Por José Enrique Ruiz de Galarreta sj
E L A D V I E N T O
"Adventus Domini": la llegada del Señor. Dios está en todas partes y siempre
está. Entonces, ¿qué es lo que viene, qué es lo que llega?.
está. Entonces, ¿qué es lo que viene, qué es lo que llega?.
Para nuestros ojos y nuestros oídos, Dios no está. No podemos verlo, ni oírle ni tocarlo.
La Presencia de Dios escapa a nuestros sentidos, aunque está ahí. Está ahí, podemos conectar con Él, su Espíritu actúa en el mundo, habla, trabaja por nosotros. Ésta es la primera piedra de nuestra fe. Hubo un momento en la historia en que su presencia fue especial. Hace casi dos mil años, en un hombre que se llamaba Jesús de Nazaret hubo una "explosión del Espíritu". Jesús es "el hombre lleno del Espíritu", en el cual vemos a Dios. En su palabra oímos La Palabra, en sus obras vemos cómo actúa Dios.
Y Jesús vino, llegó, en un momento del tiempo, en una fecha concreta. Los cristianos pensamos que su llegada estaba preparada desde hacía siglos. La humanidad esperaba esa presencia especial de Dios. Un pueblo, un pueblo de poca importancia, Israel, se dio cuenta de esto más que los demás, y poco a poco se fue preparando para su llegada: la Biblia, lo que llamamos el Antiguo Testamento es la crónica de esa preparación, de cómo Israel fue poco a poco entendiendo la palabra de Dios, a veces mal, a veces muy bien, y se fue dirigiendo al encuentro de Jesús.
Nosotros, casi veinte siglos después, celebramos todos los años esa llegada de Jesús. Navidad, el aniversario de la llegada de Jesús. Como un cumpleaños, pero con una diferencia muy importante. En un cumpleaños realmente no pasa nada. Celebramos una cosa que pasó, y mostramos nuestro cariño a una persona, nada más. Pero la llegada de Jesús es algo que sucedió y que sigue sucediendo.
Sucedió que nació un niño. Pero sucedió también que con ese niño, por medio de ese niño, los que vivieron con él conocieron mucho mejor a Dios, y cambiaron de vida. Muchos de los que conocieron a ese niño cambiaron tanto que es como si se asomaran a una nueva vida, como si nacieran de nuevo,... Y nos lo contaron, nos lo transmitieron.
A nosotros también nos pasa lo mismo. Conocer a Jesús, aceptar a Jesús, creer en Jesús es como volver a nacer. Y esto sucede una vez y mil veces en la vida, porque Jesús va creciendo en nosotros, lo vamos conociendo mejor, lo vamos aceptando más.
Así que Jesús nació hace dos mil años y nace constantemente en los que creemos en él, de manera que nuestra vida se va trasformando todos los días, cuanto más conocemos a Jesús, cuanto más le aceptamos, cuanto más creemos en él. Todo esto empezó cuando Jesús nació en Belén y por eso al celebrar el nacimiento de Jesús celebramos mucho más que su cumpleaños. Celebramos el principio de nuestra nueva vida, eso que Jesús llamaba "el Reino de Dios, que está dentro de vosotros". Nosotros, la Iglesia, aprovechamos todos los años la Navidad para que Jesús vuelva a nacer en cada uno con más fuerza. Como aprovechamos un cumpleaños para que crezca nuestro cariño.
Pero las fiestas importantes se preparan, para que salgan bien. La Navidad puede ser importante. Puede aumentar nuestro conocimiento de Jesús, nuestro amor a Jesús, nuestro compromiso con Él, nuestra vida nueva. Por eso, la preparamos bien. Y eso es el Adviento: dedicamos cuatro semanas a prepararnos bien, para que esta fiesta deje huella en nosotros. Las lecturas de la Eucaristía, en estos cuatro domingos, nos recuerdan algunos temas básicos, para que nos preparemos bien a Navidad. Aparecerá el Profeta Isaías, que nos recordará que estamos esperando a Dios, la Luz, la Salvación.
Aparecerá Juan Bautista, que fue el heraldo de Jesús, el que lo anunció a Israel. Y aparecerá un tema fundamental: "estad preparados, el Señor viene, abridle las puertas, preparad el camino".
La venida histórica de Jesús marcó una situación límite, una encrucijada para el pueblo de Israel. Esto es un anuncio profético. Para todos los hombres, el Reino de Dios es una encrucijada, una elección. Hay que elegir entre conformarse con esta vida, con sus valores y sus satisfacciones y resignarse a morir... o no conformarse, fiarse de la Palabra de Jesús y aspirar a más, a más vida, a otros valores que no se terminen. Así, el Adviento es un tiempo profético en que se nos pide hacer un acto de fe: aceptar que no somos sólo tierra, que vamos hacia la plenitud y que hay que caminar.
Todo esto muestra la dimensión interior, personal, de la "venida". Dios sale a nuestro encuentro continuamente si continuamente estamos caminando en busca de Él. La espiritualidad del cristiano es no detenerse jamás. Jamás poner su ilusión en nada que le retenga, que le esclavice, que le disminuya, que le estanque. La espiritualidad del cristiano es:
"Salid al encuentro al Señor que viene".
Esta es la "urgencia" de una vida sin concesiones, que aparece expresada muy radicalmente tanto en las cartas de San Pablo como en el Evangelio. Otras imágenes evangélicas subrayan la misma línea. Así, el mayordomo fiel, el mayordomo infiel, las vírgenes necias y prudentes, los talentos, y el precioso resumen de Lucas 21, 34-37:
Guardaos de que vuestros corazones no se vuelvan pesados por el libertinaje y las preocupaciones de la vida... Estad en vela, orad...
