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sábado, 17 de septiembre de 2011

XXV Domingo del T.O. (Mt 20,1-16) - Ciclo A: Cambiar de perspectiva



1. Situación

Vivimos una contradicción: Queremos servir al Señor y a los demás sin pedir nada a cambio; pero no concebimos hacer algo que no suponga una retribución (el sueldo por el trabajo, la gratitud por un favor, y más que la gratitud, aunque sea sólo un detalle).
¿De dónde nos viene esta contradicción? ¿Será que idealizamos el amor como algo desinteresado, pero la vida se organiza, más bien, como un sistema comercial?
Fácilmente tratamos la relación con Dios con los mismos esquemas. Si me porto bien con El, me recompensará con el cielo, el bienestar en la tierra, la paz interior...


2. Contemplación

El Evangelio de hoy nos obliga a cambiar de perspectiva, a fijarnos en el modo que Dios tiene de relacionarse con nosotros. Jesús parte del esquema que todos entendemos: a tal trabajo, tal pago. Pero nos dice que Dios lo desborda: paga según la sobreabundancia de su corazón generoso, porque lo suyo es dar.

¿En algún momento Dios nos resulta injusto? Es verdad que el Evangelio nos presenta a Dios dando a los que han trabajado desde la primera hora lo suyo; es decir, que son tratados con justicia. Pero la «punta» de la parábola está en establecer el contraste entre el corazón humano y el corazón de Dios. Es a la luz del corazón de Dios como se revela la ruindad y envidia del nuestro.

La lectura de Is 55 es una exhortación a buscar al Señor desde la conciencia de ese pecado raíz que envenena nuestras mejores actitudes éticas, incluso nuestra lucha por la justicia y la igualdad. En vez de pedirle cuentas al Señor, deberíamos conocerle en su piedad infinita para cada una de sus criaturas (el salmo responsorial rezuma el gozo humilde de la fe).


3. Reflexión

Reflexionemos sobre la envidia del corazón humano en contraste con la grandeza de la bondad divina.

Aparece en nuestros sentimientos infantiles. En la amistad, no aguantamos no ser los únicos, ni los primeros. A veces se debe a falta de autoestima. Otras, a inmadurez afectiva, a no haber desarrollado relaciones abiertas.

En nuestras reivindicaciones sociales. ¿Por qué no habré nacido rico, más dotado en el físico, en mi inteligencia o para las relaciones humanas? Nos comparamos, nos quejamos...

Somos capaces de luchar por un salario justo en la empresa; pero si otro de mi «status» laboral, por lo que sea, gana un poco más, mi primera reacción es de reivindicación. ¿Por qué me cuesta tanto alegrarme con el bien ajeno?

Si mi interés es el de los bienes espirituales, la envidia adoptará formas retorcidas; por ejemplo, la competencia en la virtud, el juicio sobre las segundas intenciones del otro, sobre todo cuando es alabado, etc.

Jesús está de acuerdo sobre los intentos de organizar la igualdad humana según criterios de justicia y equidad. Pero apela a una medida más honda y desenmascara las trampas de la racionalidad reivindicativa. Si Dios nos hubiese tratado «en justicia», si nos pagase según nuestros méritos...


4. Praxis

Cuando esta semana sientas tu corazón agradecido ante la misericordia de Dios, piensa en una persona concreta (o un grupo social) respecto a la cual sientas envidia (si rechazas este sentimiento, tan humano corno cualquier otro, pregúntate por qué). Intenta percibir cómo la quiere Dios, cómo os quiere a cada uno.

Aplica la medida de Dios a tu análisis de la injusticia social. Distingue tu sentido de la justicia en función del bien común, cuando no buscas tus intereses (por ejemplo, si piensas en los de categoría económica inferior), dispuesto a compartir, y ese otro sentimiento de crispación y envidia, en que las razones están ligadas directamente al tener más o al mayor prestigio. ¿Es que hay que renunciar a todo lo que es interesado, «justamente interesado»? No. Pero sigue mirando con el corazón de Dios, a ver qué pasa.

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