En el pasaje del evangelio que acabamos de leer, vemos a dos discípulos dispersarse con una angustiosa sensación de miedo y de fracaso. El camino de Emaús es el camino del desencanto, de los recuerdos tristes. El camino de Emaús es el camino de los que esperaban…
“Esperaban que él fuera…. esperaban que él les librara…”
Y todas aquellas esperanzas se han convertido en frustraciones. Ahora lo mejor es olvidar y alejarse.
Hoy estos discípulos tienen cantidad de imitadores. Fijaos en un fin de semana o en un principio de vacaciones: la gente, como loca, huye de la ciudad y del trabajo, del esfuerzo…; van hambrientos de soledad y descanso, necesitados de evasión y de olvido, y son millones. Emaús es hoy el chalet, la playa, la excursión, el video, la discoteca o el fútbol. Emaús es hoy la abstención, el desencanto, el pesimismo. Emaús es hoy el sofá, el narcisismo, el refugio.
Esperábamos, pero hemos llegado al fin de muchas ilusiones. Desconfiamos de los ideales, de los proyectos…
Esperábamos que se lograría un mundo más justo, pero todo sigue igual o quizá peor.
Esperábamos que el cambio político renovaría la sociedad, que la mejora económica del país acabaría con el paro y la pobreza, que la tolerancia haría imposible el terrorismo, que nos acercábamos a un mundo mejor, a una sociedad más humana y fraterna…
Esperábamos… ¿pero cuántas de estas esperanzas han muerto?
Los discípulos de Emaús encontraron en su camino al Señor. Y el Señor, al que aún no conocían, les preguntó: ¿Qué conversación es la que traíais por el camino? Y ellos le cuentan todas sus desilusiones…
Y ahora, también el Señor nos pregunta a nosotros de qué hablamos por el camino de la vida… ¿qué le respondemos?
Mira, Señor, hablamos de las cosas que pasan…
Hablamos de la crisis, de las últimas salvajadas de los terroristas, de la política, de los problemas económicos: el paro, los precios, el euro, la vivienda, los gastos. Hablamos del gobierno, de la TV, de los deportes. Hablamos de los problemas del mundo. Hablamos de los jóvenes, de los artistas, de los curas. Hablamos de las drogas, del sida, de la moda… Hablamos mucho, sobre todo en el bar, pero sin ilusión, por distracción, buscando más bien el morbo de las cosas…
“Entonces Jesús les dijo…” Jesús empezó a abrirles los ojos, explicándoles la Escritura. Y según les hablaba su mente se iba llenando de luz. Y así el camino se les hizo corto. ¡Qué bien nos viene en esos momentos de desilusión o desaliento encontrar a alguien que nos diga palabras de aliento y comprensión!
Necesitamos que Jesús nos hable también a nosotros y nos explique las Escrituras. Nos dirá que somos torpes y que tenemos poca fe, que no acabamos de comprender que él nos acompaña siempre y que no nos deja solos. Que nos fiamos demasiado de nuestras propias fuerzas y que necesitamos fiarnos más de Él.
Y nos enseñará la necesidad de la Cruz, de las dificultades para llegar a la libertad y crecer en el amor. No todo es camino de rosas. Hay que trabajar, luchar y sufrir, si queremos que nuestra vida y la de todos termine en Pascua. Pero nos probará que la Pascua es cierta, que hay salida a las situaciones difíciles, que todo tiene sentido, que lo último no es la desesperanza y el vacío, sino una explosión de luz, de gozo, de vida.
“Quédate con nosotros…” Era una petición obligada.
Aquellos discípulos ya no podían estar sin él. Él tenía palabras de vida eterna. Sin él todo volvería a resultar vacío y triste. Si él se iba, la noche y la oscuridad se les volvía a echar encima.
“Se quedó…” Por algo Jesús es el Enmanuel “El Dios con nosotros”. Él está deseando que le invitemos.
Y después de las palabras vendrán los gestos amistosos: el partir el pan y la entrega. Y esto aclara definitivamente las cosas. Cuando se parte el pan, cuando desaparecen los egoísmos, cuando compartimos la amistad, es cuando se nos abren los ojos y podemos reconocer a Cristo; es cuando de verdad Cristo, se hace presente y vuelve la alegría, el entusiasmo y la esperanza.
A Cristo se le conoce al partir el pan, porque Cristo es pan que se parte y se comparte. Así, el cristiano tiene que ser pan para el mundo…
“Y comienza el camino de vuelta…”
Si la marcha hacia Emaús es camino de desesperanza, la vuelta de Emaús es un camino ilusionado. El reencuentro con Cristo transformó a los discípulos en apóstoles. Ni un momento más en Emaús. Corriendo desandaron el camino, porque tenían una gran noticia que comunicar. El gozo que llevaban dentro les resultaba incontenible. Hay que decir a todos los que dudan que CRISTO VIVE; a todos los que sufren que CRISTO HA RESUCITADO; a todos los que buscan que CRISTO SE DEJA ENCONTRAR.
Ésta ha de ser nuestra tarea. Nosotros, como los de Emaús, encontramos a Cristo, escuchamos su Palabra y partimos el pan. Después de recibir sus enseñanzas y su alimento, hemos de salir entusiasmados, tratando de dar testimonio de lo que hemos visto y oído. Son muchos los que esperan un poquito de nuestra luz.
