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jueves, 23 de junio de 2011

Domingo del Corpus Christi (Jn 6. 51-58) - Ciclo A: NOS ACERCAMOS Y ALEJAMOS MÉTRICAMENTE DE DIOS



1.- Uno de vosotros me contó una vez el profundo recuerdo que guarda de su Primera Comunión. Una monjita, de esas que ahora llamamos tontas, pensando que los niños pusiesen un toque muy personal en ese primer encuentro con Jesús Eucaristía, les dijo que cuando tuvieran a Jesús en su pecho le contasen un cuento, como hacía cada uno con su hermanito pequeño, y que ella le había contado el cuento de Caperucita Roja, y esa fue su primera conversación con Jesús.

Nosotros, que sabemos tanto, nos revelamos contra una cosa así porque eso es rebajar la grandeza de la Eucaristía, su sentido social, universal, su dinámica fraternal.

Yo no sé que pensará Jesús, que nos mandó hacernos como niños, que se rebajó a poner en cuentos y parábolas nada menos que el amor de Dios a los hombres. Ese Jesús escuchó, sin duda, con ilusión el cuento el cuento de Caperucita Roja, que todavía nadie le había contado.

2.- Es mucha verdad que comulgar no es atraer hacia nosotros un Cristo particularmente mío, sino sumergirnos todos a la vez en un único y unitivo Cristo. No es cada uno tomar un vaso de agua de una piscina y bebérnoslo… Es tirarnos todos a la misma piscina que es Cristo.

Porque el efecto de la Eucaristía está simbolizado en eso mismo de ser pan, porque como ese pan estaba disperso por valles y colinas en espigas solitarias, y ahora amasado forma un solo pan, así en la Eucaristía los hermanos dispersos por el mundo entero se reúnen en un solo cuerpo que es Cristo, como nos dice el primer Catecismo Católico de la Iglesia, la Didajé

Eucaristía y fraternidad, Eucaristía y compartir con los demás lo que cada uno tiene, ha estado siempre unido desde los primeros tiempos. El ofertorio de nuestras misas no es más que un símbolo de aquello que era el ofrecimiento en especie que cada uno hacía para que los presbíteros luego lo hicieran llegar a los más necesitados.

3.- Todo esto es verdad pero yo me temo que estemos perdiendo fe en esa presencia real del Señor en los Sagrarios. Y no son poco los teólogos de última hora, los teologuillos, que despreciando las explicaciones de grandes teólogos antiguos las han suplido por tan maravillosas explicaciones que han acabado con el misterio. Por ejemplo, decir que la diferencia entre el pan antes y después de la consagración es la misma que hay entre el anillo nupcial antes y después de la boda. Antes era puro anillo y después tiene un significado… Un significado que le he puesto encima, pero el anillo no ha cambiado nada. O sea que la presencia real de Cristo en la Eucaristía quedaría reducida a una imaginación vuestra y mía, nada real.

¿Cómo se puede adorar una imaginación? ¿Cómo se puede llevar en procesión algo imaginado? ¿Cómo se les puede llevar a los enfermos como último consuelo de su vida una imaginación?

4.- Yo quisiera hoy insistir más en ese Jesús, el del cuento de Caperucita Roja, en esa fe sentida, agarrada en el corazón, en ese Jesús realmente presente en nuestros sagrarios. En ese Dios con nosotros, en ese “yo estaré con vosotros hasta el final de los siglos”.

¿Será posible que creamos que el Hijo de Dios, Dios, está presente en ese Sagrario y podamos marcharnos a casa? Es verdad que Dios está en todas partes, pero desde la encarnación, primero, y luego con el Señor escondido bajo el pan, tenemos a un Dios del que nos separan distancias métricas.

Los niños se acercaban métricamente a Dios cuando se abrazaban a Él. María estuvo métricamente junto a Dios abrazada sus pies en el huerto del sepulcro. El joven rico se acercó métricamente a Dios cuando se acercó a Jesús-Dios y se postro ante Él

Pues de la misma manera hoy nos acercamos y alejamos métricamente de Dios según nos acercamos o alejamos del Sagrario, porque en ese pan que ocupa parte en el espacio está Dios, aunque no sepamos explicar como… Jesús, el Hijo de Dios, vive en una calle de Madrid, en una casa que tiene un número, como nuestros amigos tienen una dirección concreta.

5.- Sabéis lo que es para mí este estar cerca de Jesús sin verle… Es como estar en una balconada que mira al mar charlando con un gran amigo. Pasan las horas, llega el crepúsculo, se echa la noche, ya lo hemos dicho todo, nada tenemos que ya que decir, no nos vemos, no nos oímos, pero ninguno tiene necesidad de levantarse a encender la luz, estamos seguros de que allí junto a nosotros está él o ella. Y eso basta. No necesitamos ver, no necesitamos oír. Sólo estar.

No si vendrían a tono los versos de San Juan de la Cruz…

Olvido de lo criado

memoria del Creador

atención de lo interior

y estarse amando al amado…

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