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domingo, 30 de octubre de 2011

Comentario Bíblico y Pautas para la Homilía: 1 de Noviembre, Fiesta de Todos los Santos (Mt 5,1-12a)


Publicado por Dominicos.org

“La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos”

La fiesta de Todos los Santos es la fiesta del triunfo de Cristo y de todos aquellos que se asocian íntima, amorosa y radicalmente a su obra salvadora. La “muchedumbre inmensa que nadie podría contar” grita cantando con voz potente la verdad profunda que da sentido a la vida cristiana: “¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono y del Cordero!”
Hoy la liturgia nos propone meditar y alabar este gran misterio de la victoria de Dios a través de los miles de personas que a lo largo de los siglos lo han vivido en primera persona. Hoy celebramos a todos aquellos que han hecho transparente en su vida el mensaje redentor de Dios. Y lo que es más importante, hoy recordamos que todos estamos llamados a la santidad por ser hijos de Dios.

Fr. Alejandro López Ribao O.P.
Real convento de Predicadores (Valencia)

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Comentarios Bíblicos

Saber ser hijos de Dios como programa de santidad

La liturgia de este día nos brinda la celebración de una de las fiestas más populares y entrañables: la festividad de todos los Santos y , a la vez, la ocasión para reconsiderar nuestra vida cristiana mirando hacia adelante, hacia el final de la historia de cada uno y de la humanidad.

Iª Lectura: Apocalipsis (7,2-4.9-14):El canto de los redimidos

I.1. En la primera lectura, en dos visiones, se nos muestra la apertura del misterio de la historia con la visión del ángel que trae el sello para guardar a aquellos que deben ser liberados de la destrucción. El libro del Apocalipsis, como sucede en la literatura de este tipo, literatura religiosa por excelencia, pero radicalmente mítica, necesita ser interpretado con la riqueza de los símbolos. Este tipo de literatura se produce en tiempos de crisis y debemos estar atentos a no confundir simbolismo con realidad. El sello sobre los siervos de Dios sella su pertenencia a El y, por lo mismo, la garantía de ser salvados.- La visión de la multitud inmensa, incontable, es un paso más en este simbolismo y probablemente propone algo que se relaciona con las diferencias entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre la antigua y la nueva Alianza. Por eso se dice que, si en la primera visión se habla 144.000, era para hablar del pueblo de la Antigua Alianza, mientras que el “número incontable” representa al nuevo pueblo de Dios que ha ganado Cristo, el Cordero sacrificado, con su sangre. Los ángeles, los mensajeros de Dios, realizan sus planes del juicio y de salvación. Por eso, cuatro de ellos están en los cuatro puntos cardinales, dispuestos a desencadenar los vientos que destruyan el mal de la historia; pero de Oriente llega otro mensajero (donde nace el Sol: Dios), que trae la gran noticia, de que antes deben poner un señal en las puertas como sucedió a los israelitas en el momento de la Pascua de Egipto. Estamos, pues, ante una famosa liturgia Pascual, del día del Señor, en la que el autor nos ha querido situar al principio de su obra.

I.2. En el texto se nos quiere hablar de mártires, pero también de todos aquellos que han pasado por la tribulación de la historia, se han lavado en el bautismo, en nombre de Jesucristo, en el misterio Pascual...y están ante el trono de Dios. Las palmas, en la antigüedad, son signo de los vencedores. Y, aunque pudiera centrarse en los que han sido martirizados y han vencido por el martirio, no se puede pensar que todos son mártires. Por eso, más bien se trata de una palma para alabar a Dios y a Cristo que son los auténticos vencedores de la historia. El tema que se propone es el de la salvación (aparece aquí y en Ap 12,10 y 19,1). Se insinúa algo de los Salmos 118,25, 3,9. El sentido es que Dios ha liberado a los hombres del poder del mal, representado en el Imperio, como Satanás y como la gran prostituta en las otras dos citas que hemos mencionado. La victoria, pues, de los hombres y de los mártires pertenece muy especialmente al Cordero, quien ha dado su vida precisamente para que sea vencido el poder de los hombres que engendra el odio y la muerte.

