Publicado por Entra y Verás
Hay días y tiempos para todo. Unas veces estamos animados y las cosas nos salen bien y otras sucede lo contrario. El episodio de Emaus nos muestra dos discípulos desanimados, conformándose con una nueva vida sin el Maestro. Pero el recordar les llena de alegría y energía para seguir adelante. No vale conformarse, hay que luchar y vivir.
Hay días en los que parece que todo se tuerce, que todo lo que emprendemos sale mal. Si somos estudiantes no nos salen los problemas aun teniendo delante las soluciones. Si trabajamos, el jefe o el compañero de turno se empeñan en darnos la pelmada o en echar por tierra aquello que llevamos tiempo haciendo. Si estamos casados o tenemos pareja, parece que no hay manera de estar en paz, siempre hay un algo por lo que discutir. Si tenemos hijos, no sabemos cómo se las apañan pero cada día dan más guerra. Si vivimos en comunidad, hay días en que uno desearía vivir sólo, sin escuchar pamplinas. Días en los que lo mejor que puede pasar es que pasen y vuelva a amanecer. Ante esto, nuestro comportamiento suele ser muchas veces el de enfrascarnos en un ameno diálogo con el cuello de la camisa, sin ser capaces de mirar al frente, no siendo que alguien encima nos diga algo e interrumpa en nuestro rosario de reproches y lamentaciones. Y desde luego que aquí nos sobran las palmaditas en la espalda diciendo “lo importante es participar”. En la vida no hay premios de consolación, hay que apostar a tope y poner toda la carne en el asador. Consolarse solo con participar no vale para la vida ni para la fe, eso es un engañabobos parecido a la tila antes de un examen, o la moneda para el mareo. Lo peor es cuando le ponemos un disfraz piadoso, y entonces no está muy lejos de la dichosa frasecita que parece que ha sido grabada a fuego en tantas generaciones de cristianos condenados a sonreír ante el dolor pensando que así Dios también les sonríe, por culpa de tanto amante de lo rancio, de los cristianos de novena y escapulario paragolpes, porque como suelen decir esos aguafiestas con estola, "en esta vida estamos para sufrir ya disfrutaremos en la otra".
Así de cabizbajos, de desolados y desalentados caminaban los protagonistas del Evangelio. Habían emprendido la retirada, sus sueños e ilusiones habían terminado colgadas en la cruz, del que pensaban era su Salvador. A pesar de que las mujeres les han dicho que hay algo nuevo, ellos no se fían y deciden irse. Sin embargo, al igual que nos pasa a nosotros en esos días oscuros, es necesario que alguien nos abra los ojos, nos saque de nuestro ensimismamiento, nos mueva un poco el tapete para que reaccionemos y nos demos cuenta de que hay cosas más allá, que no somos todopoderosos, que no podemos ni debemos perder nunca la esperanza, que si caminamos sumidos en nuestros problemas vamos a dejar de lado cientos de detalles. Y luego llega el gesto que nos abre el entendimiento, y nos lleva al encuentro definitivo. En este caso fue la fracción del pan. A veces también es necesario volver a hacer lo que hacíamos antes para sentirnos felices y poder continuar adelante.
En este domingo Jesús quiere abrirnos los ojos para entender cómo Él se implicó en el mundo hasta dar la vida en la cruz, cómo se metió en los conflictos para hacer presente el amor entregado del Padre. Una vida cristiana sin implicación con el mundo no es auténtica, no es reflejo de amor. No cabe el miedo en forma de comodidad sino el riesgo que habla de confianza a pesar de la dificultad. Los seguidores de Jesús no debemos ser de los que tiran la piedra y esconden la mano, o de los que se retiran y salen corriendo cuando las cosas no salen como ellos creen.
