Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 4, 21-25
Jesús decía a la multitud:
«¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de un cajón o debajo de la cama? ¿No es más bien para colocarla sobre el candelero? Porque no hay nada oculto que no deba ser revelado y nada secreto que no deba manifestarse. ¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!»
Y les decía: «¡Presten atención a lo que oyen! La medida con que midan se usará para ustedes, y les darán más todavía. Porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene».
Queridos hermanos:
El pasaje evangélico de hoy está hecho de “retales”, es decir, enseñanzas de Jesús que inicialmente se transmitieron aisladas y que el evangelista ha conseguido ensamblar sabiamente.
Ayer se nos decía que los seguidores de Jesús somos privilegiados, ya que a nosotros se nos desvela el misterio del Reino de Dios, de aquello que a quienes “están fuera” les resulta un puro enigma.
Pero, como sucede siempre en la vida evangélica, el don se convierte en tarea, o implica tarea; los discípulos de Jesús hemos sido iluminados (¡en el sentido sano del concepto!) y no podemos guardarnos para nosotros lo recibido. La luz no se destina a quedar escondida debajo de un cubo o de una cama; se la coloca en un lugar elevado, desde donde ilumine. Quienes hemos tenido la suerte de vislumbrar por dónde va el proyecto del Padre, no podemos ya permanecer callados: lo nuestro es ser pregoneros.
Esta llamada causa respeto en la actualidad. Conocemos el ridículo a que con frecuencia se somete al creyente en la secularizada Europa, y los medios de comunicación nos tienen al tanto de la persecución de cristianos en Iraq, Egipto y tantos otros lugares. Pero esto no es nuevo. El evangelio de Marcos muy probablemente se escribió para una comunidad que también era perseguida y rechazada; y ni siquiera en esa situación se le permitió adoptar la táctica del silencio o del disimulo, sino que se sintió llamada a proclamar la propia fe en medio de riesgos… Eso sí, el evangelista habla constantemente de un Jesús que, a través de la ignominia, camina hacia la gloria.
A esta exhortación al testimonio valiente se añaden un par de refranes. Quizá nunca lleguemos a saber en qué contexto o situación precisa los pronunció Jesús, pero en la redacción evangélica adquieren ciertamente un significado claro: Dios responderá con creces a lo que nosotros hagamos por su causa de Dios, con una medida remecida, rebosante. Pero quien no se preocupe por regalar a otros la luz que a él le fue dada (el conocimiento del misterio del Reino) acabará privado él mismo de ese gran tesoro: “lo que tiene se le quitará”.
«¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de un cajón o debajo de la cama? ¿No es más bien para colocarla sobre el candelero? Porque no hay nada oculto que no deba ser revelado y nada secreto que no deba manifestarse. ¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!»
Y les decía: «¡Presten atención a lo que oyen! La medida con que midan se usará para ustedes, y les darán más todavía. Porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene».
Queridos hermanos:
El pasaje evangélico de hoy está hecho de “retales”, es decir, enseñanzas de Jesús que inicialmente se transmitieron aisladas y que el evangelista ha conseguido ensamblar sabiamente.
Ayer se nos decía que los seguidores de Jesús somos privilegiados, ya que a nosotros se nos desvela el misterio del Reino de Dios, de aquello que a quienes “están fuera” les resulta un puro enigma.
Pero, como sucede siempre en la vida evangélica, el don se convierte en tarea, o implica tarea; los discípulos de Jesús hemos sido iluminados (¡en el sentido sano del concepto!) y no podemos guardarnos para nosotros lo recibido. La luz no se destina a quedar escondida debajo de un cubo o de una cama; se la coloca en un lugar elevado, desde donde ilumine. Quienes hemos tenido la suerte de vislumbrar por dónde va el proyecto del Padre, no podemos ya permanecer callados: lo nuestro es ser pregoneros.
Esta llamada causa respeto en la actualidad. Conocemos el ridículo a que con frecuencia se somete al creyente en la secularizada Europa, y los medios de comunicación nos tienen al tanto de la persecución de cristianos en Iraq, Egipto y tantos otros lugares. Pero esto no es nuevo. El evangelio de Marcos muy probablemente se escribió para una comunidad que también era perseguida y rechazada; y ni siquiera en esa situación se le permitió adoptar la táctica del silencio o del disimulo, sino que se sintió llamada a proclamar la propia fe en medio de riesgos… Eso sí, el evangelista habla constantemente de un Jesús que, a través de la ignominia, camina hacia la gloria.
A esta exhortación al testimonio valiente se añaden un par de refranes. Quizá nunca lleguemos a saber en qué contexto o situación precisa los pronunció Jesús, pero en la redacción evangélica adquieren ciertamente un significado claro: Dios responderá con creces a lo que nosotros hagamos por su causa de Dios, con una medida remecida, rebosante. Pero quien no se preocupe por regalar a otros la luz que a él le fue dada (el conocimiento del misterio del Reino) acabará privado él mismo de ese gran tesoro: “lo que tiene se le quitará”.
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