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miércoles, 6 de abril de 2011

V Domingo de Cuaresma (Jn 11, 1-45) - Ciclo A: La reviviscencia de Lázaro


Publicado por Servicios Koinonia

Ez 37,12-14: Les infundiré a ustedes mi espíritu y vivirán
Rom 8,8-11: El Espíritu habita en ustedes
Salmo 129: Del Señor viene la misericordia
Jn 11, 1-45: La reviviscencia de Lázaro

Muchos pueblos de la tierra, en el pasado y en el presente, se han visto forzados a abandonar su tierra, a marchar al exilio. Sus habitantes forman las legiones de desplazados y refugiados que, hoy por hoy, las Naciones Unidas, a través de su Alto Comisionado para los Refugiados (ACNUR), se esfuerzan por atender. Para un desplazado no hay peor desgracia que morir en el destierro, lejos del suelo patrio, del paisaje familiar, de la tierra nutricia. El profeta Ezequiel, en la primera lectura, enfrenta esta situación frente a su pueblo de Judá, hace 26 siglos: comienzan a morir los ancianos, los enfermos, los más débiles, lejos de Jerusalén, de la tierra que Dios prometiera a los patriarcas, la tierra a la cual Moisés condujera al pueblo, la que conquistara Josué. Al dolor por la muerte de los seres queridos se suma el de verlos morir en suelo extranjero, el de tener que sepultarlos entre extraños.

Pero la voz del profeta se convierte en consuelo de Dios: Él mismo sacará de las tumbas a su pueblo, abrirá sus sepulcros y los hará volver a la amada tierra de Israel. Conocerá su pueblo que Dios es el Señor cuando El derrame en abundancia su Espíritu sobre los sobrevivientes.

En el Antiguo Testamento no aparece claramente una expectativa de vida eterna, de vida más allá de la muerte. Los israelitas esperaban las bendiciones divinas para este tiempo de la vida terrena: larga vida, numerosa descendencia, habitar en la tierra que Dios donó a su pueblo, riquezas suficientes para vivir holgadamente. Más allá de la muerte sólo quedaba acostarse y dormir con los padres, con los antepasados; las almas de los muertos habitaban en el “sheol”, el abismo subterráneo en donde ni si gozaba, ni se sufría.

Sólo en los últimos libros del Antiguo Testamento, por ejemplo en Daniel, en Sabiduría y en Macabeos, encontramos textos que hablan más o menos confusamente de una esperanza de vida más allá de la muerte, de una posibilidad de volver a vivir por voluntad de Dios, de resucitar. Esta esperanza tímida surge en el contexto de la pregunta por la retribución y el ejercicio de la justicia divina: ¿Cuándo premiará Dios al justo, al mártir de la fe, por ejemplo, o castigará al impío perseguidor de su pueblo, si la muerte se los ha llevado? ¿Cuándo realizará Dios plenamente las promesas a favor de su pueblo elegido? Algunas corrientes del judaísmo contemporáneo de Jesús, como el fariseísmo, creían firmemente en la resurrección de los muertos como un acontecimiento escatológico, de los últimos tiempos, un acontecimiento que haría brillar la insobornable justicia de Dios sobre justos y pecadores. Los saduceos por el contrario, se atenían a la doctrina tradicional, les bastaba esta vida de privilegios para los de su casta, y consideraban cumplida la justicia divina en el “status quo” que ellos defendían: el mundo estaba bien como estaba, en manos de los dominadores romanos que respetaban su poder religioso y sacerdotal sobre el pueblo.

La segunda lectura está tomada de la carta de Pablo a los romanos, considerada como su testamento espiritual, redactada con unas categorías antropológicas complicadas, muy alejadas de las nuestras, que se prestan fácilmente a confusión. El fragmento de hoy está escogido para hacer referencia al tema que hemos escuchado en la 1ª lectura: los cristianos hemos recibido el Espíritu que el Señor prometía en los ya lejanos tiempos del exilio, no estamos ya en la “carne” es decir -en el lenguaje de Pablo-: no estamos ya en el pecado, en el egoísmo estéril, en la codicia desenfrenada. Estamos en el Espíritu, o sea, en la vida verdadera del amor, el perdón y el servicio, como Cristo, que posee plenamente el Espíritu para dárnoslo sin medida. Y si el Espíritu resucitó a Jesús de entre los muertos, también nos resucitará a nosotros, para que participemos de la vida plena de Dios.

El pasaje evangélico que leemos hoy, la «reviviscencia» de Lázaro, narra el último de los siete “signos” u “obras” que constituyen el armazón del cuarto evangelio. Según Juan, antes de enfrentarse a la muerte Jesús se manifiesta como Señor de la vida, declara solemnemente en público que Él es la resurrección y la vida, que los muertos por la fe en Él revivirán, que los vivos que crean en Él no morirán para siempre....

