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domingo, 28 de agosto de 2011

XXII Domingo del T.O. (Mt 16, 21- 27) - Ciclo A: SUPERANDO INCOMPRENSIONES



En este fragmento de Mateo propuesto para la lectura de hoy, se muestran dos de las dificultades que solemos tener para leer bien el evangelio.
La primera es que el texto litúrgico es continuación inseparable de la lectura del domingo anterior.
En efecto, este fragmento completa el reconocimiento mesiánico que se dio en versículos anteriores. Los discípulos, con Pedro como portavoz, reconocen a Jesús como Mesías, pero Jesús -en el evangelio de hoy- matiza su afirmación hacia el verdadero mesianismo: no es el Mesías triunfal-político sino el que ha de sufrir la cruz.
La interesada lectura el domingo pasado de la primera mitad del texto ha prestado más atención al "primado de Pedro", mientras que el tema básico del evangelista es la correcta comprensión de Jesús.

Y una segunda dificultad es que en este mismo fragmento se funden dos enseñanzas diferentes, agrupadas aquí por Mateo.

Dentro del mismo texto evangélico, se deriva del Mesías sufriente a la concepción de la vida como negación de sí mismo. La cruz del Mesías da pie a consideraciones de tipo más existencial para el cristiano.

Los temas están relacionados, pero hay una clara modificación del género, que quizá debería haber aconsejado que estos textos disfrutasen de la categoría de mensaje separado del anterior.

Estos pasajes son centrales en el evangelio de Mateo, muestra su plan. Mateo hace un evangelio para mostrar que Jesús es el Mesías esperado, se esfuerza en mostrarlo como cumplimiento de las Escrituras, y tiene que matizar que la interpretación oficial de Israel no es correcta, que la vida del Mesías tendrá que pasar por el rechazo y la muerte, y que el Reino no será de rosas en este mundo para sus discípulos.

La incomprensión de Pedro y la áspera reprensión de Jesús muestran sin duda una realidad a dos niveles: lo lejos que están aún los discípulos de entender el mesianismo de Jesús, y lo lejos que podemos estar las personas religiosas de lo esencial del mensaje de Jesús. Pero esto lo desarrollaremos más adelante.

En el final del fragmento, el evangelista ha colocado tres sentencias de Jesús, probablemente pronunciadas en ocasiones diversas, unidas no tanto porque fueran pronunciadas en la misma ocasión, ni por su conexión lógica, sino porque las tres completan bien la idea de llevar la cruz", como aplicación a los discípulos del destino mismo de Jesús.

EL DESTINO DE JESÚS

Hay dos maneras de enfocar estas "predicciones" de Jesús.

La primera, desde la normalidad de nuestras maneras de entender (desde una Cristología baja, ascendente).

Jesús "empieza a adivinar" que las cosas van a ir de mal en peor y que hasta es posible que todo acabe en rechazo y en tener que afrontar la muerte por ello. Esta convicción progresiva le hace dar sentido al mensaje del Reino, interiorizado, como superación del mal profundo, del pecado, como negación de todo triunfalismo externo o cultual.

El segundo enfoque vendría dado por una Cristología alta, descendente, la propia de Juan, por la que Jesús "lo sabe todo" desde el principio y va preparando a sus discípulos para una revelación que Él posee desde siempre. Esto nos llevaría al tema de la "conciencia mesiánica" o "conciencia divina" de Jesús, que está fuera de nuestra intención en este domingo.

Según cuál sea nuestra posición en estos temas, entenderemos la cruz como "la voluntad del Padre", que tiene planeado el Sacrificio Redentor de su Hijo, o como el resultado inevitable de la atrevida predicación de Jesús y la consiguiente reacción de los poderes oficiales.

EL MESÍAS SUFRIENTE EN TODA SU MAGNITUD

El Mesías Triunfante es sólo la cabeza de un iceberg que invade todo el Antiguo Testamento. La Tierra Prometida es la tierra que mana leche y miel. La Alianza hará que nunca prevalezcan contra Israel los enemigos. Las buenas obras serán premiadas por Dios con bienes materiales y larga vida...

Todo un estadio primitivo de la religión, una etapa de Israel en su comprensión de Dios y de la vida.

Y una etapa, un estado quizá, de nuestra propia religiosidad. En el fondo, es Dios para nosotros, para nuestra vida aquí: Dios para mi comodidad, para mi prestigio. Dios anti-dolor, anti-enfermedad, anti-pobreza, anti-enemigos....

Pero la religión profunda, la de Jesús, no altera la vida sino que le da sentido. No quita la mala suerte, la enfermedad, los terremotos, las alternativas de la fortuna: Dios no nos libra de eso. Ni las riquezas son su bendición ni la enfermedad su castigo. Ni bendecirá nuestras guerras ni lo encerraremos en nuestros templos.

Todo eso se va a acabar con Jesús. Para el Pueblo de Israel (y por eso tenían muchísima razón los jefes del pueblo al considerar a Jesús como un gravísimo peligro), y para nosotros, invitados a una religiosidad más profunda, en la que Dios no sea un parche a las dificultades de la vida, sino el sentido de todo, de lo bueno y lo malo, lo agradable y lo desagradable de la vida.

NEGACIÓN, ¿QUÉ NEGAMOS?

"Negar, negación, negativo" son nociones peligrosas, palabras de poco prestigio hoy. "Hay que ser positivo, qué persona más negativa".

Y no es raro encontrar posturas anti-religiosas por entender la religión como negación de lo humano, del disfrutar, del sexo, del triunfo...

Y tampoco podemos negar que pueden tener razones para pensar así, porque hemos presentado algunas veces la cara negativa de la religión, como una ascesis negadora que sólo mira a la vida eterna: "fastidiarse aquí para merecer la vida eterna".

Pero no es así. La Palabra informa al ser humano de qué es Bien y qué es Mal, es decir, qué le conviene y qué le estropea.

El ser humano tiende a dejarse seducir (en el sentido más sensual de la palabra) por las apariencias: tiende a buscar lo inmediatamente agradable. Disfrutar aquí y ahora, triunfar del enemigo, vengarse, comprar todo lo que apetezca...

La Palabra anuncia al ser humano que es más que un animalillo destinado a sobrevivir lo más cómodamente que pueda en esta vida. Le dice: "eres más, no te conformes, no te dejes engañar."

Desde este punto de vista, todas las negaciones se convierten en ambiciones.

La justicia es más que la venganza, y el amor es más que la justicia: más satisfactorio, más humano y más "positivo".

La austeridad es más que el consumismo, más liberadora, más solidaria, más humanizadora.

El esfuerzo es más que el ocio, construye más a la persona, despierta ambiciones, elimina esclavitudes....

La Palabra se convierte por tanto en "negación de la negación", es decir, en negación del pecado, que es, esencialmente, negación, fuerza destructiva, peligro de estropear al ser humano.

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