Publicado por X. Pikaza
Domingo de Pascua. Mc 16, 1-7. Feliz Día a todos los amigos y lectores, con las mujeres a quienes el Ángel del sepulcro abierto (el mismo Jesús) confía el encargo supremo de que vayan y digan a Pedro y a los otros cristianos “oficiales” que vayan también y le “vean” en Galilea, para renovar la Iglesia y recrear el cristianismo, hoy, año de gracia del Señor 2011.
Éste es el mensaje supremo de la Mañana Luciente de Pascua Florida, cuando el sol de Jesús está naciendo. Las mujeres iban con perfumes de muerte al sepulcro, pero le descubren y encuentran como Vida. Así ofrecen y siguen ofreciendo el Primer testimonio de Pascua, por intuición personal, por amor abierto al Jesús a quien amaron y les ama, por encima de todas las cosas, por encima de la muerte.
Ellas (las mujeres de la Primera Pascua, con los hombres y mujeres de hoy) debemos ir, diciendo a Pedro y todos los discípulos y amigos de Jesús (la humanidad entera) que él “ha resucitado” y que podemos verle, iniciando juntos la Gran Travesía de la Resurrección. Éste es el mensaje de Mc 16, 1-7 (dejo para otra ocasión 16, 8), el Evangelio más importante de la Iglesia, voz de Vigilia de Pascua, gran anuncio y tarea de resurrección.
Mc 16, 1-4. UN SEPULCRO ABIERTO
Según Marcos, ellas han visto enterrar a Jesús de forma apresurada (15, 47), y por eso vuelven, para culminar los ritos funerarios, que José de Arimatea no había realizado de forma conveniente (cf. 15, 42-46).
No hay varones que les acompañen y puedan descorrer con fuerza la piedra de la boca del sepulcro (16, 3). Pedro y los discípulos restantes han huido, y hay quien dice que siguen huyendo todavía hacia Galilea. José de Arimatea, que ha cumplido su misión “judía” (15, 42-46), no está con ellas. El centurión casi creyente (15, 39) ha desaparecido. Sólo quedan ellas, las mujeres del recuerdo y del sepulcro, dispuestas a iniciar un rito interminable de unción y cantos/llantos funerarios por el muerto.
− Pasado el sábado (16, 1). Han cumplido el ritmo de reposo y sacralidad que marca la ley del sábado, que a partir de aquí podrá verse tiempo viejo, culto a las fuerzas de este mundo que mantienen a Jesús en el sepulcro.
− María Magdalena, María la de Jacob, y Salomé (16, 1). Son las tres que hemos visto en 15,40, las mujeres fieles de Jesús, que le han seguido-servido, y que ahora quieren realizar el último servicio, con aromas para embalsamarle. Con ese gesto acabaría externamente su testimonio y tarea de amistad, llegando hasta el fin en su relación Jesús. Después sólo tendrían un recuerdo de muerte.
− Compraron perfumes… (16, 1). Son buenas, quieren a Jesús, pero no saben aún lo que ha pasado. Por van hacia un sepulcro vacío con perfumes de muerte (aromas de culto funerario), sin saber cómo podrán utilizarlo (no tienen fuerza para abrir la tumba, penetrando más allá de la muerte). Pero tanto lo que saben como lo que ignoran se les vuelve inútil pues el recordatorio de muerte (monumento, mnêmeion) estará abierto, sin cadáver para embalsamar.
− Y muy de mañana, el día después del sábado, a la salida del sol, fueron... (16, 2). Vinieron al sepulcro cuando salía el sol, que es el signo de la creación de Dios, el día que sigue al sábado… el día del sol, la Gran Luz de Dios, que es la Vida. Esta experiencia, a la salida del Sol, el día que sigue a un sábado incompleto, vinculado con la muerte del Mesías, marca la experiencia de los cristianos de Marcos, que recuerdan todas las controversias de Jesús en torno al Sábado. De ahora en adelante, los cristianos celebrarán de un modo especial el Día del Sol.
− Y se decían: ¿quién nos correrá la piedra...? (16, 3). Son débiles, poco expertas en correr y descorrer la losa de la tumba. Parecen pocas. Otros duermen o escapan, mientras ellas, se ponen en marcha hacia la tumba de Jesús la primera madrugada en que se puede hacer trabajo, tras la muerte de Jesús (el sábado nadie podía hacer obras externas), llevando en su luto y su dolor todo el misterio de la historia humana. Son discípulas auténticas, aunque todavía equivocadas: mantienen la vocación de Jesús, continúan buscando su camino, pero no pueden guiarse tras su muerte, de manera que parecen movidas por un deseo imposible: Quieren ungir a Jesús, vienen con perfumes; pero saben que son incapaces de mover la piedra, pues no tienen fuerza para ello.