Así que el Adviento es un tiempo de urgencia, de despertar si nos habíamos dormido, de avivar la fe. Es muy importante sin embargo recordar que éste no es un tiempo de amenazas. Decimos: "¡Viene el Señor!", y algunos parece que lo dicen con espanto, como si viniera el desastre, como si hubiera que esconderse. Es al revés: ¡Viene el Señor, qué alegría!. Dios está con nosotros, es un aliado, está a favor de nosotros. Dios es el Libertador.
¿Ha tenido usted alguna vez la experiencia de ver amanecer?. Es de noche y está oscuro, pero se adivina ya cierto resplandor tras el horizonte. Poco a poco, el firmamento se va haciendo más claro... Viene la luz, viene el sol, y nos sentimos bien, nos sentimos llenos de esperanza. Este es el mensaje del Adviento:
"Alégrate, Jerusalén, porque llega tu luz"
DOMINGO 1º DE ADVIENTO-CICLO A
La vida es algo muy serio, pero se puede echar a perder. Dios es el que nos ayuda a vivir.
TEMAS Y CONTEXTOS
LA PROFECÍA DE ISAÍAS.
Isaías es uno de esos genios que aparecen de vez en cuando en la historia de la humanidad. Vivió en Jerusalén hacia el año 750. Eran años espantosos para el reino de Judá. Desde el Nor-Este, el temible imperio asirio es una terrible amenaza para Siria, Israel y Judá. Los asirios lo destruyen todo, son unos guerreros sanguinarios. Pero, peor aún, Isaías ve que el Pueblo y sus reyes no son fieles al Señor, no cumplen la Ley... y teme que van a ser destruidos, como castigo por su infidelidad. En medio de tanta angustia, Isaías tiene sin embargo el valor de anunciar al pueblo que, si son fieles al Señor, el final será el triunfo, el triunfo del Señor: Jerusalén será restaurada, se venerará al Señor en su santo templo, y el pueblo será "El Pueblo Santo", "El Pueblo de Dios", que será luz de las naciones.
La Iglesia ha entendido estas palabras de Isaías como una visión profética del triunfo definitivo de Dios. A final, Dios reinando sobre todas las cosas. Pero no es un reino exterior, un estallido de poder. Tampoco es un triunfo político de Israel, aunque el pueblo de Israel lo creyó a veces así. Se trata de que Dios reina en los corazones humanos, instruidos en sus caminos. Los humanos caminaremos según la voluntad de Dios. Esto hará la paz. Es un resumen de la historia: los humanos caminan en tinieblas, caminan en el pecado; llegará el día en que se vuelvan a la luz.
La imagen es el Monte. Para todo lector de la Biblia, el Monte, el Monte de los Montes es el Sinaí, porque en ese monte Dios Libertador dio a los hombres La Ley, la ley que les ha de salvar del pecado. Pero el monte es también el Monte de Sión, Jerusalén. La historia discurre de Monte a Monte: del Sinaí, en que Dios ofrece al hombre La Ley, para que al cumplirla no sea esclavo del pecado; al Monte de Sión, cuando la humanidad encuentre a Dios y se realice su Reino.
Es una visión del fin de los tiempos, en positivo, no como destrucción y catástrofe sino como culminación, plenitud: "Dios será todo en todos", "todos los pueblos caminarán a su luz". Insistimos muchas veces en el final como catástrofe, pero la Biblia está llena de imágenes de triunfo final de Dios, de plenitud de la humanidad que encuentra finalmente la luz de Dios.
LA CARTA A LOS ROMANOS
Pablo escribe esta carta probablemente desde Corinto hacia el año 57-58. Considera terminada su tarea en Asia y en Europa oriental y se encamina hacia Roma y Occidente, con intención de llegar, quizá, hasta España. Ya ha escrito varias cartas que conocemos: a los de Tesalónica, de Corinto, de Galacia, quizá también a los de Filippos. Roma cuenta ya con una comunidad cristiana importante; no sabemos quién la fundó, aunque es verosímil que fueran judíos que vivían en Roma y tomaron contacto con el Evangelio en sus peregrinaciones a Jerusalén. La ciudad de Roma, capital del Imperio y gran Urbe, ejerce un enorme atractivo sobre los cristianos. Cuando desaparezca Jerusalén, año 70, Roma compartirá con Antioquía y Alejandría una especie de "primado de honor" entre las diversas iglesias y será, desde luego, la cabeza de las Iglesias de Occidente. No sabemos muy bien cuál fue el motivo de la carta, que es un gran documento doctrinal que podría haber sido remitido a cualquier comunidad cristiana.
Releamos despacio el texto de hoy: "Daos cuenta del momento en que vivís". "La noche está avanzada, el día se echa encima". Pablo no comparte la idea de muchos de los primeros cristianos, que pensaban que el fin de los tiempos era inminente. Lo sabemos por las cartas a los de Tesalónica, que leímos al final del ciclo C. Pero, de todas formas, a nosotros no nos interesa esa interpretación. Nos da igual cuándo se va a acabar el mundo. Hasta podemos decir que nos da igual también cuándo se va a acabar nuestra vida. Lo que nos interesa es que se va a acabar. En este texto se da una versión muy bella del final. El final no es pasar de la luz a la oscuridad, sino al revés; el final es que se acaba la noche y llega el día. Precioso: esta vida es la noche: la muerte de cada uno - y el final de este universo quizás - es el amanecer, la llegada del día, de la luz, que es Dios. Esto cambia todos los valores. Todo lo que apetecemos tiene un valor muy relativo, porque se acaba. Pero la vida no se acaba. Entonces, ¿para qué vivimos?. ¿Cómo hay que vivir?
