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sábado, 11 de diciembre de 2010

Apoyo para la Homilía y la Reflexión personal: III Domingo de Adviento, GAUDETE (Mt 11, 2-11) - Ciclo A: ¿QUIÉN ES DIOS PARA MÍ?


Por José Enrique Ruiz de Galarreta

TEMAS Y CONTEXTOS

EL TEXTO DE ISAÍAS
Es un poema de ilusión y de esperanza, un acto de fe, en tiempos muy difíciles, cantando el final de los males, el triunfo final de los que sigan fieles al Señor. Es uno de los temas preferidos de Israel: salir de la esclavitud para ir a la patria. Esta fue La Epopeya Fundacional de Israel, narrada en el Libro del Éxodo. Ahora el pueblo está pasando momentos desastrosos: sus enemigos le acosan por todas partes, va a ir al destierro de Babilonia, pero todo eso pasará, y volverá a la Tierra, a Jerusalén, y volverá a ser El Pueblo del Señor. Se muestra la fe en la nueva liberación, por el poder del Señor. La liberación se viste con toda clase de imágenes de alegría, de salud. Son los signos de la presencia de Dios libertador: la fecundidad de la tierra, la curación de
las enfermedades, la alegría del Pueblo.

LA CARTA DE SANTIAGO
Esta "carta" es un escrito probablemente tardío (finales del s.I). Su atribución a Santiago es también oscura; hay por lo menos tres "Santiagos" en el NT: los dos apóstoles y el llamado "hermano del Señor", que es, probablemente, el jefe de los judío-cristianos de Jerusalén. La atribución de este escrito a alguno de ellos es imprecisa, aunque parece más razonable atribuirlo al tercero. La carta es más bien un libro sapiencial, al estilo de los Libros de Sabiduría del AT., escrito desde la fe en Jesús.
El texto que leemos hoy recoge también la imagen de la cosecha: hay que tener paciencia, dentro de la certeza: esto es como los ciclos del clima: en invierno, parece que no hay vida, pero vendrá la primavera, vendrá el verano, habrá cosecha. Viene el Señor, aunque esta vida parece ocultarlo. Sed fuertes, aguantad en esperanza.

EL EVANGELIO DE MATEO
Juan Bautista está en la cárcel. Ha increpado públicamente al rey Herodes por sus muchísimas maldades, y el rey lo ha encarcelado. Oye hablar de Jesús y le manda sus discípulos, muy probablemente para pasarle sus discípulos a Jesús, para que se vayan con él. El episodio parece dudosamente histórico, más bien da la impresión de ser una composición del evangelista para mostrar la transición de Juan, el precursor, a Jesús, el que había de venir, el esperado. "¿Eres tú el que ha de venir?". Nos interesa la respuesta de Jesús, la prueba de que Él es el enviado: "los ciegos ven... y se anuncia a los pobres la Buena Noticia".
Son "las señales del Reino", como lo anunciaron los profetas, como hemos visto en el texto de Isaías. El Reino de Dios es salud, curación, alegría de los pobres... Y si los ricos, los poderosos, los sabios esperaban otra cosa y se escandalizan, peor para ellos. Jesús ve que va está siendo rechazado, como fueron rechazados los profetas, porque muchos que se dicen religiosos no aceptan a Dios como es, sino como a ellos les conviene que sea. Se escandalizarán de Jesús. (Este es el tema, el argumento básico, del cuarto Evangelio: "vino a los suyos, y los suyos no le recibieron", y un tema básico del evangelio de Marcos).

Jesús aprovecha la ocasión para proclamar la grandeza de Juan: el último y más grande de los profetas: después de él, se acabó el destino de Israel, la preparación, la antigua Ley: después de Juan, el Reino de Dios. Dichoso el que acepte a Jesús, el que no se escandalice de Él.


