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lunes, 13 de septiembre de 2010

Raimon Panikkar y el Opus Dei


Publicado por Redes Cristianas

Historia oral del Opus Dei

Como es conocido, Raimon Panikkar fue uno de los primeros miembros del Opus Dei, algo que resulta sorprendente para cualquier persona que conozca su forma de pensar. Hace unos años, el escritor Alberto Moncada le pidió su opinión sobre ‘la obra’, para publicarla en su libro ‘Historia oral del Opus Dei’ (que puede leerse en formato pdf en el enlace que encabeza estas líneas). Hemos recogido de este libro el extracto que corresponde a la respuesta de Panikkar.

Querido Alberto:

Me has pedido que colabore contigo en un libro sobre el Opus Dei. Durante muchos años no he sentido interés ninguno por hacerlo. En la introducción a mi libro “Cometa” (Madrid, 1972), escribí que no estaba “arrepentido de aquella etapa de mi vida, ni tampoco de haberla superado”. Y sigo sin esta inquietud auto justificante, aunque comprendo que muchos la tengan.
Comprendo incluso el deber de aclarar una historia más o menos pública. Pero no tengo ningún interés en escribir mi historia; estoy todavía demasiado empeñado en vivirla.
Me has contado tu proyecto. Me parece muy interesante. Pero me encuentro como el pez fuera del agua. Incluso cuando estaba en la Obra todas estas cosas me resbalaban porque, en el fondo, no me interesaban demasiado. Mucho de lo que me cuentas sobre los negocios de la Obra y otras actividades políticas es nuevo para mí, aunque reconozco su verosimilitud.
No digo que no se deba entrar en lo anecdótico, es también importante, y tú lo manejas bien, sabiéndole extraer la categoría latente.
Si yo no estoy en esta longitud de onda, ¿por qué transigir una vez mas que se me inserte en ella? Me parece una postura muy similar a la de mis años dentro de la Institución, en los que por una malentendida “santa indiferencia” me despreocupaba de lo meramente contingente, aunque no pueda arrepentirme de esta actitud que, por peligrosa que sea, no veo completamente equivocada.
Esto no quiere decir que desoiga al amigo que me pide colaboración. Algunos interpretaron como cobardía u oportunismo mi silencio hasta ahora. Diría que fue más bien indiferencia, quizás en el fondo porque considerase a la Obra como un fenómeno interesante para unos cuantos, pero relativamente poco importante con respecto a lo que en lenguaje cristiano pudiera amarse el Reino de Dios y su Justicia, en lenguaje indio, la verdadera realidad “satyasya satyam, paramarthi ka”, y en lenguaje secular los vectores incisivos en la marcha de la realidad (que aunque sea temporal no es exclusivamente histórica).
Y después de este párrafo, que creo manifiesta ya mi talante, he aquí algunas reflexiones que
si te parecen oportunas puedes muy bien publicar.
Lo biográfico primero, en segundo lugar lo teológico y lo atmosférico en tercero.
Respecto a lo primero ya sabes que me interesa poco. Leyéndote, me doy cada vez más cuenta que yo nunca entré en la institución que describes. Y no porque me diese todo por una friolera o no tomase en serio lo que la Obra decía de ella misma, sino precisamente por esto mismo.
Yo la entendí en su núcleo sacramental más profundo, como entiendo la Iglesia.
Yo no entré en ningún club, ni siquiera considero que la Iglesia a la que me haces pertenecer sea la tal organización burocrática. Por eso cuando tú, por ejemplo, me haces “católico practicante” la frase en ti, y me imagino que en muchos lectores, tiene un sentido que es sólo una parte ínfima y secundaría del que yo le doy.
Pero de nuevo se me entendería mal si se me interpretase como diciendo que no me importa lo concreto. En manera alguna. Hay que entrar en la vida por alguna puerta y, como la etimología misma sugiere (la raíz “per”, de puerta, significa transitar), uno no se queda en el lindero de la puerta sino que transita hacia las profundidades de la experiencia humana.