− Y mirando vieron que la piedra se había sido corrida, aunque era inmensamente grande (16, 4). El texto no habla de un sepulcro “vacío”, sino más bien abierto. Esta referencia a la piedra “muy grande” (megas sphodra) tiene un sentido claramente simbólico. Antes, en el momento de cerrar la tumba, se decía que el mismo José de Arimatea (¡el solo!) la había corrido, haciéndola rodar, como si no hubiera tenido dificultades para ello (15, 46). Es evidente que si un solo hombre había podido rodarla en el entierro más fácilmente podrán des-rodarla después tres mujeres. Pero no es lo mismo “cerrar” una tumba (algo que se sitúa en un nivel humano), que abrirla, superando así la muerte (cosa que sólo Dios puede hacer), de manera que la piedra del sepulcro resulta diferente, en un caso y en otro. Por eso, en un sentido profundo, cuando las mujeres preguntan (16, 3) “quién podrá descorrer la piedra” están pensando que es preciso un “poder divino” para ello. Eso es lo que aparece ahora, cuando se afirma que “vieron que la piedra había sido corrida” (en pasivo divino), pues no se trata de una simple rueda-puerta de sepulcro, sino de la piedra-rueda de la muerte.
Las mujeres llegan hasta aquí. Parecen desnortadas y por eso están buscando en dirección de tumba. Pero el Dios verdadero de Jesús viene a buscarlas precisamente en este camino de la muerte. No les acompaña nadie. No existen varones amigos que lleguen y quieran (¡y puedan!) moverles la piedra. Pero su fe les hace caminar, y descubren que la piedra de la tumba está corrida, la losa del sepulcro donde al fin vence (nos vence) por siempre la muerte. Pues bien, el sentido de esa piedra corrida se visibilizará en figura de un joven sentado a la derecha de la tumba (que se supone así grande, como una galería cavada en la roca) y vestido de blanco: así, al fondo de la tumba, ellas empiezan a encontrar la gloria de la pascua.
16, 5-7. SEPULCRO VACÍO DE CADÁVER, LLENO DE MENSAJE
Normalmente se habla de “tumba vacía”, pero ese lenguaje resulta al menos ambiguo. La tumba de Jesús, cuya piedra/puerta ha sido corrida, está vacía de cadáver, pero llena de mensaje pascual. Las mujeres llegan buscando un cuerpo para ungir en un monumento excavado en la Pedro (signo de permanencia cósmica), pero ven que la puerta está corrida y entran, sin temor ninguno (a diferencia del que tendrán después, al salir: en 16, 8). Ven que la piedra está corrida y pasan al interior, sin hacerse preguntas, sin miedo, como si entrar en un sepulcro excavado en la Pedro fuera su oficio de mujeres. Aquí empieza la novedad del texto:
− Y entrando en el sepulcro, vieron a un joven, sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca (16, 5). Es fundamental el gesto de “entrada” en el sepulcro, que, según lo visto al comentar 15, 42-46, debe representarse como una cámara excavada en la roca. Resulta extraño (¡cómo tienen valor para entrar en una tumba misteriosamente abierta!), y sin embargo entran, en apariencia, sin miedo, como si aquella fuera su casa, viendo allí a un joven vestido de blanco (de cielo). Es evidentemente un ángel, un mensajero de Dios, o, quizá mejor, el mismo Dios que está allí para recibirles.
Este joven (neaniskos), parece aquel que huyó desnudo cuando prendieron a Jesús y en realidad puede ser es el mismo Jesús, que ha salido desnudo de la tumba y que ahora aparece cubierto con una “estola/túnica blanca” (como vimos al comentar 14, 51-52). Es Jesús, pero ellas no pueden conocerle (como la María de Jn 20, 11-18 no puede conocer al Jesús hortelano). Es Jesús que se aparece de otra forma (o un ángel de Dios, da lo mismo), sabiendo lo que ellas quieren. Por eso, al verlas asustadas, les dice: «¡No temáis!»… Esta palabra de pacificación, con todo lo que sigue, constituye el centro de la trama del evangelio de Marcos, que culmina en un sepulcro vacío, con una palabra de Dios (del mismo Jesús, del ángel de Dios) que ofrece su mensaje pascual a las mujeres, para que así reinterpreten lo que ha sido, y lo que será, el evangelio.