“Esperaban que él fuera…. esperaban que él les librara…”
Y todas aquellas esperanzas se han convertido en frustraciones. Ahora lo mejor es olvidar y alejarse.
Hoy estos discípulos tienen cantidad de imitadores. Fijaos en un fin de semana o en un principio de vacaciones: la gente, como loca, huye de la ciudad y del trabajo, del esfuerzo…; van hambrientos de soledad y descanso, necesitados de evasión y de olvido, y son millones. Emaús es hoy el chalet, la playa, la excursión, el video, la discoteca o el fútbol. Emaús es hoy la abstención, el desencanto, el pesimismo. Emaús es hoy el sofá, el narcisismo, el refugio.
Esperábamos, pero hemos llegado al fin de muchas ilusiones. Desconfiamos de los ideales, de los proyectos…
Esperábamos que se lograría un mundo más justo, pero todo sigue igual o quizá peor.
Esperábamos que el cambio político renovaría la sociedad, que la mejora económica del país acabaría con el paro y la pobreza, que la tolerancia haría imposible el terrorismo, que nos acercábamos a un mundo mejor, a una sociedad más humana y fraterna…
Esperábamos… ¿pero cuántas de estas esperanzas han muerto?
Los discípulos de Emaús encontraron en su camino al Señor. Y el Señor, al que aún no conocían, les preguntó: ¿Qué conversación es la que traíais por el camino? Y ellos le cuentan todas sus desilusiones…
Y ahora, también el Señor nos pregunta a nosotros de qué hablamos por el camino de la vida… ¿qué le respondemos?
Mira, Señor, hablamos de las cosas que pasan…
Hablamos de la crisis, de las últimas salvajadas de los terroristas, de la política, de los problemas económicos: el paro, los precios, el euro, la vivienda, los gastos. Hablamos del gobierno, de la TV, de los deportes. Hablamos de los problemas del mundo. Hablamos de los jóvenes, de los artistas, de los curas. Hablamos de las drogas, del sida, de la moda… Hablamos mucho, sobre todo en el bar, pero sin ilusión, por distracción, buscando más bien el morbo de las cosas…
“Entonces Jesús les dijo…” Jesús empezó a abrirles los ojos, explicándoles la Escritura. Y según les hablaba su mente se iba llenando de luz. Y así el camino se les hizo corto. ¡Qué bien nos viene en esos momentos de desilusión o desaliento encontrar a alguien que nos diga palabras de aliento y comprensión!
Necesitamos que Jesús nos hable también a nosotros y nos explique las Escrituras. Nos dirá que somos torpes y que tenemos poca fe, que no acabamos de comprender que él nos acompaña siempre y que no nos deja solos. Que nos fiamos demasiado de nuestras propias fuerzas y que necesitamos fiarnos más de Él.
Y nos enseñará la necesidad de la Cruz, de las dificultades para llegar a la libertad y crecer en el amor. No todo es camino de rosas. Hay que trabajar, luchar y sufrir, si queremos que nuestra vida y la de todos termine en Pascua. Pero nos probará que la Pascua es cierta, que hay salida a las situaciones difíciles, que todo tiene sentido, que lo último no es la desesperanza y el vacío, sino una explosión de luz, de gozo, de vida.
“Quédate con nosotros…” Era una petición obligada.
Aquellos discípulos ya no podían estar sin él. Él tenía palabras de vida eterna. Sin él todo volvería a resultar vacío y triste. Si él se iba, la noche y la oscuridad se les volvía a echar encima.
“Se quedó…” Por algo Jesús es el Enmanuel “El Dios con nosotros”. Él está deseando que le invitemos.
Y después de las palabras vendrán los gestos amistosos: el partir el pan y la entrega. Y esto aclara definitivamente las cosas. Cuando se parte el pan, cuando desaparecen los egoísmos, cuando compartimos la amistad, es cuando se nos abren los ojos y podemos reconocer a Cristo; es cuando de verdad Cristo, se hace presente y vuelve la alegría, el entusiasmo y la esperanza.
A Cristo se le conoce al partir el pan, porque Cristo es pan que se parte y se comparte. Así, el cristiano tiene que ser pan para el mundo…
“Y comienza el camino de vuelta…”
Si la marcha hacia Emaús es camino de desesperanza, la vuelta de Emaús es un camino ilusionado. El reencuentro con Cristo transformó a los discípulos en apóstoles. Ni un momento más en Emaús. Corriendo desandaron el camino, porque tenían una gran noticia que comunicar. El gozo que llevaban dentro les resultaba incontenible. Hay que decir a todos los que dudan que CRISTO VIVE; a todos los que sufren que CRISTO HA RESUCITADO; a todos los que buscan que CRISTO SE DEJA ENCONTRAR.
Ésta ha de ser nuestra tarea. Nosotros, como los de Emaús, encontramos a Cristo, escuchamos su Palabra y partimos el pan. Después de recibir sus enseñanzas y su alimento, hemos de salir entusiasmados, tratando de dar testimonio de lo que hemos visto y oído. Son muchos los que esperan un poquito de nuestra luz.
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