Publicado por Servicios Koinonia
Hch 10, 34a.37-43: Hemos comido y bebido con él después de su resurrección
Salmo 117: Este es el día en que actuó el Señor
Col 3,1-4: Busquen ustedes los bienes de allá arriba, donde está Cristo
Jn 20, 1-9: Él había de resucitar de entre los muertos
A) Comentario ordinario
En la primera lectura, los Hechos de los Apóstoles reflejan el esfuerzo de las primeras comunidades por presentar el ministerio de Jesús en forma sencilla y atractiva. El texto que hoy leemos es una especie de ‘credo’, kerigma, o anuncio fundamental. Se narran los antecedentes de la misión de Jesús y el significado de su acción para los pobres. Luego se hace un gran énfasis en la labor de la comunidad como testigo de su resurrección.
La comunidad cristiana siempre estuvo interesada en comunicar el significado y valor de la vida, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret y no sólo en narrar el acontecimiento como tal. Toda la vida apostólica de Jesús ha sido concentrada en esta predicación que está destinada a mostrarle a los nuevos discípulos cómo la acción del Maestro de Galilea perdura en la obra de la comunidad.
El discurso de Pedro conserva el recuerdo fidedigno de lo que ellos, los apóstoles, predicaban después de la resurrección de Jesús. Es el llamado «Kerygma» o proclamación solemne del núcleo de la fe cristiana, destinada a los judíos y a los paganos, invitándolos a creer en Jesucristo, a confiarse en Él y a incorporarse a su Iglesia. No se trata de una ideología, ni de un código moral detallado. Se trata del anuncio de los acontecimientos que acabamos de celebrar en la Semana Santa: la vida de Jesús de Nazaret, circunscrita geográficamente desde Galilea, al norte del país de los judíos, hasta Jerusalén, la capital. Su predicación y sus milagros como signos de la misericordia de Dios. Su muerte en la cruz y su resurrección de entre los muertos, de la cual los apóstoles han sido constituidos testigos fidedignos. A sus oyentes, y a nosotros hoy, Pedro exhorta a creer en Jesucristo para obtener la salvación. Este es el contenido fundamental de nuestra fe, que todos debemos testimoniar gozosamente con nuestra vida y con nuestras palabras. Porque son hechos salvadores, liberadores, por los cuales Dios se nos entrega como Padre, perdonando nuestros pecados y dándole sentido a nuestra vida, a veces tan extraviada y tan sufrida.
En la segunda lectura, de la carta a los Colosenses, nos invita a radicalizar nuestro estilo de vida cristiano. La exhortación a buscar los bienes «de arriba» no es una manera de legitimar la evasión de nuestras responsabilidades en el presente, sino, por el contrario, una invitación a encararlas desde la perspectiva y los valores de Jesús. Los valores de ‘arriba’ son los valores que en su vida histórica proclamó y vivió el resucitado: el amor universal, la justicia y la solidaridad. Los valores que nos conducen hacia él, hacia su experiencia de resurrección. Los valores del «mundo» son aquellos modos de vida que imperan en los sistemas que imponen el egoísmo, el individualismo y la acumulación de bienes. Por «mundo» no se entiende nuestra existencia histórica como tal, sino las organizaciones humanas que crean modos de vida, con frecuencia, incompatibles con el evangelio.
El evangelio de Juan nos habla hoy precisamente de ese conjunto de dificultades que nublan el entendimiento humano y lo hacen incapaz de comprender las verdades de la fe. Los discípulas y discípulos no deben ir a buscar al Maestro al sepulcro. El lugar de Jesús de Nazaret ya no está entre los muertos, sino en la presencia de Dios desde donde anima a la comunidad a continuar su misión. María Magdalena comprende perfectamente este acontecimiento y, en lo profundo de su corazón, experimenta una alegría desbordante cuando descubre que el lugar para buscar a su Señor ya no es el cementerio.
Pedro y el otro discípulo corren alertados por la voz de la Magdalena. Pero, sólo el otro discípulo comprende el significado de la ausencia de Jesús. Pedro examina la tumba y las vendas, pero su entendimiento aún está atado a sus temores.
