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miércoles, 17 de agosto de 2011

JMJ con el Papa. Pedro, Roca de la iglesia según Mt 16, 17-19


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La venida del Papa a Madrid, con ocasión de la JMJ, nos invita a evocar el sentido de Pedro según el evangelio de Mateo. Los relatos más antiguos del NT sobre Pedro están en Pablo (Gal, 1 Cor) y en Marcos, donde su figura aparece más bien con rasgos negativos. Pues bien, unos años después (hacia el año 80), un autor a quien llamamos Mateo (Mt) ha retomado en otra perspectiva la narración de Marcos, completándola con elementos del Q y con sus propias aportaciones, desde la nueva situación de su comunidad.

Para ello recoge algunas tradiciones paulinas de Marcos, pero las integra en una iglesia (de Antioquia o de la Alta Galilea) que se esfuerza por asumir y superar un judeo-cristianismo más vinculado a Santiago desde la perspectiva de Pedro. De esa manera ha podido transformar el final negativo (o abierto) de Marcos, diciendo que Pedro y los suyos (los once) han escuchado la voz de las mujeres y han vuelto a Galilea, culminando lo que en Marcos quedaba pendiente e iniciando allí (Galilea) la misión universal de Jesús (cf. Mt 28, 16-20).

Mateo ha querido unir dos grandes tradiciones,la de Santiago(fidelidad a la ley judía) yla de Pablo(apertura universal del evangelio), recreando para ello la figura de Pedro a quién, sin separarle del resto de los discípulos (los Doce), concede la función determinante de interpretar desde Jesús la Ley judía, para iniciar de esa manera una misión universal cristiana, apareciendo así como piedra base de la iglesia y portador de las llaves del Reino, como veré en cap 20. Es evidente que Mateo no «inventa» esa función de Pedro, sino que interpreta y ratifica algo que Pedro ha realizado, al servicio de la iglesia, recuperando y matizando la visión de Santiago, hermano del Señor, para vincularla con la experiencia y tarea universal de los helenistas y Pablo, garantizando así la unidad de las iglesias, fundada en la confesión de Jesús como «Cristo, Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16)[1]..



a. Pedro y las llaves del Reino de los cielos.



A semejanza de Marcos, el evangelio de Mateo parece haber surgido también en un contexto cercano, en la Alta Galilea (o quizá en el entorno de Antioquía), en una iglesia que ha recibido el influjo de los cristianos de Santiago y lo ha podido unir con el universalismo de Pablo, presentando a Pedro como garante de la recta interpretación de la Ley de Jesús y de la unidad de los cristianos. Por eso, a diferencia de Mc 8, 29, el Jesús pascual de Mateo asume la confesión de Pedro y, en vez de rechazarle, llamándole Satanás, le concede una tarea esencial en su Iglesia:



Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás,

porque no te lo ha revelado la carne ni la sangre,

sino mi Padre que está en los cielos.

Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta «piedra» edificaré mi Iglesia,

y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella.

Y a ti te daré las llaves del Reino de los cielos:

lo que atares en la tierra será atado en los cielos,

y lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos (Mt 16, 17-19).



Éste es un texto pascual, una palabra que Jesús resucitado dirige a Pedro (¡a un Pedro que ya ha muerto!), ratificando la función que ha realizado en la iglesia. Éste es el texto clave de una comunidad que, habiendo estado por un tiempo más ligada a Santiago, ha asumido después una interpretación más universal del evangelio, en la línea de Pablo, apoyándose para ello en el recuerdo y la misión mediadora de Pedro, quien ha sido capaz de abrir con la llave de Jesús las puertas de la ley (para que los gentiles puedan entrar en el Reino de los cielos).

Ciertamente, este pasaje ratifica una tarea pasada (ya cumplida) de Pedro, a quien toma como verdadero garante de la herencia israelita y universal de Jesús. Mateo supone con esta palabra que Jesús ha justificado y avalado una interpretación universal del evangelio, que es propia de Pedro, asumiendo de esa forma la misión y teología de los helenistas y de Pablo, como supone el fin de su libro (cf. Mt 28, 16-20). Para las comunidades que están al fondo de Mateo, el gesto de Pedro ha resultado fundamental en su visión del evangelio.

