Ayer Viernes Santo conmemoramos la muerte del Señor en la Cruz.
Después de su muerte, el cuerpo del Señor es depositado en el sepulcro.
El mundo ha quedado a oscuras. María era la única luz encendida sobre la tierra. La madre de Jesús y las mujeres que han seguido al Maestro desde Galilea, después de observar todo atentamente, se marchan también. Cae la noche.
Ahora ha pasado todo. Se ha cumplido la obra de nuestra Redención. Ya somos hijos de Dios, porque Jesús ha muerto por nosotros y su muerte nos ha rescatado. Hemos sido comprados a gran precio.
Esta escena nos alienta a hacer nuestra la vida y la muerte de Cristo. Morir al pecado para que Cristo viva en nosotros por el Amor. Y seguir entonces los pasos de Cristo con el afán de evangelizar al mundo. Dar la vida por los demás, como lo hizo el Señor.
No sabemos dónde estaban los apóstoles aquella tarde, mientras dan sepultura al Cuerpo del Señor. Andarían perdidos, desorientados y confusos. Llenos de tristeza y sin rumbo fijo.
Si el domingo ya se los ve de nuevo unidos, es porque el sábado o quizás la misma tarde del viernes, han acudido a la Virgen. Ella protegió con su fé, su esperanza y su amor a esta Iglesia que nacía débil y asustada.
Este sábado no fue para Nuestra Señora un día triste. Su hijo ha dejado de sufrir. Ella espera serenamente el momento de la Resurrección.
Siempre, pero especialmente si alguna vez dejamos a Cristo y nos encontramos desorientados por haber abandonado la Cruz, como los apóstoles, debemos acudir en seguida a esa luz continuamente encendida en nuestra vida que es la Virgen Santísima. Junto a ella nos disponemos a vivir la inmensa alegría de la Resurrección.
1. Contexto. Viernes Santo era la victoria del Templo sobre Jesús, victoria que Mateo ha querido recalcar un tanto apologéticamente con el lacrado de la losa y la vigilancia del sepulcro. Con todo Mateo ya ha insinuado que se trata de una victoria aparente, pues la muerte de Jesús le ha envuelto en un fantástico despliegue de tumbas abiertas, de terremotos y del velo del Templo rompiéndose de arriba a abajo. Mateo indudablemente no es un escritor neutral y así lo ha hecho saber al lector, echando mano de la abundante imaginería que le ofrecía la literatura apocalíptica.
Sentido del texto. Esta misma imaginería le va a servir de vehículo a la hora de afirmar la victoria final de Jesús sobre el Templo. Hace ya tiempo que la exégesis no opera con el modelo de histórico-literal. Esto quiere decir que el predicador ha de cuidar mucho el no dar la impresión de que los hechos ocurrieron tal y como se narran. Sin embargo, no es éste ni el momento ni el lugar de justificar esta afirmación. Baste simplemente recordar que en este relato el autor refleja más bien el ambiente polémico existente entre judíos y cristianos años después de que en la mañana de Pascua unas mujeres descubrieron estupefactas que el sepulcro en que había sido enterrado Jesús estaba vacío. La finalidad de Mateo no es, pues, narrar lo que pasó, sino dar razón del hecho cristiano, cuya base es la fe inquebrantable en el hecho de que Jesús vive.
Cuando Mateo escribe, el hecho cristiano se vive como ruptura con el judaísmo. El hecho cristiano no se vive en Jerusalén sino en Galilea. Con el Templo ya no hay posibilidad de entendimiento. Esto ya lo ha expresado Mateo cuando el día mismo de la muerte de Jesús hace que el velo del Templo se rasgue de arriba a abajo. Para el cristiano Mateo el Templo es lugar de terrores y de miedos. Pero "vosotras no temáis". Los cristianos, simbolizados en las mujeres, son el ámbito en que se vive la alegría de la vida. Un ángel les impide el acceso a la tumba: ésta no es un lugar cristiano. Un ángel-contrarréplica del ángel del Paraíso. En el Paraíso cerraba el paso a la utopía; aquí abre el paso a la utopía, invita a ella, sencillamente porque la utopía es una realidad en Galilea, donde únicamente, y no en Jerusalén, puede percibirse que Jesús vive.
2. "Ha resucitado y va por delante de vosotros a Galilea"
Ha pasado el día de reposo de los judíos, el día en que Jesús ha reposado, muerto, en el sepulcro. El primer día de la semana empieza a despuntar. Las dos mujeres que se habían quedado sentadas ante el sepulcro ahora vuelven a ir, para ver el sepulcro, para ver el lugar donde reposa aquel a quien habían seguido.
