tu santo Espíritu desde el cielo? Sólo así los hombres aprendieron lo que te agrada.” Sólo así, adquiriremos un corazón sensato. Sólo así descubriremos la presencia del rostro de Jesús aun en las mayores paradojas de la vida, como sucedió cuando Pablo, estando en la cárcel, convirtió a Onésimo de ladrón en seguidor de Jesús.
Pidamos, al menos, que el Espíritu nos conduzca hacia el encuentro con la mirada del Señor. Santa Teresa cifró en esto su experiencia: “Mirad, que no está esperando otro cosa, sino que le miremos.”

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