Debemos tener claro que, como he dicho antes, aquí lo importante no es participar sino vivir. Estamos celebrando la victoria de una vida entregada. La vida y el amor ganan. Así de contundente. Victoria, sí, sobre las dudas, sobre las noches oscuras, sobre lo injusto; del inocente sobre la hipocresía, del amor sobre el miedo, del valor sobre la huída, de la vida sobre la muerte; de la alegría profunda sobre la sonrisa vacía; victoria de la entrega sobre la huída; del abrazo sobre el prejuicio. Victoria, sí del dar sobre el exigir, del vivir sobre el cumplir. Eso es lo que estamos celebrando aunque tengamos días para olvidar no debemos perder la esperanza y cerrarnos en nosotros mismos. Tenemos que vivir.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
Hay días en los que parece que todo se tuerce, que todo lo que emprendemos sale mal. Si somos estudiantes no nos salen los problemas aun teniendo delante las soluciones. Si trabajamos, el jefe o el compañero de turno se empeñan en darnos la pelmada o en echar por tierra aquello que llevamos tiempo haciendo. Si estamos casados o tenemos pareja, parece que no hay manera de estar en paz, siempre hay un algo por lo que discutir. Si tenemos hijos, no sabemos cómo se las apañan pero cada día dan más guerra. Si vivimos en comunidad, hay días en que uno desearía vivir sólo, sin escuchar pamplinas. Días en los que lo mejor que puede pasar es que pasen y vuelva a amanecer. Ante esto, nuestro comportamiento suele ser muchas veces el de enfrascarnos en un ameno diálogo con el cuello de la camisa, sin ser capaces de mirar al frente, no siendo que alguien encima nos diga algo e interrumpa en nuestro rosario de reproches y lamentaciones. Y desde luego que aquí nos sobran las palmaditas en la espalda diciendo “lo importante es participar”. En la vida no hay premios de consolación, hay que apostar a tope y poner toda la carne en el asador. Consolarse solo con participar no vale para la vida ni para la fe, eso es un engañabobos parecido a la tila antes de un examen, o la moneda para el mareo. Lo peor es cuando le ponemos un disfraz piadoso, y entonces no está muy lejos de la dichosa frasecita que parece que ha sido grabada a fuego en tantas generaciones de cristianos condenados a sonreír ante el dolor pensando que así Dios también les sonríe, por culpa de tanto amante de lo rancio, de los cristianos de novena y escapulario paragolpes, porque como suelen decir esos aguafiestas con estola, "en esta vida estamos para sufrir ya disfrutaremos en la otra".
Así de cabizbajos, de desolados y desalentados caminaban los protagonistas del Evangelio. Habían emprendido la retirada, sus sueños e ilusiones habían terminado colgadas en la cruz, del que pensaban era su Salvador. A pesar de que las mujeres les han dicho que hay algo nuevo, ellos no se fían y deciden irse. Sin embargo, al igual que nos pasa a nosotros en esos días oscuros, es necesario que alguien nos abra los ojos, nos saque de nuestro ensimismamiento, nos mueva un poco el tapete para que reaccionemos y nos demos cuenta de que hay cosas más allá, que no somos todopoderosos, que no podemos ni debemos perder nunca la esperanza, que si caminamos sumidos en nuestros problemas vamos a dejar de lado cientos de detalles. Y luego llega el gesto que nos abre el entendimiento, y nos lleva al encuentro definitivo. En este caso fue la fracción del pan. A veces también es necesario volver a hacer lo que hacíamos antes para sentirnos felices y poder continuar adelante.
En este domingo Jesús quiere abrirnos los ojos para entender cómo Él se implicó en el mundo hasta dar la vida en la cruz, cómo se metió en los conflictos para hacer presente el amor entregado del Padre. Una vida cristiana sin implicación con el mundo no es auténtica, no es reflejo de amor. No cabe el miedo en forma de comodidad sino el riesgo que habla de confianza a pesar de la dificultad. Los seguidores de Jesús no debemos ser de los que tiran la piedra y esconden la mano, o de los que se retiran y salen corriendo cuando las cosas no salen como ellos creen.
Debemos tener claro que, como he dicho antes, aquí lo importante no es participar sino vivir. Estamos celebrando la victoria de una vida entregada. La vida y el amor ganan. Así de contundente. Victoria, sí, sobre las dudas, sobre las noches oscuras, sobre lo injusto; del inocente sobre la hipocresía, del amor sobre el miedo, del valor sobre la huída, de la vida sobre la muerte; de la alegría profunda sobre la sonrisa vacía; victoria de la entrega sobre la huída; del abrazo sobre el prejuicio. Victoria, sí del dar sobre el exigir, del vivir sobre el cumplir. Eso es lo que estamos celebrando aunque tengamos días para olvidar no debemos perder la esperanza y cerrarnos en nosotros mismos. Tenemos que vivir.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
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