El evangelio concluye con la frase: «hasta entonces no habían comprendido la Escritura», para mostrarnos cómo la comunidad de creyentes debió recorrer un largo camino antes de comprender el significado y el alcance histórico de la resurrección de Jesús. Mientras ellos y ellas aún lloraban de dolor por la ausencia del Maestro, él ya estaba animando la vida de la comunidad en la eucaristía, en la vida comunitaria y en la solidaridad con los más pobres.
El texto nos invita a hacer un camino de fe que nos haga comprender el significado de la resurrección de Jesús para nuestras vidas. No basta con correr de un lado para otro buscando al Señor sin comprender lo que su resurrección significa. Es necesario aprender a descubrir en los signos de muerte el germen de la vida. Allí donde el discípulo desprevenido experimenta el vacío de la tumba, el ‘otro discípulo’, el que ama entrañablemente al Señor, descubre la manifestación más profunda del Dios de la vida.
El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 125, «El primer día de la semana», de la serie «Un tal Jesús», de los hnos. LÓPEZ VIGIL, titulado «El primer día de la semana». El guión y su comentario pueden ser tomados de aquí: http://untaljesus.net/texesp.php?id=1600125
Puede ser escuchado aquí: http://untaljesus.net/audios/cap125b.mp3 También se puede utilizar el 126, «Una risa conocida» (guión y comentario en: http://untaljesus.net/texesp.php?id=1600126 ; audio aquí: http://untaljesus.net/audios/cap126b.mp3 ).
También es interesante la entrevista 98 de la serie «Otro Dios es posible», titulada «¿Resucitó?».
B) Segundo guión
Como otros años, incluimos aquí un segundo guión de homilía, netamente en la línea de la espiritualidad latinoamericana de la liberación, que titulamos con el conocido lema «El Resucitado es el Crucificado».
Lo que no es la resurrección de Jesús
Se suele decir en teología que la resurrección de Jesús no es un hecho "histórico", con lo cual se quiere decir no que sea un hecho irreal, sino que su realidad está más allá de lo físico. La resurrección de Jesús no es un hecho realmente registrable en la historia; nadie hubiera podido fotografiar aquella resurrección. La resurrección de Jesús objeto de nuestra fe es más que un fenómeno físico. De hecho, los evangelios no nos narran la resurrección: nadie la vio. Los testimonios que nos aportan son de experiencias de creyentes que, después, "sienten vivo" al resucitado, pero no son testimonios del hecho mismo de la resurrección.
La resurrección de Jesús no tiene parecido alguno con la "reviviscencia" de Lázaro. La de Jesús no consistió en la vuelta a esta vida, ni en la reanimación de un cadáver (de hecho, en teoría, no repugnaría creer en la resurrección de Jesús aunque hubiera quedado su cadáver entre nosotros, porque el cuerpo resucitado no es, sin más, el cadáver). La resurrección (tanto la de Jesús como la nuestra) no es una vuelta hacia atrás, sino un paso adelante, un paso hacia otra forma de vida, la de Dios.
Importa recalcar este aspecto para darnos cuenta de que nuestra fe en la resurrección no es la adhesión a un "mito", como ocurre en tantas religiones, que tienen mitos de resurrección. Nuestra afirmación de la resurrección no tiene por objeto un hecho físico sino una verdad de fe con un sentido muy profundo, que es el que queremos desentrañar.
La "buena noticia" de la resurrección fue conflictiva
Una primera lectura de los Hechos de los Apóstoles suscita una cierta extrañeza: ¿por qué la noticia de la resurrección suscitó la ira y la persecución por parte de los judíos? Noticias de resurrecciones eran en aquel mundo religioso menos infrecuentes y extrañas que entre nosotros. A nadie hubiera tenido que ofender en principio la noticia de que alguien hubiera tenido la suerte de ser resucitado por Dios. Sin embargo, la resurrección de Jesús fue recibida con una agresividad extrema por parte de las autoridades judías. Hace pensar el fuerte contraste con la situación actual: hoy día nadie se irrita al escuchar esa noticia. ¿La resurrección de Jesús ahora suscita indiferencia? ¿Por qué esa diferencia? ¿Será que no anunciamos la misma resurrección, o que no anunciamos lo mismo en el anuncio de la resurrección de Jesús?
