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martes, 4 de octubre de 2011

Viñadores homicidas 2: Asesinos de Dios (Mc 12, 1-12 par)

Publicado por El Blog de X. Pikaza

La parábola de Mc 12, 1-12, que ayer he presentado siguiendo un comentario que estoy preparando sobre Marcos, se encuentra entrelazada con la vida-muerte de Jesús y ha crecido con ella (desde ella), hasta tomar la forma actual. El mismo Jesús la ha contado, en un momento decisivo de su trayectoria, para explicar ante sus adversarios el sentido que tendría su muerte.

No ofrece una “historia aséptica” de las cosas que pasaron, sino una interpretación de las que podían pasar (y de hecho pasaron) en el caso de que los “renteros” (administradores sagrados de las “cosas de Dios”) hicieran morir a Jesús (como hicieron). Jesús se sitúa así ante la historia de Israel, identificando su destino con el destino de los profetas asesinados, de los que habla toda la historia deuteronomista (la historia “oficial” del AT; cf. Cf. O. H. STECK, Israel und das gewaltsame Geschick der Propheten, WMANT 23, Neukirchen 1967).

Jesús,profeta de Dios (con quien se vincula como un hijo con su padre) sitúa a sus adversarios ante algunos símbolos bien conocidos del Antiguo Testamento: Un hombre plantó una viña, la rodeó con un cercado... (Mc 12, 1). Es clara la referencia al canto de Is 5, 1-7 y puede haber una alusión a Gen 2-3: Dios ha puesto a los hombres en el jardín del Edén, que es ya una viña, para que la cultiven y consigan frutos. Pero el tema ofrece ahora una novedad... como verá quien leyendo lo que sigue.



Retomo así el motivo del post de ayer, cuya introducción he cambiado de forma ligerísima, poniendo “sacerdotes” (viñadores/renteros) en vez de ricos, siguiendo la indicación de algunos comentaristas, que se se han centrado en la dialéctica de pobres-ricos, sin entrar en el tema central de la parábola, que cuenta la historia a partir de unos “renteros” (administradores) que quieren apoderarse de la finca (viña) que Dios les ha confiado, matando para ello a los profetas (que recuerdan el derecho de Dios, que se identifica en todo el AT con la protección de los pobres).

Los administradores (renteros, sacerdotes…) quieren volverse ellos mismos “ricos” tomando como propios los bienes de Dios (la Viña de Todos), asesinado para ello a sus delegados y corriendo el riesgo de matar a su propio "hijo" (=heredero), adueñándose así de la "herencia" de todos.

Sigan leyendo los que quieran el post de ayer, pero deseo que lo hagan con las indicaciones que ahora añado, según el argumento de mi Antropología Bíblica (Sígueme, Salamanca 2005), en la que presento la historia humana a partir de las víctimas, es decir, desde el asesinato de los pobres (profetas, Jesús…). Ésta es la historia del "Dios asesinado" (del Dios a quien los renteros quieren matar, para adueñarse de su bienes), la historia que el evangelio cuenta desde la perspectiva de las víctimas, y en especial de Jesús. Aprovecho la ocasión que me ofrecen los comentaristas aludidos, por haberme permitido volver sobre el tema de esta parábola central del evangelio.

Introducción

Cf. J. D. CROSSAN, «La Parabole of the Husbandmen»: JBL 90 (1971) 451-465; M. HUBAUT, La parabole des vignerons homicides (CahRB 16), Paris 1976; M. S.-H. LEE, Jesus und die jüdische Autorität. Eine exegetische Untersuchung zu Mk 11, 27-12, 12 (FB 56), Würzburg 1986; B. LINDARS, New Testament Apologetics, SCM, London 1973, 169-186; J. G. M. MBA MUNDLA, Jesus und die Führer Israels (NTAb 11), Münster 1984, 5-40; H. WEDER, Metafore del Regno, Paideia, Bescia 1991, 182-199Cf.