Bonita la escena, bien construido el relato, tremendas y lapidarias las palabras de Jesús, rico en simbolismo el conjunto... pero difícil el texto para nosotros hoy, cuando nos movemos en una mentalidad tan alejada de la de Juan y su comunidad. A nosotros no nos llaman tanto la atención los milagros de Jesús como sus actitudes y su praxis ordinaria. Preferimos mirarlo en su lado imitable más que en su aspecto simplemente admirable que no podemos imitar. No somos tampoco muy dados a creer fácilmente en la posibilidad de los milagros. Para la mentalidad adulta y crítica de una persona de hoy, una persona de la calle, este texto no es fácil. (Puede ser más fácil para unas religiosas de clausura, o para los niños de la catequesis infantil).

En la muy sofisticada elaboración del evangelio de Juan, éste es el «signo» culminante de Jesús, no sólo por ser mucho más llamativo que los otros (nada menos que una reviviscencia) sino porque está presentado como el que derrama la gota de la paciencia de los enemigos de Jesús, que por este milagro deciden matar a Jesús. Quizá por eso ha sido elegido para este último domingo antes de la semana santa. Estamos acercándonos al climas del drama de la vida de Jesús, y este hecho de su vida es presentado por Juan como el que provoca el desenlace final.

La causa de la muerte de Jesús fue mucho más que la decisión de unos enemigos temerosos del crecimiento de la popularidad de un Jesús taumaturgo, como aquí lo presenta Juan. Este puede ser un filón de la reflexión de hoy: «Por qué muere Jesús y por qué le matan». Remitimos a un artículo clásico de Ignacio Ellacuría (http://servicioskoinonia.org/relat/125.htm) con ese mismo título. El episodio 102 de la famosa serie «Un tal Jesús» (http://www.untaljesus.net) también interpreta este pasaje de Juan en relación con la «clandestinidad» a que Jesús tendría que someterse sin duda en el último período de su vida.

Otro tema puede ser el de la «fe» o del «creer en Jesús», con tal de que no identificar la «fe» en «creer que Jesús puede hacer milagros» o «creer en los milagros de Jesús». La fe es algo mucho más serio y profundo. Podría uno creer en Jesús y creer que el Jesús histórico tal vez no hizo ningún milagro... No podemos plantear la fe como si un «Dios allá arriba» jugase a ver si allá abajo los humanos dan crédito o no a las tradiciones que les cuentan sus mayores referentes a Jesús de Nazaret y sus milagros... La fe en Jesús tiene que ser algo mucho más profundo.

Y un tercer tema -todavía más complejo- para nuestra reflexión, puede ser el de la resurrección. Precisamente porque, la de Lázaro no fue una resurrección. Lógicamente, a Lázaro simplemente se le dio una prórroga, una «propina», un suplemento... de esta misma vida. Un «más de lo mismo». Y el Lázaro «resucitado» -como tantas veces se lo mal llamó- tenía que volver a morir. Porque para nosotros «vivir es morir». Cada día que vivimos es un día que morimos, un día menos que nos queda de vida, un día más que hemos gastado de nuestra vida... Pero «resucitar» es otra cosa. Aquí habría que subrayar y proclamar y denunciar que es bien probable que en la cabeza de la mayor parte de nosotros, la idea de «resurrección» que hay es una idea equivocada, por esta misma razón por la que decimos que Lázaro era «mal llamado resucitado»: porque pensamos, o mejor, «imaginamos» la vida resucitada un poco como «prolongación, suplemento, continuación...» de ésta de ahora. Y no. No es sólo que la diferencia será que «aquella vida no se acaba», o que «no tiene necesidades materiales» porque «allí serán como los ángeles del cielo»... No. Es que es otra cosa. Y es que es sobre todo un misterio. Nuestra llamada «fe en la resurrección» no es un creer que hay un «segundo piso» al que subimos tras la muerte y allí «continuamos viviendo»... Podríamos decir que todas esas «imágenes» no corresponden al «misterio» en el que creemos, y como tales, pueden ser dejadas de lado. También aquí, yo puedo creer en lo que denominamos «resurrección» sin aceptar la interpretación facilona de que Dios nos creó aquí primero para luego llevarnos a un lugar definitivo... Muchos pueblos primitivos han pensado esto, que es una forma plausible de interpretación de la vida humana en un determinado contexto cultural. Pero hoy, si no queremos seguir anclados en las «creencias» típicas de las religiones de la edad agraria... es necesario hacer un esfuerzo de purificación, y quizá también haga falta aceptar la ascesis de un no saber/poder expresar bien aquello en lo que «creemos»... Es un punto demasiado importante y demasiado sutil como para llegar y ponernos directamente a hablar de la resurrección de Lázaro y de la nuestra sin necesidad de más preámbulos... (Sobre la transformación de las condiciones de credibilidad de las religiones en este nuevo tiempo sugerimos la lectura de los artículos 352 (http://servicioskoinonia.org/relat/352.htm), de Mariano Corbí, y 344, de Amando Robles (http://servicioskoinonia.org/relat/344.htm). Sobre la necesidad de «despedirse del piso de arriba», recomendamos la lectura del capitulo de igual título del libro de Roger LENAERS «Otro Dios es posible». Y sobre la resurrección, en un plan más netamente teológico, recomendamos la lectura de TORRES QUEIRUGA, «Repensar la resurrección» (Trotta, Madrid 2003). Hay también un reciente número de la revista CONCILIUM dedicado a la resurrección (noviembre 2006). La Agenda Latinoamericana’2011 trae un artículo «¿Pero hay o no hay otro mundo arriba?» accesible en su archivo digital. La serie «Otro Dios es posible, de los hermanos LÓPEZ VIGIL aborda el tema de la resurrección en la entrevista 98, titulada «¿Resucitó?», accesible en http://emisoraslatinas.net.

