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jueves, 13 de enero de 2011

Comentario Bíblico y Pautas para la Homilía: II Domingo del T.O. (Jn 1, 29-34) - Ciclo A

Publicado por Dominicos.org

“Éste es el Cordero de Dios, que quita los sufrimientos del mundo”

El que Jesús recibiera de Juan el bautismo para el perdón de los pecados representó un problema para los cristianos en los momentos en los que empezaban a escribir la historia de Jesús; un problema demasiado conocido para ser orillado o negado, y que cada evangelista tuvo que afrontar como mejor pudo. Por eso en los cuatro Evangelios hay una diversidad –por no decir conflicto– de interpretaciones acerca de la figura del Bautista.

En los tres primeros evangelios, el bautismo de Juan está claramente definido (Mc 1,4 paral.) como un bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados. Pero el cuarto evangelio –que es el que nos corresponde hoy–, la principal función que asigna a Juan no es la de bautizar (de hecho, ni siquiera se dice que bautice a Jesús) ni la de predicar el cambio de orientación a la vida, sino la de dar testimonio de Jesús; el Bautista es la primera persona que el cuarto Evangelio presenta como testigo (1,7-8,19). Y da testimonio de Jesús definiéndolo como la luz (1,7), el Señor (1,23), el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (1,29), el Elegido (o el Hijo) de Dios (1,34), el Mesías prometido (1, 32.33). Todos estos títulos de Jesús de los que da testimonio Juan son títulos salvadores. En definitiva, Jesús es nuestro salvador.

Los cristianos estamos llamados a dar testimonio de que Jesús es el Mesías, el profeta de la salvación, llevando la ayuda allá donde la gente esté padeciendo cualquier tipo de esclavitud, de carencia o de sufrimiento.


COMENTARIOS BÍBLICOS

Primera lectura: (Isaías 49, 3.5-6)

Marco: Forma parte del así llamado Segundo Isaías (40-55). El texto proclamado hoy es el segundo poema o cántico del Siervo del Señor. Parece que estos capítulos responderían a un momento histórico sensiblemente diferente de los anteriores. Probablemente fueron redactados después de la primera repatriación tras el exilio de Babilonia. El profeta-poeta no estaría satisfecho por el resultado de la conducta adoptada por los que volvieron a Tierra Santa. Por eso dirige la mira al “resto”, a un grupo reducido que, a pesar del ambiente hostil, permanece fiel al Señor. El segundo poema centra la atención en la misión del siervo que no se circunscribe a Israel. Se trata de uno de los retos más valientes de este profeta-poeta: se abre un camino hacia los gentiles que culminará en su momento. Esta visión universalista ha llamado siempre la atención en este escrito. En el Nuevo Testamento esta profecía tendrá cumplido cumplimiento en Jesús y en sus enviados.

Reflexión

1. ¡La reunión del pueblo de Israel disperso obra del Siervo!

Ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel, -tanto me honró el Señor y mi Dios fue mi fuerza-. Ya el profeta Jeremías había entendido e interpretado que Dios le había elegido para la tarea profética desde el seno de su madre (Jr 1,5-7). Con toda seguridad el profeta-poeta que compuso los poemas que encontramos en Isaías se inspiró en estas palabras del gran profeta de Israel. Dios dirige sabiamente la historia y predestina a quienes quiere para que sean sus portavoces ante el pueblo y ante las naciones. En los profetas encontramos oráculos que se dirigen a Judá o a Israel según los casos. Pero también oráculos contra las naciones. La perspectiva se perfila y corrige al correr de la historia. La primera tarea del Siervo es la de reconducir al pueblo de Israel a la unidad. Esta unificación es un signo escatológico de la acción del Dios Salvador. La reunificación en la comunión debe comenzar por Israel, el pueblo de Dios, disperso por las naciones. Esta unidad y reunificación se convertirá en un signo para todas las naciones. Ya en el relato de la vocación de Abrahán, observamos que Dios le elige como padre y comienzo de un nuevo pueblo pero con una misión y una tarea en servicio de todas las naciones. Este germen llegará a su plenitud en Jesús. Ahora el profeta-poeta expresa la urgencia de esta unificación para que el proyecto de Dios siga adelante. Era necesaria la unificación y la comunión del pueblo de Dios para hacer creíble la unificación de todas las naciones. ¡Te hago luz de las naciones! De una manera expresa el profeta-poeta recoge este pensamiento de universalidad. En este momento la mirada a las naciones es una oferta de salvación. Dios quiere ser el Salvador de todos los hombres. Esta perspectiva es todavía una promesa. Hoy como ayer la comunión de los creyentes sigue siendo una urgencia que haga creíble el Evangelio y la misión de Jesús a favor de todas las gentes (Jn 17,20-23). Una coincidencia temporal y providencial nos permite proclamar estas palabras en medio del octavario de oración por la unidad de todos los cristianos. Esto nos revela la urgencia y actualidad de estas palabras de la Escritura.

