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jueves, 25 de noviembre de 2010

25 de Noviembre: Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer




Por Wikipedia

El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer (o DIEVCM), aprobado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en su Resolución 50/134 el 17 de diciembre de 1999, se celebra anualmente cada 25 de noviembre, en memoria de las hermanas Mirabal.1 La propuesta para que se celebrara en esa fecha la realizó la República Dominicana, con el apoyo de 60 países.

Historia

El motivo que llevó a la República Dominicana a solicitar este día fue por el macabro asesinato de las tres hermanas Mirabal, activistas políticas dominicanas, hecho que tuvo lugar el 25 de noviembre de 1960, por órdenes del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo.
En 1981 se celebró en Bogotá, Colombia, el Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, donde se decidió marcar el 25 de noviembre como el Día Internacional de No Violencia contra las Mujeres, recordando el asesinato de las hermanas Mirabal.
En 1993 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, en la que se definió la "violencia contra la mujer" como
todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o la prohibición arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la vía pública o en la vía privada.
En dicha Asamblea se reconoció que eran necesarios "una clara declaración de los derechos que se deben aplicar para asegurar la eliminación de toda violencia contra la mujer en todas sus formas, y un compromiso de los Estados y de la comunidad internacional en general para eliminar la violencia contra la mujer".2
El 17 de diciembre de 1999, la Asamblea General de las Naciones Unidas designó el 25 de noviembre como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. La ONU invitó a gobiernos, organizaciones internacionales y organizaciones no gubernamentales a organizar actividades dirigidas a sensibilizar al público respecto del problema en este día como una celebración internacional.
El Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (United Nations Development Fund for Women o Unifem, en inglés) también observa regularmente la jornada, y ofrece sugerencias para que otros las observen.
En octubre de 2006 se presentó el Estudio a fondo sobre todas las formas de violencia contra la mujer, que demuestra que existen obligaciones concretas de los Estados para prevenir esta violencia, para tratar sus causas (la desigualdad histórica y la discriminación generalizada), así como para investigar, enjuiciar y castigar a los agresores.


Problema en el ámbito mundial

Las mujeres de todo el mundo son objeto de violación, la violencia doméstica y otras formas de violencia, y a menudo están ocultas la escala y la verdadera naturaleza de la cuestión.
En el mundo, una de cada cuatro mujeres ha sido violada en algún momento de su vida.
Dependiendo del país, entre una y tres de cada cuatro mujeres son maltratadas físicamente en sus hogares de forma habitual.
Cerca de 120 millones de mujeres han padecido mutilaciones genitales.
Las violaciones han devastado mujeres, niñas y familias en los recientes conflictos en Ruanda, Camboya, Liberia, Perú, Somalia, Uganda y en la antigua Yugoslavia.

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25 de noviembre: día internacional contra la violencia de género
Por Esprança Bosch Fiol

La violencia de género ha sido, y sigue siendo en muchas partes del mundo, un delito oculto, invisible. La consideración de que las mujeres son objetos de propiedad de los varones de la familia, y por extensión de todos los varones, y que deben estar sujetas a ellos, obedecer, mantenerse en la sombra, cubrir las necesidades y satisfacer los deseos de ellos es la regla de oro del patriarcado. Si el poder es masculino, la capacidad de corregir y castigar también es de ellos. La violencia explícita o la amenaza de recurrir a ella se utilizará como una forma de control sobre la vida de las mujeres, y ese miedo se transmitirá de generación en generación. El “aguanta, ya sabes como son los hombres” ha sido durante largo tiempo un consejo de muchas madres a sus hijas, como una forma, quizás, de prevenirlas sobre las consecuencias todavía más graves si se atrevían a desobedecer, quejarse o intentar apartarse de ellos.

Ese recurso a la violencia está presente en todos los países del mundo, si bien es cierto que en aquellos donde los derechos de las mujeres no están siquiera contemplados formalmente su situación es verdaderamente desesperada. Cualquiera puede comprobar con solo un vistazo en los libros de historia como desde tiempos inmemoriales tanto las voces autorizadas (grandes sabios, pensadores, científicos , literatos, religiosos, etc.) como las populares (repasemos refraneros, cuentos infantiles, leyendas tradiciones, ...) transmitían estas ideas de desprecio hacia ellas y sus derechos, alimentando un cuerpo de creencias misógino perverso y letal.