EL EVANGELIO DE MATEO
Estamos en el final de la vida de Jesús, en la última semana. Jesús se está enfrentando a los sacerdotes, a los jefes del pueblo y a los doctores. Va a ser rechazado. La palabra de Jesús se hace radical. Quiere hacer ver a todos la importancia del momento que están viviendo. Están ante la luz, y van a preferir las tinieblas. Después de este texto vienen cuatro parábolas dramáticas: el mayordomo infiel, las diez vírgenes, los talentos, y el juicio final. Y todo con un mensaje apremiante: si no recibís la Palabra de Dios, os estáis perdiendo vuestra gran oportunidad.
Del tema de aquel momento, Mateo se proyecta al tema más amplio: la consumación, el final de la vida del hombre y del universo, cuando todo comparezca ante Dios y quede claro lo que es válido y lo que es inválido. Es una urgente llamada a tomar la vida absolutamente en serio, porque se acaba, porque se puede echar a perder, porque llega lo definitivo.
Todos estos textos insisten en un aspecto importante, uno de los ejes fundamentales de la fe: la urgencia de vivir bien, la urgencia de mirar al final. Expresamente, se habla de "La venida del Hijo del Hombre". Para nosotros, para cada uno, "Dios viene" significa "el fin de la vida es el encuentro con Dios".
Aquí tenemos, por tanto, el primer significado del Adviento. Adviento es "llegada". ¿Qué llega? La muerte, es decir, el encuentro con Dios, la Vida definitiva. Eso es lo que llega, y eso es lo que condiciona toda la vida. La expresión de Pablo podríamos interpretarla así: "Daos cuenta de a dónde va la vida", y sed consecuentes, no tiréis la vida, dedicaos a lo que merece la pena.
En este texto aparece la urgencia de la conversión, la importancia de la vida. La vida es pasajera, se va a terminar y no sabemos hasta cuándo tenemos tiempo: hay que aprovechar el tiempo de la vida. Y para que sepamos y podamos aprovechar la vida, salvar la vida, contamos con la luz y la fuerza de Dios, el Salvador, el que nos libera del pecado y de la muerte.
Así que para nosotros cobran un significado especial algunas frases que se usan
corrientemente, por ejemplo: "carpe diem" o "sólo se vive una vez". Es verdad, carpe diem, pero en el sentido de "aprovecha el tiempo”, y no "tira tu vida". "Sólo se vive una vez". Es verdad, ésta es nuestra oportunidad: es de locos tirarla, desaprovecharla, desperdiciarla.
¿Cómo hay que vivir, según esto? ¿Atemorizados? ¿Temerosos de encontrarnos con Dios?. Ha sido frecuente una interpretación catastrofista y atemorizadora. Si el Hijo del hombre viene como un ladrón, parece que Dios nos acecha, que está esperando a cogernos en falta... Incluso se han hecho interpretaciones de este tipo. Y se ha utilizado a Dios como una amenaza, y se ha resaltado de Él solamente la imagen de Juez... Esta imagen es verdadera, pero es insuficiente. Dios Juez significa que Él es la verdad definitiva: al final Él es la verdad. No es verdad que todo dé igual. La vida se puede tirar, se puede echar a perder. El ser humano es un proyecto que se puede realizar y se puede quedar en el camino. Todo esto es verdad, y hace de la vida algo absolutamente serio.
Pero Dios no es sólo, ni principalmente, eso. En la larga trayectoria de la Biblia, Dios se presenta siempre como "el que trabaja por el hombre contra el pecado". Es la tesis del Libro del Génesis, y, aún más explícitamente, del Libro del Éxodo. En este libro Dios es el Libertador. Y no principalmente porque saca a su pueblo de Egipto sino, sobre todo, porque le da la Ley para que, al cumplirla, deje de ser esclavo del pecado. Y además, "camina en medio de su pueblo", en la Tienda del Encuentro. Este tema lo recoge Juan en el Prólogo de su evangelio: Jesús es La Palabra "que puso su tienda entre nosotros". Ésta es pues la imagen entera de Dios. Por una parte, la Ley, la norma, el sentido de la vida: apartarse de Él es equivocarse, poner en peligro nuestro proyecto de vida. Por otra parte, él es La Palabra, la Luz, el Pan, que nos ayuda para salvar la vida, para llegar a término.
Esto nos proporciona la oportunidad de recordar algo importante: cómo tenemos que leer, y cómo no debemos utilizar la Biblia. Si tomamos cualquier pasaje de la Biblia y aceptamos su contenido sin más, fuera de todo contexto, conseguiremos que la Biblia diga lo que nosotros queramos. Por eso, hay que leer toda la Biblia, todo el Evangelio, y entender todo el mensaje. Cada pasaje es una parte. Dios es juez, sí, y Padre, y Médico, y Luz, y Pastor, y Agua, y Pan ... Si tomamos una sola de esas explicaciones, con exclusión de las demás, mutilamos el Mensaje.
Por tanto, hemos de leer el mensaje completo: la importancia de la vida, la urgencia de volvernos a Dios, la necesidad de salvar la vida, de no tirarla. Y, para todo eso, contamos con el Señor que viene. Así, la Navidad no es "Dios viene para castigar" sino "Dios viene para iluminar". Por esto se colocan estos textos en el camino hacia la Navidad. Viene el Señor, preparaos, porque la salvación no es obra sólo de Dios: Dios nos ayuda en el trabajo de caminar bien, de no tirar nuestra vida... si nosotros lo queremos hacer. Para quien solamente quiere dormir, la luz es un estorbo.
El primer mensaje del Año litúrgico es, por tanto, depertarnos. Recordarnos quiénes somos y qué es la vida. Y anunciarnos que, para caminar, contamos con la luz de Dios.
El Adviento empieza con dos mensajes paralelos: por un lado, la urgencia de tomar en serio la vida, la urgencia de caminar, de no quedarse dormido, de no atender a lo que no tiene valor; por otro lado, la primera revelación de quién es Dios, el que ilumina, el que ayuda a caminar. Ése es el que va a nacer, la luz que ilumina el camino.