R E F L E X I Ó N

Hay una sutil tentación en estos textos, un drama profundo y una Estupenda Noticia.
Todas las personas religiosas sufren esa tentación. Israel la sufrió y cayó en ella frecuentemente. "Dios está con nosotros, luego todo nos irá bien". Abundancia, éxito, fecundidad, felicidad, paz, alegría: ¿cómo no va a ser así, si está con nosotros el mismo Dios Libertador? ¿Cómo no nos va a librar del mal, de todo mal?
Pero no es así. Sigue habiendo ciegos y cojos, y se pierden las cosechas, y hay enfermedades. Y es que "los ciegos ven" significa que Dios nos enseña para qué es la vida. "Los cojos saltan" significa que podemos caminar hacia la Vida. "Los enfermos se curan y los muertos resucitan" significa que salimos de nuestros pecados, esos pecados que nos matan, y recobramos la salud del espíritu, y salvamos la vida de la mediocridad y de la destrucción. Pero ¡qué fuerte es la tentación de pedir a Dios que haga las cosas a nuestro gusto, nos quite los males de esta vida, convierta esta vida en el Paraíso! El Reino de Dios se ha convertido en el Paraíso en esta vida. Y es que, si Dios no nos sirve para eso, ¿para qué nos sirve?.
Pues no, las enfermedades y la muerte son los pecados. Y los pobres son los pecadores. Son los pecadores los que reciben con gozo el Reino, no simplemente los que no tienen dinero. Y son los pecados los que desaparecen con la venida del Señor, no simplemente las enfermedades del cuerpo. Así que, de una vez para siempre, Dios no hará que nos toque la Lotería ni que encontremos trabajo ni que se nos cure un cáncer ni que aprobemos unas oposiciones. No lo hará. Y es inútil que le pidamos todas esas cosas. La razón es muy sencilla: todas esas cosas pueden ser útiles o perjudiciales para nuestra salud, para nuestra salvación. Todas esas cosas pueden servirnos para nuestro destino o estropeárnoslo. Dios nos proporciona el modo de que todo lo de la vida, la salud y la enfermedad, la riqueza y la pobreza, el éxito y el fracaso, nos valgan para La Vida. Pero, por encima de todo, Dios nos saca del pecado, sobre todo del Primer Pecado, el pecado más original y radical de todos: vivir sólo para esta vida, como si pudiera ser eterna, como si no hubiese más.
La tentación es aún más descarada para los que piensan en la religión como una presencia del Poder de Dios. Dios está aquí, nosotros somos sus representantes, luego nosotros tenemos poder, nosotros somos el poder de Dios en la tierra. Tentación de sacerdotes, de jefes de religiones. Como visires de su majestad, como secretarios del Jefe. Tentación de convertir la salvación en poder, de entregar la religión a los poderosos, a los sabios, a los ricos. El Reino de Dios se ha convertido en el reinado de los sacerdotes, en el poder de la Iglesia.
De la misma manera, la Iglesia y sus jefes no tienen poder alguno sobre el mundo. Su único poder es el que mostró Jesús: servir a todo el mundo, ofrecer la palabra, ponerse de rodillas a los pies de todos, como un esclavo, y lavarles los pies.
Y, en lo más íntimo de mi conciencia, yo no soy superior a nadie por el hecho de haber recibido tanta Palabra de Dios. Yo sólo soy un mensajero; y muy mal mensajero, porque mis propios pecados y mi mediocridad oscurecen la Palabra que se me ha entregado.
Nuestro drama, una vez más, es que nosotros "esperamos a otro". También los judíos "esperaban a otro". Esperaban al restaurador de la gloria del reino de Judá. Y se escandalizaron de Jesús, y lo rechazaron. Nosotros hacemos lo mismo. Oramos a Dios pidiéndole cosas que juzgamos importantísimas: y como no lo conseguimos, renegamos de Dios. "Estamos tirados, Dios no escucha". ¿Por qué no escuchamos nosotros a Dios? Pero nosotros estamos empeñados en que Dios nos sirva para hacer esta vida más confortable. Y a Dios eso no le interesa.
Pero, más aún, el drama es que nosotros no esperamos más que lo que vemos: vemos las religiones como alardes del poder de Dios, a cuyas leyes ha de someterse todo mortal, alardes de infalibilidad de los imprescindibles sacerdotes; vemos las religiones como cosa de cultos, de importantes ... y no nos atrevemos a esperar nada más. Por eso, somos incapaces de aceptar la Estupenda Noticia: que Dios es de los pobres. El revolucionario anuncio de Jesús, con sus palabras y con sus hechos, es que ni los ricos ni los sacerdotes ni los sabios ni los puros tienen preferencia alguna ante Dios. Más aún, que el corazón de Dios se inclina irremediablemente hacia los otros, los marginados, los desafortunados, los impuros. Que Dios no es justo, sino descaradamente parcial en favor de sus hijos más necesitados. Que Dios está con los últimos.
“La Buena Noticia se anuncia a los pobres” es una estupenda revolución de Jesús, porque la religión parecía ser siempre cosa de ricos, de poderosos, desde el poder y la riqueza. Su ejemplo perfecto es el Templo, mármoles, oros, cedro, incienso carísimo, manadas de reses sacrificadas, cánticos sublimes, personajes vestidos de reyes celestiales, poder, gloria, ostentación verdad infalible, presencia de Dios en el esplendor y la sabiduría... Jesús no es así, ni su Dios es así, ni es ésa su gente. La gran Noticia es que Dios es de todos, de todos los que le necesitan, de todos los que quieran aceptar esa Noticia. “La Buena Noticia se anuncia a los pobres” es una buena noticia,
porque siempre había sido cosa de ricos.... hasta que llegó Jesús.
Y ésa es la señal que Jesús da a Juan: ¿os sirve esa señal? Dichosos vosotros si esa señal no os escandaliza.
Las lecturas de este Domingo, por tanto, nos llevan a temas completamente básicos, y, entre ellos, el más fundamental: si aceptamos a Jesús tal como es, o nos inventamos otros, como a nosotros nos gusta. Es un tema crucial, que define toda la espiritualidad del Adviento: buscar a Jesús, como Él sea. Abrirnos a Dios, como venga. El Libertador no viene a darnos gusto, sino a liberarnos; el problema está en que a nosotros nos gustan las cadenas.
Pero llega el Señor, el Libertador. De muchas cosas nos tiene que liberar el Señor: la primera, sin duda, de nuestro deseo de que esta vida se convierta en el Paraíso por la fuerza milagrosa de Dios. Y la segunda, quizá más fuerte, de nuestra religión, de lo que nosotros hemos hecho con La Palabra.

