Juan Bours escogió como título para uno de sus últimos libros la paradoja talmúdica: “El hombre es conducido por el camino que él elige”. Allí escribe a propósito de esta sentencia: “aquí se encierra una tensión: Yo soy conducido - yo elijo. Con esto se quiere significar: Cuando me he dedicado desde lo profundo por algo, en armonía con mi ser, entonces son liberadas fuerzas de mí y me salen al encuentro fuerzas semejantes, que me abren el camino y me posibilitan caminar. Yo hago brotar, con mi propia decisión, con mi elección, fuerzas de mi campo vital” (Freiburg-Basel-Wien 1988, 13). Un tal elección “desde lo profundo, en armonía con mi ser” encuentra exactamente la voluntad de Dios. Donde un ser humano está profundamente en consonancia consigo mismo, está en el fondo de acuerdo con Dios, y al revés”. Dios mismo es el más profundo fondo de nuestro ser. Es, según la bella expresión de Jan van Ruysbroek, el Dios “que nos sale al encuentro de dentro a fuera”. En esta simple frase está formulado el principio fundamental de la discreción de espíritus. Queda evidentemente un sutil proceso para llegar desde este perfecto descubrimiento en lo profundo a la correcta decisión práctica. Por eso la primera tarea del acompañante espiritual es escuchar, hasta percibir esta voz del ser profundo. Para lo cual es instruido por la autorevelación del acompañado y debe después fiarse de ella. Escuchar significa “descentralizar”, cambiar el centro de gravedad, estar en el otro con todo su ser. No se trata de sus propias experiencias, sino de las de otro. Si, por ejemplo, el acompañante dijera: “Esto me ha pasado a mí también alguna vez”, entonces existe el peligro de no conocer la inconfundible singularidad de la experiencia del otro y de que al mismo tiempo su propia experiencia (y con ella él mismo) se hagan centro. Lo que se le pide, por el contrario, es la desinteresada atención a las palabras que el otro dice y a lo que, entre líneas, queda por decir. Esto requiere un silencio interior, que no espera impacientemente para poder responder y que no tiene necesidad de valorar moralmente al otro y, mucho menos, de enjuiciarlo. Lo que supone una capacidad de compenetración, que ayude al otro a una mayor claridad, también en las experiencias que él mismo observa nebulosas y embrolladas. El ideal es que el acompañante espiritual -tal vez ayudándose de preguntas pertinentes-, le despeje el camino hacia su propia fuente interior, le ayude a la aceptación e interpretación de sus experiencias, y eventualmente le disponga, incluso, a una decisión. En esto el acompañante espiritual debe mantenerse en su puesto, modesto y difícil, que no es ni el de Dios ni el del acompañado y, por eso, tampoco el del que tiene que decidir.
Piet van Bremmen, El acompañamiento espiritual hoy, “Ignatianish, Eigenart Methode der Gesellschaft Jesu”, obra editada por Michael Sievernich S.J. y Günter Switek, S.J., Herder Verlag, Freiburg im Breisgau, 1990, pgs. 497-512
Publicado por A.M.D.G.
Piet van Bremmen, El acompañamiento espiritual hoy, “Ignatianish, Eigenart Methode der Gesellschaft Jesu”, obra editada por Michael Sievernich S.J. y Günter Switek, S.J., Herder Verlag, Freiburg im Breisgau, 1990, pgs. 497-512
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