1.- "VEN, SEÑOR JESÚS".
• No puedo parar mi vida. Se me va. Todo lo que tengo, se me escapará un día de las manos. Sólo me quedará lo que soy. Me afano en poseer, pero me lo quitarán. Me afano en disfrutar, pero dura poco, cada vez disfruto menos, y cada vez deseo más.
• Y escucho La Palabra: "No caminas hacia la muerte sino hacia la libertad". No vas hacia la noche: vienes de la noche hacia el día. Tu Dios no es tu sentencia de muerte, sino el pan y el vino para caminar, la luz para acertar.
• Sentir: ¿para qué trabajo, en qué disfruto? ¿Me basta? ¿Va a ser tiempo perdido todo el enorme esfuerzo que supone vivir? Tanto trabajo, tanto esfuerzo, tanta ilusión, tantos afanes... ¿van a ser sólo tierra, acabarse en nada, desaparecer?
• Escuchar con profunda alegría la Palabra: "Vamos a la Casa del Señor". Todo puede ser para siempre. Todo puede ser semilla que dé cosecha... ¿todo?.
• Mirar mi vida. ¿Estoy sembrando para la buena cosecha? ¿Estoy tirando la vida para quedarme al fin sin nada?
• Y dar gracias a Dios, que hace posible ver, elegir lo mejor, no conformarse, hacer la vida válida, dar gracias a Dios por esta Palabra de esperanza, de estímulo.
2.- CONTEMPLACIÓN
• Es típica de Navidad, y por tanto de Adviento, la contemplación.
• Contemplar es "quedarse mirando", dejar que las imágenes calen, sentir. Póngase ante una imagen de Jesús. Mírele los ojos. Escuche, está hablando:
• "-¡Despierta, estás dormido, estás tirando la vida!. No hagas tesoros aquí, que se pudren. Haz tesoros para siempre...Despierta, que se te pasa la vida. "
• Y quédese mirándole a los ojos, sin más, sin pensar mucho, sólo sintiendo que Él está mirando.
El CANTO RESPONSORIAL de hoy es el salmo 121. En él encontramos los cristianos un típico texto del Antiguo testamento que "se deja iluminar" muy bien, es decir, que cobra sentido muy pleno desde Jesús.
La "casa del Señor, Jerusalén" es la plenitud a donde vamos. Cantamos la alegría del peregrino que sabe que está llegando a la mansión segura, libre ya de las dificultades del camino, donde se reúnen por fin todos los Hijos.
Los "tribunales de justicia" ansiados en una época en que la justicia era mal y poco impartida. "El Palacio de David", de donde la justicia se imparte para todo el pueblo... es nuestro deseo profundo, el deseo de todo humano de verse libre de lo injusto. La Justicia viene de Jesús, el Rey que viene.
Finalmente, Jerusalén es también la Iglesia. Como el pueblo de Israel, la Iglesia es el lugar santo. La Iglesia, nosotros. Deseamos a la Iglesia todo bien. La Iglesia es presencia de la fuerza de salvación de Dios. Oramos pues por la Iglesia para que sea, como Jesús, fuerza de salvación, presencia de esperanza.
Qué alegría cuando me dijeron
"Vamos a la Casa del Señor"
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.
Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus
las tribus del Señor.
Según la costumbre de Israel
a celebrar el nombre del Señor.
En ella están los tribunales de justicia
en el palacio de David.
Desead la paz a Jerusalén:
"Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios"
Por mis hermanos y compañeros
voy a decir: "La paz contigo"
Por la casa del Señor nuestro Dios
te deseo todo bien.
¿Por qué no prueba a orar durante el día, repitiendo una frase...? Va usted por la calle, se queda un momento a solas... repita en su interior:
“¡Qué alegría, voy caminando a casa, a la Casa del Señor!”
Nosotros podríamos quizá actualizar las imágenes de este salmo y, con su mismo espíritu, orar a Dios de manera semejante a ésta:
La Presencia de Dios escapa a nuestros sentidos, aunque está ahí. Está ahí, podemos conectar con Él, su Espíritu actúa en el mundo, habla, trabaja por nosotros. Ésta es la primera piedra de nuestra fe. Hubo un momento en la historia en que su presencia fue especial. Hace casi dos mil años, en un hombre que se llamaba Jesús de Nazaret hubo una "explosión del Espíritu". Jesús es "el hombre lleno del Espíritu", en el cual vemos a Dios. En su palabra oímos La Palabra, en sus obras vemos cómo actúa Dios.
Y Jesús vino, llegó, en un momento del tiempo, en una fecha concreta. Los cristianos pensamos que su llegada estaba preparada desde hacía siglos. La humanidad esperaba esa presencia especial de Dios. Un pueblo, un pueblo de poca importancia, Israel, se dio cuenta de esto más que los demás, y poco a poco se fue preparando para su llegada: la Biblia, lo que llamamos el Antiguo Testamento es la crónica de esa preparación, de cómo Israel fue poco a poco entendiendo la palabra de Dios, a veces mal, a veces muy bien, y se fue dirigiendo al encuentro de Jesús.
Nosotros, casi veinte siglos después, celebramos todos los años esa llegada de Jesús. Navidad, el aniversario de la llegada de Jesús. Como un cumpleaños, pero con una diferencia muy importante. En un cumpleaños realmente no pasa nada. Celebramos una cosa que pasó, y mostramos nuestro cariño a una persona, nada más. Pero la llegada de Jesús es algo que sucedió y que sigue sucediendo.
Sucedió que nació un niño. Pero sucedió también que con ese niño, por medio de ese niño, los que vivieron con él conocieron mucho mejor a Dios, y cambiaron de vida. Muchos de los que conocieron a ese niño cambiaron tanto que es como si se asomaran a una nueva vida, como si nacieran de nuevo,... Y nos lo contaron, nos lo transmitieron.