−No temáis: buscáis a Jesús el nazareno, el crucificado (16, 6). El texto no ha dicho que tuvieran miedo al entrar, y, sin embargo, ahora que están dentro, el joven les dice que no se extrañen, que no teman (mê ekthambeisthe). Están en una tumba vacía de cadáver, pero llena de otra presencia, de una luz que se refleja en la túnica blanca del joven, que les comienza recordando lo que quieren; ungir un cadáver, venerar una tumba, perpetuar una historia que siempre termina en la muerte.
Ellas han venido a despedir a un muerto, pero Jesús, enterrado aquí (como ellas saben, porque han visto dónde lo ponían: 15,47) no está, pues él ha roto el peso de la muerte, y Dios ha descorrido sobre él la losa de la piedra de la muerte. Por eso, el joven (que es la presencia de Dios en la tumba llena de pascua) les muestra el lugar donde había estado el Nazareno (es decir, de Nazaret: cf. 1, 9; 6, 1-6b), cuya historia de enviado mesiánico de Dios ha desembocado aquí. Pues bien, el joven define a Jesús simplemente como “el crucificado” (no como el Hijo de Dios, ni como el Señor o el Hijo del Hombre), sino como aquel cuya vida ha terminado en la cruz, en nazareno crucificado.
− ¡Ha resucitado! No está aquí, mirad el lugar donde lo habían puesto (16, 6). La presencia de un cadáver puede dar seguridad a los amigos: es memoria tangible del muerto, recuerdo que dura, haciéndoles capaces de transformar su memoria y de pacificarla. En esa línea, muchos grandes edificios sagrados, incluso cristianos (en contra de lo que este pasaje supone, en referencia a Jesús), se alzan sobre enterramientos, para mantener la memoria de los muertos memorables. Pues bien, Jesús no ha dejado ni siquiera un cuerpo.
Ésta es la novedad cristiana: Desde el hueco del sepulcro que no puede cumplir su función (no es recordatorio o mnêmeion del muerto: “¡No está aquí. Mirad dónde le habían puesto!”) emerge la palabra fiel del mensajero de Dios: ¡Ha resucitado!
El vacío del cadáver, la soledad que deja el muerto se ha convertido en lugar de proclamación de una presencia y de una vida superior: ¡ha resucitado! Sobre esa certeza pascual, no sobre una fijación de muerte (una tumba), se edifica la iglesia del Cristo.
Si el sepulcro se encontrara lleno con el sôma de Jesús (cuerpo muerto, para la resurrección final) el evangelio debería entenderse desde los ritos nacionales del judaísmo. Frente a una religión de pureza sacerdotal, que sigue vinculada a la ley (ungir sin cesar a un cadáver, venerar a un muerto, perpetuar un pasado, en el entorno de Jerusalén), la palabra del joven de pascua dirige a las mujeres hacia Galilea, es decir, al espacio de la libertad universal del evangelio.
− Pero id (salid) y decid a sus discípulos y a Pedro: ¡Os precede a Galilea! (16, 7). La ausencia del cadáver se convierte en signo de identidad más honda, esto es, en Presencia suprema de Dios que se introduce en la vida de estas mujeres y les manda a Galilea: Ellas tienen que contar lo que han visto, reunir y convencer a los discípulos de Jesús y volver con ellos a la tierra del mensaje de Jesús, para verle allí y para retomar su camino (cf. 14, 28).
De esa forma reciben el encargo supremo de fundar la “verdadera” iglesia, reuniendo a los discípulos y a Pedro, de manera que todos puedan encontrar a Jesús en Galilea (a diferencia de la comunidad de Jerusalén, que ha seguido centrada en una tumba, entre ritos de muerte, vinculada a la pureza de un judaísmo particular). En el centro del mensaje están ellas, las mujeres (las verdaderas seguidoras de Jesús), que deben decir a los mathêtai (los discípulos, en plural), que ellos deben “aprender” (discípulos son los que aprenden…) de otra manera, pues el primer aprendizaje ha culminado en la traición y el abandono de Jesús. Por eso deben volver a Galilea, no quedarse en la tumba de Jerusalén.
