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sábado, 2 de octubre de 2010

Dom 4-10-2010. Fe que mueve montañas, fe de Dios

Publicado por El Blog de X. Pikaza

Domingo 27. Tiempo ordinario. Lc 17, 5-10. De los temas económicos (que han venido dominando en los domingos anteriores) pasamos al tema de la fe, del que quiero ocuparme, fijándome sólo en las primeras palabras del evangelio:

Los apóstoles pidieron al Señor: Auméntanos la fe.
Jesús les contestó: Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: Arráncate de raíz y plántate en el mar.

Evidentemente, se trata de un símbolo, pero de un símbolo central del evangelio. La fe de la que aquí se habla no es “sumisión” ante un poder superior (que decide las cosas de antemano, en línea fatalista), ni es credulidad ante lo desconocido, sino algo totalmente distinto: Es poder de creación, el rasgo distintivo de los seres humanos “que viven de la fe”. Ésta es el el fondo la fe del mismo Dios (Hab 2, 4).

Esta palabra clave (fe) vincula a todos los creyentes y, en el fondo, a todos los hombres y mujeres, pues sin fe (sin confiar en la vida, sin fiarnos unos de los otros) no podríamos vivir.

Ciertamente, el hombre es “animal racional”, como se dice desde antiguo. Pero, antes que racional, el hombre es un “animal creyente”: vive porque confía en aquello que lo han dado, ofrecido, prometido…; vive creando confianza. Desde ese contexto, a partir del evangelio de este día, quiero comentar también el tema de la fe de Dios (¡Dos es el primer creyente!) , tal como la presenta, de forma sorprendente el evangelio de Marcos (Por favor, no discurran sobre teorias teológica, lean por favor el evangelio, para saber lo que es la fe, la fe de los creyentes, la fe Dios). Buen domingo a todos.

Evangelio: Lucas 17, 5-10

En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor: "Auméntanos la fe." El Señor contestó: "Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: "Arráncate de raíz y plántate en el mar." Y os obedecería. Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: "En seguida, ven y ponte a la mesa"? ¿No le diréis: 'Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú"? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: "Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.

Auméntanos la fe

Ese es el tema: Una fe que arranca montañas, una fe que traslada los obstáculos más fuertes.

Se ha dicho que los hombres “fuertes” conocen (prueban) y hace, mientras que los débiles y esclavos (¡algunos añaden los niños las mujeres!) se contentan con creer. Pues bien, esa afirmación es una “tontería”, así, al pie de la letra.

a) Sólo por fe sabemos quién es nuestro padre (porque nos lo ha dicho la madre), a no ser que entremos en el laberinto de las pruebas de ADN

b) Sólo por fe (porque confíanos a padres, educadores y amigos) hemos aprendido a hablar y a vivir como personas.

c) Sólo por fe, porque nos fiamos de los otros (en el fondo nos fiamos del “poder” de la vida) podemos vivir en el mundo. Tirso de Molina, en su obra genial “El condenado por desconfiado”, mostró hace tiempo que la vida sin confianza es insoportable.

Antes de buscar demostraciones, en el ejercicio mismo de su despliegue, el ser humano hombre necesita confiar en la realidad (en la madre, en los amigos, en la vida…). De lo contrario dejaría de ser y moriría. En esa línea, decimos que la misma vida está fundada en un gesto concreto de la confianza.

Descartes dijo “pienso, luego soy”, y eso es cierto, pero no es radical, no es la base de la vida. La base de la vida es “creo, luego soy”.

En clave religiosa, la fe puede tomarse como experiencia de confianza originaria en lo divino (en la Realidad); en esa línea, toda religión es fe, aceptación del misterio, es decir, de aquello que nos fundamenta; más aún, la misma vida humana es imposible sin fe: Los animales pueden vivir sin fe (por pura biología); el hombre sólo puede vivir por ella. En ese sentido, la fe no es sólo religión... es vida humana. Si alguien dice "no tengo fe" está mintiendo, pues si no la tuviera no viviría. El tema no está en tener o no tener fe... El tema está en el tipo de fe que tengamos. Y desde ese fondo, ya de un modo más técnico, en clave religiosa, quiero presentar “dos tipos de fe”.

