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domingo, 26 de junio de 2011

Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor: Solo con hambre


Publicado por Entra y Verás

Hambre, ilusión, ganas… se oponen a rutina, costumbre, rutina. La eucaristía es una fiesta en la que se debe participar activamente. No es para comer entre horas, ni para picotear de mala manera. Tener hambre, tener gana de celebrar, de encontrarnos, de compartir es lo que hace que la eucaristía sea una verdadera acción de gracias.

A las puertas del verano y con la operación bikini a la vista quien más y quien menos retoca su figura antes de lucir el palmito en la piscina o en la playa. En estos días se cuida la alimentación, a veces demasiado, evitando las grasas y, sobre todo, se procura no comer entre horas; sólo cuando se tiene hambre y nunca más de lo necesario.

En la vida cristiana también tenemos que cuidar los michelines del cumplimiento y la monotonía; de la ley y la rutina. Alimentarse equilibradamente sólo es posible cuando en verdad se tiene hambre y nunca comiendo a solas, sino junto con otros. Tener hambre de celebrar implica una fe viva y madura. No olvidemos que la forma que tuvo Jesús de despedirse de sus compañeros fue una comida fraterna no una conferencia, un mitin, un fervorín piadoso o un rosario por las calles. Nosotros celebramos, o deberíamos celebrar la eucaristía, como ese banquete de comunión donde Dios está en comunión con nosotros, nosotros con Dios y, sobre todo, nosotros entre nosotros. Hemos convertido la eucaristía en una especie de “chica para todo”. Sirve para clausurar congresos, comenzar reuniones, entregar premios, diplomas… Por otra parte, parece que nos cuesta caer en la cuenta de que es el sacramento no de las rúbricas, las normas y los protocolos, sino del compartir cuanto somos y tenemos; la mesa fraterna de nuestros deseos, aspiraciones, angustias y dudas. Sólo compartiendo con sinceridad nuestras vidas podremos decir que comulgamos aquello que nos une. La Eucaristía, como le gustaba decir al inolvidable Jesús Burgaleta, no es para recibir, sino para dar, compartirse, darse. Sin comunión, sin compartir habrá ritual, habrá teatro con buenos disfraces, con guiones que nadie entiende, pero no habrá eucaristía. Pensaremos que hemos adelgazado nuestros pecados pero en realidad hemos engordado nuestro ego. El pan vivo y compartido es el único que adelgaza.

Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida, dice Jesús en el evangelio y añade «el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna». ¿Qué significa esto? Comer su carne no es sino identificarse con Jesús en su etapa histórica, llevando una vida como la suya preocupada por llevar a todos un mensaje de libertad y esperanza, de dignidad, que antepone la persona a la ley. Beber la sangre simboliza la entrega amorosa hasta el fin. sin ceder ante la prueba o la amenaza.

Encontrarnos cada domingo alrededor de la mesa de la eucaristía nos compromete. Comulgar no es lo mismo que tragarse a Jesús. Comulgar no es lo mismo que ponerse las botas para toda la semana gorroneando en un piscolabis sin gastar un euro. Comulgar no es aplacar el cargo de conciencia. Comulgar no es una actividad más del fin de semana. Comulgar puede convertirse en la pesada digestión de un menú de boda con úlcera de estómago pues comulgar implica, como he dicho más arriba, intentar llevar la misma vida que Jesús llevó y eso no es precisamente algo sencillo, fácil y digerible.

A partir de la eucaristía, nuestra vida tiene que abrirse a un mundo que nos llama y nos grita, para que nos impliquemos con aquellos que nos necesitan, con sus esfuerzos y con sus dudas. Que seamos capaces de decir “sí”, de comprometernos. La raíz de la vida está en que nos sepamos parte del horizonte de los otros. Tenemos que ser capaces de compartir el pan nuestro de cada día, que pedimos en el padrenuestro. El hecho de comer todos de un mismo pan hace que nos mantengamos unidos de tal modo que nadie debería para hambre mientras nosotros tengamos pan en el bolsillo. La eucaristía no es más que fuente de caridad y solidaridad. Sino es así, mejor no acudir pues nuestra religión se habrá convertido en mero ritualismo y cumplimiento egoísta que nos estropeará la figura. Celebrar la eucaristía con hambre de encuentro con Dios y con los demás, nos aportará la energía necesaria, sin engordar, para comprometernos por fomentar la igualdad de oportunidades entre todos los seres humanos. Después de todo lo dicho, espero que la figura de nuestro seguimiento de Jesús sea cada vez más esbelta, pues eso significará que hemos ido abandonando todos los malos hábitos que se nos presentan bajo el disfraz de unas prácticas saludables para mantener el espíritu en forma. En lo religioso, más vale “pasar hambre” que comer por obligación.

Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)

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