− Allí le veréis como os dijo (16, 7). Los que han matado a Jesús no han silenciado su voz, no han cegado la fuente de su vida: el camino de solidaridad universal de la iglesia mesiánica se inicia en Galilea, para abrirse desde allí a todos los pueblos (cf. 13, 10; 14, 9). Han matado a Jesús, pero su mensaje y presencia ha de expandirse a través de las mujeres que lo asumen y propagan, convenciendo a los discípulos, de modo que así todos vayan a encontrarle en Galilea, para retomar con él el camino. Se dice que allí le verán o, mejor dicho, le veréis (opsesthe), con el mismo verbo activo que Pablo emplea (en pasivo divino) para hablar de las revelaciones de Jesús (ôphthê, 1 Cor 15, 5-8). Eso significa que Marcos sabe que puede haber (que habrá) apariciones (revelaciones) del Jesús pascual, pero no las cita o, mejor dicho, no puede citarlas, porque a su juicio la revelación pascual de Cristo es el mismo evangelio.
CONCLUSIÓN
En principio, históricamente, estas mujeres no dependen de Pedro y de los Doce, no son depositarias “sumisas” de una autoridad pascual o de un mensaje que reciben a través de unos varones, sino que emergen como cristianas autónomas y, todavía más, como creadoras primeras de la iglesia. Ciertamente, la tradición posterior (y este mismo texto de Mc 16, 7, que ha de unirse a Jn 20, 17), trasmitida básicamente por varones, ha supuesto que el ángel de Dios o Jesús resucitado pidió a las mujeres que fueran y dijeran lo que sentían y sabían a Pedro y los restantes discípulos, y es posible que históricamente actuaran así; pero no lo hicieron para someterse a Pedro y estar en adelante subordinadas a él, sino para dar testimonio de una experiencia común, propia de Jesús, que se abre y expresa igualmente a través de varones y mujeres.
El joven de pascua les dice que “salgan”, dejando el lugar del sepulcro, que es Jerusalén, que su vida anterior, que son los ritos viejos, para empezar de nuevo en Galilea. Pues bien, ellas han de dejar mucho más que un lugar geográfico: deben superar las leyes de pureza y separación del judaísmo ritual, empeñado en embalsamar cadáveres. Sólo así podrán llegar Galilea, lugar de la palabra sembrada en toda tierra: (cf. 4, 3-9) y abierta a las naciones del mundo (cf. 13, 10; 14, 9).
Ir a Galilea significa superar aquello que encierra a los discípulos en Jerusalén, la iglesia de la ley, un tipo de judeocristianismo que se empeña en conservar lo inconservable (vinculado el templo viejo), abandonando una experiencia pascual desligada de la vida de Jesús. Precisamente ellas, las mujeres de la tumba fracasada (no han podido ungir a Jesús), reciben el encargo de decir a los discípulos y a Pedro la palabra de la pascua en Galilea, es decir, retomando la historia de Jesús
No se puede anunciar la pascua de Jesús de cualquier manera, quedando en Jerusalén (como los judeo-cristianos), ni desligando la resurrección de la vida histórica de Jesús (como harán algunos gnósticos, reinterpretando a Pablo de forma sesgada). La pascua cristiana sólo tiene sentido si el Señor resucitado es Jesús de Nazaret de Galilea. Ellas, mujeres que parecen vinculadas a la tumba, tienen la tarea suprema de la historia: hacer que los discípulos del Cristo muerto y resucitado retomen el camino de la historia de Jesús desde Galilea.
El joven de pascua (Dios mismo) las convoca y las llama para que comprendan el misterio de Jesús resucitado. Buscaban el cadáver de Jesús, para realizar con él el último acto de la historia del Nazareno, pero Dios mismo les encarga la tarea de reiniciar la historia de Jesús. Ellas, las mujeres del sepulcro, habiendo cumplido con fidelidad el camino del seguimiento que termina en una tumba, han de hacerse desde ahora mensajeras de pascua, para que los “discípulos” aprendan a ser lo que han de ser (cf. 4, 3-9). Lo que había comenzado con Abrahán, lo que Moisés había descubierto ante la zarza, la denuncia de Isaías, todas las llamadas de Jesús, se han venido a condensar en la llamada y vocación universal de estas mujeres.
Ellas, que habían seguido a Jesús para servirle en el despliegue de su mesianismo, subiendo así con él a Jerusalén con la idea de quedar allí quizá, con el Jesús triunfante (15,40-41), deben asumir y realizar ahora su más alto servicio: hacerse evangelistas de la vida de Dios, abriendo el camino de pascua para los discípulos.
Han ido a llorar al sepulcro, y ahora tienen que secar su llanto, abandonar los inútiles aromas (o convertirlos en perfume de pascua, como el de la mujer de 14, 3-9), poniéndose en camino para un nuevo y más alto ministerio, haciendo de algún modo oficio de «paráclito» (cf. Jn 14, 26), es decir, recordando a los discípulos del Cristo la experiencia prometida de la pascua. Los restantes eslabones del proyecto de Jesús se han roto o han perdido su función. Sólo ellas mantienen la cadena fuerte que vincula la historia de Jesús (el pasado de su vida) y el presente creador de su pascua: son las mediadoras universales de la vocación cristiana.
