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domingo, 5 de junio de 2011

Homilías y Reflexiones para el Domingo de la Ascensión del Señor (Mt 28,16-2) - Ciclo A


Publicado por Iglesia que Camina

COMIENZA EL PEREGRINAJE DE LA IGLESIA

Jesús terminado el tiempo pascual regresa a donde vino, al Padre. Por lo que la Iglesia luego de su experiencia pascual del Resucitado, comienza su peregrinaje. Un peregrinaje que no terminará hasta el fin de la historia.
Los discípulos quedaron contemplando maravillados cómo el Señor se les iba y los despedía, pero ya no era el tiempo de quedarse mirando hacia arriba. Comenzaba el tiempo de reemplazar a Jesús y comenzar a mirar a la tierra. Los ángeles mismos son los que se lo dicen: “¿Qué hacéis ahí plantados, mirando al cielo?” Ya no es el tiempo de quedarse mirando a las estrellas, es el tiempo de mirar a la tierra, a los hombres, a la humanidad. No es el tiempo de que “quedarse plantados”, es el tiempo de andar, comenzar a peregrinar por los caminos del mundo, como caminaba Jesús mismos el tiempo que estuvo con ellos.

Es el último mensaje que también les deja Jesús: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.”

Con la Encarnación comenzó el tiempo de Jesús. Con la Ascensión comienza el tiempo de la Iglesia. Con la Encarnación comenzó el tiempo de Jesús en la estrecha geografía de Palestina. Con la Ascensión comienza el tiempo de la Iglesia en la amplia geografía del mundo entero, de todos los pueblos, sin excluir a nadie.

Por eso, la Ascensión es el triunfo definitivo de Jesús, pero es el comienzo del compromiso de la Iglesia. Un compromiso de una Iglesia peregrina, una Iglesia de los caminos, una Iglesia que se olvida de fronteras y se hace Iglesia de todos y para todos. La Iglesia del “ir”, no la Iglesia del “esperar”: “Id”. No la Iglesia que se instala y espera a que vengan a ella, sino la Iglesia desinstalada, caminante. Hablamos mucho de la “Cabeza de la Iglesia” y es cierto que necesita de la cabeza, pero yo prefiero llamarla la “Iglesia de los pies”, la Iglesia de las “sandalias y zapatos rotos”.

La evangelización no es una devoción ni una opción, es un mandato. Un mandato trinitario: ”Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. “Id y haced discípulos.”" ¿Qué Iglesia estamos viviendo? ¿Cuál y cómo es nuestra Iglesia? ¿La del despacho parroquial o la de las calles y caminos? ¿La Iglesia refugiada en los templos o la Iglesia que sale al encuentro de los hombres? Jesús no tuvo despacho alguno. Jesús solo tuvo caminos, que no eran precisamente carreteras.




DIOS CUENTA CON LOS DÉBILES

El relato de Lucas es bien significativo. Mientras Jesús se está despidiendo de ellos, no tiene reparo en decir “pero algunos dudaban”. Resulta curiosa la fe que Dios tiene en nosotros, incluso pese a nuestras debilidades. Los discípulos no eran ningunos héroes, eran hombres como el resto, con sus miedos, sus dudas y sus inseguridades; sin embargo, Jesús cuenta con ellos y les confía nada menos que continuar su propia misión de proclamar el Evangelio del Reino.

Muchos de nosotros nos justificamos de no hacer nada porque “no sabemos, no podemos, no nos atrevemos”, es decir, también nosotros tenemos dudas. Dudas de Él y dudas de nosotros mismos.

Esa es la Iglesia. Hay valientes capaces de dar la vida por el Evangelio y hay tímidos que no nos atrevemos a hablar de Dios delante de los demás. Nos olvidamos de lo que Jesús les dijo: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” No estamos solos, nuestras cobardías pueden convertirse en valentías cuando sabemos que a nuestro lado está Él, por más que no le veamos.

Por eso, nadie queda dispensado de ser evangelizador, de proclamar el Evangelio allí donde esté. No sólo en el templo donde es muy fácil hacerlo, sino entre los amigos, los compañeros de trabajo y, sobre todo, la familia.

¿Qué no sabemos mucho? ¿Y cuánto sabían los discípulos? La evangelización no es tanto problema de “saber mucho”, de ser “grandes teólogos”, sino de ser testigos, de dar testimonio con nuestras vidas, incluso si no decimos nada. Dejar que hable nuestra vida por nosotros. La autosuficiencia no es el mejor método de evangelizar. La debilidad abre el camino aún a aquellos que se sienten fuertes.





¿DIFÍCIL CREER EN LA IGLESIA?

La mayor dificultad que muchos tienen para creer en la Iglesia, es que la Iglesia está compuesta de hombres comunes como el resto de los mortales. Fue la misma dificultad que Jesús tuvo para que le consideraran “Hijo de Dios”. Lo veían como hombre. Lo que era un estilo de acercamiento se convierte en una razón de lejanía.

