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domingo, 8 de mayo de 2011

III Domingo de Pascua (Lc 24,13-35) - Ciclo A: Somos húespedes de Jesús

Juana era una niña que no veía bien. Pero nadie, ni siquiera ella, se había dado cuenta. Juana pensaba que todas las cosas eran borrosas porque era como ella las veía.

No sabía que los otros niños podían ver mucho más lejos que ella. Pensaba que todo el mundo veía las cosas como ella. A medida que iba creciendo su madre empezó a preguntarse porqué se sentaba tan cerca de la televisión. Su abuelo observó que cuando leía un libro se lo tenía que poner cerca de la cara. Cuando fue a la escuela la maestra constató que no veía bien las palabras de la pizarra. Finalmente todos comenzaron a decir: "Juana necesita gafas".
Con sus nuevas gafas, Juana vio que no todo era borroso, los colores eran más brillantes y hasta la cara de su madre era mucho más hermosa.
Empezó, por fin, a ver con claridad. Era maravilloso.
Llega también un momento en la vida en que ya sea la presbicia o las cataratas o… que nos presentan la realidad más borrosa. La fe tiene sus enfermedades, sus telarañas, sus cataratas y su presbicia… "Nosotros pensábamos"…
Este domingo si pudiera elegir una persona y un restaurante donde comer juntos, ¿a quién elegiría?, ¿qué restaurante reservaría?
¿Tiene usted alguna fantasía? Yo, no.
¿Qué le parece cenar, hoy, con Jesús y los discípulos?
¿Reservamos una mesa en el restaurante de Emaús?
Lucas nos cuenta en este domingo la historia más bonita de las muchas que nos cuentan sobre las apariciones del Resucitado.
Pascua es tiempo de reconocer a Cristo resucitado.
Nuestros dos viajeros lo reconocieron no en tecnicolor o en un personaje célebre sino en un simple gesto, el de partir el pan.
Momentos de Pascua, de reconocimiento, abundan en la vida de cada día.
Dos hombres viajaban juntos en un avión y a lo largo de la conversación uno le dijo al otro que tenía varios hijos y uno de ellos después de un accidente estaba en coma en un hospital.
Mi esposa y yo dejamos de quererle. No podíamos darle nada ni él podía recibir nada. Lo visitábamos pero no lo queríamos.
Un día cuando llegamos tenía una visita que no conocíamos, un extraño para nosotros. Era un ministro de la eucaristía de la parroquia.
Nosotros esperamos a que terminara y vimos que le hablaba como si estuviera conversando con él, le leyó un salmo y oró y le dio la comunión como si pudiera entender algo.
Caímos en la cuenta de que ese hombre veía a nuestro hijo con los ojos de la fe y lo trataba como a un hijo de Dios.
Un extraño enseñó a esos padres que su hijo podía ser amado y podía ser visto con los ojos de Jesús resucitado.
Nosotros vivimos en esta ciudad lenta, unidos no por la sangre, sí unidos por unos mismos compromisos y las mismas leyes.
¿Qué hacemos aquí, gentes que nos miramos en este camino de la vida como extraños?
Hacer comunidad, formar el pueblo de los bautizados, mirarnos con los ojos de la fe que nos hace a todos ciudadanos de la ciudad de Dios.
El evangelio de hoy nos cuenta la historia de dos discípulos decepcionados que dejan la comunidad. En el camino un extraño se les acerca y conversa con ellos. Una cena juntos en el restaurante Emaús. Una vuelta a la comunidad.
Ésta puede ser también nuestra historia.
¿De qué hablaban en el camino de la vida?
La conversación de los domingos.
Jesús es el extraño que siempre sale a nuestro encuentro, pero el domingo se nos acerca de una manera especial. Nos habla, nos enseña, camina con nosotros, nos ofrece la palabra, nos abre los ojos, nos parte el pan y lo cotidiano se transforma en sagrado y nos envía con el corazón alegre a compartir con los hermanos.
Gente ordinaria, como ustedes y yo y como los dos discípulos decepcionados podemos ser fortalecidos por Dios para hacer cosas extraordinarias.
Jesús quiere ser nuestro compañero de camino. Tiene gente que bendecir, vidas que transformar, corazones que animar. Y nos llama para ser discípulos listos para seguirle y deseosos de guiar a otros hacia una relación más plena con Dios.
Tenemos que inventar "la semana de animación a la lectura", pero no cualquier lectura. Los cristinos tenemos que calentar el corazón y transformarlo y gozar con la Palabra, la Escritura que da testimonio del Resucitado. La comunidad se hace más comunidad si todos estamos en la misma página de la Escritura. La comunidad se hace más cristiana si nos exhortamos desde la Palabra, si la meditamos y la frecuentamos como a una novia muy querida. La comunidad necesita menos novenas, menos santitos y más entusiasmo por el poder de la única Palabra, la de Dios.
No lo olvide somos los huéspedes de Jesús. En su restaurante todos tenemos una mesa reservada para padres e hijos. Aceptemos su invitación.

Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

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