Éste es el mensaje supremo de la Mañana Luciente de Pascua Florida, cuando el sol de Jesús está naciendo. Las mujeres iban con perfumes de muerte al sepulcro, pero le descubren y encuentran como Vida. Así ofrecen y siguen ofreciendo el Primer testimonio de Pascua, por intuición personal, por amor abierto al Jesús a quien amaron y les ama, por encima de todas las cosas, por encima de la muerte.
Ellas (las mujeres de la Primera Pascua, con los hombres y mujeres de hoy) debemos ir, diciendo a Pedro y todos los discípulos y amigos de Jesús (la humanidad entera) que él “ha resucitado” y que podemos verle, iniciando juntos la Gran Travesía de la Resurrección. Éste es el mensaje de Mc 16, 1-7 (dejo para otra ocasión 16, 8), el Evangelio más importante de la Iglesia, voz de Vigilia de Pascua, gran anuncio y tarea de resurrección.
Mc 16, 1-4. UN SEPULCRO ABIERTO
Según Marcos, ellas han visto enterrar a Jesús de forma apresurada (15, 47), y por eso vuelven, para culminar los ritos funerarios, que José de Arimatea no había realizado de forma conveniente (cf. 15, 42-46).
No hay varones que les acompañen y puedan descorrer con fuerza la piedra de la boca del sepulcro (16, 3). Pedro y los discípulos restantes han huido, y hay quien dice que siguen huyendo todavía hacia Galilea. José de Arimatea, que ha cumplido su misión “judía” (15, 42-46), no está con ellas. El centurión casi creyente (15, 39) ha desaparecido. Sólo quedan ellas, las mujeres del recuerdo y del sepulcro, dispuestas a iniciar un rito interminable de unción y cantos/llantos funerarios por el muerto.
− Pasado el sábado (16, 1). Han cumplido el ritmo de reposo y sacralidad que marca la ley del sábado, que a partir de aquí podrá verse tiempo viejo, culto a las fuerzas de este mundo que mantienen a Jesús en el sepulcro.
− María Magdalena, María la de Jacob, y Salomé (16, 1). Son las tres que hemos visto en 15,40, las mujeres fieles de Jesús, que le han seguido-servido, y que ahora quieren realizar el último servicio, con aromas para embalsamarle. Con ese gesto acabaría externamente su testimonio y tarea de amistad, llegando hasta el fin en su relación Jesús. Después sólo tendrían un recuerdo de muerte.
− Compraron perfumes… (16, 1). Son buenas, quieren a Jesús, pero no saben aún lo que ha pasado. Por van hacia un sepulcro vacío con perfumes de muerte (aromas de culto funerario), sin saber cómo podrán utilizarlo (no tienen fuerza para abrir la tumba, penetrando más allá de la muerte). Pero tanto lo que saben como lo que ignoran se les vuelve inútil pues el recordatorio de muerte (monumento, mnêmeion) estará abierto, sin cadáver para embalsamar.
− Y muy de mañana, el día después del sábado, a la salida del sol, fueron... (16, 2). Vinieron al sepulcro cuando salía el sol, que es el signo de la creación de Dios, el día que sigue al sábado… el día del sol, la Gran Luz de Dios, que es la Vida. Esta experiencia, a la salida del Sol, el día que sigue a un sábado incompleto, vinculado con la muerte del Mesías, marca la experiencia de los cristianos de Marcos, que recuerdan todas las controversias de Jesús en torno al Sábado. De ahora en adelante, los cristianos celebrarán de un modo especial el Día del Sol.
− Y se decían: ¿quién nos correrá la piedra...? (16, 3). Son débiles, poco expertas en correr y descorrer la losa de la tumba. Parecen pocas. Otros duermen o escapan, mientras ellas, se ponen en marcha hacia la tumba de Jesús la primera madrugada en que se puede hacer trabajo, tras la muerte de Jesús (el sábado nadie podía hacer obras externas), llevando en su luto y su dolor todo el misterio de la historia humana. Son discípulas auténticas, aunque todavía equivocadas: mantienen la vocación de Jesús, continúan buscando su camino, pero no pueden guiarse tras su muerte, de manera que parecen movidas por un deseo imposible: Quieren ungir a Jesús, vienen con perfumes; pero saben que son incapaces de mover la piedra, pues no tienen fuerza para ello.