PARA NUESTRA ORACIÓN

¿QUIÉN ES DIOS PARA MÍ?
¿Qué espero de Él? Es muy sencillo saberlo; no hace falta más que revisar nuestra oración. La mayor parte de nuestras oraciones son de petición, y la mayor parte de nuestras peticiones son de cosas "convenientes" para esta vida. Le decimos cosas, le pedimos cosas. Le escuchamos poco, le ofrecemos poco. y Dios ya nos ha dado lo más importante: su Hijo, la Palabra. Ahora nos toca responder, no preguntar; dar, no pedir. No se trata tanto de que yo necesito de Dios sino, sobre todo, de que los hijos de Dios necesitan de mí.
No aceptamos a Dios Libertador, sino a Dios Instalador. No queremos salir de esta vida, de poseer, de disfrutar, y de fundar El Reino de Dios en la Tierra, es decir, el Poder de la Iglesia y de sus leyes sobre las naciones... En Jesús nos mostró Dios otra manera de entender el Reino. Pero no nos gusta.
Ante este problema existe una palabra: CONVERSIÓN, que significa volverse, cambiar de dirección. Adviento es época de volverse a Dios, cambiar de valores, aceptar que Él sabe lo que conviene. Viene Jesús, la Palabra; es hora de darse cuenta de que aceptarle es aceptar la luz: rechazarle es preferir la oscuridad.
Analizar nuestra oración. Concretamente, mirando cómo hemos orado esta última semana. ¿Qué hemos pedido, qué deseamos, qué esperamos de Dios? ¿Hemos hecho alguna oración que no sea de petición? ¿Nos hemos preocupado de saber qué nos pide Él, qué espera de nosotros?.

