Ernesto Sabato supo vivir siempre con un compromiso entusiasta, casi juvenil, enfrentando las encrucijadas que le puso su larga existencia, con decisión y valentía, pero más que nada con sabiduría y modestia.
Usted, Sabato —así sin acento como le gustaba—, Maestro, diría yo —así con mayúscula, como en su modestia no le gustaba—, nos deja su legado de artista y consecuencia que ya se hubiesen querido otros grandes. Por allá, en la década de los ochenta, de vuelta de uno de mis viajes a Buenos Aires, tomé El Libertador en la estación Retiro rumbo a Mendoza, a fin de regresar a Chile. Traía mi maleta y, bajo el brazo, el libro Nunca Más, Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas.
Instalado ya en mi asiento, inicié y avancé rápidamente en su lectura. Confieso que en un momento no pude continuar; el malestar psíquico y estomacal me inundaban al ver la descripción del horror. Me fui al coche bar y terminé en el vagón del cine viendo una comedia intrascendente, a fin de apaciguar mi espíritu.
Usted, Sabato, tuvo el coraje de presidir dicha comisión siendo consecuente con su compromiso permanente hacia la causa de los derechos del hombre. Eso me hizo respetarlo aún más como ser humano, más allá de la admiración que habían suscitado en mí sus novelas, ensayos… en fin, su oficio de escritor. Respecto de ello, lo dijo magistralmente en El escritor y sus fantasmas: “Los hombres escriben ficciones porque están encarnados, porque son imperfectos. Un Dios no escribe novelas. Me siento a escribir lo que me va saliendo, para asirme a algo. Busco en un fondo inhallable de mí las escenas o los momentos que quiero contar. A veces aparecen borrosas, a veces se muestran y luego se van, es casi una cacería”.
Ciertamente, no haré aquí una reseña de sus obras que se conocen bien. El nombrar algunas debe tomarse entonces como un tributo. Pienso que su primera novela, El túnel, denota su admiración hacia —e influencia desde— el existencialismo. Para muchos Sobre héroes y tumbas es de lo mejor que se ha escrito en el siglo XX, por lo menos en Argentina. Informe sobre ciegos, en tanto, es una pequeña joya de la narrativa. De hecho puede ser leída en forma independiente a la novela íntegra, incluso cambiando la tercera persona por el subjetivismo de la primera. Y finaliza el ciclo novelístico con Abaddón el exterminador, cerrando una suerte de trilogía.
Sus ensayos eran lúcidos, asertivos y rigurosos. Ya nombré El escritor y sus fantasmas, pero también recuerdo La resistencia y Antes del fin, entre memoria y ensayo, por mencionar sólo algunos.
Sin embargo, y lo más importante, es que usted, Sabato, supo vivir siempre con un compromiso entusiasta, casi juvenil, enfrentando las encrucijadas que le puso su larga existencia, con decisión y valentía, pero más que nada con sabiduría y modestia, como le decía al comienzo. Respecto de esta condición, la mantuvo hasta su última hora, pidiendo sencillez extrema en la partida. Razones —y muchas— tuvo la nación argentina, y especialmente sus amigos y paisanos de su patria chica, ese pueblo-barrio Santos Lugares que tanto amaba, de despedirlo con tanto dolor y tantas lágrimas.
Por nuestra parte, Latinoamérica, su patria grande, no lo olvidará jamás.
___________
Georges-Michel Darricades. Columnista de la Corporación Proyecta América a cargo de la sección Cultura; también del Centro de Estudios Sociales Avance y de la revista Política&Espíritu. Colaborador permanente de Mirada Global.
Usted, Sabato —así sin acento como le gustaba—, Maestro, diría yo —así con mayúscula, como en su modestia no le gustaba—, nos deja su legado de artista y consecuencia que ya se hubiesen querido otros grandes. Por allá, en la década de los ochenta, de vuelta de uno de mis viajes a Buenos Aires, tomé El Libertador en la estación Retiro rumbo a Mendoza, a fin de regresar a Chile. Traía mi maleta y, bajo el brazo, el libro Nunca Más, Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas.
Instalado ya en mi asiento, inicié y avancé rápidamente en su lectura. Confieso que en un momento no pude continuar; el malestar psíquico y estomacal me inundaban al ver la descripción del horror. Me fui al coche bar y terminé en el vagón del cine viendo una comedia intrascendente, a fin de apaciguar mi espíritu.
Usted, Sabato, tuvo el coraje de presidir dicha comisión siendo consecuente con su compromiso permanente hacia la causa de los derechos del hombre. Eso me hizo respetarlo aún más como ser humano, más allá de la admiración que habían suscitado en mí sus novelas, ensayos… en fin, su oficio de escritor. Respecto de ello, lo dijo magistralmente en El escritor y sus fantasmas: “Los hombres escriben ficciones porque están encarnados, porque son imperfectos. Un Dios no escribe novelas. Me siento a escribir lo que me va saliendo, para asirme a algo. Busco en un fondo inhallable de mí las escenas o los momentos que quiero contar. A veces aparecen borrosas, a veces se muestran y luego se van, es casi una cacería”.
Ciertamente, no haré aquí una reseña de sus obras que se conocen bien. El nombrar algunas debe tomarse entonces como un tributo. Pienso que su primera novela, El túnel, denota su admiración hacia —e influencia desde— el existencialismo. Para muchos Sobre héroes y tumbas es de lo mejor que se ha escrito en el siglo XX, por lo menos en Argentina. Informe sobre ciegos, en tanto, es una pequeña joya de la narrativa. De hecho puede ser leída en forma independiente a la novela íntegra, incluso cambiando la tercera persona por el subjetivismo de la primera. Y finaliza el ciclo novelístico con Abaddón el exterminador, cerrando una suerte de trilogía.
Sus ensayos eran lúcidos, asertivos y rigurosos. Ya nombré El escritor y sus fantasmas, pero también recuerdo La resistencia y Antes del fin, entre memoria y ensayo, por mencionar sólo algunos.
Sin embargo, y lo más importante, es que usted, Sabato, supo vivir siempre con un compromiso entusiasta, casi juvenil, enfrentando las encrucijadas que le puso su larga existencia, con decisión y valentía, pero más que nada con sabiduría y modestia, como le decía al comienzo. Respecto de esta condición, la mantuvo hasta su última hora, pidiendo sencillez extrema en la partida. Razones —y muchas— tuvo la nación argentina, y especialmente sus amigos y paisanos de su patria chica, ese pueblo-barrio Santos Lugares que tanto amaba, de despedirlo con tanto dolor y tantas lágrimas.
Por nuestra parte, Latinoamérica, su patria grande, no lo olvidará jamás.
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Georges-Michel Darricades. Columnista de la Corporación Proyecta América a cargo de la sección Cultura; también del Centro de Estudios Sociales Avance y de la revista Política&Espíritu. Colaborador permanente de Mirada Global.
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