De repente, todo cambia. Dios interviene. El terremoto, el ángel del Señor resplandeciente extraordinariamente, la piedra gira, los guardias quedan como muertos. Dios interviene. Nadie ve su acción, pero el ángel del Señor, aquel que habla en nombre de Dios, explica a las mujeres lo que ha pasado.
No es en el sepulcro donde encontrarán a Jesús, el crucificado. La muerte en cruz no ha sido la última palabra sobre Jesús, su vida, su mensaje. ¡Ha resucitado! Ha empezado algo nuevo. Jesús ya no está entre los muertos. Jesús continúa siendo el camino a seguir: "Va por delante de vosotros a Galilea".
Temor y alegría se mezclan en el corazón de las mujeres, como sucede siempre que Dios se manifiesta. Ellas hacen caso del mensajero del Señor y no se entretienen: la Buena Nueva es para comunicarla.
Jesús mismo se les hace presente y los saluda de manera natural. Ellas lo adoran: ¡es el Señor! Les repite el encargo del ángel. Pero, así como el ángel hablaba de los "discípulos", Jesús habla de "sus hermanos". ¡El Señor, el crucificado resucitado, es hermano! Un hermano que invita a hacer su mismo camino, el camino que conduce de la muerte a la vida que ya no puede morir.
3. El evangelio de Mateo nos recoge el anuncio de la resurrección con fuerza y con alegría. No «en la madrugada del sábado», sino «pasado el sábado», en las primeras luces del domingo, es cuando empieza a comunicarse la gran noticia. Mateo prepara una apoteosis: hay un fuerte temblor, hay un ángel espléndido, los guardias caen por tierra temblando y las mujeres... Aquí todo cambia, todo es paz y alegría, mensaje de esperanza, prisas por dar la noticia y hasta un primer encuentro con Jesús, que todo lo llena de música y perfume. ¿Para qué querían ellas ya sus aromas?
La historia ha dado un giro, y bien vale la pena dramatizarlo. Mateo no se olvida de poner dos mujeres, porque sólo el testimonio de dos es válido para el judío.
4. Mt/28/01-10 /Mt/28/16-20
El breve capítulo de la resurrección da sentido a todo el evangelio. Como da sentido al camino la alegría de la cumbre. Cada evangelista redactó este capítulo con libertad de forma; pero todos los cuatro siguieron un mismo esquema didáctico en tres fases: a) el signo del sepulcro vacío, o) la aparición de Jesús a algunos miembros de la comunidad, c) el encuentro definitivo con el colegio apostólico. Todo converge hacia un pensamiento principal: que fue el mismo Resucitado quien comunicó a los apóstoles la misión de proclamar el evangelio a todo el mundo.
a) La visita al sepulcro, mientras evoca la iniciativa de aquellas mujeres, refleja también una celebración ritual de la Iglesia de Jerusalén. Veían el sepulcro vacío como memorial y signo de identidad entre el Jesús de la cruz, que fue enterrado allí, y el de la gloria, que ya no estaba allí. El "ángel" interpreta el signo: sentado sobre la losa, escenifica el triunfo cristológico de la Vida; al hablar, personifica la revelación del misterio pascual, que enciende en aquellos humildes representantes del pueblo santo la llama de la fe.
b) Mientras, obedeciendo al ángel, corren a llevar la llama a los discípulos, encuentran, vivo al mismo Jesús que ya conocen. Maravilla y gozo; amor y adoración: síntesis de la actitud cristiana. Les manifiestan la orden dada por el ángel.
c) Del encuentro con el colegio apostólico hace Mateo una síntesis programática de la misión universal. Se encuentran en «Galilea», patria y clima del evangelio (4,15-16); en «el monte» (cc. 5-7 ), marco bíblico de la comunicación de Dios con los hombres. Evocando y trascendiendo la visión del Hijo del hombre (Dn 7,13-14), Jesús glorificado proclama el omnímodo poder que le ha sido dado (por el Padre: 11,27) sobre el universo («el cielo y la tierra»). Este poder se ha de realizar en la tierra ("todos los pueblos"), no haciendo un imperio (Dn 7,27), sino una comunidad de discípulos (= una familia: 12,48-50). Llevarlo a cabo es deber y derecho de los "once discípulos" (v 16); es decir, de la Iglesia apostólica constituida en ellos como primicias. Sellarán la fe o aceptación del mensaje con el bautismo, y la coronarán con la «Didajé» o enseñanza de todo el evangelio. Jesús no se despide. Presencia y fuerza divina en el corazón de la Iglesia (18,20) está y estará siempre con ellos -con nosotros: 1,23- para hacer realidad viva la misión humanamente imposible.
