Dios es “no-violento”. Dios no manda ni recomienda violencia. Nunca nadie debería justificar la violencia en nombre de Dios. Eso está claro en la revelación cristiana.
Pero esto plantea inmediatamente la siguiente cuestión: ¿Y qué decir de la violencia en la Escritura, que se atribuye a Dios o a las órdenes directas de Dios?
¿Acaso no elimina Dios en el diluvio totalmente -llevado por la ira- toda la raza humana, excepto Noé y su familia? ¿No le pide Dios a Abrahán sacrificar a su hijo Isaac en un altar de holocausto? ¿No tiene Moisés que disuadir a Dios de destruir a Israel porque el mismo Dios está enojado con su pueblo? ¿Acaso no dio Dios una orden a Israel de exterminar a todos y a todo (hombres, mujeres, niños, e incluso animales) al entrar en la Tierra Prometida? ¿Acaso no prescribe la Ley de Moisés, atribuida a Dios, lapidar a mujeres hasta la muerte a causa del adulterio? ¿Acaso no volcó Jesús a patadas las mesas de los cambistas de moneda, en el templo, llevado por la ira? ¿Y qué decir de las guerras y de las penas de muerte realizadas en nombre de Dios a través de los siglos? ¿Qué decir hoy del Islam extremista, que asesina a miles de personas en nombre de Dios? Parece como si Dios hubiera ordenado y sancionado cantidad de violencia y asesinatos desde los tiempos más remotos hasta nuestros días. ¿Cómo podemos explicar toda la violencia atribuida a Dios?
Tenemos que tener en cuenta dos cosas:
En primer lugar: Siempre que la Escritura habla de que Dios se siente ofendido, que se enfada o enoja, que quiere vengarse de sus enemigos, o que exige que matemos a alguien en su nombre, está hablando de modo antropomórfico, es decir, está tomando nuestros propios pensamientos, sentimientos y reacciones y proyectándolos sobre Dios mismo. Nosotros nos enojamos; Dios no. Nuestros corazones sienten ansias de venganza; el corazón de Dios no. Exigimos que los asesinos sean ejecutados; Dios no. La Escritura contiene cantidad de antropomorfismos que conducen a una mala y peligrosa teología, si se leen y se entienden al pie de la letra. Leer partes de la Escritura al pie de la letra es convertir a Dios en un Dios tribal en competición con otros dioses.
Cuando la Escritura dice que experimentamos la ira de Dios cuando pecamos, no quiere que creamos que Dios realmente se enoja y nos castiga. No hay necesidad de ello. El castigo es innato, propio del pecado mismo. Cuando pecamos, son nuestras propias acciones las que nos castigan (p. ej., el abuso del alcohol deshidrata el cerebro, y la deshidratación produce dolor de cabeza). Tal vez abriguemos el sentimiento de que el castigo viene de Dios, de la ira de Dios, de la cólera de Dios, pero lo que de hecho experimentamos es la ira de la naturaleza y la nuestra propia. Dios no necesita castigar extrínsecamente el pecado, pues el pecado se castiga ya a sí mismo. Así es como está estructurada la naturaleza. Hay una ley de karma, de fuerza espiritual. El pecado es su propio castigo.
Pero a nivel de sentimientos, tenemos la impresión de que Dios nos esté castigando. Sin embargo, tal como Jesús muestra al perdonar a sus ejecutores y a todos los que le traicionaron, Dios perdona el pecado. Dios no necesita vengarse ni necesita una justicia que obtenga un kilo de carne por un kilo de pecado. La naturaleza por sí misma hace ya eso. Efectivamente, contando con una comprensión auténtica de la naturaleza y de la transcendencia de Dios, resulta presuntuoso por nuestra parte aun llegar a creer que podemos “ofender” a Dios.
En segundo lugar: Más importante aún, los textos bíblicos que atribuyen violencia a Dios son también arquetípicos, es decir, son textos que nos enseñan realidades sobre los ritmos profundos de nuestro corazón humano, pero se supone que no los tenemos que tomar literalmente. Tomados al pie de la letra, resultan con frecuencia la más clara antítesis de la revelación de Dios.