− Y mirando vieron que la piedra se había sido corrida, aunque era inmensamente grande (16, 4). El texto no habla de un sepulcro “vacío”, sino más bien abierto. Esta referencia a la piedra “muy grande” (megas sphodra) tiene un sentido claramente simbólico. Antes, en el momento de cerrar la tumba, se decía que el mismo José de Arimatea (¡el solo!) la había corrido, haciéndola rodar, como si no hubiera tenido dificultades para ello (15, 46). Es evidente que si un solo hombre había podido rodarla en el entierro más fácilmente podrán des-rodarla después tres mujeres. Pero no es lo mismo “cerrar” una tumba (algo que se sitúa en un nivel humano), que abrirla, superando así la muerte (cosa que sólo Dios puede hacer), de manera que la piedra del sepulcro resulta diferente, en un caso y en otro. Por eso, en un sentido profundo, cuando las mujeres preguntan (16, 3) “quién podrá descorrer la piedra” están pensando que es preciso un “poder divino” para ello. Eso es lo que aparece ahora, cuando se afirma que “vieron que la piedra había sido corrida” (en pasivo divino), pues no se trata de una simple rueda-puerta de sepulcro, sino de la piedra-rueda de la muerte.
Las mujeres llegan hasta aquí. Parecen desnortadas y por eso están buscando en dirección de tumba. Pero el Dios verdadero de Jesús viene a buscarlas precisamente en este camino de la muerte. No les acompaña nadie. No existen varones amigos que lleguen y quieran (¡y puedan!) moverles la piedra. Pero su fe les hace caminar, y descubren que la piedra de la tumba está corrida, la losa del sepulcro donde al fin vence (nos vence) por siempre la muerte. Pues bien, el sentido de esa piedra corrida se visibilizará en figura de un joven sentado a la derecha de la tumba (que se supone así grande, como una galería cavada en la roca) y vestido de blanco: así, al fondo de la tumba, ellas empiezan a encontrar la gloria de la pascua.
16, 5-7. SEPULCRO VACÍO DE CADÁVER, LLENO DE MENSAJE
Normalmente se habla de “tumba vacía”, pero ese lenguaje resulta al menos ambiguo. La tumba de Jesús, cuya piedra/puerta ha sido corrida, está vacía de cadáver, pero llena de mensaje pascual. Las mujeres llegan buscando un cuerpo para ungir en un monumento excavado en la Pedro (signo de permanencia cósmica), pero ven que la puerta está corrida y entran, sin temor ninguno (a diferencia del que tendrán después, al salir: en 16, 8). Ven que la piedra está corrida y pasan al interior, sin hacerse preguntas, sin miedo, como si entrar en un sepulcro excavado en la Pedro fuera su oficio de mujeres. Aquí empieza la novedad del texto:
− Y entrando en el sepulcro, vieron a un joven, sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca (16, 5). Es fundamental el gesto de “entrada” en el sepulcro, que, según lo visto al comentar 15, 42-46, debe representarse como una cámara excavada en la roca. Resulta extraño (¡cómo tienen valor para entrar en una tumba misteriosamente abierta!), y sin embargo entran, en apariencia, sin miedo, como si aquella fuera su casa, viendo allí a un joven vestido de blanco (de cielo). Es evidentemente un ángel, un mensajero de Dios, o, quizá mejor, el mismo Dios que está allí para recibirles.
Este joven (neaniskos), parece aquel que huyó desnudo cuando prendieron a Jesús y en realidad puede ser es el mismo Jesús, que ha salido desnudo de la tumba y que ahora aparece cubierto con una “estola/túnica blanca” (como vimos al comentar 14, 51-52). Es Jesús, pero ellas no pueden conocerle (como la María de Jn 20, 11-18 no puede conocer al Jesús hortelano). Es Jesús que se aparece de otra forma (o un ángel de Dios, da lo mismo), sabiendo lo que ellas quieren. Por eso, al verlas asustadas, les dice: «¡No temáis!»… Esta palabra de pacificación, con todo lo que sigue, constituye el centro de la trama del evangelio de Marcos, que culmina en un sepulcro vacío, con una palabra de Dios (del mismo Jesús, del ángel de Dios) que ofrece su mensaje pascual a las mujeres, para que así reinterpreten lo que ha sido, y lo que será, el evangelio.
−No temáis: buscáis a Jesús el nazareno, el crucificado (16, 6). El texto no ha dicho que tuvieran miedo al entrar, y, sin embargo, ahora que están dentro, el joven les dice que no se extrañen, que no teman (mê ekthambeisthe). Están en una tumba vacía de cadáver, pero llena de otra presencia, de una luz que se refleja en la túnica blanca del joven, que les comienza recordando lo que quieren; ungir un cadáver, venerar una tumba, perpetuar una historia que siempre termina en la muerte.