Todo hombre tiene que renacer y pasar una iniciación para llegar a la madurez, pero, ¡ay de aquel que tiene miedo a caminar hacia delante, hacia lo desconocido! Digo que tomé a la Obra muy en serio en el sentido indicado.
Por pertenecer la Obra a la estructura sacramental de la Iglesia consideré mi entrada en la Obra como una iniciación. Y toda iniciación es un punto de partida, una puerta y no una meta. Lo que la Obra decía que sí era una concreción de lo que la Iglesia afirma de ella misma: un espacio en donde se puede vivir la plenitud humana, un ambiente en donde las potencialidades de la persona no se pierden, se encauzan y se dirigen a la edificación del mencionado Cuerpo Cósmico de la Realidad (Reino de Dios y su Justicia).
Puedo empezar con algunos recuerdos personales. Los podría destilar, y describir lo que podría llamarse la atmósfera de la Institución. Empezó por ser un pequeño grupo más o menos carismático con un ideal evangélico muy puro y elemental que lentamente, a raíz de las circunstancias por una parte, y de lo que estaba latente en el espíritu del fundador, se fue convirtiendo en lo que sociológicamente se llama una secta, sin que ello signifique un juicio negativo.
Incluso san Pablo afirma que es conveniente que haya sectas. Poco a poco, lo jurídico, la prudencia del espíritu o de la carne, la necesidad de pensar en uno mismo para sobrevivir como grupo diferenciado, y la ideología que casi inconscientemente se iba formando, hizo que la Obra se convirtiera en el patrón absoluto para juzgar sobre la moralidad de toda actividad personal o colectiva. Se hace lo que conviene al Opus Dei, puesto que tiene los mismos intereses que la Iglesia y que Dios mismo.
Yo veía todo esto y sufría por ello. Le escribí varias cartas al Padre en este sentido. Por desgracia no recuerdo tener copia de nada. Se me contestaba -verbalmente- diciéndome que “el espíritu” era el mismo.
El conocido teólogo suizo, antiguo miembro de la Compañía de Jesús, Hans Urs von Balthasar, escribió un artículo con preguntas teológicas sobre la naturaleza de la Obra. Se me dijo que le contestara. Me esforcé en responderle teológicamente, pero mi larga carta no gusto y se me dictó prácticamente una respuesta beligerante que no entraba en materia. Mucho más adelante alguien en “Nuestro tiempo” (1964) volvió a discutir a Balthasar, aunque sin contestar sus argumentos.
Antes de la “Provida Mather Ecclesia”, de Pío XII, que establecía los Institutos seculares, escribí unas cuantas páginas que luego me enteré sirvieron de pauta a lo que constituyó la base teológica del documento pontificio.
II. Alberto, amigo:
Me has pedido que te escriba sobre la “teología del Opus Dei”. Aparte del uso y abuso que se hace de la palabra: teología del juego, del trabajo, de la política.., como si el theos dictase o inspirase a algunos especialistas cuál es “su” opinión sobre tales temas; aparte digo de lo abusivo de la expresión, veo además otras dos grandes dificultades para complacerte.
En primer lugar, hace veinte años que estoy alejado de la Institución, y me auguro que en tal lapso de tiempo haya habido una reflexión teológica mayor que la que yo conozco. No se puede hacer todo a la vez. El Opus Dei empezó “haciendo”. Espero que a estas alturas haya también un “pensando”, esto es, que tenga también un pensamiento.
Se ha escrito bastante sobre el Opus Dei en plan polémico y en plan apologético pero yo no he encontrado aún una “teología” elaborada. La actual bibliografía sobre la Obra ofrece pocos puntos de reflexión teológica. Acertadas me parecen las páginas de Lluís Duch, monje benedictino de Montserrat, en su libro “Esperança cristiana i esforç humá” (págs. 132-139), que subraya el carácter de teología política de la Obra basada en la dicotomía entre amigos y enemigos. Añado en seguida que el pensamiento teológico no lo es todo, ni en la vida ni en la realidad. Queda pues doblemente relativizado todo lo que yo pueda decir.