Segunda lectura: (1Corintios 1,1-3)

Marco: Sabemos las motivaciones que dieron origen a la Primera Carta a los Corintios: en la comunidad, formada especialmente por gentes que trabajaban en el puerto, el Espíritu derrochó muchos dones. Pero pronto se produjo una división interna que amenazaba con la existencia misma de la comunidad. Pablo ha recibido informaciones directas de los propios corintios que le plantean una serie de preguntas para conducir su vida comunitaria y fraterna y su conducta en medio de un mundo hostil. Pero también recibió informaciones privadas sobre el lamentable estadio en que se encontraba la comunidad. Especialmente los enfrentamientos y las divisiones. A ambos tipos de información responde Pablo en esta carta. El fragmento que proclamamos hoy corresponde al saludo inicial que está presente en todas las cartas auténticamente paulinas.

Reflexión

1. ¡Llamado a ser apóstol de Jesucristo, por voluntad de Dios!

Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo, por voluntad de Dios. Acabamos de ver en la lectura anterior que la vocación profética es una decisión que Dios toma libremente, incluso antes de que el profeta llegue a este mundo. Y también la vocación apostólica. A pesar de las peripecias que siguió la vida de Pablo antes de encontrarse con el Evangelio y con Jesús, Dios había trazado un plan sobre su vida que se realizaría en su momento. El propio Pablo nos recuerda en otras cartas este destino de su vida (Gl 1,13ss). La llamada apostólica es un puro don de Dios anterior a todo merecimiento por parte del receptor. Esta es la señal de su autenticidad. Con frecuencia aparece en la Escritura la reacción de los llamados: preocupación y dificultades para aceptarla, sabedores como eran de que la realización de la misma no era fácil: Jeremías recurre a su juventud e incapacidad; Isaías no se siente digno de la llamada; Pablo se reconoce y confiesa un perseguidor. Pero el proyecto de Dios desborda todas las limitaciones, previsiones y resistencias humanas. Esta realidad debe alentar a quienes hoy como ayer son invitados a aceptar la misión y participar en esta urgente tarea. Dios es más fuerte y mas grande que nuestras debilidades y limitaciones. Esta confianza plena de los llamados, como lo hizo Pablo, garantiza el llevar adelante la causa de Jesús en la evangelización de un mundo muy necesitado del auténtico Evangelio. Hoy como ayer la misión sigue pareciendo tarea inalcanzable, compleja y sumamente dificultosa para todos los discípulos de Jesús. La palabra de la Escritura sigue siendo una luz que ilumina, una seguridad que reconforta y un sello de autenticidad.

Evangelio: (Juan 1, 29-34)

Marco: Este fragmento forma parte del capitulo introductorio del relato joánico que se compone de dos partes diferenciadas: vv. 1-18 y 19-51. A esta segunda parte se la suele llamar “testimonios”. A lo largo de esta parte van apareciendo diversas confesiones de fe acerca de Jesús que revelan una cristología muy desarrollada y que es la que está presente en el conjunto de la obra. El fragmento que proclamamos hoy recoge el primer testimonio del Bautista acerca de Jesús. El evangelista pone especial cuidado en subrayar la superioridad de Jesús respecto del Bautista. Se trata de una realidad pero que el evangelista recoge para responder a las pretensiones de una secta llamada de la “bautistas” que confesaban y sostenían que Juan era el verdadero Mesías y mayor que Jesús.

Reflexión

1. ¡Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí porque existía antes que yo!

Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquél de quien yo dije: “Tras de mi viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. En la Iglesia primitiva se planteó un problema grave cuando surgió la secta de los Bautistas. Este fragmento del relato joánico hay que leerlo en este marco. ¿Hay rivalidad entre Juan y Jesús? El evangelista Juan lo resuelve recurriendo a este testimonio que clarifica la situación: Juan está al servicio de Jesús y le prepara el camino. A lo largo del relato encontramos otros datos clarificadores. En este caso el Bautista reconoce que Jesús es anterior a él, no precisamente mayor de edad, sino porque existía antes que él apareciera en la historia, es decir, que Jesús es anterior al tiempo. Es una reflexión muy madurada en los círculos joánicos sobre la identidad de Jesús. Recordemos algunos datos que nos permiten comprender mejor el papel de cada uno (Jn 1,6-8; 3,26-30). He recogidos estos dos testimonios porque describen bellamente la misión de ambos: Jesús y Juan. En el proyecto de Dios no hay rivalidades ni protagonismos que sobrepasen la misión recibida. Ya en sus orígenes surgió la duda de la primacía de Jesús. Las Cartas paulinas así llamadas de la Cautividad tratan de afrontar y resolver este problema que tiene repercusiones importantes en la consecución de la salvación. Hoy como ayer vuelve a surgir el problema de la supremacía y singularidad de Jesús. Los creyentes son invitados a centrar su vida en Jesús y desde él apreciar e interpretar todos los valores humanos y religiosos. La singularidad de Jesús no es excluyente, sino integradora. En la comunidad cristiana y en el concierto de las religiones Jesús debe ser presentado como el camino, la verdad y la vida; como la puerta y el pastor; como la vid verdadera. En él encuentran todos los valores humanos y religiosos su sentido verdadero.