Leyendo más atentamente los Hechos de los Apóstoles ya se da uno cuenta de que el anuncio mismo que hacían los apóstoles tenía un aire polémico: anunciaban la resurrección "de ese Jesús a quien ustedes crucificaron". Es decir, no anunciaban la resurrección en abstracto, como si la resurrección de Jesús fuese simplemente la afirmación de la prolongación de la vida humana tras la muerte. Tampoco estaban anunciando la resurrección de un alguien cualquiera, como si lo que importara fuera simplemente que un ser humano, cualquiera que fuese, había traspasado las puertas de la muerte.
El crucificado es el resucitado
Los apóstoles no anunciaban una resurrección muy concreta: la de aquel hombre llamado Jesús, a quien las autoridades civiles y religiosas habían rechazado, excomulgado y condenado.
Cuando Jesús fue atacado por las autoridades, se encontró solo. Sus discípulos lo abandonaron, y Dios mismo guardó silencio, como si estuviera de acuerdo. Todo pareció concluir con su crucifixión. Todos se dispersaron y quisieron olvidar.
Pero ahí ocurrió algo. Una experiencia nueva y poderosa se les impuso: sintieron que estaba vivo. Les invadió una certeza extraña: que Dios sacaba la cara por Jesús, y se empeñaba en reivindicar su nombre y su honra. "Jesús está vivo, no pudieron hundirlo en la muerte. Dios lo ha resucitado, lo ha sentado a su derecha misma, confirmando la veracidad y el valor de su vida, de su palabra, de su Causa. Jesús tenía razón, y no la tenían los que lo expulsaron de este mundo y despreciaron su Causa. Dios está de parte de Jesús, Dios respalda la Causa del Crucificado. El Crucificado ha resucitado, !vive!
Y esto era lo que verdaderamente irritó a las autoridades judías: Jesús les irritó estando vivo, y les irritó igualmente estando resucitado. También a ellas, lo que les irritaba no era el hecho físico mismo de una resurrección, que un ser humano muera o resucite; lo que no podían tolerar era pensar que la Causa de Jesús, su proyecto, su utopía, que tan peligrosa habían considerado en vida de Jesús y que ya creían enterrada, volviera a ponerse en pie, resucitara. Y no podían aceptar que Dios estuviera sacando la cara por aquel crucificado condenado y excomulgado. Ellos creían en otro Dios.
Creer con la fe de Jesús
Pero los discípulos, que redescubrieron en Jesús el rostro de Dios (como Dios de Jesús) comprendieron que Jesús era el Hijo, el Señor, la Verdad, el Camino, la Vida, el Alfa, la Omega. La muerte no tenía ningún poder sobre él. Estaba vivo. Había resucitado. Y no podían sino confesarlo y "seguirlo", "persiguiendo su Causa", obedeciendo a Dios antes que a los hombres, aunque costase la muerte.
Creer en la resurrección no era pues para ellos una afirmación de un hecho físico-histórico que sucedió o no, ni una verdad teórica abstracta (la vida postmortal), sino la afirmación contundente de la validez suprema de la Causa de Jesús, a la altura misma de Dios (a la derecha del Padre), por la que es necesario vivir y luchar hasta dar la vida.
Creer en la resurrección de Jesús es creer que su palabra, su proyecto y su Causa (!el Reino!) expresan el valor fundamental de nuestra vida.
Y si nuestra fe reproduce realmente la fe de Jesús (su visión de la vida, su opción ante la historia, su actitud ante los pobres y ante los poderes... será tan conflictiva como lo fue en la predicación de los apóstoles o en la vida misma de Jesús.