Una fe humana, una fe religiosa

EL JUSTO VIVE DE LA FE. La tradición israelita ha definido al justo (al hombre auténtico) como aquel que «vive de la fe», citando un texto de Habacuc (cf. Hab 1,4; 2, 4). También Pablo entiende la vida humana como expresión y despliegue de la fe (Gal 3, 11; Rom 1, 17. Cf.; Hebr 10, 38). Tanto en el judaísmo como en el cristianismo, esa palabra (el justo vive de la fe) ha de interpretarse al pie de la letra, en sentido antropológico:

El hombre sólo nace a su existencia personal y sólo vive como humano, en dimensión de fe, aceptando aquello que le dan, para darlo a su vez; pues de lo contrario, si quiere mantenerse en desconfianza y lucha, se destruye. Entendida en su forma radical, la vida de los creyentes (y en algún sentido de todos los hombres) es vida de fe.

SIGMUND FREUD. En esa línea, de manera sorprendente, el mismo S. Freud, de origen judío, afirma que, en sentido psicológico, el ser humano sólo puede vivir “desde la fe”, entendida en forma de confianza en el padre (en relación con la madre). El hombre que “pierde la fe” es incapaz de amar, se vuelve loco o se mata.

EL HOMBRE, UN ANIMAL CREYENTE. Teniendo en cuenta lo anterior, afirmamos que el hombre sólo puede surgir o desarrollarse (solo existe y comparte la vida) en un ámbito de fe, es decir, de confianza básica que le ofrece la madre al engendrarle y acogerle, situándole, al mismo tiempo, ante la exigencia de superar su enfrentamiento con el padre. En otras palabras, el hombre sólo puede despertar a su conciencia y realizarse como humano allí donde "se fía" de los padres y de un modo especial de la madre, en una relación arriesgada y conflictiva (siempre amenaza de violencia), pero que se encuentra abierta hacia la Vida, es decir, a la comunicación creadora.

KANT. En ese contexto podemos asumir el giro "copernicano" (judeo-cristiano) de Kant cuando afirmaba que había rechazado las demostraciones ontológicas de Dios (Crítica de la Razón Pura), situadas en un plano de la necesidad lógica, para mostrar que lo más importante del hombre no se juega en el plano de la “razón científica” (que quiere demostrarlo todo), sino en el plano de la fe. Kant llegó a saber algo que es obvio, algo que sabían la Biblia, que sabían desde siempre los creyentes: Que la fe es anterior y superior a todo razonamiento.

CREO PARA ENTENDER… Por la pura razón nunca puedo creer, porque la fe (la confianza básica) es siempre anterior. Sólo si creo (si acepto el don de la vida, si me acepto a mí mismo, si confía en la realidad y en los demás) podré entender. Así lo decía un gran filósofo, llamando Anselmo de Aosta o de Caterbury.

Religiòn, una experiencia de fe.

Desde un plano científico no existe solución para el enigma del hombre. Tampoco existe solución en un nivel de ideas generales (de tipo hegeliano). Sólo la fe personal, entendida como solidaridad (Kant) y acogida confiada (Freud) nos permite vivir allí donde vivimos, asumiendo nuestra propia tarea humana.

En esa línea, la Biblia judía sabe que la vida del hombre no es una tragedia: no somos unos seres caídos, condenados a vivir en un mundo de violencia/dolor (Buda) o de pasiones materiales (Platón); no estamos condenados a negar todo deseo (Buda) o a dirigirlo hacia unos bienes ideales, de arriba (Platón). La vida se sitúa y nos sitúa ante la alternativa de la fe (confiamos en Dios, confiando unos en otros) o la destrucción mutua. No somos puro Dios (soy el que soy), ni materia pura (no soy), sino vivientes de fe: hemos recibido de Dios la vida; confiando en Dios podemos realizarla, dentro del camino concreto de la historia (como individuos y como pueblo).

Esta es la aportación básica del judaísmo no sólo a la historia de occidente, sino al conjunto de la humanidad. Ésta es la “novedad” cristiana.

El pensamiento occidental de tipo griego tiende a aceptar sólo aquello que puede demostrarse y cuantificarse de manera operativa. En contra de eso, judíos y cristianos saben que el verdadero conocimiento está vinculado a la fe, es decir, a la confianza en la vida (en el Dios creador). De esa manera, su visión del conocimiento por fe nos sitúa en la base de una antropología creyente: antes de toda demostración está el descubrimiento del don de la vida, está la fe, entendida en forma de confianza básica.