En principio, los hombres de Gen 2-3 no eran arrendatarios, sino dueños de la tierra y como tales no tenían que dar a nadie diezmos ni rentas por lo cultivado; eran libres y precisamente para salvaguardar su libertad les dijo el Creador que no comieran del árbol de lo bueno/malo. En contra de eso, los hombres de Mc 12, 1-12 parecen aparceros, no dueños, de manera que tienen que esforzarse por pagar la renta año tras año; no son libres, sino siervos: viven sometidos a la disciplina del miedo y de la envidia; del simple «no comer del fruto del bien/mal» pasamos a la urgencia de sudar en tierra extraña, bajo la amenaza del despido, trabajando para el amo.

Pues bien, en contra de la letra externa de esta parábola, debemos afirmar que el Dios del evangelio no es amo ni los hombres sus renteros: Dios no instituye con nosotros un talión, ni quiere mantenemos sometidos, exigiendo que le demos como esclavos nuestro vino (de los frutos de la viña). Planteando así los temas, debemos afirmar que la parábola comienza situándose en un plano de ley (de arrendamiento), para desbordarlo después, como iremos viendo.

Ella empieza, según eso, en el nivel de ciertos judíos (y de muchos cristianos posteriores) que entienden a Dios como un labrador potentado, que llama a cuentas a sus siervos, que son asalariados. Pero nosotros sabemos ya que el Dios de Jesús no es un potentado, ni entra en cuentas con sus siervos (pues no los tiene); éste es un Dios bueno, que hace llover sobre buenos y malos (Mt 5, 45), que no exige las deudas (Mt 5, 42; 6, 12), ni juzga a los hombres (cf. Mt 7, 1).

Algunos lectores quedan prendidos en la materialidad de nuestro texto (Mc 12, 1-12), sin advertir que su sentido va cambiando a medida que avanza. Esos lectores se consideran esclavos de un Dios de talión que ellos mismos han inventado, con su mentalidad servil (como diría Pablo en Gal 3-4), sin atreverse a dar el paso que les lleve al Dios de la gracia. El Dios arrendador que parece actuar así en el principio de la parábola tiene un parecido con el Dios de la alianza deuteronomista: ciertamente, se preocupa por los hombres, pero quiere que le entreguen los frutos de su viña y les envía servidores (profetas) encargados de anunciar su autoridad y de recordarles así su obligación.

Pues bien, la parábola sigue hablando de los renteros que, indudablemente, viven bajo el imperio de la ley y la violencia, matando a los profetas, en gesto de protesta antidivina (cf. Jer 7, 25-26; Hech 9, 26), queriendo comportarse como dueños exclusivos del árbol del bien y del mal de Gen 2-3 (que es ahora la viña).

Argumento

Da la impresión de que el amo de la viña se mueve en ese mismo plano e insiste en su derecho, mandando tres siervos (Mc 12, 2-5a), a quienes los renteros responden cada vez con más violencia: a uno lo maltratan, a otro lo golpean en la cabeza, al último lo matan. Todo parece normal, en un plano de disputa y ley, pero alguien puede preguntar: Si estamos en un nivel de ley y la ley se defiende con la violencia legitima ¿por qué el amo-Dios no mando a sus siervos bajo la protección de unos soldados? ¿cómo los deja morir, uno tras otro, en manos de los renteros violentos?

En línea de ley, la solución normal de casi todos los relatos de este tipo suele ser la de anunciar un nuevo intento, ahora eficaz, para lograr lo que se busca: el amo-Dios tendría que mandar un siervo más fuerte que todos los anteriores, dotado de grandes poderes, para conseguir lo pretendido.
Pero, de pronto, descubrimos que la parábola toma un camino distinto: el amo-Dios no responde con violencia a los violentos, sino con una mayor «debilidad de amor»:

Todavía le quedaba al amo un Hijo querido; lo envió al final a ellos (a los viñadores), diciendo: respetarán a mi hijo. Pero los viñadores se dijeron entre sí: «Este es el heredero. Vamos, matémosle y será nuestra la herencia». Y tomándole le mataron y le expulsaron fuera de la viña (Mc 12, 6-8).

Esta era la última oportunidad, tanto para el dueño como para los arrendatarios. Era la última oportunidad y así vemos que cambia el mismo lenguaje del evangelista: mientras los arrendatarios han ido creciendo en violencia, el amo crece en ternura e impotencia, de tal forma que al final manda a la viña a su propio hijo querido (huion agapeton), sin armas ni poderes legales. De esa forma responde a la violencia del sistema (arrendatarios) con la suprema no-violencia.