En cambio, si la resurrección de Jesús la reducimos a un símbolo universal de vida postmortal, o a la simple afirmación de la vida sobre la muerte, o a un hecho físico-histórico que ocurrió hace veinte siglos... entonces esa resurrección queda vaciada del contenido que tuvo en Jesús y ya no dice nada a nadie, ni irrita a los poderes de este mundo, o incluso desmoviliza en el camino por la Causa de Jesús.
Lo importante no es creer en Jesús, sino creer como Jesús. No es tener fe en Jesús, sino tener la fe de Jesús: su actitud ante la historia, su opción por los pobres, su propuesta, su lucha decidida, su Causa...
Creer lúcidamente en Jesús en esta América Latina, o en este Occidente llamado "cristiano", donde la noticia de su resurrección ya no irrita a tantos que invocan su nombre para justificar incluso las actitudes contrarias a las que tuvo él, implica volver a descubrir al Jesús histórico y el sentido de la fe en la resurrección.
Creyendo con esa fe de Jesús, las "cosas de arriba" y las de la tierra no son ya dos direcciones opuestas, ni siquiera distintas. Las "cosas de arriba" son la Tierra Nueva que está injertada ya aquí abajo. Hay que hacerla nacer en el doloroso parto de la Historia, sabiendo que nunca será fruto adecuado de nuestra planificación sino don gratuito de Aquel que viene. Buscar "las cosas de arriba" no es esperar pasivamente que suene la hora escatológica (que ya sonó en la resurrección de Jesús) sino hacer realidad en nuestro mundo el Reinado del Resucitado y su Causa: Reino de Vida, de Justicia, de Amor y de Paz.
C) Y una nota para lectores críticos
La homilía de la vigilia pascual o la de la misa del domingo de Pascua no son la mejor ocasión para dar en síntesis un curso teología sobre el tema de la resurrección, pero sí son un momento oportuno para caer en la cuenta de la necesidad de darnos una sacudida en este tema teológico.
Por una parte, el ambiente litúrgico es tal que permite al «orador sagrado» elaborar libremente su discurso, sin temor a ser interrumpido, ni cuestionado ni siquiera solicitado por sus oyentes para una explicación más amplia. Lo que él diga, por muy abstracto, complicado o inverosímil que sea, va a ser aceptado por los asistentes con una actitud de piadosa acogida, o al menos de silencio respetuoso. No le va a ser necesario «justificar» lo que dice, ni explicarlo de un modo exigente, porque en la celebración litúrgica a veces la palabra tiene un valor ritual, al margen de su contenido real, razón por la que muchos oyentes «se desconectan» mentalmente, pues están conscientes de no estar recibiendo un mensaje interpelador real.
Éste es un gran peligro para todo agente de pastoral: la utilización de fórmulas fáciles, abstractas, solemnes... que no evangelizan, porque no tratan de dar razón de la fe y de hacerla inteligible –hasta donde se puede-, sino de cumplir un rito.
Por otra parte, el tema concreto de la resurrección es un tema que está sufriendo en los últimos tiempos una profunda revisión. Algunos teólogos hablan de un «cambio de paradigma»: no se trataría de cambios en detalles, sino de una comprensión radicalmente nueva del conjunto.
No hay que olvidar que venimos de un tiempo nada lejano en el que la Resurrección estaba ausente del horizonte de comprensión de la salvación: ésta se jugaba el viernes santo, en la muerte de Jesús; y ahí concluía el drama de nuestra salvación; la resurrección era sólo un apéndice añadido, como para dejar buen sabor de boca. Los mayores de entre nosotros pueden recordar que antes de la reforma de la liturgia de la semana santa, de Pío XII, la vigilia pascual había sido olvidada. Los manuales de teología por su parte casi no la contemplaban (cfr por ejemplo, la Sacrae Theologiae Summa, en 3 volúmenes, de la BAC, Madrid, 1956, que de sus 326 páginas dedica menos de una a la resurrección). El libro de F. X. DURWELL, La resurrección de Jesús, misterio de salvación (Herder, Barcelona), fue el libro clave de la renovación de la comprensión teológico-bíblica de la resurrección a partir de los años 60. El Concilio Vaticano II restituyó el misterio pascual en el centro de la liturgia. Y a partir de ahí, se puede decir que hemos vivido de rentas, dejando el tema de la resurrección en el desván de nuestras creencias intocadas, mientras nuestra cultura y nuestra antropología han ido evolucionando sin detenerse… ¿No notamos el desajuste?