A nosotros también nos pasa lo mismo. Conocer a Jesús, aceptar a Jesús, creer en Jesús es como volver a nacer. Y esto sucede una vez y mil veces en la vida, porque Jesús va creciendo en nosotros, lo vamos conociendo mejor, lo vamos aceptando más.
Así que Jesús nació hace dos mil años y nace constantemente en los que creemos en él, de manera que nuestra vida se va trasformando todos los días, cuanto más conocemos a Jesús, cuanto más le aceptamos, cuanto más creemos en él. Todo esto empezó cuando Jesús nació en Belén y por eso al celebrar el nacimiento de Jesús celebramos mucho más que su cumpleaños. Celebramos el principio de nuestra nueva vida, eso que Jesús llamaba "el Reino de Dios, que está dentro de vosotros". Nosotros, la Iglesia, aprovechamos todos los años la Navidad para que Jesús vuelva a nacer en cada uno con más fuerza. Como aprovechamos un cumpleaños para que crezca nuestro cariño.
Pero las fiestas importantes se preparan, para que salgan bien. La Navidad puede ser importante. Puede aumentar nuestro conocimiento de Jesús, nuestro amor a Jesús, nuestro compromiso con Él, nuestra vida nueva. Por eso, la preparamos bien. Y eso es el Adviento: dedicamos cuatro semanas a prepararnos bien, para que esta fiesta deje huella en nosotros. Las lecturas de la Eucaristía, en estos cuatro domingos, nos recuerdan algunos temas básicos, para que nos preparemos bien a Navidad. Aparecerá el Profeta Isaías, que nos recordará que estamos esperando a Dios, la Luz, la Salvación.
Aparecerá Juan Bautista, que fue el heraldo de Jesús, el que lo anunció a Israel. Y aparecerá un tema fundamental: "estad preparados, el Señor viene, abridle las puertas, preparad el camino".
La venida histórica de Jesús marcó una situación límite, una encrucijada para el pueblo de Israel. Esto es un anuncio profético. Para todos los hombres, el Reino de Dios es una encrucijada, una elección. Hay que elegir entre conformarse con esta vida, con sus valores y sus satisfacciones y resignarse a morir... o no conformarse, fiarse de la Palabra de Jesús y aspirar a más, a más vida, a otros valores que no se terminen. Así, el Adviento es un tiempo profético en que se nos pide hacer un acto de fe: aceptar que no somos sólo tierra, que vamos hacia la plenitud y que hay que caminar.
Todo esto muestra la dimensión interior, personal, de la "venida". Dios sale a nuestro encuentro continuamente si continuamente estamos caminando en busca de Él. La espiritualidad del cristiano es no detenerse jamás. Jamás poner su ilusión en nada que le retenga, que le esclavice, que le disminuya, que le estanque. La espiritualidad del cristiano es:
"Salid al encuentro al Señor que viene".
Esta es la "urgencia" de una vida sin concesiones, que aparece expresada muy radicalmente tanto en las cartas de San Pablo como en el Evangelio. Otras imágenes evangélicas subrayan la misma línea. Así, el mayordomo fiel, el mayordomo infiel, las vírgenes necias y prudentes, los talentos, y el precioso resumen de Lucas 21, 34-37:
Guardaos de que vuestros corazones no se vuelvan pesados por el libertinaje y las preocupaciones de la vida... Estad en vela, orad...
Así que el Adviento es un tiempo de urgencia, de despertar si nos habíamos dormido, de avivar la fe. Es muy importante sin embargo recordar que éste no es un tiempo de amenazas. Decimos: "¡Viene el Señor!", y algunos parece que lo dicen con espanto, como si viniera el desastre, como si hubiera que esconderse. Es al revés: ¡Viene el Señor, qué alegría!. Dios está con nosotros, es un aliado, está a favor de nosotros. Dios es el Libertador.
¿Ha tenido usted alguna vez la experiencia de ver amanecer?. Es de noche y está oscuro, pero se adivina ya cierto resplandor tras el horizonte. Poco a poco, el firmamento se va haciendo más claro... Viene la luz, viene el sol, y nos sentimos bien, nos sentimos llenos de esperanza. Este es el mensaje del Adviento:
"Alégrate, Jerusalén, porque llega tu luz"
DOMINGO 1º DE ADVIENTO-CICLO A
La vida es algo muy serio, pero se puede echar a perder. Dios es el que nos ayuda a vivir.
TEMAS Y CONTEXTOS
LA PROFECÍA DE ISAÍAS.
Isaías es uno de esos genios que aparecen de vez en cuando en la historia de la humanidad. Vivió en Jerusalén hacia el año 750. Eran años espantosos para el reino de Judá. Desde el Nor-Este, el temible imperio asirio es una terrible amenaza para Siria, Israel y Judá. Los asirios lo destruyen todo, son unos guerreros sanguinarios. Pero, peor aún, Isaías ve que el Pueblo y sus reyes no son fieles al Señor, no cumplen la Ley... y teme que van a ser destruidos, como castigo por su infidelidad. En medio de tanta angustia, Isaías tiene sin embargo el valor de anunciar al pueblo que, si son fieles al Señor, el final será el triunfo, el triunfo del Señor: Jerusalén será restaurada, se venerará al Señor en su santo templo, y el pueblo será "El Pueblo Santo", "El Pueblo de Dios", que será luz de las naciones.
La Iglesia ha entendido estas palabras de Isaías como una visión profética del triunfo definitivo de Dios. A final, Dios reinando sobre todas las cosas. Pero no es un reino exterior, un estallido de poder. Tampoco es un triunfo político de Israel, aunque el pueblo de Israel lo creyó a veces así. Se trata de que Dios reina en los corazones humanos, instruidos en sus caminos. Los humanos caminaremos según la voluntad de Dios. Esto hará la paz. Es un resumen de la historia: los humanos caminan en tinieblas, caminan en el pecado; llegará el día en que se vuelvan a la luz.