Ésta ha sido la «tercera oportunidad» de Pedro y la ha cumplido bien. La primera fue cuando dejó aJuan Bautista, junto al río Jordán, y siguió a Jesús en Galilea. La segunda fue al comienzo de la experiencia cristiana, tras las muerte de Jesús, cuando, a la cabeza de los Doce, inició una misión cristiana dirigida a las ovejas perdidas de Israel (cf. Mt 10, 6). Ésta ha sido la tercera, cuando, avanzado ya el camino de la iglesia, iniciada la disputa entre los más legalistas (partidarios de un cristianismo judío) y los más universales (partidarios de un cristianismo abierto a todos los pueblos), Pedro asume y defiende la misión universal de la iglesia, interpretando así, de una manera universal, el mensaje y tarea de Jesús, como culminación de la Ley israelita.

Pedro aparece de esa forma como el auténtico «rabino cristiano», con llaves que «abren y cierran» las puertas del Reino, permitiendo de hecho que entren en la iglesia los excluidos de la sociedad, los pobres de Jesús, sin necesidad de cumplir la ley nacional judía. No todos los grupos cristianos (¡pensemos en Pablo!) necesitaban un testimonio como éste. Pero la comunidad que está al fondo de Mateo lo ha necesitado, para vincular de esa manera la misión universal de la iglesia con el mensaje de Jesús, a partir del testimonio de Pedro, cuya vida y misión recoge este pasaje. Según eso, el mismo Jesús pascual ha ofrecido a Pedro las «llaves del Reino», para que lo siga abriendo a los pobres y expulsados de Israel y de un modo especial a los gentiles. Estas palabras pascuales que Jesús dirige a Pedro han sido básicas para que una determinada iglesia, que ha corrido el riesgo de cerrarse en un nacionalismo judío, pueda abrirse a los gentiles, vinculando así los caminos de Santiago y Pablo. Podemos comentarlas como sigue:



1. Tú eres Pedro.



Esas palabras de Jesús ratifican lo que Pedro ha realizado ya, una vez y para siempre. Hubo un momento en que diversas comunidades corrieron el riesgo de escindirse, por su forma de entender la ley judía. Fue necesaria la aportación de mediadores y, sobre todo,la de Pedro a quien hallamos ofreciendo su experiencia en un momento clave de la iglesia (cf. Hch 15). Había sido discípulo de Jesús y formó parte del grupo de los Doce, iniciando la misión intrajudía en Jerusalén y quizá en Galilea, pero no se cerró en un judaísmo nacional sagrado, como el grupo Santiago, sino que asumió la apertura de los helenistas, impulsando (desde su propia perspectiva) la misión universal del evangelio. Así pudo aparecer como garante de la nueva identidad supra-judía de la iglesia.

Eso significa que Mt 16, 16-19 debe entenderse en su contexto histórico. Muchos destinatarios y lectores de Mateo provenían de una iglesia judeo-cristiana cercana ala de Santiagoa quien habían tomado por un tiempo como intérprete definitivo del mensaje y de la obra de Jesús. Pues bien, en un momento dado, sin negar lo anterior, esos lectores de Mateo asumieron la perspectiva de Pedro y vieron que la iglesia no se puede fundar sólo en una ley nacional judía (Santiago), ni en una experiencia pascual como aquella que algunos atribuían a Pablo (que no conoció al Jesús de la historia y que parecía negar la ley judía), sino en Pedro, que había conocido a Jesús y que supo vincular las diversas tendencias eclesiales. Según eso, el mensaje de Mt 16, 16-19 forma parte de una «decisión histórica» de la iglesia de Mateo que, sin rechazar a Santiago y a Pablo, toma a Pedro como el intérprete autorizado de Jesús.



2. Y sobre esta piedra fundaré mi iglesia. Pedro está en la base de un edificio que sustituye al Templo de Jerusalén, el edificio de aquellos que creen en Jesús y que forman el «cuerpo mesiánico de Dios». En contra de Marcos (quien supone que Pedro no ha llegado todavía de verdad a Galilea, para cumplir el encargo de Jesús: cf. Mc 16, 7-8), Mateo afirma que Pedro ha cumplido ya su tarea y así le presenta como intérprete cristiano de la Ley judía y como primera piedra dela iglesia. Por eso, Jesús acepta la confesión de Pedro (¡Tú eres el Cristo!: Mt 16, 17), añadiendo, en contra de Mc 8, 33 (que le llamaba Satanás), que Dios mismo ha revelado a Pedro su carácter mesiánico y filial.

