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sábado, 8 de octubre de 2011

XXVIII Domingo del T.O. (Mt 22, 1-14) - Ciclo A: PARA LO MISMO RESPONDER MAÑANA



Nuestra vida toma un color u otro, una dirección u otra, un estilo u otro, según vamos respondiendo a las propuestas y a las insinuaciones de Dios, de nuestra conciencia y del entorno social. Esto sucede a los individuos y también a los pueblos.

El evangelio de este domingo es continuación del domingo pasado y describe el enfrentamiento entre Jesús y los jefes de Israel: concretamente entre Jesús y los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo. Según la parábola Dios invita al pueblo elegido, al judío. Invita, al parecer, a los principales, a los dirigentes, porque cuando rechazan la invitación y exponen las razones de su negativa, aducen que les urge atender a sus campos y a sus negocios, lo cual muestra que poseían un nivel económico alto. Pero el rey no se da por vencido, no se desanima y organiza una segunda tanda de invitaciones. Envía a sus criados, a sus empleados a los cruces de los caminos para que inviten a la boda de su hijo a todos los que encuentren.

En esta segunda ocasión la respuesta fue unánime y la sala se llenó. Se intuye que este segundo grupo lo formaban gentes más sencillas, incluso personas mendicantes y sin techo. Se cumple así la convicción de Jesús: que el rico es más reticente a la llamada de Dios que el pobre.

Jesús invita a la humanidad a un banquete. Se trata de una metáfora. Cuando Jesús nos invita a seguirle, a formar parte del Reino de Dios, sugiere que nos invita a un banquete donde reina la abundancia, la alegría, la fiesta, la gratuidad, la hermandad, incluso los alimentos. Este es el proyecto, el plan de Dios sobre la humanidad. Sin embrago, la imagen que nosotros poseemos y que más nos han inculcado es la de que “el que quiera ser discípulo mío que tome la cruz de cada día y me siga”. Desde luego que la cruz forma parte de nuestra vida: de los que siguen a Jesús y de los que no le siguen.

En esta parábola destacan los aspectos relacionados con un banquete: la comunión, la alegría, la reconciliación la gratuidad, la hermandad. Con razón se dice que un santo triste es un triste santo. No sé si me equivoco, pero con frecuencia conservamos la imagen de un Jesús serio, sentencioso, discreto. Y no es así, al menos, no solo fue así.

Dios invitó e invita, Jesús invitó y sigue invitando. Hoy se sirve de muchos medios, pero quizá preferentemente a través de la Iglesia, a través de los cristianos. ¿Qué repuesta dan o damos?. ¿Negativa?. ¿Positiva?

Tal vez esta parábola actualmente nos parezca un puñetazo en el ojo, nos puede parecer una tomadura de pelo, una ingenuidad, al presentarnos un fin triunfante de la humanidad, representado en un banquete. Pues voces autorizadas nos hablan de crisis, de recesión, de desempleo, de un futuro preocupantemente sombrío. Sin embargo, ahí tenemos el plan de Dios, el proyecto de Dios y si Dios y el hombre se unen, ¿por qué no alcanzar esa meta a la cual nos invita Dios?.

Quizá nosotros ponemos por delante nuestros “compromisos”, nuestras “razones”: que si no tenemos tiempo, que si es difícil, que los demás tampoco lo hacen. Lo cierto es que nosotros silenciamos esa voz que nos anima y nos lanza a perdonar, a ser más generosos, a comportarnos de otra manera en la familia, en la el trabajo, en la diversión, en los negocios, a ser más valientes en la defensa de la justicia, a dedicar más tiempo a causas solidarias. En fin, a todos nos llegan llamadas para construir un mundo mejor. De nosotros depende el responder con un sí, o con un no o con un “veremos”. Como dice el poeta: “mañana te abriré, para lo mismo responder mañana”.

Equivocadamente hemos presentado muchas veces a un Dios justiciero. Recordemos que Dios nos llama a todos: a los justos, y a los que somos pecadores.

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