- Si Jesús fundase una Iglesia con ángeles diríamos: “No es para nosotros.” Nosotros no somos ángeles. Y ahora que la fundó con hombres normales, decimos: “Hombres como nosotros.”

- La otra dificultad es que en la Iglesia también existe el pecado. “Yo no creo en la Iglesia, porque es pecadora.” Si Jesús hubiese fundado la Iglesia con “sólo los santos” diríamos: “No es para mí, porque yo no soy santo”. Y ahora que la fundó con pecadores, decimos que no creemos porque es pecadora como nosotros.

- Yo me felicito de que la Iglesia esté compuesta de hombres y de pecadores, porque así sé que también yo puedo ser Iglesia, ya también yo soy hombre y también pecador.

Personalmente no me escandaliza el pecado en la Iglesia. Más me escandaliza el que haya tan pocos que quieren ser santos. Ser pecadores es nuestra condición humana, pero ser santos es revelar el poder de la gracia en ella. Jesús tampoco se escogió a angelitos ni a santos, se escogió unos hombres bien normales y hasta bien rudos y difíciles. ¿Difícil creer en la Iglesia? ¿No será que aún no logramos entender su misterio? Y algo curioso, si lo dijesen los santos, lo entiendo, pero que nos escandalicemos de los pecados de la Iglesia los mismos pecadores que la manchamos...





UNIVERSALIDAD DEL CRISTIANO

Yo no sé lo que muchos entienden cuando hablamos de “Iglesia católica”. La confundimos con la Iglesia de Roma. Es cierto que la Iglesia de Roma es católica, pero qué significa católico. Nadie piense que se trata de un “apellido” de familia.

“Católico” significa universal, sin fronteras. Y Jesús lo dice claramente en su despedida: “Id y haced discípulos de todos los pueblos.” Ahí está la catolicidad del cristiano y de la Iglesia.

Católico significa que nadie queda excluido.
Católico significa que la salvación es para todos.
Católico significa que Jesús salvó a todos.
Católico significa que Jesús quiere que todos conozcan el Evangelio.
Católico significa que Jesús quiere que todos le conozcan a Él.
Católico significa que Jesús ama a todos y muere por todos.

Decir “todos” es decir “todos”, sin excluir a nadie. Ni ricos ni pobres. Ni a sabios ni a ignorantes. Ni a los de otra raza o cultura distinta a la nuestra.
Decir “todos” implica también a los malos y no solo a los buenos. Porque también los malos pueden ser algún día buenos, como los buenos pueden algún día ser malos.

Católico es tener un corazón más grande que nuestro provincialismo, nuestro regionalismo, nuestro color o nuestra raza.
Católico es aquel en cuyo corazón, como en el de Dios caben todos. También aquellos que a nosotros nos caen mal.

Hoy se habla mucho de la globalización y no hay mayor globalización que un corazón católico. Pero una globalización que no se aprovecha de los débiles sino que lucha por ellos. ¿En pensamos y qué decimos cuando rezamos en el Credo y decimos “creo en la Iglesia católica"? No es precisamente nuestra Iglesia, sino la Iglesia de todos y para todos.





LO MEJOR, ENEMIGO DE LO BUENO

Esto lo hemos repetido infinidad de veces.
Hasta puede que haya en ello algo de razón.
Aunque también se presta a muchos engaños.

Como no puedo lograr lo mejor, me contento con lo bueno.
Como no puedo ser el primero, me contento con ser un mediano.
Como no puedo ser santo, me quedo en un bueno vulgar.
Como no puedo no puedo remediar los males del mundo, no hago nada.
Como no puedo no puedo remediar la pobreza del mundo, me cruzo de brazos.

Es que cuando se renuncia al ideal, cualquier cosa se convierte en ideal.
Así como sentimos que no podemos llegar a ser lo que otros son, me doy por satisfecho en ser cualquier cosa.
En realidad, debiéramos aspirar siempre a lo máximo, aunque luego nos quedemos a medio camino.

Debiéramos aspirar a ser los primeros, aunque luego nos quedemos en segundos o terceros.
Debiéramos aspirar a ser santos, por más que luego nos quedemos en buenos.
Es que quien apunta bajo, nunca llegará muy alto.
Quien aspira a poco, nunca logrará mucho.

Decir que lo mejor es enemigo de lo bueno, puede ser una trampa que nosotros mismos nos ponemos para justificar nuestra pobre vulgaridad.
El atleta que se contenta con ser el último, nunca se esforzará por ser primero.
Pero quien lucha por ser primero es posible que llegue muy arriba.
Quien mira la cima de la montaña como un imposible, nunca saldrá del llano.
El alpinista vive de la ilusión de alcanzar las cimas.
A veces tiene que renunciar en el camino, pero ya había llegado muy alto.

No te contentes con poco porque es posible que estés renunciando a lo mucho.
No te contentes con ser bueno porque es posible que estés frustrando el santo que Dios espera de ti.
Aspirar a lo mejor siempre será un aliciente para que luches y vueles más alto.
Aspirar a lo mejor es vivir de la esperanza que te dará fuerzas para luchar.

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