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lunes, 23 de mayo de 2011

Objeción de sentido común


Publicado por Entra y Verás

«Ser ciudadano, pero no borrego. Lo primero, es cualidad del que participa y vive. Lo segundo, para qué decirles, del gregarismo del que por aquí hay que ir a la fuerza. Hay un derecho de ciudadanía al que no se está dispuesto a renunciar. De ahí viene la objeción a esa integración a empujones».

Tanto tiempo entre nosotros y todavía no te has integrado. Esto de la integración está resultando una pesadísima y desagradable murga. Parece como si lo de integrarse fuera cuestión vital, y hasta suponer que el no integrado es poco menos que un enemigo público.

No debo ocultar que la palabra integración siempre me ha resultado un tanto incómoda. Puede ser que estén actuando antiguas reminiscencias de las integrales matemáticas de tan doloroso recuerdo. Así que me decido a consultar ese paño de lágrimas de escritores que es el Diccionario de la Real Academia, y enterarme de los conceptos académicos que están detrás de la palabra en cuestión.

Me gusta lo de meterse, pero no como una cuña de madera muerta para rellenar el hueco que ha dejado la termita en un mueble antiguo, sino como injerto que participa activamente en la vida del árbol.

Tengo interés por meterme en el árbol de mi patria, de la nación a la que pertenezco, de la ciudad en que vivo y entre las gentes que forman esa extensa familia de la comunidad. Pero no con calzador y a la fuerza, y mucho menos para que se reconozca una ciudadanía extraña a la historia y cultura de un pueblo, fabricada desde ideologías políticas interesadas.

Ser ciudadano, pero no borrego. Lo primero, es cualidad del que participa y vive. Lo segundo, para qué decirles, del gregarismo del que por aquí hay que ir a la fuerza. Hay un derecho de ciudadanía al que no se está dispuesto a renunciar. De ahí viene la objeción a esa integración a empujones. De tener que entrar por criterios y normas de conducta que chirrían a la condición de un ciudadano auténticamente libre. ¡Sea usted buen ciudadano e intégrese, hombre de Dios! Y se quieren imponer modelos únicos, y con unas opciones que repugnan a unos profundos convencimientos morales.

Como ciudadanos somos todos, unos y otros necesitamos estar bien educados para convivir, más que pacíficamente, con verdadera y positiva actitud de servicio recíproco. Educación por una ciudadanía en la que cada cual se sienta a gusto y respetado en sus creencias y normas de conducta moral y religiosa.

Así que, a la objeción de conciencia también puede asociarse la del sentido común. Una comunidad, una sociedad, una ciudadanía es algo mucho más, mucho más, que un grupo de piezas integradas. Lo de “pieza” viene de aquel antiguo sistema de dotación por individuo.

Decía Benedicto XVI que hay países que “conceden una gran importancia al pluralismo y la tolerancia, pero donde la religión sufre una marginación creciente. Se tiende a considerar la religión, toda religión, como un factor sin importancia, extraño a la sociedad moderna o incluso desestabilizador, y se busca por diversos medios impedir su influencia en la vida social. Se llega así a exigir que los cristianos ejerzan su profesión sin referencia a sus convicciones religiosas o morales, e incluso en contradicción con ellas, como, por ejemplo, allí donde están en vigor leyes que limitan el derecho a la objeción de conciencia” (Al Cuerpo Diplomático, 10-1-2011).

Carlos Amigo Vallejo

Artículo publicado en la revista Vida Nueva, nº 2753

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