Publicado por Corazones
Hay un sabio proverbio (todos los proverbios son sabios porque son fruto de la experiencia) que me sirve para iniciar estas líneas:”Deberíamos usar el pasado como trampolín, y no como sofá”.
Hay personas, incluso instituciones, que hacen girar su vida y actuación sobre el pasado. En ese caso, el pasado viene a ser como un sofá para descansar. Sin hacer esfuerzos por superarlo, sin correr riesgos para actualizarse, viviendo de costumbres pasadas, de tradiciones superadas, de ideas trasnochadas, o de métodos inservibles. Todo eso da una cierta seguridad para no equivocarse. Y no se tiene en cuenta que esa es la mayor equivocación.
El pasado ya no existe, pero debe servirnos para proyectar el presente y el futuro. “No tiene que servir de sofá, sino de trampolín”. Se suele decir que el pasado ya no existe. El pasado, ¿pasado? No. El pasado es el que prepara y orienta el presente y el futuro. La vida y los comportamientos que van pasando, van dejando su huella; el pasado es la experiencia, y ésta debería ser pauta para seguir actuando de igual manera, o de forma distinta. Un ejemplo son los años pasados, que van dejando en el cuerpo y en el espíritu una serie de consecuencias. Y pasa igualmente con las costumbres, con los modos de actuar, con las ideas y vivencias. Nunca se puede construir el futuro sin tener en cuenta el pasado.
No se puede vivir, acomodándose a lo anterior, por el hecho de haber sido bueno o correcto en su momento. Las circunstancias de la vida, la sensibilidad de las personas, la mayor o menor madurez, los conocimientos y descubrimientos nuevos, y los “signos de los tiempos”(de que habló el Concilio) deben ser los mojones que van marcando los nuevos caminos por los que debemos transitar, si no queremos estancarnos y vivir la irrealidad, o a contracorriente.
Toda persona o institución que no evoluciona, se anquilosa y renuncia a la novedad. El pasado se convierte en un “sofá” para sentarse cómodo, cerrando los ojos para no ver los nuevos horizontes. Esto les puede ocurrir a las personas, a los cristianos, y a la misma Iglesia. El peligro acecha constantemente, y la tentación es peligrosa, porque hace renunciar a la normal evolución de las nuevas ideas y las formas con que se manifiesta la psicología humana. El evangelio no cambia, pero sí cambia el modo de anunciarlo. El contenido es el mismo, pero no el continente. Una expresión que yo suelo usar es que “la iglesia no puede ir en carreta detrás de un mundo que va en avión”. Llegar tarde es bastante parecido a no llegar.
Se suele decir: “renovarse o morir”. Si no hay renovación llega la inanición, la rutina, el conformismo, que es una especie de muerte espiritual. Pero también es verdad que renovarse conlleva también el morir; pero es morir a lo caduco, a lo que no sirve ya, a lo que no estimula, a esa realidad que se impone por sí misma. La historia de las civilizaciones (en el arte, la música, los gustos, las ideas, los valores, la sensibilidad….) nos lo confirman.
Félix González
Hay personas, incluso instituciones, que hacen girar su vida y actuación sobre el pasado. En ese caso, el pasado viene a ser como un sofá para descansar. Sin hacer esfuerzos por superarlo, sin correr riesgos para actualizarse, viviendo de costumbres pasadas, de tradiciones superadas, de ideas trasnochadas, o de métodos inservibles. Todo eso da una cierta seguridad para no equivocarse. Y no se tiene en cuenta que esa es la mayor equivocación.
El pasado ya no existe, pero debe servirnos para proyectar el presente y el futuro. “No tiene que servir de sofá, sino de trampolín”. Se suele decir que el pasado ya no existe. El pasado, ¿pasado? No. El pasado es el que prepara y orienta el presente y el futuro. La vida y los comportamientos que van pasando, van dejando su huella; el pasado es la experiencia, y ésta debería ser pauta para seguir actuando de igual manera, o de forma distinta. Un ejemplo son los años pasados, que van dejando en el cuerpo y en el espíritu una serie de consecuencias. Y pasa igualmente con las costumbres, con los modos de actuar, con las ideas y vivencias. Nunca se puede construir el futuro sin tener en cuenta el pasado.
No se puede vivir, acomodándose a lo anterior, por el hecho de haber sido bueno o correcto en su momento. Las circunstancias de la vida, la sensibilidad de las personas, la mayor o menor madurez, los conocimientos y descubrimientos nuevos, y los “signos de los tiempos”(de que habló el Concilio) deben ser los mojones que van marcando los nuevos caminos por los que debemos transitar, si no queremos estancarnos y vivir la irrealidad, o a contracorriente.
Toda persona o institución que no evoluciona, se anquilosa y renuncia a la novedad. El pasado se convierte en un “sofá” para sentarse cómodo, cerrando los ojos para no ver los nuevos horizontes. Esto les puede ocurrir a las personas, a los cristianos, y a la misma Iglesia. El peligro acecha constantemente, y la tentación es peligrosa, porque hace renunciar a la normal evolución de las nuevas ideas y las formas con que se manifiesta la psicología humana. El evangelio no cambia, pero sí cambia el modo de anunciarlo. El contenido es el mismo, pero no el continente. Una expresión que yo suelo usar es que “la iglesia no puede ir en carreta detrás de un mundo que va en avión”. Llegar tarde es bastante parecido a no llegar.
Se suele decir: “renovarse o morir”. Si no hay renovación llega la inanición, la rutina, el conformismo, que es una especie de muerte espiritual. Pero también es verdad que renovarse conlleva también el morir; pero es morir a lo caduco, a lo que no sirve ya, a lo que no estimula, a esa realidad que se impone por sí misma. La historia de las civilizaciones (en el arte, la música, los gustos, las ideas, los valores, la sensibilidad….) nos lo confirman.
Félix González
No hay comentarios:
Publicar un comentario