La imagen es el Monte. Para todo lector de la Biblia, el Monte, el Monte de los Montes es el Sinaí, porque en ese monte Dios Libertador dio a los hombres La Ley, la ley que les ha de salvar del pecado. Pero el monte es también el Monte de Sión, Jerusalén. La historia discurre de Monte a Monte: del Sinaí, en que Dios ofrece al hombre La Ley, para que al cumplirla no sea esclavo del pecado; al Monte de Sión, cuando la humanidad encuentre a Dios y se realice su Reino.
Es una visión del fin de los tiempos, en positivo, no como destrucción y catástrofe sino como culminación, plenitud: "Dios será todo en todos", "todos los pueblos caminarán a su luz". Insistimos muchas veces en el final como catástrofe, pero la Biblia está llena de imágenes de triunfo final de Dios, de plenitud de la humanidad que encuentra finalmente la luz de Dios.
LA CARTA A LOS ROMANOS
Pablo escribe esta carta probablemente desde Corinto hacia el año 57-58. Considera terminada su tarea en Asia y en Europa oriental y se encamina hacia Roma y Occidente, con intención de llegar, quizá, hasta España. Ya ha escrito varias cartas que conocemos: a los de Tesalónica, de Corinto, de Galacia, quizá también a los de Filippos. Roma cuenta ya con una comunidad cristiana importante; no sabemos quién la fundó, aunque es verosímil que fueran judíos que vivían en Roma y tomaron contacto con el Evangelio en sus peregrinaciones a Jerusalén. La ciudad de Roma, capital del Imperio y gran Urbe, ejerce un enorme atractivo sobre los cristianos. Cuando desaparezca Jerusalén, año 70, Roma compartirá con Antioquía y Alejandría una especie de "primado de honor" entre las diversas iglesias y será, desde luego, la cabeza de las Iglesias de Occidente. No sabemos muy bien cuál fue el motivo de la carta, que es un gran documento doctrinal que podría haber sido remitido a cualquier comunidad cristiana.
Releamos despacio el texto de hoy: "Daos cuenta del momento en que vivís". "La noche está avanzada, el día se echa encima". Pablo no comparte la idea de muchos de los primeros cristianos, que pensaban que el fin de los tiempos era inminente. Lo sabemos por las cartas a los de Tesalónica, que leímos al final del ciclo C. Pero, de todas formas, a nosotros no nos interesa esa interpretación. Nos da igual cuándo se va a acabar el mundo. Hasta podemos decir que nos da igual también cuándo se va a acabar nuestra vida. Lo que nos interesa es que se va a acabar. En este texto se da una versión muy bella del final. El final no es pasar de la luz a la oscuridad, sino al revés; el final es que se acaba la noche y llega el día. Precioso: esta vida es la noche: la muerte de cada uno - y el final de este universo quizás - es el amanecer, la llegada del día, de la luz, que es Dios. Esto cambia todos los valores. Todo lo que apetecemos tiene un valor muy relativo, porque se acaba. Pero la vida no se acaba. Entonces, ¿para qué vivimos?. ¿Cómo hay que vivir?
EL EVANGELIO DE MATEO
Estamos en el final de la vida de Jesús, en la última semana. Jesús se está enfrentando a los sacerdotes, a los jefes del pueblo y a los doctores. Va a ser rechazado. La palabra de Jesús se hace radical. Quiere hacer ver a todos la importancia del momento que están viviendo. Están ante la luz, y van a preferir las tinieblas. Después de este texto vienen cuatro parábolas dramáticas: el mayordomo infiel, las diez vírgenes, los talentos, y el juicio final. Y todo con un mensaje apremiante: si no recibís la Palabra de Dios, os estáis perdiendo vuestra gran oportunidad.
Del tema de aquel momento, Mateo se proyecta al tema más amplio: la consumación, el final de la vida del hombre y del universo, cuando todo comparezca ante Dios y quede claro lo que es válido y lo que es inválido. Es una urgente llamada a tomar la vida absolutamente en serio, porque se acaba, porque se puede echar a perder, porque llega lo definitivo.
R E F L E X I Ó N
Todos estos textos insisten en un aspecto importante, uno de los ejes fundamentales de la fe: la urgencia de vivir bien, la urgencia de mirar al final. Expresamente, se habla de "La venida del Hijo del Hombre". Para nosotros, para cada uno, "Dios viene" significa "el fin de la vida es el encuentro con Dios".
Aquí tenemos, por tanto, el primer significado del Adviento. Adviento es "llegada". ¿Qué llega? La muerte, es decir, el encuentro con Dios, la Vida definitiva. Eso es lo que llega, y eso es lo que condiciona toda la vida. La expresión de Pablo podríamos interpretarla así: "Daos cuenta de a dónde va la vida", y sed consecuentes, no tiréis la vida, dedicaos a lo que merece la pena.
En este texto aparece la urgencia de la conversión, la importancia de la vida. La vida es pasajera, se va a terminar y no sabemos hasta cuándo tenemos tiempo: hay que aprovechar el tiempo de la vida. Y para que sepamos y podamos aprovechar la vida, salvar la vida, contamos con la luz y la fuerza de Dios, el Salvador, el que nos libera del pecado y de la muerte.
Así que para nosotros cobran un significado especial algunas frases que se usan
corrientemente, por ejemplo: "carpe diem" o "sólo se vive una vez". Es verdad, carpe diem, pero en el sentido de "aprovecha el tiempo”, y no "tira tu vida". "Sólo se vive una vez". Es verdad, ésta es nuestra oportunidad: es de locos tirarla, desaprovecharla, desperdiciarla.
