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sábado, 17 de septiembre de 2011

XXV Domingo del T.O. (Mt 20,1-16) - Ciclo A: CONTRATADOS A ULTIMA HORA



Tiempos de paro y desempleo, aquellos también. Grandes latifundios. Pobres de solemnidad, las dos terceras partes de un país que "manaba leche y miel", como rezaba el eslogan propagandístico desde tiempos de Josué. Miseria legalizada. En la plaza del pueblo -hoy oficinas de Empleo- se arremolinaban los hombres esperando un contrato de trabajo. El capital -como siempre- en manos de los menos; como resultado, miseria y pobreza era la experiencia dolorosa de los más.

Este es el marco social de la parábola de los contratados a la viña. Si los hombres le pusiéramos título, la llamaríamos "injusticia divina"; si Dios," generosidad sin límites". Pero recordemos la historia.

"El reino de los cielos se parece -decía Jesús- a un propietario que salió al amanecer a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada -salario mínimo- los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vió a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo: Id también a mi viña y os pagaré lo debido". Y así durante el día varias veces más hasta una hora antes de terminar la jornada laboral.

Al ir a cobrar por la tarde, el capataz pagó a todos lo mismo. Los contratados a primera hora protestaron ante lo que consideraban una grave injusticia. Pero el amo -Dios- se despachó con esta respuesta: "Amigo, no te hago injusticia. ¿No ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último lo mismo que a ti, ¿es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O ves tú con malos ojos que yo sea generoso? Así es como los últimos serán los primeros y los primeros, últimos".

Si hacemos una lectura religiosa e histórica de la parábola dinamos que "los primeros" -los judíos- no tienen más derecho por haber sido desde el principio destinatarios del mensaje de Jesús que "los últimos" -los paganos- que no eran herederos natos de las promesas divinas otorgadas al pueblo de Israel. El derecho a disfrutar de la salvación no lo da la pertenencia de siempre a una raza, religión o pueblo, sino la fidelidad en responder a la llamada de Dios, independiente de la hora de la vida en que ésta se reciba.

Haciendo una lectura social de la parábola concluimos que todos tienen derecho a vivir -salario mínimo-, quienes ya tienen su puesto en la mesa de la vida desde primera hora -los instalados- y quienes han llegado tarde a la mesa de la sociedad de consumo en crisis -los parados, los marginados-. El mínimo vital no se le puede negar a nadie. A éste, todos tienen derecho. La solución no está en subir el salario mínimo -que también- sino en bajar el máximo, estableciendo unos vasos comunicantes de solidaridad humana que igualen a todos.

Una humanidad, basada en unas normas de justicia, promulgadas desde arriba -los instalados- no nos vale. ¿Qué es lo justo y lo legal en un mundo donde muchos no tienen lo necesario y vital, y otros derrochan lo que fraudulentamente (legalmente) llaman suyo?

Los hombres corremos el peligro de llamar injusticia al comportamiento de Dios, a ese modo de actuar que Dios mismo llama generosidad, y que tiene por resultado igualar, hermanar a los humanos en el derecho fundamental. el derecho a la salvación. Y la salvación comienza por la liberación del hombre de la miseria, la pobreza, la opresión y la injusticia hasta llegar a crear un mundo nuevo y una nueva tierra donde no haya ni llanto ni luto ni dolor... Es hora de que los últimos, los marginados, los parados, los pobres de la tierra, ocupen el puesto que le han usurpado los de siempre. Dios lo quiere.

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