De esa forma, el texto nos sitúa ante uno de los temas centrales de la tradición israelita: evoca la historia de Isaac, a quien su padre debía sacrificar, pero también remite a la figura del rey mesiánico de 2 Sam 7, 14 y Sal 2, 7 y, sobre todo, al destino del siervo «elegido» de Is 42, 1 y del asesinado de Sab 2, 13-18, de quien ya hemos hablado extensamente.

Es como si el final de la historia de Israel hubiera quedado pendiente y tuviera que definirse ahora, sabiendo que el propietario (amo) arrendador ha venido a desvelarse como Padre amoroso y los renteros que cultivan la viña no son verdaderos renteros (asalariados, bajo el poder de la ley), sino amigos a quienes el Padre confía la vida de su hijo. ¿Qué harán ellos? ¿Cómo responderá el amo? (Cf. R. PESCH, Marco, Paideia, Brescia 1982, II, 329-331).

Es posible que en un primer momento, la parábola hubiera terminado aquí, con estas preguntas, dejando la respuesta y solución en manos de los oyentes/actores (como sucedía en Lc 15, 32, donde ignoramos si el hermano mayor acogerá o rechazará al pródigo que ha vuelto). Entendida así, esta parábola más breve (Mc 12, 1-6) tendría pleno sentido y podría interpretarse como una expresión narrativa y simbólica de la trama de Jesús: la historia sigue abierta, el hijo viene, el desenlace pertenece a los actores (los renteros y Jesús), pues ellos son quienes deben escribir este pasaje y terminar este relato con su vida o con su muerte. Son ellos los que deben concretar el sentido de la trama, de manera que sepamos sin los renteros seguirán siendo renteros envidiosos o descubrirán que ellos son hijos con el Hijo querido del Amo.

Pero el texto puede también continuar, como lo hace en Mc 12, 7-9, anticipando un posible desenlace. Los labradores dicen «es el heredero» y, al verle desarmado, le asesinan para convertirse de esa forma en amos y señores de la viña, por imposición, no por gracia. El tema es la Herencia (klêronomia), es decir, la adquisición de la viña, que hasta ahora parecía arrendada y que los renteros quieren conquistar por la fuerza, para hacerla propia, matando para ello al Heredero (ho klêronomos). Quizá ha sido Jesús quien ha formulado ese final de asesinato, anticipando aquello que podría sucederle. Pero en ese caso habría ofrecido ese final como advertencia, diciendo a sus oyentes el riesgo en que se encuentran cuando quieren adueñarse de la viña por la fuerza, matando a los inocentes (al Hijo del Amo).

Historia de Dios, historia de los hombres

El Dios de la parábola aparece al fin como Padre amoroso que envía a su propio Hijo desarmado, dejándolo en manos de los viñadores. Son éstos, los viñadores, los que tienen que definirse, en gesto de amor (recibiendo al Hijo querido, compartiendo en gratuidad la viña) o en gesto de violencia posesiva (matando al Hijo y quedándose con la viña por la fuerza). Nos hallamos así ante el reto de dos antropologías: una de imposición violenta (las cosas se conquistan, matando a los pretendidos adversarios), otra de gratuidad (recibimos la vida como don del Padre y la compartimos en el Hijo). Desde ese fondo, la Iglesia ha interpretado esta parábola, formulándola ya de un modo preciso, como expresión del misterio de Dios y de la vida los hombres. Sólo desde ese fondo se puede responder a la pregunta anterior. ¿El amo-Dios era un arrendador mezquino, que exigía mucho a unos pobres renteros, o era, más bien, un amigo generoso que quería enseñarles a recibir y compartir la herencia de la viña en generosidad, de un modo gratuito, por su Hijo?