Sin embargo, si algo caracteriza la lucha feminista es su tenacidad. Es un hecho incuestionable que, a pesar de todos los inconvenientes, obstáculos y palos en las ruedas, nunca se han dado por vencidas. Siempre hubo voces transgresoras, luchadoras que, de manera solitaria o colectiva, defendían, y defienden, la dignidad y el derecho a una vida plena de todas las mujeres, todas sin excepción. Uno de estos derechos fundamentales es el de la educación. Alcanzarlo ha sido, y sigue siéndolo en otros lugares del planeta, un proceso lento y difícil. El concepto tradicional de feminidad ha estado reñido con el deseo de aprender más allá de lo relacionado con las tareas del hogar, y ya no digamos de aplicar estos nuevos conocimientos al ámbito público.

Sin embargo también en este campo la tenacidad dio sus frutos. Hoy en día es una evidencia que tanto en el Estado Español, como en la casi totalidad de los países de nuestro entorno las chicas ya son mayoría en los estudios superiores (aunque también es cierto que persiste la discriminación horizontal, de la que quizás podamos hablar en otro momento). Ciertamente, la presencia de mujeres en las aulas como alumnas y paulatinamente como profesoras comprometidas con los valores feministas, ha ido modificando el escenario cotidiano de las universidades, así como ha promovido e impulsado la consolidación de los estudios de género, de gran vitalidad y reconocido prestigio, que han hecho posible una revisión crítica de buena parte de los saberes tradicionales, aportando, entre otras cosas el análisis diferencial entre sexo y género, y la necesidad de la introducción de la variable género como parte fundamental para la construcción del conocimiento.

Estos estudios han enriqueciendo los contenidos, impulsando nuevas líneas de investigación y formando a nuevas generaciones de profesionales que podrán contar con herramientas más útiles para enfrentarse a las complejas realidades sociales. No ha sido fácil, se nos ha tachado de poco científicas, o de querer construir guetos (curiosa manera de denominar grupos de investigación que se caracterizan precisamente por su transversalidad y multidisciplinareidad), pero nuevamente la tenacidad va dando sus frutos, aunque siempre con un cierto grado de sufrimiento y a menudo de desencanto ante determinadas reacciones.

Entre estos contenidos nuevos están precisamente los relacionados con la violencia de género. El reconocimiento de este tipo de violencia como estructural permite pasar del análisis de lo privado a lo público, a lo social y a lo político. Conocer los mecanismos de control sexista, las diversas formas de violencia, investigar las posibles tipologías, explorar los modelos explicativos, adentrarse en las raíces más profundas de este cuerpo de creencias que justifica la dominación de la mitad de la humanidad, penetrar en el sufrimiento de las víctimas, descubrir sus mecanismos de supervivencia, en fin todo esto y mucho más se convierte en básico para poder, a su vez, plantearnos en un futuro difícil de precisar la erradicación de lo que viene siendo ya descrito como una de las más graves lacras sociales mundiales, que inflinge sufrimiento, miedo y muerte, frena el desarrollo de los pueblos, perpetua situaciones de injusticia social y de pobreza, atacando los valores fundamentales de las sociedades democráticas.

Con todo lo dicho, pretendo hacer hincapié en la necesidad de una formación científica sólida, que conforme perfiles de personas expertas en el tema, huyendo del amateurismo y de aquellos/as que, recién llegados al tema, y comprobando que hoy por hoy son ya cuestiones emergentes que ocupan un cierto protagonismo social y académico (porque en los tiempos difíciles evidentemente no estaban) confunden opinión con formación, creyéndose suficientemente preparados /as para autoproclamarse aptos/as para lo que convenga. Si una formación deficiente es peligrosa siempre, en un tema tan sensible y que toca tantos mimbres como la violencia de género lo es todavía más. Es responsabilidad de las universidades asegurar unos contenidos coherentes, y marcar unos criterios de exigencia (como en cualquier otra disciplina, dicho sea de paso) avalados por las trayectorias investigadoras y docentes reflejadas en los curriculums académicos, que aseguren que la formación será impartida desde el conocimiento y la responsabilidad, fomentando la consolidación de equipos y apoyando a las personas jóvenes que quieran especializarse en estos temas.

La conmemoración del Día Internacional contra la Violencia de Género puede ser un buen momento para reflexionar sobre ello. Las universidades, mediante la correcta formación pueden, y deben, participar del proyecto colectivo de diseñar un futuro más justo para mujeres y hombres, comprometiéndose activamente contra la injusticia. Si buscamos la excelencia, busquémosla también en este tema.

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