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martes, 17 de mayo de 2011

EL RETO PARA EL FUTURO: HAY QUE GLOBALIZAR LA JUSTICIA SOCIAL

Congreso en Roma sobre la “Mater et Magistra” y la “Caritas in veritate”

En un mundo globalizado es necesario globalizar también la justicia social si se quiere dar una respuesta a las nuevas situaciones. Además, es necesario respetar nuevas reglas, como evitar la competencia desleal entre países y crear sistemas de seguridad social en los países destinatarios de la deslocalización.
Estos son algunos de los argumentos abordados en la segunda jornada del congreso internacional organizado por el Consejo Pontificio “Justicia y Paz”, que se celebra en Roma hasta mañana por los cincuenta años de la encíclica Mater et Magistra.
En la segunda jornada se trabajó por áreas continentales: África, América, Asia y Europa sobre temas precisos como la sociedad del trabajo y el bien común, estilos de vida, el paradigma del desarrollo, la pluralidad de empresas y la dignidad de los derechos de los trabajadores.
Pero también se habló sobre el trabajo, la valoración y remuneración, las políticas sociales, la subsidiariedad y la justicia social. Y no de menor importancia el tema sobre la tierra como ambiente de vida, condiciones climáticas, recursos materiales, desarrollo integral y también demografía y bioética.
Antes de la misa conclusiva, monseñor Mario Toso, secretario del Consejo Pontificio “Justicia y Paz” profundizó en los problemas de los desequilibrios tradicionales que se vuelven a presentar hoy y cómo para resolverlos, el punto central sigue siendo la justicia social en el contexto de un mundo globalizado.
“Una justicia global que tenga como punto de referencia el bien común, porque la justicia social es la justicia relativa al bien común”, recordó.
Esto implica, añadió, que “tanto en el plano nacional como en el internacional haya políticas unitarias, politicas, económicas, sociales, fiscales, de desarrollo y de salvaguarda del medio ambiente, porque en un contexto de globalización, la unicidad, tanto en la economía como en los sectores económicos y entre las diversas regiones, es necesario que aumente”.
Monseñor Toso recordó que la Caritas in veritate “nos invita a practicar la justicia social dentro de los desequilibrios que se añaden hoy a los tradicionales”.
“Uno de los caminos indicados por Benedicto XVI – prosiguió – es el renacimiento del pensamiento moral, después es necesaria una reflexión sobre la unicidad de la economía mundial, y sobre la globalización de la economía social”, así como la universalización de “una democracia sustancial, social y participativa”.
Deslocalización
Así como la Mater et Magistra hace cincuenta años hablaba de una remuneración equitativa, hoy existe “la exigencia del bien común a nivel mundial” y por tanto hay otros parámetros, como el de “evitar una competencia desleal entre las economías de los distintos países; favorecer la colaboración entre las economías nacionales con acuerdos fecundos y cooperar en el desarrollo de las comunidades política y económicamente menos avanzadas”.
Un punto central es que “hoy, frente a la liberalización de los mercados, de la deslocalización de muchas empresas, si se quiere realizar el desarrollo integral y armónico, no se deben erosionar o considerar superfluos los derechos sociales”.
Es más, dado que “los derechos laborales no se pueden separar de los demás derechos civiles y políticos, es necesario contribuir a realizar éstos también donde se deslocalizan las empresas. Los sistemas de protección y de seguridad social – como dice la Caritas in veritate – deben ser reformados en los países más ricos en sentido societario y participativo. Así se ahorran energías y se puede ayudar a los países más pobres”.
Ethos mundial
Para instituir una justicia social global, indicó monseñor Toso, “es necesario que la democracia globalizada sea sostenida por un ethos abierto a la trascendencia, animado por la fraternidad y por la lógica del don”, apoyado “en un cuadro jurídico y ético seguro, es decir, en los derechos y deberes arraigados en la ley moral universal, y no en el libre albedrío”.
Es necesario también, subrayó, que esta justicia “no se fundamente en un mero consenso social, sino en el reconocimiento del bien humano universal”.
El prelado abogó por “una governance mundial de colaboración a nivel de multilateralidad”, pero también “mediante un verdadero governement de decisión y de control super partes”, es decir, “mediante la constitución de una autoridad política mundial, poliárquica, subsidiaria, mediante la reforma de la ONU y su democratización, además de la creación de una nueva arquitectura económica y financiera internacional”.
Además, explicó, es necesario “repensar la intervención del Estado en la economía, diversa de la concepción estatalista o liberal impuesta en los últimos años”.
Se trata de articular “una economía social, un equilibrio entre economía social y finanza. De modo que las finanzas estén al servicio de la economía real, y ésta vuelva a encontrar su finalidad, que es servir al bien común”.
“Es necesario – concluyó – una adecuada política fiscal para la redistribución equitativa de la riqueza producida, no aplicada de forma indiscriminada, sino según una serie de criterios relacionados con el peso familiar”. Esto sin olvidar “nuevas políticas agrícolas, industriales, medioambientales, del trabajo especialmente para los jóvenes”.
Una sola doctrina social
Por su parte, ayer, el cardenal Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa y presidente de Caritas Internationalis, insistió también en la importancia de una unicidad dentro de la propia doctrina social de la Iglesia.
“No existe – explicó el purpurado – una doctrina social de la Iglesia distinta en las diferentes partes del mundo. Si uno vive en América Latina, África o Europa, los principios de la doctrina social que se aplican a nuestras realidades son siempre los mismos. No hay una forma de solidaridad o de subsidiariedad para un continente distinta que para otro”.
Esto no quita, sin embargo, que “la realidad sobre la que se aplican los principios de la doctrina social es una realidad local. Es la situación social, cultural, económica y política que vive cada comunidad eclesial”.
Recordó que “un papa escribe una encíclica no sólo porque considera importante hablar de un tema social actual. Él recibe contribuciones de los obispos, que a su vez son motivados por las contribuciones de los fieles laicos”.
Se trata por tanto de un proceso “continuo y dinámico. Evidentemente la doctrina fundamental no cambia: la Sagrada Escritura sigue siendo la base de nuestra fe, y los principios que se deducen para la acción, como el bien común, la solidaridad y el destino universal de los bienes, son universales”.
Concluyendo su intervención, el cardenal Rodríguez Maradiaga recordó que una dimensión constructiva de la predicación del Evangelio es “la acción a favor de la justicia y de la participación en la transformación del mundo”.
Pero además del empleo de los instrumentos de las ciencias sociales y humanas para comprender las causas estructurales de los problemas, se necesita “una espiritualidad que sea nuestra guía”, aunque “el mensaje del magisterio social no sea en sí mismo una espiritualidad”.

ROMA, martes 17 de mayo de 2011 (ZENIT.org).-

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