Sea como fuere, la parábola vincula la historia de Dios y de los hombres en un asesinato. Los hombres, repitiendo una historia que empieza con Adán-Eva y Caín y que se expande luego a través de los ángeles violadores (1 Henoc) y de los asesinos del justo (Sab 2), se han unido y han querido conquistar la viña a través de un asesinato. Así ha venido comportándose a lo largo de los siglos: los más fuertes han ido matando a los demás para hacerse dueños de la tierra, en un proceso de dura ley.

Pues bien, desde ese fondo, podemos decir que la parábola ha contado esta muerte del Hijo-Heredero desarmado como asesinato central de la historia humana, crimen definitivo. Hasta ahora los hombres no se habían definido. Habían comenzado a matar, pero no habían hecho de la muerte el fundamento de su vida, esto es, el medio para conseguir la herencia. Ahora lo hacen: han matado para convertirse en dueños de la viña, es decir, de la tierra, que así aparece como torre de Babel o cárcel elevada sobre la sangre el Hijo.

Es evidente que para conservar la viña que han conquistado ellos tienen que estar dispuestos a seguir matando y matando sin fin, según ley de posesión violenta, matando incluso al mismo Dios (conforme a la palabra central del evangelio, en la que se opone a Dios y a la Mamona: Mt 6, 24).

Pues bien, la parábola supone que este asesinato ha llegado hasta el mismo corazón de Dios, pues los renteros (hombres de ley impositiva) han matado a su «hijo querido» (signo de gracia). Desde este fondo podemos descubrir ya que el verdadero señor de la parábola no era un arrendador codicioso, sino un Dios de gracia, pues ha entregado a su mismo Hijo en manos de los hombres. En este figura del Hijo y en la trama de muerte (y de gracia) pueden vincularse todas las diversas historias que hemos venido contando en este libro, pues ellas desembocan en este gran meta-relato del Hijo asesinado.

(1) Por un lado están los renteros, que se sitúan en el plano de la ley y actúan con violencia, para apoderarse de la viña y volverse propietarios violentos de todo lo que existe.
(2) Por otro lado se revela el Dios de gracia que envía a su Hijo desarmado, para que los hombres comprendan que no son arrendatarios de un Señor celoso, sino amigos del dueño de la viña.
(3) Finalmente está el Hijo querido, que se deja matar, después de haber mostrado con su misma venida y filiación amorosa el amor del Padre (que es el dueño de la viña).

Una parábola con varias respuestas

Entendida así, está parábola revela el mecanismo central de la historia.

(1) Sabe, por un lado, que este mundo se edifica sobre cimientos de envidia y deseo posesivo, de violencia y muerte. Los renteros tienen envidia de Dios y precisamente por eso son renteros. No quieren compartir lo que son, ni lo que tienen y para defenderlo están dispuestos a matar al mismo Dios.
(2) Pero la parábola sabe, al mismo tiempo, que hay algo más grande que la envidia y violencia de los renteros: El sentido de la muerte del Hijo y la respuesta de Dios. Por eso, al llegar aquí (Mc 12, 8), el texto se detiene y cambia de ritmo, convirtiéndose en pregunta humana (humanamente respondida), con una cita bíblica enigmática que solo en perspectiva de Dios (de nueva creación) puede entenderse. Se trata de un texto bien estructurado que conserva, como parábola abierta que deja que los mismos oyentes (lectores) la interpreten, contestando a su pregunta. Alguien (Jesús, el redactor) pregunta: «¿Qué hará el amo de la viña?». Los diversos oyentes o lectores responden de tres formas posibles:

1. Una respuesta se sitúa en clave de talión. «Vendrá el amo, matará a los viñadores y dará la viña a otros» (Mc 12, 9). El paralelo de Mateo (Mt 21, 40-41) siente la dificultad de poner esa palabra en boca de Jesús y deja que sean algunos oyentes los que respondan así, condenándose a sí mismos al hacerlo (quizá sin saberlo). Sean quienes fueren, los que contestan de esa forma siguen entendiendo la parábola en clave de violencia y piensan que Dios tiene que actuar por ley, condenando por ella a los asesinos. En esa línea se sitúa la justicia punitiva del mundo, que sigue condenando a los hombres bajo el dictado de una ley de violencia infinita, porque supone que Dios es violento y, tras un tiempo de paciencia, en que ha dejado que los hombres asesinen y maten a los justos, vendrá a manifestarse en forma de vengador incontenible, como suponen muchos apocalípticos y una de las lecturas posibles del libro de la Sabiduría.

