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miércoles, 23 de marzo de 2011

III Domingo de Cuaresma (Juan 4,5-42) - Ciclo A: Un surtidor de agua...



● Ruego por pedir el don de comprender el Evangelio y poder conocer y estimar a Jesucristo y, así, poder seguirlo mejor.
● Apunto algunos hechos vividos esta semana que ha acabado.
● Leo el texto. Después contemplo y subrayo.
● Ahora apunto aquello que descubro de JESÚS y de los otras personajes, la BUENA NOTICIA que escucho... ¿En qué aspectos de mi vida siento que tengo sed de Dios, del Evangelio, de una vida nueva?
● Y vuelvo a mirar la vida, los HECHOS vividos, las PERSONAS de mi entorno... desde el Evangelio. ¿He podido “beber” el “agua viva”? ¿quién me ha dado ocasión de que Jesús se me hiciera encontradizo.
● Llamadas que me hace -nos hace- el Padre hoy a través de este Evangelio y compromiso.
● Plegaria. Diálogo con Jesús dando gracias, pidiendo...

“ENCUENTROS QUE NOS TRANSFORMAN”
VER
Si hacemos un repaso a nuestra vida, veremos que ha habido puntos de inflexión, momentos en los que nuestra vida ha tomado un nuevo rumbo. Aunque hay puntos de inflexión positivos y negativos, vamos a fijarnos en los positivos. Y seguramente en esos puntos de inflexión positivos ha habido alguna persona que para nosotros resultó decisiva, una pieza clave que nos ayudó a orientar o reorientar nuestra vida, y quizá sin ellas no lo hubiéramos hecho. Gracias a esas personas nuestra vida se transformó, nuestra historia personal tomó un nuevo rumbo.

JUZGAR

Como estamos reflexionando durante este tiempo de Cuaresma, estamos llamados a tener unos “encuentros en la 3ª fase” con Jesús, no un encuentro “de vista”, o superficial, sino un encuentro personal y profundo con Él por la fe. Un encuentro que, como veíamos el domingo pasado, nos tiene que dejar huella. Y si nos deja huella, también debe tener un efecto transformador en nuestra vida. El encuentro con Jesús Resucitado debe ser un punto de inflexión para nosotros, como lo fue para la mujer samaritana, y que hemos escuchado en el Evangelio.
De nuevo el encuentro con Jesús se produce en unas circunstancias totalmente normales: «Jesús... estaba sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaría a sacar agua». Una situación ordinaria, cotidiana... pero que resultará extraordinaria.
Jesús aprovecha esa situación cotidiana para entablar diálogo con la mujer, como también quiere entablarlo con nosotros. Un diálogo que parte del comentario de un tema “externo”, “social” («los judíos no se tratan con los samaritanos»), para ir centrándose en lo que Jesús ofrece («si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva») y en cómo eso que Jesús ofrece es lo que la mujer, aunque no lo reconocía, está necesitando («Señor, dame esa agua: así no tendré más sed...») como también lo necesitamos nosotros.
Jesús ayuda a la mujer a que se descubra y se sepa “sedienta”, la ayuda a que se dé cuenta de que su vida no es como debería ser («Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido»), y que por eso mismo necesita dar un cambio radical. Jesús, en el diálogo con la samaritana, la ayuda a que se dé cuenta de que su vida es como es porque en el fondo tiene sed de Dios («Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga él nos lo dirá todo»). Y en ese momento Jesús se da a conocer: «Soy yo: el que habla contigo».
Esta revelación supone el punto de inflexión para la samaritana, que «entonces, dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: “Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿será éste el Mesías?”» Es tal la transformación que se ha producido en ella, se nota tanto el encuentro transformador que ha tenido con Jesús, que sus conciudadanos «salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él». La samaritana pasa a ser ahora evangelizadora; el agua viva que ha encontrado en Jesús se convierte dentro de ella en un surtidor, y por eso «en aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer». La samaritana da un giro a su vida y se convierte en apóstol; su transformación, su testimonio de fe propicia que otros quieran también tener un encuentro con Jesús como ella lo ha tenido, los mueve para que se acerquen a Jesús, de modo que «le rogaban que se quedara con ellos y todavía creyeron muchos más por su predicación». Los del pueblo también encuentran en Jesús el agua viva, «y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo”».

ACTUAR

¿Qué puntos de inflexión he tenido en mi vida? ¿Qué personas influyeron en esos momentos? ¿Creo que puedo tener un encuentro con Jesús en mis tareas cotidianas? ¿De qué tengo “sed”, y con qué la sacio? ¿Cómo busco el agua viva? ¿Se me nota que me he encontrado con Jesús resucitado? ¿Ha transformado mi vida? ¿Doy testimonio de fe como lo dio la samaritana? ¿Favorezco que otros quieran acercarse a Él?
En la Eucaristía podemos tener un encuentro con Jesús tan real como lo tuvo la samaritana. En la cotidianidad de un domingo Él se pone a nuestro lado para cuestionarnos acerca de nuestra vida con su Palabra; y con su Cuerpo y su Sangre nos da el agua viva, para que se convierta dentro de nosotros en un surtidor. Como la samaritana, pidamos al Señor su agua viva, y salgamos transformados de este encuentro, para que seamos apóstoles creíbles, como ella. Ojalá también otras personas, gracias a nuestro testimonio de fe, puedan acercarse al Señor y encontrarse con Él, y nos digan, como a la samaritana: «Ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es de verdad el Salvador del mundo».

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