Ellas han venido a despedir a un muerto, pero Jesús, enterrado aquí (como ellas saben, porque han visto dónde lo ponían: 15,47) no está, pues él ha roto el peso de la muerte, y Dios ha descorrido sobre él la losa de la piedra de la muerte. Por eso, el joven (que es la presencia de Dios en la tumba llena de pascua) les muestra el lugar donde había estado el Nazareno (es decir, de Nazaret: cf. 1, 9; 6, 1-6b), cuya historia de enviado mesiánico de Dios ha desembocado aquí. Pues bien, el joven define a Jesús simplemente como “el crucificado” (no como el Hijo de Dios, ni como el Señor o el Hijo del Hombre), sino como aquel cuya vida ha terminado en la cruz, en nazareno crucificado.
− ¡Ha resucitado! No está aquí, mirad el lugar donde lo habían puesto (16, 6). La presencia de un cadáver puede dar seguridad a los amigos: es memoria tangible del muerto, recuerdo que dura, haciéndoles capaces de transformar su memoria y de pacificarla. En esa línea, muchos grandes edificios sagrados, incluso cristianos (en contra de lo que este pasaje supone, en referencia a Jesús), se alzan sobre enterramientos, para mantener la memoria de los muertos memorables. Pues bien, Jesús no ha dejado ni siquiera un cuerpo.
Ésta es la novedad cristiana: Desde el hueco del sepulcro que no puede cumplir su función (no es recordatorio o mnêmeion del muerto: “¡No está aquí. Mirad dónde le habían puesto!”) emerge la palabra fiel del mensajero de Dios: ¡Ha resucitado!
El vacío del cadáver, la soledad que deja el muerto se ha convertido en lugar de proclamación de una presencia y de una vida superior: ¡ha resucitado! Sobre esa certeza pascual, no sobre una fijación de muerte (una tumba), se edifica la iglesia del Cristo.
Si el sepulcro se encontrara lleno con el sôma de Jesús (cuerpo muerto, para la resurrección final) el evangelio debería entenderse desde los ritos nacionales del judaísmo. Frente a una religión de pureza sacerdotal, que sigue vinculada a la ley (ungir sin cesar a un cadáver, venerar a un muerto, perpetuar un pasado, en el entorno de Jerusalén), la palabra del joven de pascua dirige a las mujeres hacia Galilea, es decir, al espacio de la libertad universal del evangelio.
− Pero id (salid) y decid a sus discípulos y a Pedro: ¡Os precede a Galilea! (16, 7). La ausencia del cadáver se convierte en signo de identidad más honda, esto es, en Presencia suprema de Dios que se introduce en la vida de estas mujeres y les manda a Galilea: Ellas tienen que contar lo que han visto, reunir y convencer a los discípulos de Jesús y volver con ellos a la tierra del mensaje de Jesús, para verle allí y para retomar su camino (cf. 14, 28).
De esa forma reciben el encargo supremo de fundar la “verdadera” iglesia, reuniendo a los discípulos y a Pedro, de manera que todos puedan encontrar a Jesús en Galilea (a diferencia de la comunidad de Jerusalén, que ha seguido centrada en una tumba, entre ritos de muerte, vinculada a la pureza de un judaísmo particular). En el centro del mensaje están ellas, las mujeres (las verdaderas seguidoras de Jesús), que deben decir a los mathêtai (los discípulos, en plural), que ellos deben “aprender” (discípulos son los que aprenden…) de otra manera, pues el primer aprendizaje ha culminado en la traición y el abandono de Jesús. Por eso deben volver a Galilea, no quedarse en la tumba de Jerusalén.
− Allí le veréis como os dijo (16, 7). Los que han matado a Jesús no han silenciado su voz, no han cegado la fuente de su vida: el camino de solidaridad universal de la iglesia mesiánica se inicia en Galilea, para abrirse desde allí a todos los pueblos (cf. 13, 10; 14, 9). Han matado a Jesús, pero su mensaje y presencia ha de expandirse a través de las mujeres que lo asumen y propagan, convenciendo a los discípulos, de modo que así todos vayan a encontrarle en Galilea, para retomar con él el camino. Se dice que allí le verán o, mejor dicho, le veréis (opsesthe), con el mismo verbo activo que Pablo emplea (en pasivo divino) para hablar de las revelaciones de Jesús (ôphthê, 1 Cor 15, 5-8). Eso significa que Marcos sabe que puede haber (que habrá) apariciones (revelaciones) del Jesús pascual, pero no las cita o, mejor dicho, no puede citarlas, porque a su juicio la revelación pascual de Cristo es el mismo evangelio.