2. La segunda se sitúa en línea de gracia escatológica. Cambia el tono del discurso, el narrador aparece en primera persona y aduce un pasaje misterioso de la Escritura, abriendo un sentido distinto a toda la historia precedente: «La piedra que rechazaron los arquitectos se ha convertido en piedra angular, ha sido Dios quien lo ha hecho y es algo admirable a nuestros ojos» (Mc 12, 10-11, con cita de Sal 118, 22-23). Dios no es violento, no construye con métodos de talión, respondiendo a la violencia de los renteros con una violencia más alta, sino que se manifiesta en su verdad más honda, como gracia. Este es el Dios que construye en amor el edificio de la historia humana, respondiendo con su gracia a la violencia y ley del mundo. De esa forma el mismo Jesús, asesinado y expulsado de la viña aparece como pieza esencial de la nueva construcción. Frente a los que matan o expulsan viene a revelarse el Dios que construye por Jesús el edificio de la gran familia humana, a partir de los asesinados y expulsados.

(En ese contexto introduce Mt 21, 43 la palabra más fuerte de condena: «Por eso os digo: se os quitará el Reino y se le dará a un pueblo que produce sus frutos...». Estrictamente hablando, esta palabra vuelve a introducir el talión, es decir, la lógica de las obras dentro de un discurso que en principio quería superar el talión. Esta es una palabra que debe estudiarse e interpretarse desde la propia lógica judía de Mt y por eso la dejamos aquí a un lado, pues para entenderla deberíamos precisar mejor la dinámica original del evangelio).

3. Hay una tercera respuesta, que aparece ya fuera de la parábola, en la narración que sigue, vinculando la palabra de Jesús con el proceso de su historia: los sanedritas, que han escuchado lo anterior, se introducen en el texto e, identificándose con los renteros, deciden matar a Jesús (Mc 12, 12). Ellos quieren matar, pero lo hacen por justicia, porque es evidente que se sienten inocentes, conforme a la exigencia del talión que define su ley: no matan a Jesús para adueñarse de la herencia de Dios de forma mala, sino para impedir que un impostor como Jesús engañe a los incautos. Ellos suponen también que la interpretación profética de Sal 118, 22-23, asumida por Mc 12, 10-11, no ha sido exacta: Jesús no es piedra angular del nuevo templo de Dios sino un profeta falso, pues va contra el Templo israelita; por eso, ellos, los buenos sanedritas, tienen derecho a defenderse y, como garantes de la ley de Dios, deben juzgar a Jesús.

Historia de Jesús. Asesinos de Dios, Dios de la gracia

Esta es la historia que Jesús ha contado en el momento culminante de su controversia, introduciéndose en ella, para definir de esa manera las diversas perspectiva de la historia humana. El hombre no es un ser que ya está hecho. La antropología no se encuentra fijada todavía. Precisamente aquí, ante la vida de Jesús, pueden definirse los caminos de la vida humana y trazarse las diversas antropología. Jesús ha entrado en Jerusalén, ha realizado su signo en el templo y de esa forma ha suscitado una fuerte disputa de familia que puede resolverse de dos formas, que reflejan las dos primeras respuestas del texto:

1. Los sanedritas piensan que el relato de Jesús está amañado: no cuenta la verdad sino que habla de forma partidista, pues se presenta a sí mismo como bueno (Hijo de Dios) y a ellos, sanedritas, les define como malos (renteros asesinos). Pues bien, ellos no se sienten malos, sino todo lo contrario: quieren defender el orden de Dios sobre el mundo y para ello tienen que rechazar a Jesús. Así entienden esta parábola como una trampa en la que no quieren caer. No les gusta la historia que Jesús ha contado, no les convence la forma en que se ha presentado como Hijo amoroso de Dios, mientras que a ellos, buenos trabajadores de la viña, les considera renteros envidiosos. No, ellos no tienen envidia, sino celo por la causa de Dios, expresada en la ley de Moisés, que les lleva a rechazar a ese falso Cristo de una gracia falsa.

