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domingo, 1 de mayo de 2011

DOS COMUNIDADES


Por Josetxu Canibe
II Domingo de Pascua (Jn 20,19-31) - Ciclo A

El que nos centremos en los textos bíblicos de este domingo no significa que nos olvidamos que hoy es primero de mayo, Día Internacional de trabajo o de los trabajadores, que curiosamente la “celebramos” (entre comillas” bajo el signo preocupante del paro, convertido en el problema número uno de nuestra sociedad.

Dos comunidades cristianas nos presentan las lecturas litúrgicas: en la primera, El Libro de los Hechos de los Apóstoles nos resume cómo vivían los primeros cristianos y lo hace con cinco pinceladas: viven unidos, comparten la vida y los bienes según las necesidades se cada uno, escuchan la enseñanza de los apóstoles, es decir, profundizan en el análisis de su fe, celebran la eucaristía y oran juntos. Como consecuencia de este comportamiento, eran bien vistos por el pueblo y crecía el número de creyentes.

La otra comunidad corresponde al grupo de los apóstoles. Una comunidad alicaída, que está con las puertas cerradas por miedo a los judíos. ¿De qué depende la diferencia? De la presencia de Jesús, de “verle” o “no verle”, de sentirle o no sentirle. Con razón se insiste actualmente que la Iglesia se renovará y será más auténtica con “la vuelta a Jesús”. Dicho de otro modo, de la fe en Jesús. Más concretamente de la fe en Cristo resucitado, de la fe en la resurrección. Pues la prueba de nuestra fe en Dios es la resurrección. Si no creemos en la vida de después de la muerte, si el amor de Dios no es más fuerte que la muerte, entonces ese Dios de poco sirve, de poco nos sirve.

El apóstol Tomás representa perfectamente al hombre moderno. Le cuesta creer, exige pruebas, no es suficiente lo que le dicen los demás. Más de uno se siente desconcertado ante jóvenes y adultos, que ayer parecía que creían intensamente y poco tiempo después se confiesan agnósticos. Muchos padres no hallan explicación a que, siendo ellos religiosos, sin embargo todos sus hijos se manifiestan increyentes. La fe es un misterio. “Hemos visto al Señor” le porfiaban a Tomás sus compañeros. Pero él ni le había visto ni le veía. Las vidrieras de una catedral son las mismas vistas desde dentro o desde fuera del templo. No obstante, contempladas desde el interior el color es maravilloso. Vistas desde el exterior se limitan a un color grisáceo, nada atractivo. Con Jesús nos puede suceder algo similar.
Un dato interesante. El evangelio dice que Jesús se hizo presente en medio del grupo el primer día de la semana, esto es, el domingo. Por esto precisamente la Iglesia insiste tanto en la Eucaristía dominical. Porque Cristo resucitado se presentó en ese día para comunicar y transmitir a sus seguidores valor, ánimo, fuerza.

Tres apuntes: cuando Jesús se presentó ante los apóstoles, sopló sobre ellos y les dijo “recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados”. Antes les había saludado con la frase: “Paz a vosotros”. Paz y perdón: dos valores que no solo urgían en tiempos de Cristo. También hoy nos resultan necesarios, pues abunda demasiado el fundamentalismo, la exclusión y la crispación.

En segundo lugar, Tomás descubrió a Jesús acercándose a las heridas, a las cicatrices. Difícilmente nosotros atraparemos a Jesús, si no nos aproximamos, si no sintonizamos con el dolor, con las inquietudes de la gente.

Comenzaba esta homilía recordando el problema del paro en este primero de mayo. Si nosotros, al estilo de los primeros cristianos, no compartimos sentimientos y tal vez más que sentimientos con los que padecen desempleo, será imposible que descubramos al Jesús auténtico.

Que para todos nosotros en este domingo, en este primer día de la semana, en esta Eucaristía, Jesús resucitado se haga presente, le “veamos” y nos transforme en comunidad abierta, misionera y le digamos, como Tomás, “Señor mío y Dios mío”.

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