Esta fe es la única forma válida en el conocimiento de las personas: es el único modo válido de conocimiento del otro. Sólo por fe vivimos y somos los hombres. Sólo en fe se entiende el despliegue de la Biblia judía, que es el testimonio de un pueblo de creyentes, que confían en la presencia de un Dios que es Fiel (digno de fe) y responden de un modo creyente, con la verdad más honda, que es la verdad de la fe (es decir, la emuná, que es el “amén” a la vida).Esta fe o emuná (el decir Amén) ni es superstición, ni es “credulidad” infantil, sino aceptación madura, responsable, de la vida.

La fe mueve montañas…mueve árboles, mueve la vida humana

Dice el refrán que la fe mueve montañas (pero no montañas física, que están bien donde están), que la fe puede arrancar árboles (pero no árboles de un bosque, que están bien donde están). La mueve la vida humana. Nos pone en pie, para entender y para actuar, para dialogar y para superar los obstáculos del diálogo.

Tenemos el riesgo de perder la fe… de no confiar unos en otros, de “creer” sólo en el dinero o el poder (y eso no es fe, es otra cosa). Si los hijos no se fían de los padres (y los padres no dan motivos para creer a los hijos…), si no creemos en la vida, ni los unos en otros otros…, si todo lo hacemos por puro afán de imposición y lucha, terminaremos matándonos todos. Confiar unos en otros, eso es fe:

¿Confían los responsables de la Iglesia en sus comunidades… y confían las comunidades en los responsables de sus iglesias?

¿Confían los ciudadanos en el Gobierno… y confía el Gobierno en los ciudadanos?

¿Confían los trabajadores en los sindicatos…, pueden confiar en el Capital… o el Capital no entra en el campo de la fe, sino en el campo de la pura lucha de unos contra otros?

Añadido. Versión de Marcos: La fe de Dios

Para entender mejor el texto anterior (propio de Lucas), quiero citar y comentar la versión de Marcos (Mc 11, 22-24), donde se habla del mismo árbol, pero ese árbol no se ha movido de sitio, sino que se ha “secado” (por la oraciòn de Jesús....).

Se ha secado el árbol que es signo de templo cerrado en sí mismo, (del templo de Jerusalén, para que puede surgir y extenderse, en su lugar, la religión de la fe que mueve montañas....

Jesús ha hablado y el árbol se ha secado (no ha querido escuchar la palabra…). Los discípulos se extrañan. Pero Jesús les responde, instaurando la religión de la fe (de la misma fe de Dios)

Mc 11:
(Jesús) 22 Y Jesús, respondiendo, les dijo:
(a. Fe) ¡Tened la fe de Dios!
(b. Oración) 23 En verdad os digo, si uno le dice a este monte: ¡Quítate de ahí y arrójate al mar!, y no duda en su interior, sino que cree que va a realizarse lo que dice, lo obtendrá. 24 Por eso os digo: Todo lo que pidiereis orando creed que ya lo habéis recibido y así será.

La destrucción del templo (higuera seca) es para Pedro (para la Iglesia instituída) un problema de primera magnitud. ¿Qué se puede hacer cuando un tipo de orden sagrado ha caído, está ya seco? Jesús le responde mostrando que la destrucción del templo/higuera permite el surgimiento de la auténtica sacralidad evangélica, centrada en la fe, la oración y el perdón.

a) ¡Tened la fe de Dios...! (Mc 11, 22).

Ésta es una palabra clave, no sólo de Marcos, sino de todo el Nuevo Testamento: Ha caído el templo material (se ha secado la higuera), pero se abre y potencia el poder de una fe que mueve montañas, la misma “fe de Dios” (pistis theou), que los creyentes pueden y deben hacer suya.

Ciertamente, sigue en el fondo “la fe en Dios” (confiar en él) y quizá también la fe en las cosas que él dice y realiza (creer a Dios), pero lo que Jesús pide (y ofrece) aquí a sus fieles es algo distinto: Quiere que ellos tengan la misma fe de Dios (ekhete pistin theou), suponiendo de esa forma que, en su oración, se identifican de tal manera con Dios (con su vida y su reino) que ellos creen (y así pueden) lo mismo que Dios cree, pudiendo hacer lo que él hacer, siendo “uno” con él.

