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viernes, 25 de marzo de 2011

“DAME DE ESA AGUA”: III Domingo de Cuaresma (Juan 4,5-42) - Ciclo A



La estampa la encuentro perfectamente humana. Dos personas de características muy distintas coinciden en el brocal de un pozo de agua, llamado el pozo de Jacob, en un mediodía abrasador. El calor canicular les empuja a buscar un poco de frescura. Jesús y la mujer samaritana buscan calmar la sed uno, llevar agua a su casa la otra. Por un lado todos buscamos, todos tenemos sed física y espiritual. También Jesús, pues era Dios y hombre. Por otro lado, los seres humanos somos insatisfechos: a veces perseguimos lo más basto, otras veces vamos tras lo más elevado: tras la verdad, tras la justicia, tras la paz. Aunque no me olvido de una frase de un filósofo norteamericano, que escuché hace tiempo: “los hombres preferimos ser animales satisfechos a personas insatisfechas”.

Hay que admitir que el actual sistema económico-social da la razón al economista J. K. Galbraith, quien en su libro “La cultura de la satisfacción” expone sus ideas. En efecto, en nuestras sociedades ricas hay un 60% que vive bien o muy bien, que se siente satisfecho, y un 40% restante, que no goza del mismo nivel. Por eso ocurre que en distintos momentos nos preguntamos ¿dónde está la crisis? Sencillamente ese 60% nos impide ver al otro 40%, que es el que la sufre. Diríamos que la cultura actual nos ha domesticado la insatisfacción y nos limitamos a reclamar, a desear, a adquirir lo que nos ofrece la publicidad, que se ha convertido en la gran educadora.

Cuando Jesús afirma que quien “beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed”, la mujer reacciona rápidamente “dame de esa agua”. Aunque parece que no le entendió muy bien, todos queremos “esa agua”. La pregunta es ¿quién encarna esa agua?. La respuesta sería que Jesús: su persona y su mensaje. Pues él mismo se definió como el camino, la verdad y la vida. Cuando decimos de alguien que es “nuestra vida”, expresamos lo más fuerte, lo más profundo.

El diálogo entre los dos personajes junto al pozo es modélico. Lo inician hablando de temas intrascendentes, incluso en tono un tanto vacilón. Poco a poco van ahondando, atravesando las distintas capas del alma hasta llegar al núcleo. A través de la conversación la samaritana fue descubriendo a Jesús: primero era un judío, después un profeta, el Mesías, y, por fin, el salvador del mundo. Respecto a la mujer, al principio era una samaritana, más tarde una mujer de vida turbulenta y al final un apóstol. Si antes sostenía que Jesús: su persona y su mensaje es el agua que mejor puede calmar nuestra sed, no basta con verle, con tenerle delante, es preciso descubrirle, sentirle, como le descubrió y le sintió la samaritana y después los vecinos del pueblo de Sicar. Aunque cansado del camino y por el calor, Jesús busca al ser humano, es el buen pastor que va en busca de la oveja perdida. En esta ocasión de la mujer samaritana, retrato de una humanidad –mejor dicho de una parte de la humanidad- que tiene sed de otra sociedad, de otra Iglesia, de otro modo de organizar la vida.

El evangelio de este domingo gira sobre el agua. Anoto tres brevísimos apuntes: en el juicio final se nos dirá: “tuve sed y me disteis de beber”. Y ¿cuándo, Señor?. Cuando lo hicisteis a mis hermanos más humildes, lo hicisteis conmigo.

El agua es el símbolo más importante del bautismo. El agua se convierte en la tumba del hombre viejo y en el nacimiento de la criatura nueva, como se celebra en la Vigilia Pascual.

En tercer lugar y cambiando de mirada, el agua –un bien escaso- figura como uno de los principales recursos del planeta y lo será cada vez más. Si no se impone la solidaridad y el sentido común, las luchas y las tensiones se multiplicarán y se agravarán.

“Dame de esa agua” manifestó la samaritana. Nosotros le pedimos lo mismo al Señor y se lo pedimos con palabras de San Juan de la Cruz:


“busquemos otros montes y otros ríos
otros valles floridos y sombríos
donde descanse y siempre pueda verte”

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