I.3. Pero la “palma” se la lleva el himno que es una confesión de fe: la salvación se debe a Dios y al Cordero. La salvación, la liberación... no dependen de los hombres, sino que es una gracia de Dios que ellos han acogido y se han mantenido fieles a la fuerza salvífica del amor crucificado, de la Pascua. Por eso lo proclaman en la liturgia celeste. Y entonces, toda la asamblea celeste (ángeles, ancianos y vivientes), se prosternan ante Dios y lo adoran cantando: Amen… Bendición y gloria, sabiduría y acción de gracias, honor, poder y fortaleza a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amen (v. 12). Los que han muerto fieles a Dios y a Cristo, bien en el martirio, bien en su fidelidad a la fe cristiana centrada en el misterio Pascual, han pasado por la tribulación de la historia, donde reina el poder del mal. Pero ahora gozan de la fidelidad eterna, aunque hayan pasado por la muerte. Lavar sus vestiduras en la sangre del Cordero es una teología bautismal, también eucarística, inspirada en algunos textos del AT (Ex 19,10.14).

I.4. La muerte y la resurrección de Cristo son el punto clave de la teología del bautismo y de la eucaristía. La imagen que se ha escogido para expresar la felicidad es que están ante el trono: y Dios los cobija en su tienda, la shekiná, la presencia de Dios, como Jn 1,14 había escogido para expresar el misterio de la encarnación. Ahora es cuando se cumple la profecía del Enmanuel verdaderamente, porque Dios estará con los resucitados para siempre. No tendrán más hambre, ni tendrán más sed: expresiones de debilidad, de necesidad; ni caerá sobre ellos el sol, como si estuvieran en el desierto, porque Dios mismo es la razón de su existencia. Y Cristo, el Cordero, será el que apaciente a su pueblo, será pastor siendo Cordero, para llevarlos a las fuentes de agua viva. Efectivamente, los vv. 15-17 son las imágenes escogidas por el autor del Ap para hablar de la vida futura, escatológica, de la victoria sobre la muerte según muchas expresiones que podemos encontrar en los textos del AT (v.g. Is 25, 8) y de la teología joánica (Jn 4,14; 7,38), que son las fuentes de la revelación.



IIª Lectura: Iª de Juan (3,1-3): La imagen de hijos de Dios

II.1. Este texto es una teología sobre la vida cristiana que se representa bajo la imagen y la experiencia de “ser hijos de Dios”. Se trata de una alta teología como corresponde al círculo de las comunidades cristianas de Juan, tanto del evangelio como de las cartas. Y en este marco teológico deberíamos pensar que, precisamente el misterio de la santidad que hoy se celebra hace referencia directa a que lo más importante de la vida cristiana es ser, y no perder, la imagen de hijos de Dios.

II.2. Si el título cristológico más coherente de la teología joánica, justamente, es lo que afecta a la filiación divina de Jesús, también para sus seguidores debe existir una posibilidad de vivir en el ámbito de las relaciones entre el Padre y el Hijo. Por ello se dice que seremos semejantes a Él. Muchos santos ,desconocidos para nosotros, lo son porque han sabido guardar sencillamente la imagen de hijos de Dios en sus vidas. Por eso, la expresión “veremos a Dios tal cual es” viene a ser una de las afirmaciones más teológicas. El misterio de Dios se hará luz y “hijos de Dios” no tendremos miedo de contemplar el “rostro” de Dios, la intimidad de Dios, la misericordia de Dios. Para eso se nos ha creado y para eso hemos nacido. ¡Vivamos con esperanza!



Evangelio: Mateo (5,1-12): Las opciones del Reino

III.1. El evangelio de esta fiesta es ya proverbial; se trata de las bienaventuranzas de Mateo, cuyo texto, además, tiene la solemnidad de una proclamación, sobre un monte (de ahí el Sermón de la Montaña en que está contextualizado), y para toda la multitud, como sería la multitud incontable del texto de Apocalipsis ( primera lectura). Es la carta magna del discipulado, de la vida cristiana, del seguimiento de Jesús, de la salvación futura. Las bienaventuranzas son creativas, no cuantitativas. Son los puntos más determinantes con los cuales Jesús ha pretendido una nueva humanidad, un nuevo pueblo. No se trata de proponer algo exótico, mágico o taumatúrgico, sino algo bien humano. No obstante, es verdad que se plantea un auténtico esfuerzo por conquistar la gloria, la libertad y la paz. Se propone la pobreza que libera el corazón de muchas ataduras, la misericordia que introduce en las relaciones humanas la benevolencia y el perdón, la limpieza de corazón para juzgar y ser juzgados, la lucha por la justicia, porque Dios es justo. Se proclaman bienaventurados por haber elegido lo que el mundo no elige, simplemente porque odia; por haberse decidido por el sentido mejor de la vida. Se trata de una posibilidad de santidad que se debe vivir ya desde ahora, aquí en nuestra historia; no queda para después de que todo haya acabado.