2. Jesús, en cambio, afirma que Dios ha querido edificar y ha edificado un mundo nuevo sobre bases y cimientos de gratuidad amorosa, estando incluso dispuesto a dejar que maten a su Hijo querido, para expresar de esa manera su Vida más honda, que es amor gratuito. Por eso, en contra de las leyes del talión, el verdadero Dios no puede matar a los asesinos, sino que les ofrece la gracia y vida de su Hijo, para que asuman el camino de la gracia y se introduzcan en la nueva edificación. Los renteros, hombres de ley, pretendían construir su humanidad (tomar la viña) asesinando al hijo querido, es decir, negando la gracia. Solo así, por ley, podían asegurar el edificio, apelando a una violencia sin fin; en esa línea se situaban los sanedritas, que defienden la casa del templo y pretenden adueñarse de la viña, utilizando a su favor una ley violenta. En contra de eso, Jesús quiere presentarse como testigo del Dios de la gracia, de manera que está dispuesto incluso a morir para que triunfe gratuitamente la gracia.

Sabemos ya que la respuesta del talión (la primera de las indicadas: ¡matará a los asesinos!) no es la respuesta cristiana, pues la experiencia pascual ha mostrado precisamente lo contrario: Dios no ha querido matar a los asesinos de su Hijo, sino al revés: les ha ofrecido la gracia del perdón a través de ese mismo Hijo. El talión pertenece a los renteros, que quieren aplicárselo por ley al mismo Dios, como si Dios fuera un poder legal trascendente que termina haciéndonos a todos esclavos de su ley. Pues bien, en contra de eso, el Dios de Jesús es Padre de gracia, que edifica su casa para todos, de un modo gratuito, sobre el fundamento de la piedra desechada que es su Hijo, la gracia de la Vida. La vida no es talión, no es una renta que debemos pagar a Dios por obligación, sino gracia de Dios a la que somos podemos responder gratuitamente.

Al llegar a este momento, la parábola tendría que contarse de otra forma, descubriendo y diciendo que no existen amos ni renteros, ni obligaciones que cumplir, ni deudas que pagar, sino un Padre Dios y unos hijos que pueden compartir y comparten gratuitamente los frutos de su viña (es decir, de su vida). Sólo así se entiende el hecho de que, por gracia de Dios, aquello que, según ley, no sirve para nada (la piedra desechada) venga a presentarse como cimiento del nuevo edificio de la vida humana. En el lugar de máximo pecado de los hombres (que matan a Jesús) se ha desvelado la gracia de Dios Padre, es decir, la posibilidad de una vida en gracia, allí donde el «hijo querido» viene a desvelarse como principio de una forma de vida gratuita, amorosa, más allá de las imposiciones y las obligaciones de ley, bajo las que se encuentra la ley de los renteros.

De esa forma se entrelazan y se implican, en lazo inseparable, Dios y el hombre, antropología y teología, el Dios que deja de ser amo de unos asalariados violentos, para presentarse como padre amoroso y el «hijo querido», que no responde a la violencia con violencia, sino que ofrece y presenta su vida rechazada como principio de una nueva edificación de gracia. Y desde aquí podemos volver a la tercera respuesta, la respuesta «extradieguética» de los sanedritas, que se identificaban con los renteros y decidían matar a Jesús (Mc 12, 12). De esa forma se vinculan parábola e historia, mensaje de Jesús y respuesta humana, recordándonos que todos nosotros estamos situados ante una opción, como estuvieron aquellos sanedritas.

Ciertamente, los sanedritas colaboraron en la muerte de Jesús; pero no fueron ni mejores ni peores que otros hombres y mujeres, sino representantes de una ley y de un pecado universal que el evangelio ha interpretado como ocasión para el despliegue más alto de la gracia, como veremos en el próximo capítulo. Por otra parte, los sanedritas no se pueden identificar con todos los judíos, por el simple hecho de que Jesús, a quien el texto presenta como «hijo querido» es también judío y portador de una la gracia entendida como no-violencia. Perseguir a otros (en especial a los judíos) apelando para ello a Jesús (a quien ellos habrían matado) supone pervertir el evangelio.

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