Pero, todavía, ¿qué hacemos con los textos bíblicos que atribuyen violencia a Dios? Por ejemplo, ¿cómo podemos interpretar el que Dios ordene a Israel matar a todos los cananeos al entrar en la Tierra Prometida?
En las historias arquetípicas, el matar es metafórico, no literal. Se refiere a una muerte dentro del corazón. La orden de Dios de eliminar a todos los habitantes de Canaán es simplemente una dura metáfora de aquello a lo que Jesús se refiere cuando dice que tenemos que poner vino nuevo en odres nuevos, de forma que el vino nuevo no reviente los odres viejos.
Quien se haya sometido a un programa de 12-pasos para superar la adicción a la droga sabe bien lo que significa tener que “matar a todos los cananeos”. Para entrar en la tierra prometida de la moderación y perseverar allí firme, tiene que suceder algo difícil y cruel que no puede ocurrir aplicando sólo medidas a medias: Para entrar en la tierra prometida de la sobriedad y moderación, tienes que limpiar (“matar”) enteramente de licor tu mueble-bar, eliminar todos los “cananeos”: Todo lo que sea cerveza, güisqui, bourbon, ron, vodka, vino, coñac y brandy; cada pizca de alcohol tiene que desaparecer. Con un solo trago que te concedas, finalmente perderás la moderación y sobriedad.
Prácticamente, cada texto de la biblia que atribuye violencia a Dios o pone en su boca una orden de ejercer violencia debe leerse de esa misma manera. La violencia y el asesinato son metafóricos justo cuando el texto está exigiendo al corazón hacer algo que no puede ser sólo una medida a medias.
El famoso biblista y teólogo protestante americano Walter Brueggemann comentó una vez que “Dios está recuperándose de toda la violencia que se le ha atribuido y de la que se ha realizado en su nombre”. Es hora ya de que las iglesias participen en ese mismo proceso de recuperación.
Pero esto plantea inmediatamente la siguiente cuestión: ¿Y qué decir de la violencia en la Escritura, que se atribuye a Dios o a las órdenes directas de Dios?
¿Acaso no elimina Dios en el diluvio totalmente -llevado por la ira- toda la raza humana, excepto Noé y su familia? ¿No le pide Dios a Abrahán sacrificar a su hijo Isaac en un altar de holocausto? ¿No tiene Moisés que disuadir a Dios de destruir a Israel porque el mismo Dios está enojado con su pueblo? ¿Acaso no dio Dios una orden a Israel de exterminar a todos y a todo (hombres, mujeres, niños, e incluso animales) al entrar en la Tierra Prometida? ¿Acaso no prescribe la Ley de Moisés, atribuida a Dios, lapidar a mujeres hasta la muerte a causa del adulterio? ¿Acaso no volcó Jesús a patadas las mesas de los cambistas de moneda, en el templo, llevado por la ira? ¿Y qué decir de las guerras y de las penas de muerte realizadas en nombre de Dios a través de los siglos? ¿Qué decir hoy del Islam extremista, que asesina a miles de personas en nombre de Dios? Parece como si Dios hubiera ordenado y sancionado cantidad de violencia y asesinatos desde los tiempos más remotos hasta nuestros días. ¿Cómo podemos explicar toda la violencia atribuida a Dios?
Tenemos que tener en cuenta dos cosas:
En primer lugar: Siempre que la Escritura habla de que Dios se siente ofendido, que se enfada o enoja, que quiere vengarse de sus enemigos, o que exige que matemos a alguien en su nombre, está hablando de modo antropomórfico, es decir, está tomando nuestros propios pensamientos, sentimientos y reacciones y proyectándolos sobre Dios mismo. Nosotros nos enojamos; Dios no. Nuestros corazones sienten ansias de venganza; el corazón de Dios no. Exigimos que los asesinos sean ejecutados; Dios no. La Escritura contiene cantidad de antropomorfismos que conducen a una mala y peligrosa teología, si se leen y se entienden al pie de la letra. Leer partes de la Escritura al pie de la letra es convertir a Dios en un Dios tribal en competición con otros dioses.