Después de su muerte, el cuerpo del Señor es depositado en el sepulcro.
El mundo ha quedado a oscuras. María era la única luz encendida sobre la tierra. La madre de Jesús y las mujeres que han seguido al Maestro desde Galilea, después de observar todo atentamente, se marchan también. Cae la noche.
Ahora ha pasado todo. Se ha cumplido la obra de nuestra Redención. Ya somos hijos de Dios, porque Jesús ha muerto por nosotros y su muerte nos ha rescatado. Hemos sido comprados a gran precio.
Esta escena nos alienta a hacer nuestra la vida y la muerte de Cristo. Morir al pecado para que Cristo viva en nosotros por el Amor. Y seguir entonces los pasos de Cristo con el afán de evangelizar al mundo. Dar la vida por los demás, como lo hizo el Señor.
No sabemos dónde estaban los apóstoles aquella tarde, mientras dan sepultura al Cuerpo del Señor. Andarían perdidos, desorientados y confusos. Llenos de tristeza y sin rumbo fijo.
Si el domingo ya se los ve de nuevo unidos, es porque el sábado o quizás la misma tarde del viernes, han acudido a la Virgen. Ella protegió con su fé, su esperanza y su amor a esta Iglesia que nacía débil y asustada.
Este sábado no fue para Nuestra Señora un día triste. Su hijo ha dejado de sufrir. Ella espera serenamente el momento de la Resurrección.
Siempre, pero especialmente si alguna vez dejamos a Cristo y nos encontramos desorientados por haber abandonado la Cruz, como los apóstoles, debemos acudir en seguida a esa luz continuamente encendida en nuestra vida que es la Virgen Santísima. Junto a ella nos disponemos a vivir la inmensa alegría de la Resurrección.
RECURSOS PARA LA HOMILÍA
1. Contexto. Viernes Santo era la victoria del Templo sobre Jesús, victoria que Mateo ha querido recalcar un tanto apologéticamente con el lacrado de la losa y la vigilancia del sepulcro. Con todo Mateo ya ha insinuado que se trata de una victoria aparente, pues la muerte de Jesús le ha envuelto en un fantástico despliegue de tumbas abiertas, de terremotos y del velo del Templo rompiéndose de arriba a abajo. Mateo indudablemente no es un escritor neutral y así lo ha hecho saber al lector, echando mano de la abundante imaginería que le ofrecía la literatura apocalíptica.
Sentido del texto. Esta misma imaginería le va a servir de vehículo a la hora de afirmar la victoria final de Jesús sobre el Templo. Hace ya tiempo que la exégesis no opera con el modelo de histórico-literal. Esto quiere decir que el predicador ha de cuidar mucho el no dar la impresión de que los hechos ocurrieron tal y como se narran. Sin embargo, no es éste ni el momento ni el lugar de justificar esta afirmación. Baste simplemente recordar que en este relato el autor refleja más bien el ambiente polémico existente entre judíos y cristianos años después de que en la mañana de Pascua unas mujeres descubrieron estupefactas que el sepulcro en que había sido enterrado Jesús estaba vacío. La finalidad de Mateo no es, pues, narrar lo que pasó, sino dar razón del hecho cristiano, cuya base es la fe inquebrantable en el hecho de que Jesús vive.
Cuando Mateo escribe, el hecho cristiano se vive como ruptura con el judaísmo. El hecho cristiano no se vive en Jerusalén sino en Galilea. Con el Templo ya no hay posibilidad de entendimiento. Esto ya lo ha expresado Mateo cuando el día mismo de la muerte de Jesús hace que el velo del Templo se rasgue de arriba a abajo. Para el cristiano Mateo el Templo es lugar de terrores y de miedos. Pero "vosotras no temáis". Los cristianos, simbolizados en las mujeres, son el ámbito en que se vive la alegría de la vida. Un ángel les impide el acceso a la tumba: ésta no es un lugar cristiano. Un ángel-contrarréplica del ángel del Paraíso. En el Paraíso cerraba el paso a la utopía; aquí abre el paso a la utopía, invita a ella, sencillamente porque la utopía es una realidad en Galilea, donde únicamente, y no en Jerusalén, puede percibirse que Jesús vive.
2. "Ha resucitado y va por delante de vosotros a Galilea"
Ha pasado el día de reposo de los judíos, el día en que Jesús ha reposado, muerto, en el sepulcro. El primer día de la semana empieza a despuntar. Las dos mujeres que se habían quedado sentadas ante el sepulcro ahora vuelven a ir, para ver el sepulcro, para ver el lugar donde reposa aquel a quien habían seguido.