¿Cómo hay que vivir, según esto? ¿Atemorizados? ¿Temerosos de encontrarnos con Dios?. Ha sido frecuente una interpretación catastrofista y atemorizadora. Si el Hijo del hombre viene como un ladrón, parece que Dios nos acecha, que está esperando a cogernos en falta... Incluso se han hecho interpretaciones de este tipo. Y se ha utilizado a Dios como una amenaza, y se ha resaltado de Él solamente la imagen de Juez... Esta imagen es verdadera, pero es insuficiente. Dios Juez significa que Él es la verdad definitiva: al final Él es la verdad. No es verdad que todo dé igual. La vida se puede tirar, se puede echar a perder. El ser humano es un proyecto que se puede realizar y se puede quedar en el camino. Todo esto es verdad, y hace de la vida algo absolutamente serio.
Pero Dios no es sólo, ni principalmente, eso. En la larga trayectoria de la Biblia, Dios se presenta siempre como "el que trabaja por el hombre contra el pecado". Es la tesis del Libro del Génesis, y, aún más explícitamente, del Libro del Éxodo. En este libro Dios es el Libertador. Y no principalmente porque saca a su pueblo de Egipto sino, sobre todo, porque le da la Ley para que, al cumplirla, deje de ser esclavo del pecado. Y además, "camina en medio de su pueblo", en la Tienda del Encuentro. Este tema lo recoge Juan en el Prólogo de su evangelio: Jesús es La Palabra "que puso su tienda entre nosotros". Ésta es pues la imagen entera de Dios. Por una parte, la Ley, la norma, el sentido de la vida: apartarse de Él es equivocarse, poner en peligro nuestro proyecto de vida. Por otra parte, él es La Palabra, la Luz, el Pan, que nos ayuda para salvar la vida, para llegar a término.
Esto nos proporciona la oportunidad de recordar algo importante: cómo tenemos que leer, y cómo no debemos utilizar la Biblia. Si tomamos cualquier pasaje de la Biblia y aceptamos su contenido sin más, fuera de todo contexto, conseguiremos que la Biblia diga lo que nosotros queramos. Por eso, hay que leer toda la Biblia, todo el Evangelio, y entender todo el mensaje. Cada pasaje es una parte. Dios es juez, sí, y Padre, y Médico, y Luz, y Pastor, y Agua, y Pan ... Si tomamos una sola de esas explicaciones, con exclusión de las demás, mutilamos el Mensaje.
Por tanto, hemos de leer el mensaje completo: la importancia de la vida, la urgencia de volvernos a Dios, la necesidad de salvar la vida, de no tirarla. Y, para todo eso, contamos con el Señor que viene. Así, la Navidad no es "Dios viene para castigar" sino "Dios viene para iluminar". Por esto se colocan estos textos en el camino hacia la Navidad. Viene el Señor, preparaos, porque la salvación no es obra sólo de Dios: Dios nos ayuda en el trabajo de caminar bien, de no tirar nuestra vida... si nosotros lo queremos hacer. Para quien solamente quiere dormir, la luz es un estorbo.
El primer mensaje del Año litúrgico es, por tanto, depertarnos. Recordarnos quiénes somos y qué es la vida. Y anunciarnos que, para caminar, contamos con la luz de Dios.
El Adviento empieza con dos mensajes paralelos: por un lado, la urgencia de tomar en serio la vida, la urgencia de caminar, de no quedarse dormido, de no atender a lo que no tiene valor; por otro lado, la primera revelación de quién es Dios, el que ilumina, el que ayuda a caminar. Ése es el que va a nacer, la luz que ilumina el camino.
PARA NUESTRA ORACIÓN
1.- "VEN, SEÑOR JESÚS".
• No puedo parar mi vida. Se me va. Todo lo que tengo, se me escapará un día de las manos. Sólo me quedará lo que soy. Me afano en poseer, pero me lo quitarán. Me afano en disfrutar, pero dura poco, cada vez disfruto menos, y cada vez deseo más.
• Y escucho La Palabra: "No caminas hacia la muerte sino hacia la libertad". No vas hacia la noche: vienes de la noche hacia el día. Tu Dios no es tu sentencia de muerte, sino el pan y el vino para caminar, la luz para acertar.
• Sentir: ¿para qué trabajo, en qué disfruto? ¿Me basta? ¿Va a ser tiempo perdido todo el enorme esfuerzo que supone vivir? Tanto trabajo, tanto esfuerzo, tanta ilusión, tantos afanes... ¿van a ser sólo tierra, acabarse en nada, desaparecer?
• Escuchar con profunda alegría la Palabra: "Vamos a la Casa del Señor". Todo puede ser para siempre. Todo puede ser semilla que dé cosecha... ¿todo?.
• Mirar mi vida. ¿Estoy sembrando para la buena cosecha? ¿Estoy tirando la vida para quedarme al fin sin nada?
• Y dar gracias a Dios, que hace posible ver, elegir lo mejor, no conformarse, hacer la vida válida, dar gracias a Dios por esta Palabra de esperanza, de estímulo.
2.- CONTEMPLACIÓN
• Es típica de Navidad, y por tanto de Adviento, la contemplación.
• Contemplar es "quedarse mirando", dejar que las imágenes calen, sentir. Póngase ante una imagen de Jesús. Mírele los ojos. Escuche, está hablando:
• "-¡Despierta, estás dormido, estás tirando la vida!. No hagas tesoros aquí, que se pudren. Haz tesoros para siempre...Despierta, que se te pasa la vida. "
• Y quédese mirándole a los ojos, sin más, sin pensar mucho, sólo sintiendo que Él está mirando.