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
Convento de Santo Domingo. Torrent (Valencia)


PAUTAS PARA LA HOMILÍA

El Bautismo fue el acontecimiento inaugural de la misión de Jesús. De ahí que la Iglesia cristiana del evangelista Juan, puesta a dar una definición inicial de Jesús, relacionara el momento decisivo del bautismo con dos experiencias fundamentales a lo largo de la vida de Jesús: la relación con Dios como Padre y el hecho de actuar siempre bajo el impulso del Espíritu.

El Padre Dios se opone a todas las formas de mal y de sufrimiento

Muchos de los males y sufrimientos que padecemos los seres humanos son el resultado de ciertos comportamientos de unos hombres contra otros. De ahí que, para los cristianos, las guerras, las hambres, las pobrezas y enfermedades, el desempleo y los analfabetismos, etc. no sean valorados tan sólo como males que causamos a los otros seres humanos sino, sobre todo, como pecados, porque las ofensas que hacemos a los demás son ofensas que infringimos a Dios. En este contexto, llamar a Jesús “cordero de Dios” que quita el pecado del mundo es mostrar lo que realmente hizo a lo largo de su vida: curar enfermos, dar dignidad a los que no la tenían, compadecerse de los que sufrían, liberar a los que padecían todo tipo de esclavitudes. Éste era el modo que Jesús tenía de quitar los pecados: poniendo remedio a los efectos negativos y dolorosos que dichos pecados causan en las personas indefensas. Jesús, el Cordero por el que Dios quita el pecado del mundo, bien puede considerarse Hijo (Jn 1, 34) y llamar Padre al Dios cuya misericordia compasiva y generosa bondad se opone a todas las formas de mal y de sufrimiento de los seres humanos.

Los pecados de nuestro mundo

¿Hay “un” pecado que es raíz y madre de todos los demás, o lo que existe en la realidad es una multitud de pecados? Ambas cosas. Ciertamente causamos en los demás los más variados males. En esta variedad, los deterioros humanos y los padecimientos que causa un mal no son sustituibles por los que produce otro mal. Así, por ejemplo, el sufrimiento que origina el hambre no es intercambiable con la repugnancia que nos ocasiona una habitación desordenada; el odio entre hermanos no es lo mismo que el odio entre rivales deportivos. Son, pues, muchos y muy variados los sufrimientos que podemos causar a los seres humanos y cada uno tiene su especificidad. Pero también hay pecados básicos en cada cultura, es decir, aquéllos que tienen una gran influencia en todos los demás. En la nuestra, por ejemplo, el lucro, el deseo de ganancia sin medida y el considerar todo en la vida únicamente como mercancía que se compra y se vende pueden ser considerados como pecados básicos. Las guerras, antes que nada, son un enorme negocio. Los trabajadores están amenazados continuamente por el paro, porque se los considera únicamente como una mercancía rentable o ruinosa. Todos los demás valores, al padecer esta presión tan fuerte de los valores económicos, sufren los más variados deterioros, debilitamientos e incluso supresiones. Por ejemplo, la solidaridad, que está cada vez más ausente de nuestra vida pública “porque –evidentemente- no es rentable”.

La función de los cristianos no es solamente la de ayudar a suprimir los sufrimientos individuales, sino la de poner fin al dominio de ese pecado básico de nuestra cultura: el dominio absoluto de lo económico sobre todo lo demás. Este pecado está en el origen de no pocos sufrimientos en el mundo.

Jesús «bautizó con espíritu santo».

Jesús, lleno del Espíritu de Dios, recorría sus aldeas curando enfermos, expulsando demonios y liberando a las gentes del mal, la indignidad y la exclusión. «Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él». Jesús contagia salud y vida. Las gentes de Galilea lo sienten como alguien que cura porque está habitado por el Espíritu y la fuerza sanadora de Dios. El Espíritu de Dios es una fuerza transformadora que, al igual que a Jesús de Nazaret, nos hace verlo todo desde la misericordia y la compasión de Dios. Cuando este mundo esté habitado por la fuerza del Espíritu, será una tierra nueva, como nos dice la Biblia.

Los cristianos, continuadores de la obra del Cordero de Dios

La obra del Cordero no está acabada, porque el dolor y el sufrimiento de las personas, como efectos de los pecados de otros, siguen estando ahí y nos rodean por todas partes. Los cristianos, transformados y guiados por el Espíritu de Dios, estamos llamados a ser actores de la salud y de la salvación, como lo fue Jesús de Nazaret, que impregnado por el Espíritu de Dios, vivió anunciando a todos los pobres, oprimidos y desgraciados la Buena Noticia de su liberación. Para ello contamos con la fuerza y la ayuda de este Espíritu de Dios.

Baldomero López Carrera
Laico Dominico

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