CONCLUSIÓN
En principio, históricamente, estas mujeres no dependen de Pedro y de los Doce, no son depositarias “sumisas” de una autoridad pascual o de un mensaje que reciben a través de unos varones, sino que emergen como cristianas autónomas y, todavía más, como creadoras primeras de la iglesia. Ciertamente, la tradición posterior (y este mismo texto de Mc 16, 7, que ha de unirse a Jn 20, 17), trasmitida básicamente por varones, ha supuesto que el ángel de Dios o Jesús resucitado pidió a las mujeres que fueran y dijeran lo que sentían y sabían a Pedro y los restantes discípulos, y es posible que históricamente actuaran así; pero no lo hicieron para someterse a Pedro y estar en adelante subordinadas a él, sino para dar testimonio de una experiencia común, propia de Jesús, que se abre y expresa igualmente a través de varones y mujeres.
El joven de pascua les dice que “salgan”, dejando el lugar del sepulcro, que es Jerusalén, que su vida anterior, que son los ritos viejos, para empezar de nuevo en Galilea. Pues bien, ellas han de dejar mucho más que un lugar geográfico: deben superar las leyes de pureza y separación del judaísmo ritual, empeñado en embalsamar cadáveres. Sólo así podrán llegar Galilea, lugar de la palabra sembrada en toda tierra: (cf. 4, 3-9) y abierta a las naciones del mundo (cf. 13, 10; 14, 9).
Ir a Galilea significa superar aquello que encierra a los discípulos en Jerusalén, la iglesia de la ley, un tipo de judeocristianismo que se empeña en conservar lo inconservable (vinculado el templo viejo), abandonando una experiencia pascual desligada de la vida de Jesús. Precisamente ellas, las mujeres de la tumba fracasada (no han podido ungir a Jesús), reciben el encargo de decir a los discípulos y a Pedro la palabra de la pascua en Galilea, es decir, retomando la historia de Jesús
No se puede anunciar la pascua de Jesús de cualquier manera, quedando en Jerusalén (como los judeo-cristianos), ni desligando la resurrección de la vida histórica de Jesús (como harán algunos gnósticos, reinterpretando a Pablo de forma sesgada). La pascua cristiana sólo tiene sentido si el Señor resucitado es Jesús de Nazaret de Galilea. Ellas, mujeres que parecen vinculadas a la tumba, tienen la tarea suprema de la historia: hacer que los discípulos del Cristo muerto y resucitado retomen el camino de la historia de Jesús desde Galilea.
El joven de pascua (Dios mismo) las convoca y las llama para que comprendan el misterio de Jesús resucitado. Buscaban el cadáver de Jesús, para realizar con él el último acto de la historia del Nazareno, pero Dios mismo les encarga la tarea de reiniciar la historia de Jesús. Ellas, las mujeres del sepulcro, habiendo cumplido con fidelidad el camino del seguimiento que termina en una tumba, han de hacerse desde ahora mensajeras de pascua, para que los “discípulos” aprendan a ser lo que han de ser (cf. 4, 3-9). Lo que había comenzado con Abrahán, lo que Moisés había descubierto ante la zarza, la denuncia de Isaías, todas las llamadas de Jesús, se han venido a condensar en la llamada y vocación universal de estas mujeres.
Ellas, que habían seguido a Jesús para servirle en el despliegue de su mesianismo, subiendo así con él a Jerusalén con la idea de quedar allí quizá, con el Jesús triunfante (15,40-41), deben asumir y realizar ahora su más alto servicio: hacerse evangelistas de la vida de Dios, abriendo el camino de pascua para los discípulos.
Han ido a llorar al sepulcro, y ahora tienen que secar su llanto, abandonar los inútiles aromas (o convertirlos en perfume de pascua, como el de la mujer de 14, 3-9), poniéndose en camino para un nuevo y más alto ministerio, haciendo de algún modo oficio de «paráclito» (cf. Jn 14, 26), es decir, recordando a los discípulos del Cristo la experiencia prometida de la pascua. Los restantes eslabones del proyecto de Jesús se han roto o han perdido su función. Sólo ellas mantienen la cadena fuerte que vincula la historia de Jesús (el pasado de su vida) y el presente creador de su pascua: son las mediadoras universales de la vocación cristiana.
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