Según eso, el mismo Jesús resucitado proclama, de un modo solemne, tras varios decenios de historia cristiana (hacia el año 75/80 d.C., desde el interior del evangelio, estas palabras esenciales: «Y yo te digo: ¡Tú eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi iglesia y los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella!». Eso significa que, según Mateo, la comunidad mesiánica se funda sobre el testimonio de la fe de Pedro y de aquellos que asumen su camino, afirmando que Jesús no es sólo el Cristo de Israel, sino el Hijo de Dios para todas las naciones. El Jesús de Mateo supone por tanto que Pedro ha cumplido su función (una vez y para siempre), y así puede presentarse como Piedra o fundamento de la Iglesia.



3. Te daré las llaves del Reino de los cielos.



La función de Pedro como roca o base resulta inseparable de su tarea como «escriba experto en el Reino de los cielos» [2] (cf. Mt 13, 51), capaz de vincular las palabras de la antigua ley israelita y la experiencia nueva de Jesús, que le ha ofrecido las llaves del Reino de los cielos, es decir del Reino de Dios, que se vincula ya con el camino de la Iglesia. Pedro ha sabido emplearlas, ratificando la interpretación verdadera del evangelio, que vincula la fidelidad a la ley (propia de Santiago; cf. Mt 5, 17-20) y la misión universal (destacada por Pablo; cf. Mt 28, 16-20).

De esa manera, Pedro ha cumplido su función de clavero del Reino, de una vez y para siempre: «Te daré las llaves del Reino de los Cielos, y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mt 16, 19). Tampoco aquí se alude a una función de Pedro en el futuro, sino que el oráculo recoge lo que ha hecho ya, abriendo para siempre las puertas de Israel y de Jesús (las de Israel por medio de Jesús) a todos los pueblos de la tierra.



b. Otras llaves. La importancia de Pedro. Otras comunidades y textos cristianos (Marcos o Pablo, Santiago o el Apocalipsis, evangelio de Juan y Pastorales) no han sentido la necesidad de apelar a un pasaje como el de Mt 16, 16-20. De todas formas, una vez que ha sido recibido por el Nuevo Testamento, ese texto ha tenido la capacidad de suscitar una dinámica muy especial, como ha mostrado la historia posterior de la Iglesia. De todas maneras, dicho eso, debemos recordar que ese pasaje ha de entenderse en el conjunto del evangelio de Mateo, donde hay otros que matizan e interpretan su sentido.

El más importante es aquel donde se dice a cada comunidad cristiana: «Todo lo que atéis en la tierra será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra será desatado en el cielo» (Mt 18, 18). Cada comunidad aparece por tanto como portadora de la autoridad de Pedro. A partir de eso, para entender bien el sentido de las llaves de Pedro y de la Iglesia queremos situarnos en un contexto más amplio, destacando las tres líneas que siguen:



1. Las llaves de algunos escribas y fariseos (cf. Mt 23, 13-14) han servido para cerrar el Reino (no entran ellos, ni dejan entrar a los otros). Estos fariseos a los que alude el evangelio no son aquí los representantes de una autoridad ajena a la iglesia (en la línea del judaísmo rabínico posterior), sino más bien unos cristianos de línea farisea (cf. Hech. 15, 5), que quisieran que la Iglesia se cerrara a los de fuera. Son aquellos que, quizá en el entorno de la tradición de Mateo, se han opuesto a esa apertura universal que Pedro ha formulado desde dentro del mismo judaísmo.

Según eso, este pasaje de Mateo no critica a unos posibles «judíos externos», sino a un tipo de escribas y fariseos «interiores», que quieren apoderarse de las llaves del reino, para utilizarlas de un modo legalista, de manera que ni ellos entran (porque no aceptan de verdad el evangelio de Jesús), ni dejan entrar a los otros (es decir, a los que no cumplen sus normas, a los pobres de Jesús, a los impuros a los no judíos). Mateo está criticando aquí la visión de unos dirigentes eclesiales que estrechan el mensaje de Jesús y cierran las puertas del Reino a los pobres y pecadores, a lo gentiles.



2. Las llaves de Pedro (Mt 16, 17-19) han servido para abrir el reino a los gentiles y a los que estaban excluidos por otros. Pedro las utilizó una vez y para siempre, en un momento crucial de la historia de la iglesia, como clavero supremo, para que todos pudieran asumir el mesianismo judío de Jesús. Por eso, los cristianos posteriores se encuentran asentados sobre la roca de su fe, esto es, sobre su interpretación liberadora del evangelio.

Conforme a la visión de Colosenses y Efesios (cartas escritas en torno a los años ochenta, desde Éfeso), Pablo había abierto las puertas del Reino de Dios a los gentiles, poniendo así las bases de una iglesia universal (cf. cap. 15). Pues bien, el evangelio de Mateo, escrito en esos mismos años, en una comunidad de la Alta Galilea o Siria, dirá que el intérprete más hondo del evangelio, aquel que ha abierto las puertas del Reino de Dios a los pobres y los pueblos del mundo ha sido Pedro.