Nos han preocupado otros temas más «urgentes y prácticos». Nuestro pueblo sencillo (y cuántos de nosotros) no sabría dar razón convincente ni convencida de lo que cree acerca tanto de la resurrección de Jesús como de la nuestra.
Respecto a la de Jesús, la mayor parte de nosotros todavía piensa la resurrección de Jesús como un hecho «físico milagroso». La fuerza imaginativa de las narraciones de las apariciones es tan fuerte, que cuando las proclamamos en las lecturas litúrgicas (o cuando nos referimos a ellas en las homilías) para la mayoría de los cristianos pasan por literalmente históricas. El hecho físico histórico de las apariciones, junto con el sepulcro vacío, la desaparición del cadáver de Jesús, y el testimonio de los testigos privilegiados que lo «vieron» redivivo y comieron con él... es tenido como la prueba máxima de la veracidad de nuestra fe. La resurrección puede acabar siendo un mito anacrónico, momificado en las vendas de conceptos o figuras que pertenecen a una cultura irremediablemente sobrepasada en aspectos fundamentales. Pero la teología actual representa un cambio literalmente espectacular respecto a la teología de ayer mismo.
Baste pensar lo siguiente: «se ha eliminado todo rastro de concebir la resurrección como la ‘revivificación’ de un cadáver, se insiste en su carácter incluso no milagroso y no histórico (en cuanto no empíricamente constatable), y son cada vez más los teólogos –incluso moderados- que afirman que la fe en la resurrección no depende de la permanencia o no del cadáver de Jesús en el sepulcro, cuando no afirman expresamente tal permanencia. Y es de prever que la permanencia del cadáver no tardará en ser opinión unánime» (Queiruga).
«Hoy se toma en serio el carácter trascendente, es decir, no mundano y no espacio-temporal de la resurrección, por lo que resulta absurdo tomar a la letra datos o escenas sólo posibles para una experiencia de tipo empírico: tocar con el dedo y agarrar al resucitado, o imaginarle comiendo... son pinturas de innegable corte mitológico, que hoy nos resultan sencillamente impensables. (Para la Ascensión ya se ha asumido generalmente que, tomada a la letra, sería un puro absurdo). No es que las apariciones sean verdad o mentira, sino que carece de sentido hablar de la percepción empírica de una realidad trascendente. No se puede ver al resucitado por la misma razón que no se puede ver a Dios, con quien se ha identificado en comunión total y gloriosa. Si alguien dice que lo ha ‘visto’ o ‘tocado’ no tiene por qué mentir, pero habla de una experiencia subjetiva, como cuando muchos santos dicen haber visto o tenido en sus brazos al Niño Jesús: son sinceros, pero eso no es posible, sencillamente porque el ‘Niño Jesús’ no existe» (Queiruga).
No podemos extendernos más. Sólo queríamos dar provocativamente una saludable «sacudida» a nuestra fe en la resurrección, llamando la atención sobre la necesidad de no dejarla dormir beatíficamente el sueño de los justos, y de afrontar seriamente su actualización teológica. Por nuestra parte, en los Servicios Koinonía, concretamente en la RELaT (Revista Electrónica Latinoamericana de Teología), hemos puesto en línea el epílogo del libro «Repensar la Resurrección», de Andrés TORRES QUEIRUGA (http://servicioskoinonia.org/relat/321.htm), epílogo que resume el libro y que invita a afrontar esa actualización. Recomendado asumir el tema en la comunidad cristiana como una actividad formativa de actualización teológica.
