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sábado, 12 de marzo de 2011

Comentario al Evangelio del Domingo 13 de Marzo del 2011


Por Fernando Torres Pérez cmf
Publicado por Ciudad Redonda

De las tentaciones a la Tentación

Desconozco la razón por la que la “tentación” por antonomasia en el imaginario popular ha terminado siendo la del “sexto”, la del pecado sexual. Pero hasta podría llegar a pensar que ha sido una gloriosa maniobra de diversión para despistarnos a todos de la verdadera tentación: la del poder. O mejor la del abuso del poder. Ahí reside el verdadero pecado, el que corrompe hasta lo más profundo lo que ha sido y es el sueño de Dios para la humanidad, el reino, la fraternidad. El abuso de poder sitúa a unas personas por encima de las demás, convierte la relación fraternal en una relación de amos y esclavos, de señores y siervos.
Ese abuso se manifiesta en todos los niveles. Siendo realistas, la mayoría de los abusos de tipo sexual no son en el fondo, y en la superficie también, más que un abuso de poder, una forma de expresar el dominio de uno, generalmente el hombre, sobre el otro, generalmente la mujer. El poder es la más vieja y antigua tentación. Cuando al actual presidente de Colombia le ofrecieron por primera vez un ministerio en su país era subdirector de un importante periódico. Consultó si debía aceptar con un amigo y éste le dijo: “si sigues en el periódico tendrás mucha ‘influencia’ pero sólo si entras en la política tendrás verdadero poder.” Dominar, controlar, mandar, que los otros hagan lo que uno dice. Todo eso es el poder. El que manda es libre para tomar sus decisiones. Los otros son los esclavos, los que tienen que obedecer. ¡Esa es la mayor de las tentaciones!

La ambigüedad del poder

Pero el poder no siempre es abuso. En muchas ocasiones se puede vivir y practicar como un verdadero y auténtico servicio a la comunidad. Son los líderes que tienen la capacidad de unir las voluntades de todos, de promover el diálogo y la tolerancia, de escuchar las razones de los otros, de atender a los más necesitados de sus comunidades. Todo esto es verdad. Pero el que está en el poder siempre tendrá la tentación –no significa que siempre caiga en ella– de aprovecharse de su posición para su propio beneficio, aunque eso signifique al mismo tiempo someterse a los que están más arriba en la jerarquía.
Quizá esa fuese también la tentación del mismo Dios: servirse de su posición de superioridad para invadir nuestra realidad, para dominarnos, para salvarnos incluso en contra de nuestra voluntad. Quizá es eso lo que nos pretende contar en realidad en evangelista Mateo en este evangelio del primer domingo de Cuaresma. Jesús mismo pasa por la tentación de abusar de su poder para su propio beneficio. O incluso para cumplir mejor la voluntad de Dios: usando su poder puede convencer a los hombres de que sigan su camino –porque siempre ha habido personas que se han dejado embaucar y embelesar por el poder–.
Lo bueno de Jesús es que rechaza la tentación. Y así nos indica el camino que quiere seguir: va a ser un Mesías diferente. No se va a imponer. No va a apagar el pábilo vacilante. Se va a acercar al corazón de las personas y desde el cariño y el diálogo les va a hacer experimentar el amor del Padre, el amor de Dios. Dios renuncia con Jesús a entrar en este mundo como “elefante en cacharrería”, invadiendo nuestra intimidad. Lo suyo es precisamente lo contrario: respetar nuestra dignidad, promover nuestra libertad. Dios no quiere esclavos ni siervos sino personas con las que dialogar. Dios eleva nuestra dignidad hasta un tú con el que dialogar.

Jesús nos señala el camino

La Cuaresma comienza con una buena noticia. Las personas humanas somos lo que somos. Tenemos nuestras limitaciones. La historia de Adán y Eva lo pone de manifiesto. No todo es de color de rosa en nuestra realidad. Frente a Dios no somos nada. Pero Dios no nos quiere humillar. Más bien nos ensalza, nos eleva. No usa su poder para abusar de nosotros sino que renuncia a él. Y se acerca a nosotros como un hermano, como un amigo, con la mano tendida y abierta.
Cuaresma es la oportunidad de encontrarnos con Dios, de sentir como su presencia y cercanía no nos humilla sino que nos eleva en dignidad. Dios no nos esclaviza sino que nos libera. Ser cristiano no es ser menos persona sino un camino de crecimiento y maduración en nuestra persona. La mirada de Dios nos devuelve la auto-estima y su gracia nos posibilita el compromiso por un mundo más fraterna y más justo.
Y en este camino cuaresmal, el primer paso es renunciar al abuso de poder. Lo hace Jesús. Y lo debemos de hacer nosotros. Y con Jesús aprender que el único camino es el del servicio.

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