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martes, 31 de mayo de 2011

¿Me preguntas por mi oración? I



"A ti, Madre, a quien quería cumplir mi humilde promesa. A ti, celestial princesa, virgen sagrada María" (Gerardo Diego).

¿Que cómo me las arreglo yo para hacer oración? ¡Qué difícil me lo pones! ¿Cómo arrancarme una esquinita de mi alma y hacértela llegar? Pero lo voy a intentar... Aunque es tan difícil congelar una foto de la oración como retratar la respiración. Tal vez nada tan parecido a la oración como la respiración.
Quizás por eso muchos empiezan por ahí, por hacerse conscientes a su respiración, aunque yo nunca he necesitado ese paso. La vida siempre es nueva y distinta, la oración también. Precisamente porque es, ante todo, vida, vida interior, vida profunda, vida abierta al Infinito.
Para empezar busco la SOLEDAD que es como el marco de la oración. En ocasiones, la soledad se encuentra entre mucha gente: En el Metro, en el autobús, en el tren, en un concierto, en una sala de espera, en cualquier sitio que me permita la INACTIVIDAD del cuerpo y centrarme en mi templo interior.
Para seguir busco el SILENCIO que es como la atmósfera en la que flota la oración. Silencio interior sobre todo, posible a veces con murmullo externo sin estridencias.
Procuro una postura del CUERPO cómoda y relajada, para que no me moleste y no me llame (¡déjame ser ángel un ratito!). Normalmente sentado y puede que él solito se vaya inclinando profundamente. Es hora de olvidar el cuerpo. Tal vez aparezca después para expresar o dar volumen a las sensaciones profundas. Comprendo muy bien a los que hablan, por ejemplo, de "danza orante" o de "postración total".
Continúo con el RECOGIMIENTO interior, ese volverse hacia dentro y dejarse impregnar por el agua del fondo. Eso supone ACALLAR los ruidos interiores. Pueden ser pensamientos, imaginaciones, recuerdos, urgencias... Son las "mariposas" que siempre nos asedian a nivel cerebral (lista de la compra, deberes pendientes, tareas de la agenda, preocupación por tal o cual persona, el reloj que no se detiene, etc.) o, como me decía una señora piadosa, los "elefantes voladores" que te impiden entrar en la CALMA del espíritu, en la profundidad de tu ser.

No conviene pegarse con las "mariposas" ni con los "elefantes voladores". Suelen desaparecer al bajar a lo hondo y ausentarse del tiempo, algo un poquillo difícil cuando no se ha adquirido el hábito de orar. Mientras tanto, se pueden utilizar esas "mariposas" para orar. Por ejemplo, me viene obstinadamente tal persona (puede ser un hijo, una hermana, un enemigo…), pues me dejo sentir lo que esa persona me inspira (positivo o negativo) y se lo comparto al Señor. Puede que surjan luces, actitudes, obras, respecto a esa persona que me invade. Vuelvo a contárselo al Señor y espero respuesta, como quien dialoga con un ser querido al que tu vida le interesa mucho. La oración, en ese momento o en ese día, se quedó más arriba pero no desaproveché mi retiro.
A partir de ahí, calmada la frenética actividad mental, dejo que mi ser se sumerja en el Ser, que mi pequeño yo se zambulla en el Todo, sintiéndome parte de una Sinfonía inabarcable e inacabable. Mi "ser" suele reconocer instintivamente a "El que es" de siempre y por siempre. Y, como los patitos pequeños, le sigue, se acurruca y hasta intenta subirse a su espalda. Cuando uno tiene cierta costumbre es como sumergirse en un gozoso jacuzzi.