DICHOSOS LOS POBRES

¿Cómo voy a aceptar esto si soy rico, si tengo todo y más de lo que necesito, si me han dado cultura, medios de vida abundantes ....? ¿Qué significa todo esto para mí?. ¿No debo dar gracias a Dios por todo lo que me ha dado? ¿Debo sentirme desgraciado por ello?
Pues sí, debo dar gracias ,pero también sentir temor. Porque todo lo que tengo se me ha dado para servir, pero son bienes pegajosos, se apoderan de mí y acabo sirviéndoles a ellos en vez de servirme de ellos. Y acabo pidiendo a Dios que me dé más de lo mismo, porque cada vez soy menos libre y necesito más para ser feliz. Ser libre es no necesitar, no servir a lo que se tiene, ser dueño, usarlo para lo que Dios me lo dio.
Si estoy sometido a lo que tengo, al dinero, al nivel de vida, a la posición social, a la salud ... me resultará muy difícil entrar en el Reino, Jesús será para mí una noticia no muy buena. Nos parecemos bastante a aquel joven rico, que cumplía perfectamente todos los mandamientos; pero que, cuando Jesús le invitó a que le siguiera totalmente, se arrugó y se fue entristecido, porque era muy rico.
Hoy es día de pedir a Dios intensamente por nosotros, la rica iglesia que creemos seguir a Jesús. Y seguimos siendo una religión de ricos, de sabios, de perfectos.

O R A C I Ó N

S A L M O 16

Guárdame, Señor, que me refugio en Ti.
Decid al Señor: "Tú eres mi Dios,
Tú eres mi Bien y no deseo otro"
Aunque todo el mundo corra tras los ídolos,
mi herencia eres Tú, Señor.
Eres Tú quien garantiza mi suerte
Eres Tú mi herencia y mi riqueza.
Bendigo al Señor, mi consejero
y lo tengo presente sin descanso.
El Señor a mi diestra. El es mi guía.
Así encuentra mi espíritu la paz
mi corazón reposa seguro
porque Tú no abandonas mi vida.
Tú me enseñas el camino de la vida
y encuentro ante tu rostro
la plenitud de vida y de alegría.
Guárdame, Señor, que me refugio en ti.


MIS PALABRAS PARA TI

Esperamos a otro.
Los judíos pedían milagros para creer en un mesías
rey poderoso. Jerusalén, capital de las naciones,
todos los pueblos vendrán en procesión a nuestro santo Templo.
Los griegos exigían sabiduría. ¿Cuál fue el origen del Cosmos?
¿Cuándo será el final de nuestro mundo? ¿Cuáles son las fuerzas
que mueven las estrellas? Dios nos dará respuesta.
Yo exijo menos. Sólo quiero
que Dios me cuide. Que me libre del mal, de la pobreza.
del cáncer, del dolor, de la vejez
de la tristeza y de la soledad. Y que me escuche
cuando yo le hablo, y que se note
que está ahí, que yo sienta su ayuda
cuando le ruego.
Y es verdad que yo tengo derecho a pedirle a mi padre
todo lo que yo quiero,
porque para eso soy hijo.
Pero es también verdad que mi padre
tiene el deber de darme solamente lo mejor.
Y esta es mi fe. Gritarle siempre todo lo que ansío,
pedirle que me libre
de todo lo que yo creo que es mal, es mi derecho,
y es mi modo de expresar ante Él
que creo que me quiere y que me cuida.....
Y esperar siempre sólo la fuerza de su Espíritu.
No espero más, pero siento la certeza absoluta
de que su fuerza está en mi vida
y me hace caminar, orar, creer, que me libera
del mal de mis pecados y me atrae hacia Él.
No espero a Otro, no, no soy tan necio
como para inventarme mi dios a mi medida,
a la medida de mi mente pequeña,
de mis deseos, siempre tan estrechos.
Aunque he de confesar en tu presencia que suelo ser tan necio
que no escucho tu voz y no me entero
de lo que tú me pides.
Y escucharte
¡eso sí que sería mi vida!.


ORACIONES PARA LA EUCARISTÍA

Esperamos que vengas, Señor, y disfrutamos porque en la eucaristía te sentimos presente. Gracias, Padre, porque siempre estás viniendo, cercano, y gracias sobre todo por tu presencia en Jesús, tu hijo, nuestro Señor.
Tu Palabra, Padre, nos llama a ser pan y vino para todos, como lo fue el mismo Jesús.
Ahí tienes, en tu mesa, nuestro pan y nuestro vino, nuestra vida entera. Haz tú que sea verdaderamente pan y vino para todos.
Gracias Padre porque siempre estás ahí, siempre nos consuelas y nos das fuerza.
Gracias por el palabra y el pan. Gracias por tu Hijo, Jesús, nuestro Señor.

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