Por Angel Moreno
XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, “A” (Ml 1,14-2,2b.8-10; Sal 130; 1 Ts 2, 7b.-9.13; Mt 23, 1-12)
En la primera lectura, se puede observar que bajo el texto del profeta Malaquías subyace un pacto de vasallaje, en cuyas estipulaciones entra normalmente que, ante la posible desobediencia del súbdito, se aplicará el castigo correspondiente; en este caso sería la maldición divina. Sin embargo, por encima de la sentencia está la revelación de la identidad de Dios, que es Padre de todos y no un rey sádico, vengativo y terrible. Él nos ha creado y desea no sólo que nos respetemos mutuamente, sino que nos amemos.
El salmista reza a Dios, y nos revela la relación que nos corresponde, “como un niño en brazos de su madre”. Me comentaba así este versículo un cardenal amigo: “Como un niño recién destetado”. Todos somos hermanos, hijos de Dios, quien desea tratarnos como un padre trata a sus hijos, como una madre a su recién nacido.
En este contexto, se aprecia mucho más la enseñanza de San Pablo, quien declara el trato que mantuvo con los cristianos de la comunidad de Tesalónica, con exquisita delicadeza: “Como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor”.
Ante la verdad de la paternidad divina respecto a toda la humanidad y el testimonio paulino, todo trato despótico, inmisericorde, prepotente se aparta escandalosamente de la voluntad de Dios, ofende y rompe la ley sagrada, hiere la dignidad humana, y si quien se comporta así, está revestido de autoridad sagrada, escandaliza a la sociedad. –“En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros; pero no están dispuestos a mover un dedo para empujar”.
Lo que nos corresponde, y así lo enseña Jesús no sólo con sus palabras, sino con sus obras, es que: “No os dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Señor, Cristo. -El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.
En este caso, podremos bendecir a Dios por el testimonio de una conducta ejemplar y sumarnos a la reacción del Apóstol: “No cesamos de dar gracias a Dios porque al recibir la Palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como Palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes”.
En la primera lectura, se puede observar que bajo el texto del profeta Malaquías subyace un pacto de vasallaje, en cuyas estipulaciones entra normalmente que, ante la posible desobediencia del súbdito, se aplicará el castigo correspondiente; en este caso sería la maldición divina. Sin embargo, por encima de la sentencia está la revelación de la identidad de Dios, que es Padre de todos y no un rey sádico, vengativo y terrible. Él nos ha creado y desea no sólo que nos respetemos mutuamente, sino que nos amemos.
El salmista reza a Dios, y nos revela la relación que nos corresponde, “como un niño en brazos de su madre”. Me comentaba así este versículo un cardenal amigo: “Como un niño recién destetado”. Todos somos hermanos, hijos de Dios, quien desea tratarnos como un padre trata a sus hijos, como una madre a su recién nacido.
En este contexto, se aprecia mucho más la enseñanza de San Pablo, quien declara el trato que mantuvo con los cristianos de la comunidad de Tesalónica, con exquisita delicadeza: “Como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor”.
Ante la verdad de la paternidad divina respecto a toda la humanidad y el testimonio paulino, todo trato despótico, inmisericorde, prepotente se aparta escandalosamente de la voluntad de Dios, ofende y rompe la ley sagrada, hiere la dignidad humana, y si quien se comporta así, está revestido de autoridad sagrada, escandaliza a la sociedad. –“En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros; pero no están dispuestos a mover un dedo para empujar”.
Lo que nos corresponde, y así lo enseña Jesús no sólo con sus palabras, sino con sus obras, es que: “No os dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Señor, Cristo. -El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.
En este caso, podremos bendecir a Dios por el testimonio de una conducta ejemplar y sumarnos a la reacción del Apóstol: “No cesamos de dar gracias a Dios porque al recibir la Palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como Palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes”.
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