Mi segunda dificultad la he apuntado ya: el carácter eminentemente pragmático más que teológico de los inicios de la Obra. Yo puedo hablarte algo, e imperfectamente, del período formativo que va desde el 1940 al 1966.
Recuerdo que hace unos años, cuando ya hacía tiempo que había salido del Opus Dei, cenando a tres con una alta autoridad académica y política del mundo europeo, al preguntarme si pertenecía a la Obra, le contesté dando un juicio demasiado tajante sobre el Opus. Me arrepiento de haber dado un juicio tan simplista; sin tener entonces ocasión de matizarlo, la conversación pasó a otra cosa. Las cosas de la realidad son complejas.
No existe el mal absoluto ni siquiera subjetivamente. La vida puede tener sentido incluso en un campo de concentración. Lo irritante de Soljenitsin para los soviets no fue su cristianismo o su anticomunismo, sino su elegancia y grandeza espiritual, que, al no jugar el juego de sus perseguidores, les demostraba que no le podían doblegar. No sé si me explico. Se puede sacar bien aun de algo que diste mucho de ser perfecto. No todo lo nazi era malo, por decirlo brevemente.
Muchos jóvenes se han liberado de las drogas y de la obsesión sexual, siguiendo a maestros y escuelas que dejan por otra parte mucho que desear. No todo es malo en Dinamarca. Cuando vemos sólo el mal ajeno nos traicionamos a nosotros mismos: descubrimos nuestros pecados ocultos.
Pero aduzco estos ejemplos por una razón más profunda que la de decir que a cada uno le va según lo que espera y aporta. Juicios absolutos, además de no ser casi nunca verdaderos, tienen el gran inconveniente de impedir la redención, el perdón, el cambio. Si sólo nos empeñamos en mantener vivo el recuerdo del holocausto de las judíos, sólo conseguiremos facilitar su repetición. Uno acaba por volverse como lo que se odia. El anticomunismo es otro ejemplo.
Quemar nuestros pasaportes de españoles, europeos, cristianos, creyentes, humanos, por las barbaridades que se han cometido por los respectivos grupos sólo puede terminar en la autoinmolación. El puritanismo, de la clase que sea, es contraproducente. Se autodestruye. Hacer sólo crítica negativa de la Obra es tirar piedras sobre el propio tejado.
Aun suponiendo que el Opus Dei contuviese rasgos anticristianos (según criterios cristianos) e incluso antihumanos (según normas humanísticas) la simple denuncia y condena sólo exacerbaría las posiciones y a la postre quizá las invertiría. Pensamos en la evolución del marxismo, por ejemplo, que de posiciones dogmáticas pasa a posturas críticas, o de la Iglesia católica, que pasa de condenar la libertad y defender la tortura del hereje a convertirse en defensora de la libertad y de los derechos humanos. Las realidades humanas son muy complejas.
En resumen, hablar sólo bien de la Obra, o sólo mal de ella, o enjuiciarla como un conglomerado de cosas, algunas buenas y otras malas, me parece metodológicamente inapropiado (¿qué criterios se aplican?) y filosóficamente sin fundamento (¿bajo qué presupuestos se juzga?). Es igualmente inadmisible el silogismo pueril: “La Iglesia es buena, la Obra está aprobada por la Iglesia, ergo la Obra es de Dios.” Inválido sería, también, el argumento contrario de criticar al Opus Dei por ser una obra religiosa y considerar la religión como mera superstición o institución maléfica.
En una palabra, uno puede dar su opinión sobre lo que sea, pero esta opinión es doblemente subjetiva, esto es, refleja al su jeto con su autobiografía y está influenciada, ya desde su punto de partida, por el interlocutor que se tiene en la mente, el cual a su vez tiene también su contexto, que condiciona el diálogo.