Algunos manuscritos posteriores (א D N Θ…) formulan el texto de un modo potencial: ei ekhete… (¡si tuvierais la fe de Dios!). Pero resulta preferible mantener el imperativo: ¡Tened fe de Dios! Frente al templo que, evidentemente, está vinculado a la fe, pero que responde también a impulsos de tipo social y a otras instancias de poder, Jesús destaca aquí la fuerza de la fe, que así aparece como elemento clave del mismo Dios que, según eso, “cree”, es decir, confía (abre un campo de fe) y de esa forma actúa (crea). Es significativo el hecho de que ni Mateo (cf. 21, 21) ni Lucas (cf. 14, 13-14) hayan conservado esta expresión de “la fe de Dios” que, a mi juicio, no ha sido suficientemente valorada por la tradición de la Iglesia (que apenas ha hablado de ella).

El mismo Dios aparece así, en Marcos, como fuente y sentido de fe, de manera que podemos afirmar que él (Dios) es el primero de todos los creyentes: ¡Dios cree en los hombres, por eso les crea, de forma que ellos puedan creer y crear, crearse a si mismo en amor.

Según eso, frente a la cueva de bandidos reunidos, propia de los sacerdotes y comerciantes elitistas del Gran Templo (para quienes Dios se hace presente como fuente y fuerza de los sacrificios), el Jesús de Marcos identifica la presencia de Dios con la fe, de manera que su Casa ha de entenderse como espacio de presencia creadora, lugar donde “la fe de Dios” se vuelve “fe de los hombres” (que así pueden creer como Dios).

Los cristianos carecen de templos, no se definen por instituciones sacrales como aquellas que posee el judaísmo de los sacerdotes. Pero debe vincularles una fe poderosa (la fe del mismo Dios, con quien ellos se identifican, por medio de Jesús.

Dios cree en ellos
Ellos creen en Dios (haciendo que surja un mundo de fe....)

b) Oración de fe: «Si alguien dijera a esta montaña...» (11, 23-24).

El templo era un espacio básico de sacralidad, donde Dios escuchaba a sus orantes (cf. 1 Rey 8). Ahora, seca la higuera de Israel, caídas las piedras de su templo (cf. 13, 2), Jesús dice a sus seguidores que ellos mismos son templo, pues Dios les concede de manera inmediata aquello que le piden, porque el mismo Dios pide y obra en (por) ellos, ya que tienen las pistis theou, la misma fe de Dios, de manera que si dicen a esa montaña (tô orei toutô), que puede referirse a cualquiera (pero que en este contexto parece evocar la del templo), que se arranque del sitio en que está y se hunda en el mar lo hará (11, 23).

Los verdaderos creyentes no necesitan santuario nacional ni sacerdocio controlado por ley de escribas, sino que pueden dialogar y dialogan directamente con Dios (están inmersos en él), en gesto de confianza, teniendo la certeza de que Dios les ha concedido ya (cf. elabete: 11, 24) lo que han pedido. La misma fe convertida en oración “es” presencia y obra de Dios, que actúa en (por) ella, de manera que los creyentes no tienen que esperar para “después” el cumplimiento de su plegaria, pues en la misma “petición en fe” se encuentra ya el cumplimiento de aquello que se pide.
El culto del templo seguía dejando a los “fieles” en un espacio marcado por conflictos materiales (económicos), en un campo de ritualidad sacral, particularista, de división de unos con otros. Quien se liga a los cambios económicos y a los sacrificios criticados en 11,15-16 no ha llegado a la radicalidad de la fe activa de Dios, que Jesús propone y ofrece a sus discípulos, pues el verdadero templo que él busca es la oración de cada uno de los creyentes.

Cae o termina en buena hora el edificio antiguo de los sacerdotes-escribas. Crece en su lugar la fe del hombre que confía en Dios (y cree en los demás, y actúa como Dios), sabiendo que toda petición está cumplida ya en el mismo momento de formularla desde dentro. Sin esta nueva enseñanza sobre la oración personal (sobre la presencia de Dios en la fe de cada uno de los creyentes), la crítica del templo hubiera terminado siendo inútil, puramente negativa. El verdadero templo del reino de Jesus empieza ahora y se identifica con la fe orante que enriquece y vincula a todos los humanos, pues Dios mismo cree y actúa en aquellos que creen y le piden algo.

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