Insistimos en que no es un buen servicio evangelizador el mantener al pueblo cristiano ignorante respecto a la actualización de la comprensión de la resurrección que se están dando en la exégesis y en la teología, y que no hace bien el agente de pastoral que se limita a repetir las sonoras afirmaciones de siempre sobre la resurrección, y refiriéndose a las apariciones dando a entender a sus oyentes que se trata de datos históricos indubitables no necesitados de interpretación... Según las estadísticas, no son pocas las personas cristianas que no creen en la resurrección; sin duda, algo tiene que ver con ello el hecho de que carecemos de una interpretación teológica actualizada respecto a este elemento capital de nuestra fe, momificado en las vendas de unas descripciones y supuestos con los que una persona culta de hoy no puede comulgar. Una evangelización desactualizada funge en muchos contextos como un factor ateizante.
Para la revisión de vida
¿Me he planteado la semana santa como una oportunidad para renovar mi fe y mi cosmovisión religiosa? ¿Y cómo debería plantearme ahora la Pascua?
Para la reunión de grupo
- Dado que hoy es un día de fiesta que no suele permitir «reuniones de estudio», prescindimos de esta sección hoy. Pero hoy puede ser un buen día para conversar con los hermanos/as de la comunidad y plantearles la necesidad y la urgencia de tomar en nuestras propias manos la renovación de nuestra fe más allá de lo que permiten las instancias oficiales (ordenamiento litúrgico, predicación del clero, orientaciones magisteriales...).
Para la oración de los fieles
- Para que la Iglesia dé testimonio de la resurrección trabajando siempre en favor de la vida, y de una vida digna y justa. Oremos.
- Para que todos los pueblos avancen en el camino de libertad, la justicia y la paz. Oremos.
- Para que el esfuerzo personal y colectivo de todos los que buscan una persona más humana y una sociedad más justa y fraterna, no resulte estéril. Oremos.
- Para que todos los que sufren las secuelas de la opresión, la violencia y la injusticia, encuentren más apoyo en nosotros para salir de su situación. Oremos
- Para que nuestra fe en la resurrección nos haga perder todo miedo a la muerte y renueve y profundice nuestro amor a la Vida. Oremos
- Para que la presencia viva de Jesús entre nosotros nos afiance en el compromiso con el Reino de Dios y su justicia. Oremos.
Oración comunitaria
Dios, nuestro Origen fontal, que nos llenas de gozo con ocasión de las fiestas anuales de Pascua. Ayúdanos para que, renovados por la gran alegría experimentada por la comunidad, trabajemos siempre por vencer a la muerte y hacer crecer la Vida, hasta que la experimentemos en su consumación plena. Nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo, hermano nuestro.
o bien
Dios, Misterio eterno de Amor, Justicia y Fidelidad, que con tu poder, y con muchos signos ante la conciencia de sus discípulos, avalaste a Jesús de Nazaret tras la muerte que le infligieron sus perseguidores, para poner en claro que estabas de parte de él y que su Causa interpretaba tu misma Voluntad sobre el ser humano y sobre el mundo. Rescata también del sufrimiento, del olvido y de la muerte a tantos hombres y mujeres que, como Jesús, han dado la vida a lo largo de la historia en la defensa de otras tantas Causas como la suya, y haz de nosotros convencidos testigos anticipados del triunfo final de la Justicia, del Amor y de la Vida. Nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo, hermano nuestro.
Complementamos con este soneto de Pedro Casaldáliga:
"Yo mismo Lo veré"
Y seremos nosotros, para siempre,
como eres Tú el que fuiste, en nuestra tierra,
hijo de la María y de la Muerte,
compañero de todos los caminos.
Seremos lo que somos, para siempre,
pero gloriosamente restaurados,
como son tuyas esas cinco llagas,
imprescriptiblemente gloriosas.
Como eres Tú el que fuiste, humano, hermano,
exactamente igual al que moriste,
Jesús, el mismo y totalmente otro,
así seremos para siempre, exactos,
lo que fuimos y somos y seremos,
¡otros del todo, pero tan nosotros!
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