Y la dificultad aumenta, como cuando en este caso, las emociones son altas. Me he pasado cuarenta años con mi profesión de comprender al otro (cultura, religión, filosofía). Me hace cierta gracia aplicar mis ideas al caso concreto del Opus. La victoria nunca lleva a la paz.
Me dirás que tu problema es sociológico. Y tienes razón. Tú intentas comprender un fenómeno que consideras sociológicamente importante e interesante. Yo tengo que añadir que este planteamiento no es el mío. Acaso nos complementemos.
Todos convenimos en que la sociología no lo explica todo; pero yo temo que mi enfoque sea no sólo atípico sino incluso atópico. Sin embargo, como no me he negado a colaborar en tu afán, he aquí esta carta y mi diálogo contigo. Si alguna vez me aconteciese querer escribir mis memorias sería más explícito, pero de momento no quiero hacer ni una “apología pro vita mea”, ni lanzar una catilinaría para evitar que Pompeyo sea eliminado.
Toda organización que se llame cristiana se referirá, evidentemente, al Nuevo Testamento como a un punto de referencia normativo. Pero lo “teológico” se manifiesta:
a) Por la selección de los textos.
b) Por la interpretación de los mismos.
c) Por su traducción en la praxis.
No basta por ejemplo citar muchos textos sobre el amor si luego se interpretan como amor a la verdad y aun al bien por encima de las personas y aun las colectividades. No es suficiente hablar de “ágape” si luego se traduce en espíritu de cruzada. Este estudio teológico sobre el Opus Dei creo que está aún por hacer, a pesar de algunos ensayos sobre Camino.
Finalmente, no hay teología fuera de contexto. Y el contexto hispánico de los años 30 así como de los años 40 colorean fuertemente la interpretación que el Opus Dei hace de sí mismo y del hecho cristiano.
Simplificando, resumiendo y dando un amplio margen de indeterminación se podrían hacer resaltar los siguientes puntos, ¿los puedo llamar “theologumena”?:
1. El catolicismo romano es la única religión verdadera fuera de la cual no hay salvación, porque sólo él contiene toda la verdad.
2. Dentro del mismo catolicismo sólo unos pocos tienen la valentía de seguir todas sus exigencias heroicas y a ellos cabe la tarea de ser los continuadores de la obra mesiánica de Jesús.
3. Sacerdotes y religiosos que tradicionalmente cumplían esta misión deben ser, por lo menos, complementados por seglares que la ejerzan:
a) en el mundo, y
b) con los mismos medios del mundo (prensa, política, mundo del trabajo, economía, industria, riqueza…).
Para ello se impone la disciplina más severa y la flexibilidad más sutil: la voluntad de vencer (para Cristo se entiende) e inteligencia de las estructuras anímicas y sociales, esto es, conocimiento del hombre y de la sociedad (la Ciencia al servicio de Cristo).
4. Si hay injusticia y desorden en el mundo es porque “nosotros” (los buenos, los católicos, los practicantes, los que seguimos los consejos evangélicos) no tenemos el poder. Por consiguiente, todos los problemas sociales, del trabajo, de guerra y de paz, etc., están supeditados a que esa élite se haga con las riendas que gobiernan el mundo: la teología de las causas segundas.
Debemos aprender de los Césares, Napoleones, Mussolinis. Lo que ocurre es que ellos eran malos. Por eso fracasaron.
5. El arma para la instauración del Reino de Dios es el trabajo ordinario. Todo va ordenado a este fin. La oración, la penitencia y demás virtudes como la perseverancia, la prudencia, la fortaleza…, se ejercitan en la palestra del trabajo ordinario dirigido a la conquista de los primeros puestos de la sociedad, en todos los órdenes (político, económico, científico, cultural), para desde allí implantar el reino de la justicia, del amor y de la paz. Cualquier sacrificio, en aras de tan noble causa, sabe a poco. No vencerás, Gedeón, tienes demasiada gente. Selecciona sólo a los más aguerridos.