De repente, todo cambia. Dios interviene. El terremoto, el ángel del Señor resplandeciente extraordinariamente, la piedra gira, los guardias quedan como muertos. Dios interviene. Nadie ve su acción, pero el ángel del Señor, aquel que habla en nombre de Dios, explica a las mujeres lo que ha pasado.
No es en el sepulcro donde encontrarán a Jesús, el crucificado. La muerte en cruz no ha sido la última palabra sobre Jesús, su vida, su mensaje. ¡Ha resucitado! Ha empezado algo nuevo. Jesús ya no está entre los muertos. Jesús continúa siendo el camino a seguir: "Va por delante de vosotros a Galilea".
Temor y alegría se mezclan en el corazón de las mujeres, como sucede siempre que Dios se manifiesta. Ellas hacen caso del mensajero del Señor y no se entretienen: la Buena Nueva es para comunicarla.
Jesús mismo se les hace presente y los saluda de manera natural. Ellas lo adoran: ¡es el Señor! Les repite el encargo del ángel. Pero, así como el ángel hablaba de los "discípulos", Jesús habla de "sus hermanos". ¡El Señor, el crucificado resucitado, es hermano! Un hermano que invita a hacer su mismo camino, el camino que conduce de la muerte a la vida que ya no puede morir.
3. El evangelio de Mateo nos recoge el anuncio de la resurrección con fuerza y con alegría. No «en la madrugada del sábado», sino «pasado el sábado», en las primeras luces del domingo, es cuando empieza a comunicarse la gran noticia. Mateo prepara una apoteosis: hay un fuerte temblor, hay un ángel espléndido, los guardias caen por tierra temblando y las mujeres... Aquí todo cambia, todo es paz y alegría, mensaje de esperanza, prisas por dar la noticia y hasta un primer encuentro con Jesús, que todo lo llena de música y perfume. ¿Para qué querían ellas ya sus aromas?
La historia ha dado un giro, y bien vale la pena dramatizarlo. Mateo no se olvida de poner dos mujeres, porque sólo el testimonio de dos es válido para el judío.
4. Mt/28/01-10 /Mt/28/16-20
El breve capítulo de la resurrección da sentido a todo el evangelio. Como da sentido al camino la alegría de la cumbre. Cada evangelista redactó este capítulo con libertad de forma; pero todos los cuatro siguieron un mismo esquema didáctico en tres fases: a) el signo del sepulcro vacío, o) la aparición de Jesús a algunos miembros de la comunidad, c) el encuentro definitivo con el colegio apostólico. Todo converge hacia un pensamiento principal: que fue el mismo Resucitado quien comunicó a los apóstoles la misión de proclamar el evangelio a todo el mundo.
a) La visita al sepulcro, mientras evoca la iniciativa de aquellas mujeres, refleja también una celebración ritual de la Iglesia de Jerusalén. Veían el sepulcro vacío como memorial y signo de identidad entre el Jesús de la cruz, que fue enterrado allí, y el de la gloria, que ya no estaba allí. El "ángel" interpreta el signo: sentado sobre la losa, escenifica el triunfo cristológico de la Vida; al hablar, personifica la revelación del misterio pascual, que enciende en aquellos humildes representantes del pueblo santo la llama de la fe.
b) Mientras, obedeciendo al ángel, corren a llevar la llama a los discípulos, encuentran, vivo al mismo Jesús que ya conocen. Maravilla y gozo; amor y adoración: síntesis de la actitud cristiana. Les manifiestan la orden dada por el ángel.
c) Del encuentro con el colegio apostólico hace Mateo una síntesis programática de la misión universal. Se encuentran en «Galilea», patria y clima del evangelio (4,15-16); en «el monte» (cc. 5-7 ), marco bíblico de la comunicación de Dios con los hombres. Evocando y trascendiendo la visión del Hijo del hombre (Dn 7,13-14), Jesús glorificado proclama el omnímodo poder que le ha sido dado (por el Padre: 11,27) sobre el universo («el cielo y la tierra»). Este poder se ha de realizar en la tierra ("todos los pueblos"), no haciendo un imperio (Dn 7,27), sino una comunidad de discípulos (= una familia: 12,48-50). Llevarlo a cabo es deber y derecho de los "once discípulos" (v 16); es decir, de la Iglesia apostólica constituida en ellos como primicias. Sellarán la fe o aceptación del mensaje con el bautismo, y la coronarán con la «Didajé» o enseñanza de todo el evangelio. Jesús no se despide. Presencia y fuerza divina en el corazón de la Iglesia (18,20) está y estará siempre con ellos -con nosotros: 1,23- para hacer realidad viva la misión humanamente imposible.
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