III.2. Se ha insistido mucho en los aspectos literarios y exegéticos de las bienaventuranzas de Mateo (5,1-12) y de Lucas (6,20-22) sobre el tenor original, es decir, aquellas que están más cerca de las palabras de Jesús. Sin duda, todo tiene su sentido, pero quedan muchas preguntas sobre la mesa, porque se permiten diferentes interpretaciones. El texto original que se tomó del texto de Q (sea simplemente Documento o Evangelio como algunos defienden hoy) podría estar bien representado en Lucas, pero no es algo absoluto. Sabemos que las bienaventuranzas tienen un ámbito muy coherente en la literatura sapiencial, la que enseña a vivir, a comportarse, a elegir lo que da o no da sentido a la vida. La propuesta de Jesús, por lo tanto, no está lejos de este contexto sapiencial: con las bienaventuranzas Jesús quiere proclamar el Reino de Dios y quiere enseñar a vivir en ese Reino al que dedica su vida. Son expresiones que nos muestran a un Jesús “profeta escatológico” (no necesariamente apocalíptico), que quería anunciar lo que debería cambiar esta historia.

III.3. Algunos especialistas han hecho una traducción sobre las bienaventuranzas en las que siempre es determinante el verbo “elegir”. Considero que puede ser discutible, pero es esclarecedor. Eso significa que proclamar bienaventurado (makários) a alguien no es porque sí, por su cara bonita, porque es un desgraciado o porque es o ha nacido en esta o aquella situación. En las bienaventuranzas, por su tono sapiencial, son muy importante las opciones: elegir ser pobre y no rico en este mundo; elegir la justicia y no otra cosa; elegir la paz. Aquí están representados los valores del reino, los valores de la vida ante Dios. Esto, independientemente de las bienaventuranzas auténticas de Jesús o las añadidas por la tradición catequética de la comunidad de Mateo. Es verdad que el término “elegir” no está en el texto, pero lo implica necesariamente. ¿Por qué? Porque no se trata de una proclamación sin contar con la voluntad soberana del hombre que vive y hace la historia.

III.4. Un factor muy importante de lectura e interpretación sería hacer el intento de traducir a un lenguaje de hoy el texto de las bienaventuranzas; teniendo en cuenta ese sentido sapiencial del que hemos hablado y esa “opción” o “elección” que hemos planteado como necesaria. Debemos conservar las palabras del evangelio, de Mateo o de Lucas, si es posible en su tenor y en su sentido original. Pero hoy debemos enriquecer nuestra comprensión de las mismas con el “espíritu” que emana de ellas. Es como cuando hemos vivido y atravesado un puente romano durante todo la vida, pero ahora, sin destruir ese puente, porque la ciudad ha crecido, hacemos uno nuevo, con tecnología punta. Subsisten los dos, pero quizás por el romano no pueden pasar todos los vehículos pesados de hoy. Los limpios de corazón, por ejemplo, son dichosos porque están abiertos a los demás y los valoran como hijos de Dios. Es decir, seamos creativos y proféticos al interpretar las bienaventuranzas del Reino.

Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura


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Pautas para la Homilía

El Evangelio que nos propone la liturgia son las Bienaventuranzas en su versión del evangelista Mateo. Estas nueve afirmaciones rotundas de Jesús se asemejan a una catedral medieval: son la fachada monumental y puerta de acceso al sermón de la montaña, enseñanza de la Ley nueva de Cristo que contiene en su corazón el Padre Nuestro; a su vez son los pilares que, a lo largo de la nave, nos van marcando las consignas vitales, nuestra deseable “forma de ser” que nos ayudan a caminar hacia Cristo que como luz nos espera en el crucero. Y para finalizar rodean el ábside, el lugar donde se encuentra el altar, para recordarnos que no son meros consejos ni mera literatura sino las propias actitudes que tuvo Cristo: Él mismo se hizo pobre de espíritu y materialmente para anunciar el Reino de Dios, Él mismo buscó el consuelo en Dios y Él mimo fue perseguido por causa de la justicia sin desfallecer en su misión. Las Bienaventuranzas, además, constituyen uno de los textos más sugerentes de todo el Nuevo Testamento y como tal siempre podemos seguir profundizando en su riqueza. Pero en todas las reflexiones sobre ellas no podemos olvidar la responsabilidad a la que nos llaman. Los Bienaventurados de los que hablan no son aquellos que no han tenido otra opción que ser sufridos, pobres o perseguidos sino aquellos que aceptan ser humildes y sufridos para trabajar por la paz y la verdadera justicia. Las Bienaventuranzas no son un consuelo espiritual sino una llamada a la responsabilidad cristiana. Cada una de ellas nos aproxima un poco más a Dios, porque cada una de ellas nos hace más semejantes a Cristo.