Cuando la Escritura dice que experimentamos la ira de Dios cuando pecamos, no quiere que creamos que Dios realmente se enoja y nos castiga. No hay necesidad de ello. El castigo es innato, propio del pecado mismo. Cuando pecamos, son nuestras propias acciones las que nos castigan (p. ej., el abuso del alcohol deshidrata el cerebro, y la deshidratación produce dolor de cabeza). Tal vez abriguemos el sentimiento de que el castigo viene de Dios, de la ira de Dios, de la cólera de Dios, pero lo que de hecho experimentamos es la ira de la naturaleza y la nuestra propia. Dios no necesita castigar extrínsecamente el pecado, pues el pecado se castiga ya a sí mismo. Así es como está estructurada la naturaleza. Hay una ley de karma, de fuerza espiritual. El pecado es su propio castigo.
Pero a nivel de sentimientos, tenemos la impresión de que Dios nos esté castigando. Sin embargo, tal como Jesús muestra al perdonar a sus ejecutores y a todos los que le traicionaron, Dios perdona el pecado. Dios no necesita vengarse ni necesita una justicia que obtenga un kilo de carne por un kilo de pecado. La naturaleza por sí misma hace ya eso. Efectivamente, contando con una comprensión auténtica de la naturaleza y de la transcendencia de Dios, resulta presuntuoso por nuestra parte aun llegar a creer que podemos “ofender” a Dios.
En segundo lugar: Más importante aún, los textos bíblicos que atribuyen violencia a Dios son también arquetípicos, es decir, son textos que nos enseñan realidades sobre los ritmos profundos de nuestro corazón humano, pero se supone que no los tenemos que tomar literalmente. Tomados al pie de la letra, resultan con frecuencia la más clara antítesis de la revelación de Dios.
Pero, todavía, ¿qué hacemos con los textos bíblicos que atribuyen violencia a Dios? Por ejemplo, ¿cómo podemos interpretar el que Dios ordene a Israel matar a todos los cananeos al entrar en la Tierra Prometida?
En las historias arquetípicas, el matar es metafórico, no literal. Se refiere a una muerte dentro del corazón. La orden de Dios de eliminar a todos los habitantes de Canaán es simplemente una dura metáfora de aquello a lo que Jesús se refiere cuando dice que tenemos que poner vino nuevo en odres nuevos, de forma que el vino nuevo no reviente los odres viejos.
Quien se haya sometido a un programa de 12-pasos para superar la adicción a la droga sabe bien lo que significa tener que “matar a todos los cananeos”. Para entrar en la tierra prometida de la moderación y perseverar allí firme, tiene que suceder algo difícil y cruel que no puede ocurrir aplicando sólo medidas a medias: Para entrar en la tierra prometida de la sobriedad y moderación, tienes que limpiar (“matar”) enteramente de licor tu mueble-bar, eliminar todos los “cananeos”: Todo lo que sea cerveza, güisqui, bourbon, ron, vodka, vino, coñac y brandy; cada pizca de alcohol tiene que desaparecer. Con un solo trago que te concedas, finalmente perderás la moderación y sobriedad.
Prácticamente, cada texto de la biblia que atribuye violencia a Dios o pone en su boca una orden de ejercer violencia debe leerse de esa misma manera. La violencia y el asesinato son metafóricos justo cuando el texto está exigiendo al corazón hacer algo que no puede ser sólo una medida a medias.
El famoso biblista y teólogo protestante americano Walter Brueggemann comentó una vez que “Dios está recuperándose de toda la violencia que se le ha atribuido y de la que se ha realizado en su nombre”. Es hora ya de que las iglesias participen en ese mismo proceso de recuperación.
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