6. El mundo no nos entenderá. Los tibios tampoco. Incluso dentro de la Iglesia gente bonachona como Juan XXIII que quieren pactar con el mundo tampoco pueden comprender aquel espíritu de combate que se solía mantener vivo por la plegaria a san Miguel que de rodillas decían los sacerdotes después de la misa. Pero, en general, los buenos han sido hasta ahora poco inteligentes. “Nosotros” tenemos el deber, y la vocación, de ser buenos e inteligentes: ¡el minúsculo resto de Israel!. De ahí la discreción y aun el secreto, la “disciplina arcani”, si es necesario, para no caer en las asechanzas del “espíritu del mal”. ¡Ingenuos, no!
7. Esta utilización de todos los resortes del mundo (ingenio, estrategia, política, dinero, ciencia…) por conquistar el poder para la instauración, modernizada, del ideal de la cristiandad, en una palabra, esta confianza en los medios naturales, exige una utilización simultánea de los medios sobrenaturales, puesto que de lo contrario se rompería el equilibrio y la empresa dejaría de ser opusdei. Sin oración, sacrificio, obediencia, santidad… no se consigue nada. Todo va unido. Todo es congruente. Lo que no se pone en tela de juicio es la subyacente idea de Dios y de su Reino.
III. Alberto:
Podría seguir indefinidamente, y, como ves, continuar presentando las cosas desde una ambivalencia acaso inquietante para algunos. Pero son muchos los cristianos que suscriben las anteriores tesis. Y son legión también los que no las formularían así, las interpretarían diferentemente o las complementarían con otras. La espiritualidad de Francisco de Asís, reflejada recientemente en la obra sobre el santo por Leonardo Boff, por ejemplo, representaría otra lectura cristiana. Las nuevas olas de la “moral majority” de los Estados Unidos de Norteamérica nos darían nuevamente otra interpretación de la Biblia. El pluralismo teológico es una realidad.
El motivo por el cual me resistía a entrar en todo este negocio, como te reiteraba al principio, estriba en la distracción que para mí supone preocuparme por la menta, el comino y el anís, cuando la importante de la Vida, la “Torah” como dice el texto, es la justicia, la misericordia y la fe (el discernimiento, la compasión, la lealtad), para citar de nuevo al Evangelio.
Cuando el mundo arde, cuando la humanidad en sus tres cuartas partes sufre de injusticia humana, cuando el planeta cruje por la “hybris” del hombre, cuando el cristianismo sufre dolores de parto para engendrar una “cristianía” liberadora de sistemas de vida y de pensar del pasado, cuando lo que el Evangelio conmina es a una “metanoia” radical, cuando lo que está en tela de juicio son los últimos seis mil años de experiencia histórica (la vivencia humana del “homo historicus”), preocuparse por los detalles de un grupo mesiánico, me parece interesante en la medida que ello no nos enajena del “unum necessarium” de la Vida, para seguir con frase de Cristo, aunque no interpretada, evidentemente, como un “unicum” exclusivo y partidista.
Dicho de otra manera, los problemas actuales del hombre -y no sólo los de la humanidad- exigen un “pathos”, un “eros” y un “agape” en prof undidad y extensión difícilmente compatibles con la rutina de una existencia al servicio de un Sistema -de praxis y teoría- que a todas luces conduce al homicido y terricidio.
Me auguro que tu libro nos haga pensar a todos, y actuar en consecuencia, para sacudirnos esa peligrosa banalidad que nos amenaza.
Dándote las gracias nuevamente por haberme hecho volver a pensar sobre mi pasado en función del presente, te abraza y te es amigo,
RAIMUNDO
Tavertet, 8 de setiembre del 1986.- Fiesta de todas las Vírgenes negras.

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