S A L M O 121
El CANTO RESPONSORIAL de hoy es el salmo 121. En él encontramos los cristianos un típico texto del Antiguo testamento que "se deja iluminar" muy bien, es decir, que cobra sentido muy pleno desde Jesús.
La "casa del Señor, Jerusalén" es la plenitud a donde vamos. Cantamos la alegría del peregrino que sabe que está llegando a la mansión segura, libre ya de las dificultades del camino, donde se reúnen por fin todos los Hijos.
Los "tribunales de justicia" ansiados en una época en que la justicia era mal y poco impartida. "El Palacio de David", de donde la justicia se imparte para todo el pueblo... es nuestro deseo profundo, el deseo de todo humano de verse libre de lo injusto. La Justicia viene de Jesús, el Rey que viene.
Finalmente, Jerusalén es también la Iglesia. Como el pueblo de Israel, la Iglesia es el lugar santo. La Iglesia, nosotros. Deseamos a la Iglesia todo bien. La Iglesia es presencia de la fuerza de salvación de Dios. Oramos pues por la Iglesia para que sea, como Jesús, fuerza de salvación, presencia de esperanza.
Qué alegría cuando me dijeron
"Vamos a la Casa del Señor"
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.
Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus
las tribus del Señor.
Según la costumbre de Israel
a celebrar el nombre del Señor.
En ella están los tribunales de justicia
en el palacio de David.
Desead la paz a Jerusalén:
"Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios"
Por mis hermanos y compañeros
voy a decir: "La paz contigo"
Por la casa del Señor nuestro Dios
te deseo todo bien.
¿Por qué no prueba a orar durante el día, repitiendo una frase...? Va usted por la calle, se queda un momento a solas... repita en su interior:
“¡Qué alegría, voy caminando a casa, a la Casa del Señor!”
Nosotros podríamos quizá actualizar las imágenes de este salmo y, con su mismo espíritu, orar a Dios de manera semejante a ésta:
En tu presencia, Padre,
abro ante ti mi alma, y reconozco
que sólo a la fuerza soy un caminante,
sólo a la fuerza.
Si por mí fuera, yo haría detenerse el tiempo,
pararía mi vida en un lugar agradable, quizá
entre la juventud y la madurez,
con bastante salud y algún dinero,
con amigos, en paz, me plantaría así, que nada cambie.
No me hace falta más, no necesito más promesas.
Pero ese no soy yo, y la vida es cambiar, lo sé, lo siento
simplemente cuando a solas oigo a mi corazón
que es el reloj que cuenta los segundos de mi vida
y me dice que avanzo, que camino
y no puedo pararme, porque vivir es eso.
Llegar. ¿A dónde llegaré? ¿Cuál es el término?
Llegar a tener mucho, a disfrutar mucho, a mandar mucho...
pero esto no es llegar, que todo pasa,
lo que pasa no es fin, sino camino.
¿A dónde va el camino del tener, del disfrutar, a dónde va?
Eres el mar, me llamas, siento que me llamas.
Pero a veces camino tierra adentro, me lleno los bolsillos
de tierra, cada vez más tierra, y corro tierra adentro y moriré
llenos de tierra los bolsillos y la boca y el alma
lejos de ti, mi mar, y allí
se pudrirá mi vida.
¡Qué alegría
cuando me dicen: vamos caminando,
que lo nuestro es pasar,
se pasa todo, menos la certeza
de caminar seguros hacia casa,
la Casa del Señor, la casa de mi Padre!
Y llegaré. Un árbol brotará
de esta bellota ciega que es mi cuerpo.
Y de este huevo opaco y encerrado en sí mismo
volará el pájaro que soy, al aire, a la luz, que es lo mío.
Caminante de noche; desconoces
que la Ciudad te espera,
que estás cerca del Mar,
que tienes una Casa preparada …
¡Qué alegría
cuando escuches, si escuchas, algún día,
que vas, aunque no quieras, caminando
a la Casa del Señor!
abro ante ti mi alma, y reconozco
que sólo a la fuerza soy un caminante,
sólo a la fuerza.
Si por mí fuera, yo haría detenerse el tiempo,
pararía mi vida en un lugar agradable, quizá
entre la juventud y la madurez,
con bastante salud y algún dinero,
con amigos, en paz, me plantaría así, que nada cambie.
No me hace falta más, no necesito más promesas.
Pero ese no soy yo, y la vida es cambiar, lo sé, lo siento
simplemente cuando a solas oigo a mi corazón
que es el reloj que cuenta los segundos de mi vida
y me dice que avanzo, que camino
y no puedo pararme, porque vivir es eso.
Llegar. ¿A dónde llegaré? ¿Cuál es el término?
Llegar a tener mucho, a disfrutar mucho, a mandar mucho...
pero esto no es llegar, que todo pasa,
lo que pasa no es fin, sino camino.
¿A dónde va el camino del tener, del disfrutar, a dónde va?
Eres el mar, me llamas, siento que me llamas.
Pero a veces camino tierra adentro, me lleno los bolsillos
de tierra, cada vez más tierra, y corro tierra adentro y moriré
llenos de tierra los bolsillos y la boca y el alma
lejos de ti, mi mar, y allí
se pudrirá mi vida.
¡Qué alegría
cuando me dicen: vamos caminando,
que lo nuestro es pasar,
se pasa todo, menos la certeza
de caminar seguros hacia casa,
la Casa del Señor, la casa de mi Padre!
Y llegaré. Un árbol brotará
de esta bellota ciega que es mi cuerpo.
Y de este huevo opaco y encerrado en sí mismo
volará el pájaro que soy, al aire, a la luz, que es lo mío.
Caminante de noche; desconoces
que la Ciudad te espera,
que estás cerca del Mar,
que tienes una Casa preparada …
¡Qué alegría
cuando escuches, si escuchas, algún día,
que vas, aunque no quieras, caminando
a la Casa del Señor!
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