En esta fiesta también recordamos una de las grandes preguntas que acompañan al hombre desde que es hombre: la pregunta por el sentido de la vida. Para un cristiano la santidad es el sentido de su vida. Tras siglos de ser vivida así parece que últimamente se ha devaluado o simplemente ha dejado de ser algo significativo. Quizás sea porque muchas veces hemos presentado la santidad como algo etéreo o como algo que simplemente es la negación de nuestros deseos vitales, como algo reservado a un estado de vida o a unas personas casi “predeterminadas”. Pero no podemos olvidar que la santidad cristiana es la vivencia desde la normalidad grandiosa y difícil del plan que Dios, desde el principio, pensó para el hombre. La santidad es difícil pero profundamente humana; es un camino largo pero no va en contra dirección de lo humano. Y lo que es más importante: es una llamada a todos los hombres. Por ello San Juan nos habla de una muchedumbre inmensa que nadie podría contar. La santidad por ello es la culminación del ser del hombre, el cual no deja de estar “inquieto” hasta que descansa en Dios.

Hoy también celebramos un misterio de comunión. Los santos no son aquellos que sólo están ya en la comunión perfecta con Dios, sino los que aún y de una manera especial, se encuentran en comunión con los hombres. Éste es uno de los significados que tiene la formula de nuestro credo al decir “la comunión de los santos”. Tal y como señala el Concilio Vaticano II “La unión de los miembros de la Iglesia peregrina (es decir nosotros) con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo de ninguna manera se interrumpe. Más aún, según la constante de la fe de la Iglesia, se refuerza con la comunión de los bienes espirituales” y es más: “por el hecho de que los del cielo están íntimamente más unidos con Cristo (...) no dejan de interceder por nosotros ante el Padre (...) Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad” (LG 49). Por ello su comunión con Dios y su comunión con los hombres es una realidad que nos ha de ayudar a vivir, con firmeza su ejemplo. Para los que somos dominicos este pensamiento no puede dejar de recordarnos las palabras de Santo Domingo antes de morir: “No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que durante mi vida”. La santa de Ávila también nos recuerda “pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra”. Por todo ello los santos son parte de nuestra familia en la tierra que nos señalan el camino hacia Dios. Lo señalan y nos ayudan en él.

Pero hoy no podemos olvidarnos de dar gracias a Dios por todos aquellos santos anónimos que nos ha regalado a lo largo de nuestra vida. La Iglesia ha canonizado a muchos santos pero muchos otros no han tenido este proceso. Esto no es una falta ni un prejuicio hacia ella, sino una constatación de que sólo Dios es el que conoce y sondea lo más profundo del corazón del hombre. Muchos hombres antes y después de nosotros vivirán las Bienaventuranzas como el programa del sentido de su vida y entenderán que la santidad no es un estado estático no estético, sino una relación de amor con el único que es tres veces santo.

Y con ello llegamos al último acento que hoy podemos reflexionar: esta fiesta no pretende recordarnos la infinitud de santos para que sólo nos fijemos en ellos, como los árboles que no nos dejan ver el bosque, sino para que con ellos proclamemos y rindamos homenaje a Dios cantando: “La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos” Sólo Dios es el verdadero Santo, el tres veces Santo, fuente de toda santidad y por ello hoy es el día para recordar como su santidad llena de sentido nuestra oración y nuestra vida. Si somos hijos por Cristo de un Padre Santo, ¿no deberíamos nosotros también buscar ser como nuestro Padre?

Fr. Alejandro López Ribao O.P.
Real convento de Predicadores (Valencia)

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