3. Las llaves de cada comunidad (Mt 18, 15-20). Este pasaje se aplica a cada iglesia cristiana, no a Pedro. Por eso omite la primera función de Pedro (la de ser roca), quizá porque supone que ella no puede repetirse, y atribuye la segunda, vinculada a las llaves de Dios (atar y desatar, cerrar y abrir), a la misma comunidad, que recibe así el poder de interpretar la palabra de Dios.

De una forma que resulta lógica en la línea del judaísmo y cristianismo antiguo, aunque no ha sido aceptada del todo por una visión posterior de la iglesia, el Jesús de Mateo no atribuye las llaves de Dios (atar–desatar) a una persona especial, sino a cada una de las comunidades cristianas (donde estén dos o tres reunidos en mi nombre…). Lo que hizo Pedro en su tiempo, de una vez por siempre, al servicio de la Iglesia (entendida de modo universal), pueden y deben hacerlo después los creyentes reunidos de cada iglesia particular, apareciendo así como herederos de su función constituyente o magisterial (que en el fondo es la misma).



Mateo sabe que Pedro ha cumplido su misión, como figura especial y única, de manea que después todos los cristianos, apoyados en lo que él ha realizado, se vuelven misioneros, extendiendo la Palabra de Jesús a todos los pueblos (Mt 28, 16-20). A diferencia de Mc 16, 7-8, que le sirve de inspiración, el final de Mateo supone que Pedro ha interpretado bien el mensaje de Jesús, de tal forma que ya no debe realizar nada especial (no debe ir a Galilea, pues está allí, con los Once). Por eso, el ángel de la pascua no tiene que decir a las mujeres del sepulcro vacío que vayan y digan «a los discípulos y a Pedro», sino que han de ir y decir a todos los «discípulos», esto es, a los «hermanos» de Jesús (entre los que está Pedro), que vayan a Galilea (cf. Mt 28, 7.10). Cumplida su misión, desaparece Pedro y sólo quedan con las mujeres los discípulos-hermanos, que van (han ido ya) y se reúnen con Jesús en la Montaña de Galilea, de donde Jesús les envía: «Id y haced discípulos a todos los pueblos…» (28, 19).

Pedro ha realizado su tarea en el principio de la iglesia, ha trazado el buen camino, ha ofrecido la recta interpretación del mensaje de Jesús; por eso, en el momento decisivo, cuando empieza la misión a todas las naciones no tiene que aparecer de un modo especial, ni mucho menos por encima de los otros hermanos de Jesús. La expansión del discipulado cristiano (lo mismo que la organización eclesial en Mt 18) pertenece al conjunto de los enviados de Jesús, que inician su misión desde la Montaña de Galilea y no desde Jerusalén (como supone Lucas). La Iglesia entera es la que debe ofrecer/expandir el discipulado de Jesús a todos los pueblos de la tierra[3].



[1] Entre los comentarios a Mt: U. Luz, El evangelio según san Mateo I-IV, Sígueme, Salamanca 2001/5; I. Goma, El evangelio según san Mateo I-II, Facultad de Teología, Barcelona 1980; P. Bonnard, El evangelio según san Mateo, Cristiandad, Madrid 1976; W. Trilling, El evangelio según san Mateo I-II (NTM), Herder, Barcelona 1970. Entre los estudios: W. Trilling, El verdadero Israel. La teología de Mateo, Fax, Madrid 1974; X. Pikaza, Hermanos de Jesús y servidores de los más pequeños (Mt 25,31-46) (BEB 46), Sígueme, Salamanca 1984; J. L. Segundo, El caso Mateo. Los comienzos de una ética judeocristiana, Sal Terrae, Santander 1994.

[2] Según costumbre judía, el evangelio de Mateo tiende a evitar el nombre de Dios que, según la Ley, no puede pronunciarse en vano (cf. Ex 20, 7). Las llaves del Reino de los cielos son, por tanto, las llaves de Dios.

[3] En contra del judaísmo nacional (y de la primera iglesia de Santiago), el principio y centro de unidad de la iglesia no está ya Jerusalén, sino en la misión universal, iniciada simbólicamente en Galilea (como sabía ya Mc 16, 1-8), donde debe hallarse Pedro, pero integrado en una comunidad de misioneros.

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