Agenda + emisoras latinas

El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 102 de la serie «Un tal Jesús», de los hnos. LÓPEZ VIGIL, titulado «El amigo muerto». El guión y su comentario pueden ser tomados de aquí: http://untaljesus.net/texesp.php?id=1500102
Puede ser escuchado aquí: http://untaljesus.net/audios/cap102b.mp3

Para la revisión de vida
- A una semana de la semana mayor, ¿cómo la estoy programando, cómo la preparo? ¿Voy a encontrar tiempo también para mí mismo, para mi interioridad, para hacer un alto en el camino y examinar la marcha de mi vida, para hacer una revisión de mi relación con Dios? Estoy a tiempo...


Para la reunión de grupo

- Con el artículo de Ellacuría que hemos recomendado (http://servicioskoinonia.org/relat/125.htm) se puede elaborar una provechosa reunión de estudio, muy recomendable.
- También con el citado episodio 102 de «Un tal Jesús» se puede montar una buena reunión de estudio.
- El caso de la amistad entrañable de Jesús con Lázaro y sus hermanas, nos presenta una faceta humana de Jesús que de alguna manera pasaba desapercibida antiguamente; no parecía «relevante« ni «revelante» para la «cristología vertical» que casi veía en Jesús un ser casi sólo divino, no humano. El Jesús que llora por la muerte de Lázaro, que se hospeda -o tal vez se refugia- en casa de estos amigos/amigas... es un Jesús «muy humano». La humanidad plena forma parte del seguimiento de Jesús. Comentar la relevancia de estos rasgos «tan humanos» de Jesús, y su porqué.
- ¿«Resucitó» Lázaro? ¿Qué hay en la «resurrección» de Lázaro de elementos que no tienen que ver nada con la «resurrección» en la que creemos para nosotros? «Re-suscitare», es la palabra latina por «resucitar», que fácilmente se ve que significa «volverse a levantar», creada a partir de la imagen del cadáver que recupera la vida. ¿No será que la palabra -y con ella el concepto mismo- es deudor de una imagen inadecuada? ¿Tendrá que haber reanimación de un cadáver para que haya «resurrección», de ésa que es objeto de nuestra fe? ¿Podríamos expresar con la máxima rigurosidad cuál es la esencia de la «fe en la resurrección», despojándola de todas las adherencias imaginativas, culturales...? ¿Cuál sería el núcleo esencial mínimo asegurado como contenido de la fe en la resurrección? La resurrección objeto de la fe cristiana, ¿no será uno de esos temas de los que es mejor no hablar si es que no se va a tener posibilidad de hablar con sumo respeto y con toda las matizaciones necesarias?


Para la oración de los fieles

- Por toda la Humanidad, para que mantenga siempre viva la utopía de la felicidad para todos. Oremos.
- Para que renazca la esperanza de los más pobres y oprimidos en un mundo más igualitario y compartido. Oremos.
- Para que aquellos que arriesgan sus vidas por el bien de los demás permanezcan firmes y no caigan en el desánimo. Oremos.
- Para que siempre se mantengan viva en nosotros la esperanza de alcanzar la utopía del Reino y llegar a vivirlo en toda su plenitud. Oremos.
- Para que apoyemos y defendamos siempre la vida en todas sus manifestaciones. Oremos.
- Para que todos los países supriman la pena de muerte. Oremos.
- Para que siempre se mantenga viva en nosotros la esperanza en la resurrección y transmitamos esta buena noticia a todas las personas. Oremos.


Oración comunitaria

- Dios, Padre y Madre universal, que inspiras desde siempre inspiras en los seres humanos el deseo de felicidad plena e incluso «eterna», una felicidad que triunfe incluso sobre la muerte. Te expresamos humildemente nuestro deseo de ser coherentes con esta fuerza interior que habita en nosotros, para buscar su realización con los medios más honestos y por el camino que sea más beneficioso para nosotros y para quienes nos rodean. En unión con todos los hombres y mujeres de todas las religiones, nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro.

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