Seguramente surgirá un abanico de sensaciones profundas. La más habitual es la PAZ, sobre todo si uno está viviendo en orden y entregado a la "determinación de progresar", es decir, a la llamada a la PLENITUD que todo ser humano lleva dentro, la llamada de la Madre podríamos decir.
A mí me ocurre que, al llegar a ese recinto sagrado donde reside el Ser supremo -que yo llamo Padre- me brincan espontáneas sensaciones de distinto color y grosor. Normalmente son ASPIRACIONES PROFUNDAS a la bondad, la adoración, la alabanza, la paz, la justicia, el amor, la humildad (sensación real de la propia pequeñez), etc. Date cuenta que, si esas aspiraciones las escribo con mayúscula, la mayoría se convierten en distintos "nombres de Dios" y todas en el "rostro de Cristo". Por eso el vivir (sentir) conscientemente esas aspiraciones profundas es como arrojarse en los brazos del Padre-Madre-Dios, desear (aspirar) ser como Él, hacer CRECER la "imagen y semejanza" que late en el fondo de mi corazón. Es como un baño en la "divinidad" que llevo dentro.
Fue y sigue siendo muy gozoso encontrar en mi interior esta definición: "Dios es la Infinitud de las aspiraciones profundas del Hombre". Por eso es tan fácil experimentar a Dios, en contra de lo que muchos piensan. Basta con experimentar tus propias aspiraciones profundas. "Estoy hecho de Ti", podemos decir en verdad. Para oír de inmediato la respuesta: "Estás hecho de Mí" ciertamente.

A veces, en ese camino hacia las ASPIRACIONES PROFUNDAS, se interponen las FRUSTRACIONES, sensaciones de "caminos cerrados", de aspiraciones y necesidades que no están satisfechas, porque la vida o tú mismo las han cerrado el paso. Me parece totalmente lícito y fructífero quejarse, llorar, desahogarse, exponerle a tu Dios lo que te duele y te frustra. Detrás de cada queja late la aspiración a mejorar, a enderezar el camino, a cambiar la situación, a hacer lo que esté en tu mano para avanzar. Hay quien, en esta situación, gusta de expresarse "pidiendo" pero a mí me resulta casi imposible. Salvo aquellas peticiones que, en realidad, son expresión de aspiraciones.
Por ejemplo: el Veni Sante Espiritus o el Veni Creator y tantas otras oraciones tradicionales o personales, incluidas las jaculatorias. Se expresan como "peticiones" pero en realidad son "ambiciones del alma" ("Señor, que vea"…), profundas aspiraciones a conseguir alzar el pie y alcanzar el siguiente escalón. Eso hace crecer, hace subir realmente. Sobre todo si siguen las obras, la constancia y el hábito.

Teresa de Jesús decía algo así: "Nos pasamos la vida intentando subir el primer peldaño. Cuando menos lo esperamos Él nos levanta al siguiente o al último". Y conviene advertir aquí, que no es lo mismo conseguir la constancia a fuerza de puños ("voluntarismo"), que por impulso de las aspiraciones profundas. Éstas, nacidas en lo hondo, te levantan en volandas y la voluntad sólo tiene que consentir y permanecer, a veces con esfuerzo pero sin forzar, que son dos cosas distintas. (Éste es un tema importante que merecería un capítulo aparte porque muchos formadores, e incluso santos, han caído en la subconsciente egolatría del "voluntarismo").
Cuando en el interior aparecen FRUSTRACIONES, éstas pueden referirse a la vida presente o a la pasada. Si se refieren a la vida pasada, suelen revivirse HERIDAS, dolor por el daño sufrido o causado. Entonces la oración se convierte en auténtica TERAPIA sicológica porque limpia las heridas y nos aparta de las vilezas del pasado (sufridas o ejecutadas). El catecismo lo llamaría "verdadero dolor por los pecados" en el caso de las ejecutadas y "perdón a los enemigos" en el caso de las sufridas. Es decir, la oración nos puede ayudar a "curar las heridas del pasado", requisito imprescindible para llegar al equilibrio sicológico y a la paz interior.
Esta experiencia me llevó a reconocer -hace ya muchos años- que el mejor sicoterapeuta es el propio Cristo. No el mental y teórico, sino el experiencial y vivo dentro de cada cristiano: "Vosotros conoceréis (experimentaréis) que yo estoy en mi Padre, vosotros en mí y yo en vosotros" (Jn 14,20). "No os dejaré abandonados nunca, volveré a estar con vosotros" (Jn 14,28). "Seguid unidos a mí, que yo seguiré estando con vosotros" (Jn 15,4) ...
(Continuaré en una segunda parte).

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